Ximena
Ella decidió mejor dirigirse a donde su mejor amiga Mia, para discutir sus dudas y contarle todo lo que recordaba de esos sucesos, que incluso le llagaban recuerdos mientras conducía… Recordaba estar bailando con muchos hombres, y a los que se la querían llevar les parecía con cara de galanes que cambiaba a demonios con el juego de las luces. Se encontró con su amiga unas cuadras antes. Le estaba comprando paquetes de papas fritas a un muchacho de ojos verdes que las llevaba en un triciclo de carga, algo como un ciclo camión.
—Hola, Mia, Tengo que contarte algo, te juro que te irás para atrás.
—¡Amiga, me tenías muy preocupada! Te llamé un millón de veces, salí a buscarte, solo que me encontré a este apuesto repartidor que me provocó de comer unos snacks. Sabes que cuando me preocupo me da ansiedad, que solo calmo con comida, o ya sabes.
—Huy, amiga, ¿pero qué paso?, —mencionó Ximena observando que el carro de Mia parecía que le hubiera cerrado el paso al repartidor.
—Es que no entendió que le quería comprar unos paquetes y me tocó cerrarle el paso.
—Señorita, es que no tengo permitido venderle al público, solo puedo repartirle a las tiendas —contestó el muchacho haciéndole la cuenta de lo que pedía.
—Es un crimen que te limiten; deberías de ir a mi casa a surtirme—. Mia le coqueteaba al muchacho, de una manera directa.
—Sí, señorita, desde que esté en mi territorio voy y la atiendo—, el muchacho, habló sin ninguna doble intención, parecía estar pensando en el horizonte, en despacharlas rápido y seguir con su ruta. Además, no creía que tuviera posibilidad con esa hermosa mujer que se veía que poseía dinero en abundancia, empezando con ese auto de alta gama, y en parte tenía razón, como podría con su sueldo alimentar los estrambóticos gustos de Mia, que de seguro en cinco minutos se gastaría lo que él se ganaba en un mes. Guardó los datos, le dio el recibo con su número y se marchó despidiéndose, agradeciendo cientos de veces.
—Qué muchacho más lindo —suspiro, Mia.
—Me pude dar cuenta de que querías algo más que sus golosinas y que el muchacho no cogió ni uno de tus coqueteos, no porque fuera gay o dormido; simplemente no se consideró lo suficiente para ti.
—Es la historia de mi vida, Ximena, los hombres a veces me colocan en un altar, me endiosan, cuando yo soy una mujer como todas de carne y hueso.
—Te endiosan y eres una diabla.
—Sí, claro, de la peor calaña, y no me creo inalcanzable o que la tenga de oro; me acuerdo de un dicho de mi abuelo que dice “tanto la bonita como la fea, también hace popo y mea”.
—Ja, ja, ja, eso es muy chistoso, amiga, pero eso no quiere decir que tengas que ir por la calle como una cazadora buscando una presa que satisfaga tus deseos locos, y además, pobre chico de seguro, se enamoraría y tú lo botarías a la semana, como haces con todos.
—Amiga, me tienes en mal concepto, es solo que tengo el superpoder de acelerar el tiempo, me enamoro y me desenamoro en una semana, lo que a personas como tú les lleva años, complicándoles la separación.
—Es complicado discutírtelo; sin embargo, te entiendo, aunque no lo comparto.
—Deberías de compartirlo y repartirlo, te puedes morir por oxidación.
—Amiga Mia, si supieras que pasé la noche en una suite junto a un hombre.
—¿Cómo va a ser Ximena? No te lo puedo suponer, cuéntamelo todo, vamos.
—Es que de camino a la clase de jiujitsu, una condenada cerveza se me atravesó y me puse a beber sola en un bar; no te llamé, pues tenía la idea de una sola para calmar el antojo. Cuando me di de cuenta que las botellas vacías llenaron la mesa, me entró la locura y…
—Ximena, ¿qué hiciste? ¿Te acostaste con un desconocido?
—No peor, Llamé a Ángelo, aunque yo estaba molesta porque juzgué que se fornicaba a la profesora Daniela, maestra, pero de perras. Resulta que ella fue la que acosó a Ángelo y luego se acostó con el rector, ¿Será que el marido no le funciona como hombre?
—No lo considero; el cantante ese tiene fama de galán, a no ser que descuida su lecho por entregarse al de sus fans, que de seguro se lo brindan a gritos, o puede ser que sea de esos que están atrapados en el armario, solo que tienen que aparentar su imagen de macho.
