XIMENA
Se marcharon a la casa de Ángelo, quien todo el camino se notaba angustiado, mirando los retrovisores, tratando de sonreír para que Ximena no entrara en otra crisis. Decidió prender la radio, colocando su estación favorita de rock en inglés.
—Por favor, cámbiale esa música, me da dolor de cabeza, además que no sé qué hablan, me molesta, me pueden estar echando a la madre y yo feliz celebrando—, balbucea Ximena apretándose con los índices las sienes.
—No me imaginaba que a la perfecta Ximena le quedara grande el inglés—, él sonríe mirándola, descuidando la vista a la carretera, cogiendo un bache que los hizo saltar.
—Ahora me quieres hacer bailar a la fuerza—, Ximena, trata de bromear para relajarse.
—¿Qué música te gusta? Te coloco lo que sea con tal de que no sea reguetón.
—Ángelo, es lo que está de moda, incluso lo bailamos la otra noche.
—Huy, no, es que una cosa es bailarlo en un lugar público y otra escucharlo en un sitio privado; me da pena que cuando pase mi carro los peatones escuchen groserías. Es que la música de ahora la dañaron con el márquetin; el peor artista con la peor canción puede llegar a ser el más escuchado si tiene un buen equipo de publicidad, de eso te lo aseguro. Está demostrado, por ejemplo, que los éxitos de hace un año ya la gente ni se acuerda de esos. Al igual que pasará con el hit de hoy, en un mes serán cosa olvidada. En cambio, esos grandes artistas, como Beethoven, sus canciones han perdurado siglos, o Vicente Fernández, que su música ha traspasado décadas y fronteras.
—Ángelo, amor, No me imaginaba que también fueras un melómano.
—Por supuesto, amor, por ejemplo aquí en Colombia, se dice que su mejor música es el vallenato, y esto no está lejos de ser verdad; para mí su mejor exponente es Diomedes, quien compuso y canto las más bellas melodías de este género, envolviendo pueblos y llenando de sentimientos a las personas…
—Sí, por supuesto, me encanta Diomedes, Ángelo, al parecer sabes mucho.
—No sé por qué razón asocian a este cantante, que se viste como niño, con el folclor colombiano. Si vive en Miami, solo viene a Colombia a conciertos y luego se devuelve en su jet privado.
—Ángelo, de pronto estás siendo duro con Carlitos, lo que pasa es que la situación de violencia hace que sea difícil vivir en este país aunque tenga uno de los mejores climas y paisajes del mundo.
—Puede que tengas razón. Ximena, hay cosas que se asocian con un país que no son de ese sitio; escuché de un tipo que las galletas de la fortuna no fueron inventadas en China, sino en Los Ángeles y que los trajes típicos de Suramérica fueron diseñados por un rey de España.
—A veces las cosas o las personas no son de donde nacen, sino de donde las quieren. Por ejemplo, ayer leí que en Perú había una gringa que le decían loca porque se la pasaba barriendo el desierto y resultó que lo que hacía era restaurar las líneas de NASCAR. De esta forma impulsó el turismo en esa región, mejorando el nivel de vida de sus habitantes, que después en agradecimiento la adoptaron como una de ellos.
En medio de esta charla llegaron a la casa de Ángelo, atravesaron una reja que fue abierta por unos guardias armados y entraron a la casa donde vivían.
Los recibió Vivian, haciendo una mueca de desagrado. —Cómo es posible que trajera—, ella pensó en sus adentros.
—¿Pasa algo Vivían? —Ángelo le preguntó mirándola arrugando las cejas.
—Nada, jefe, es solo que me sorprende que trajera a la señorita Ximena; usted nunca había traído a ninguna de sus chicas a la casa—, ella le contestó mordiéndose la lengua, sintiendo que había cometido un error.
—Vivían, es mejor que te ocupes de tus asuntos; necesito que averigües quién le instaló esos micrófonos en la casa de ella y, por favor, no te entrometas en mis asuntos, como dicen aquí en Colombia, “no seas sapa”—. Ángelo la mira agachando un poco la cabeza; eso provoca que su empleada se retire sin mediar palabra o quizás refunfuñando a baja voz, que ni Ángelo ni Ximena escucharon, debido a que ya estaban otra vez absortos en su conversación: —Ximena, amor, vamos a mi cuarto.
—Huy, Ángelo, tan rápido, tan confiado.
—¿O lo que quieras? Supuse que estabas cansada.
—Si tengo ganas de acostarme a dormir.
—¿Solo a dormir? No te creo, mi bella Ximena.
—Si mi bello Ángelo, solo a dormir, no suponga que porque me trajo a su hermosa mansión, ya me deslumbro con tanto lujo y se lo voy a dar, no, señor, yo no soy de esas.
—Yo sé que no, mi querida Ximena.
