ÁNGELO
— ¡Alto!, en serio, no sé de qué hablas. —le articuló Ximena mientras lo alejaba con ambas manos.
—No te hagas lo de la noche, cuando me salvaste de que me eliminaran los del carro de la basura.
— ¡Ah, no puede ser!, ¿eras tú? En serio, no te reconocí, es que estabas tan ensangrentado, además de que solo te vi esa noche y con tanto estrés y corre-corre, una experiencia traumática y mi carro quedó en pérdida total.
—Es muy extraño, es la primera vez que una mujer no recuerda mi cara y que se resiste a no tener una aventura conmigo, la primera ocasión en que me conocen, en serio que me intrigas, eres un reto para un psicólogo.
—Es que mira esas circunstancias, por favor discúlpame que no recordé tu cara, tengo un problema con reconocer rostros, creo que se llama prosopagnosia y asocio caras de personas que actúan igual, además de que borro las que me hacen tener malas experiencias.
—Ximena no sé por qué considero que eso no es verdad, supongo que es como dicen que ladrón es el que roba así sea un pan para comer. Me mentiste en que te llamabas María y en tu número telefónico, te llamé mil veces o más y contestaba un viejo que se reía diciendo que se llama María.
—En serio, me siento apenada, espero que eso no se refleje en mis resultados académicos, profesor D.
—Puede que pase, ¿cómo podré confiar en una alumna que me mintió?
—¿Y en una que arriesgó la vida por un desconocido?
—Y una buena para debatir, recuerdo que te prometí lo que quieras, mínimo déjame pagarte ese carro.
—Me toca venderlo por chatarra, tengo, es un problema que las placas no se encuentren y las necesito para unos trámites.
—Huy, Ximena, ojalá no se te hayan caído en la huida o cuando le pegaste al camión recolector.
—Ojalá que no, que peligro que esos matones la emprendan en mi contra.
—No, Ximena, no puede ser, no te preocupes, de pronto el mecánico, se la quitó o algo, descuida. Uno de mis amigos es experto en trámites de vehículos, le diré que se ocupe.
—En ese caso, te agradecería mucho, supongo que me estoy endeudando mucho contigo.
—No, yo soy el endeudado, o no sé, dicen que las mujeres siempre tienen la razón, pues te propongo, algo vámonos de fin de semana a mi finca melgar, tranquila, no va a pasar nada que tú no quieras que pase.
—Sí, claro, te llamo para que me recojas, —susurró Ximena sonriendo.
—Me tomas el pelo, no tienes mi número, —le menciono y con un hábil movimiento le extrajo el celular de la cintura, lo desbloqueo colocándolo en la cara de Ximena y le guardo su número como “amorcito”.
Ella fingió que eso le molestaba tratando de irse, sin que sus pies se movieran. En ese instante, la música cambió a una samba, la famosa Lambada o mejor conocida como el baile prohibido. Él la jaló suave, pero firme por el brazo para que no saliera de la pista de baile, donde la obligó a bailar este ritmo brasilero. Sus ojos se encontraban pidiendo más, sus cuerpos emocionados provocaron que los demás asistentes les hicieran una rueda animándolos con las palmas. Todos podían notar la química entre ellos, que les gustaba mucho. Con esta canción cerraron la discoteca debido a la ley de cerrar a una hora de la madrugada.
—Ximena, permíteme llevarte a tu casa.
—No, tranquilo Ángelo, voy a esperar un taxi.
—No, Ximena, es que no te es una opción, vamos, es peligroso coger un taxi si pedirlo por teléfono y más a esta hora de la madrugada.
—Bueno, está bien, después de todo me quedé sin auto por meterme de redentora y casi salgo crucificada.
Se la llevó en su flamante auto deportivo, durante el camino sus miradas jugaban y sus bocas reían por cualquier motivo, ambos querían que ese viaje fuese eterno, hasta que llegó a su casa, al momento en que ambos estaban pensando, la despidió.
—Adiós, profe, nos vemos en la universidad, ojalá no me vayas a rajar, ¿o sí?
—No soy un profesor cuchilla, desde que seas juiciosa, tranquila, que te irá bien y si se te dificulta, pues te puedo dar clases privadas muy personalizadas.
—Supongo que debo entrarme, los vecinos aquí viven con psicosis, llaman a la policía por ver a un carro parqueado a esta hora.
Salieron del vehículo y la acompañó a la puerta, ella le daba vueltas en el dedo a las llaves, la miró a los ojos y a la boca, acercándose lentamente como un gato cuando caza palomas. Ella, inmóvil, se hizo la que miraba hacia la calle, volteó la cara al último momento cuando sintió que él no podía acercarse más, y se probaron durante un minuto que les pareció una eternidad. Sus bocas danzaron en un baile de caricias, en un ballet lingual, terminaron mirándose fijamente, bajando sus brazos, hasta que sus manos se agarraron. Ella caminó hasta la puerta sin soltarlo, se despidió de nuevo con un pico en la boca y entró rápido, diciendo:
—Adiós, mañana hablaremos.
Él miró unos instantes esa puerta y se dirigió a unos autos que se encontraban detrás de él y les ordenó:
— ¡Salgan! Sé que estaban escondidos, vivían, ¿Qué fue todo ese alboroto? Afortunadamente, ella no lo escuchó.
Se bajaron unos hombres armados y una hermosa mujer pelirroja con un pequeño vestido n***o de cuero brillante, quien le contestó:
—Jefe, les tendieron una emboscada, por fortuna les dimos primero, acabamos con todos, les quitamos sus celulares y objetos personales para investigarlos.
—Bien hecho, Vivían, es posible que a ella la busquen porque perdió las placas del carro la noche en que esos perros mataron a Miguelito, quiero que le coloques protección a toda hora, sin que se entere y si algo le pasa, tú serás la responsable y ya sabes cómo son las cosas en este negocio.
—Sí, señor, no hay lugar a fallos, el que la comete paga con su vida, eso lo sé desde qué empecé a trabajar con don Joseph; trata de tranquilizarte, mejor vamos y te hago un masaje en el jacuzzi.
—No vivían, no estoy para esas cosas.