—Sí, es raro que muchos cantantes maduros se declaren gay y eso que tienen varias esposas y amantes, hasta hijos.
—Debe ser que de tanto probar mujer se hastían; es como la vez que estuve en una isla donde a todo le echaban coco. Te juro, Ximena, que ya ni siquiera puedo oler su aroma. Aunque eso no me sucederá nunca con los hombres y además cada uno tiene unos olores y sabores diferentes, de lo cual nunca me cansaré, ¿pero dime qué pasó?
—No le di la dirección, pero llego, me parece que unos tipos me querían robar y me salvo de ellos, cuando lo vi me desahogue con una cachetada, como que me lastime la mano, me duele mucho, y como si fuera poco amiga, lo vomite, ¡qué vergüenza!
—No amiga, es increíble, y ¿qué más sucedió?
—No, pues al otro día me desperté en ese hotel, me mostró el video de la profesora perra, también trato de sobrepasarse, pero lo coloqué en la raya y listo, después vine a buscarte.
—¿Seguro nada más?, y ¿por qué tienes esa ropa que no es de tu talla?
—No lo sé, amiga, de seguro se me encogió por la cerveza.
—Amiga, yo ayer estaba pensando que lo de su marido, si está muy raro, ¿qué tramará? ¿Cuáles serán sus jugarretas?
—Mia, lo mismo pienso, cuando está conmigo, siento que es otro hombre, que todo lo demás es mentiras y te juro que he estado a punto de caer en sus brazos, de entregármele con los ojos cerrados, menos mal me acuerdo de sus actos, y como si fuera poco sigue haciéndose el que no sabe nada.
—amiga Reflexionando en eso, me acordé de una amiga a la que el marido le puso a un amigo en bandeja de plata; los dejaba solos; dejó de darle su porción; al final la pobre sucumbió por necesidad de saciar su hambre o debido a todas las situaciones que el esposo provocaba, incluso daba pescados al desayuno. Le subió al calentador y se ausentaba mucho tiempo; el otro vivía allí y ese estaba confabulado con el cónyuge. Conocía su objetivo y las cámaras que estaban instaladas por doquier registraron horas de video de sus hazañas, dejando pruebas por toda la casa del desfogue de su pasión. El verdadero motivo salió a flote el día del juicio de divorcio, debido a una cláusula de fidelidad firmada cuando se casaron. Ella quedaba sin derechos a una herencia o compensación alguna, ella quedó en la calle esperanzada a que su nuevo galán la mantendría o aunque sea la amaría, y ninguna de las dos. Aquel infame solo conocía el amor por el dinero que le pagaba el exmarido.
—Mia, no puede ser ese el motivo, pues yo firmé un poder renunciando a todo; será que al investigarme descubrió mi riqueza y me la quiere quitar, a mí no me cuadra que preciso sea mi profesor de psicología.
—Ximena Se dice que Ángelo es una eminencia en ese campo; es cierto que todo se puede comprar; hay presidentes con carreras en Estados Unidos que no hablan inglés, aunque no se me ocurre cómo comprar el prestigio, además que sus clases son una bomba.
—Tú lo dices porque babeas mientras él las imparte.
—Debe ser como nosotras; estudiamos por diversión, no por necesidad; si vieras esa cantidad de regaños de mi padre por no estudiar algo comercial, si supieras cómo te maldijo, juzga que tú eres mi mala compañía.
—Qué horror, si tu papá, cuando me ve, no para de sonreír.
—Porque también te quiere coger, ese viejito depravado.
—Dicen que una manzana no cae lejos del árbol.
—Ximena, mejor deberíamos irnos de vacaciones, alejarnos de ese tipo, sin importar si aplazamos el semestre, es maluco vivir con esta intriga.
—Mia, tienes razón, aunque prefiero ir a confrontar a Ángelo con toda la verdad.
—No, amiga, no es buena idea que tal ese hombre al sentirse descubierto te haga algo malo, te secuestre, te torture y viole de muchas formas.
—Pues rico, si solo fuera lo último.
—Ximena, no es momento para bromas, tenemos que colocar la mayor cantidad de tierra entre Ángelo y tú.
—Mia, pues tengo que ir a la mina, vamos, acompáñame, te gustará ver a esos musculosos mineros.
—Ximena, es rico ir a ver; lo feo son esos barrizales como la otra vez que fuimos.
—Tranquila, no creo que nos volvamos a caer en un lodazal.
—Ja, ja, con tu rara suerte, me sorprende que no llevemos una nube negra encima.