—Sí, Ángelo, soy peor, —ella le dice abrasándolo y besándolo, dando giros hasta llegar a la habitación. —¡Espera, Ángelo!, primero me quiero bañar, estoy acostumbrada a que tengo que bañarme cuando salgo de un cementerio.
—Por supuesto, bebe, siéntate como en casa, sigue, ese es el baño—, le dice señalando un baño tan enorme como una casa de ciudadela.
—Me hubiera gustado que le hubieras dicho eso a sus empleados. Deberías de presentarme como tu esposa, como lo que soy.
—Lo siento, amor, es la falta de costumbre, es más, ni siquiera todavía lo he podido digerir.
—Pues tranquilo, en cualquier momento lo puedes arreglar firmando los papeles de divorcio que tiene la porquería de tu abogado en Sicilia—. Ximena lo dice mientras entra a bañarse, dejando la puerta abierta, lanzando la ropa afuera, esperando que su hombre entre como ya lo hizo antes, solo que le tocó, esta vez, restregarse sola. Termina, busca una toalla en el armario del baño; hay como unas diez, se seca con la más suave y al sacarla una camiseta blanca de hombre que de seguro se coló en ese lugar cae a sus manos. La miró con una sonrisa pícara, colocándosela sobre su cuerpo mojado, y salió diciendo: —Amor, me dio pereza desempacar, así que me coloque esta camisa, debe de ser tuya.
Una sonrisa marcó el rostro de Ximena, al ver que su plan surtía efecto. Ángelo la miraba atónito, porque esa camisa blanca se tornaba transparente en algunas partes, dejando entrever sus atributos femeninos.
—Lo siento, Ximena, mejor me voy, te dejo dormir; cualquier cosa que necesites, me llamas o a algún empleado, a la hora que sea, tranquila.
—Espera, Ángelo, amor, no me dejes sola, tengo mucho miedo, me tienes que proteger, soy tu beba protegida—, dice cogiéndole las manos haciendo cara de consentida.
—Ximena, no te quiero molestar—; Ángelo manifiesta tratando de alejarla.
—No, mi amor, no es ninguna molestia—; Ximena lo besa desabrochándole la camisa y al tratar de quitarle la corbata se enreda ahorcándolo.
—No, amor, así no, tranquila que me dejo por las buenas, Ximena, la verdad, el sadomasoquismo no me llama la atención.
Se envolvieron en una ventisca de besos que como mariposas bailaban sobre sus cuerpos al son de los sonidos de amor que transformaban ese cuarto de huéspedes en una alcoba marital. Donde los mágicos gemidos traspasaban paredes, llegando hasta los oídos de la pobre Vivían, quien lloraba sentada en el piso, tomando aguardiente directo de la botella, queriendo que ese licor le quemara el dolor que sentía en su pecho, donde su corazón se destruía. Su mente no dejaba de imaginar a su amado con otra chica. Incluso estuvo varias veces a punto de abrir la puerta; estuvo cerca, inclusive tocó la perilla. Por fortuna, su conciencia deslumbró, provocándole que reflexionara: —¿No soy una mujer fuerte?, ¿qué es lo que no le gusta de mí?, —pensó mientras botaba a la basura de la cocina las botellas que le brindaron consuelo en su amarga velada.
—Buenos días, señorita Vivían, ¿Cómo amaneció? —Era Ximena quien, para el colmo de sus males, aparecía sonriente. —Vengo a hacer el desayuno, ¿me puedes ayudar?
—¿Qué te pasa? Aquí tenemos cocineros que se encargan de eso; no tardaran en llegar. Mucha su ignorancia, de verdad que eres una mujer muy vulgar.
—Señorita Vivían, por favor, le pido que me respete y si hice algo malo, por favor, me disculpa.
—No es lo que hiciste o puede que sí, es que no me explico qué artimañas utilizarías con mi Ángelo para embrujarlo, tú una pobre mosca muerta.
—Señora Vivían, por respeto a que estoy en casa ajena, no la agarro de las greñas…
—Si ves, me das la razón, eres una ordinaria; se nota a leguas que eres poquita cosa para Ángelo, que es uno de los hombres más importantes del mundo—, comenta. Vivían tambaleándose, borracha y enloquecida por los celos.
—Si tú lo dices, igual no me voy a rebajar contigo y luego, acaso, ¿Ángelo que es?— Ximena se traga su rabia, aprovechando si le puede sacar si Ángelo es un criminal.
—Naturalmente, yo lo conozco muy bien; él es el jefe de una de las más grandes organizaciones de…
—Vivían, cállate—, las interrumpe un rugido de macho; es Ángelo que llega de trotar y parece que hubiera ido de cacería porque llegó convertido en un león, con la mirada asesina y parecía que botara vapor cuando exhalaba.