Descubriendo secretos

1116 Words
XIMENA Salimos del hospital, nos quedamos unos días más en Hawái. Me aburrí; no era lo mismo sin Ángelo, además de estar de violinista con Mia y el novio. Aunque decían que no pasaba nada, yo sentía que les estorbaba, era incómodo cuando les interrumpía los besos o cuando Mia por estar conmigo no estaba íntimamente con su príncipe. Mejor decidimos partir a Colombia a organizar algunos asuntos, pero a vuelo de águila teníamos que ir a Italia antes de entrar en vacaciones, Italia maravillosa como siempre con ese aire mitológico y Sicilia con ese romance en el ambiente. Aunque me llenaba la mente con malos recuerdos y una sensación de fracaso, llegamos al hermoso castillo de Don Joseph, quien salió en persona a recibirnos. No se le notaban cambios, la brisa mediterránea parecía conservarlo. La saludé fraternalmente: —Ximena, hija mía, qué alegría por tu visita, al fin se me hizo el milagro, pensaba que moriría sin ver de nuevo tu hermosa cara. También lo saludé de beso, se lo quise dar en la mejilla y el muy astuto perro viejo, al último instante giró la cara, terminando boca a boca. Le dije: —Don Joseph también me alegra mucho verlo, he soñado mucho este momento, solo que de boba lo he postergado, pero creo que se ha vuelto un poco pícaro. Él, sonriendo y mirando a Mia, me preguntó: —¿Y quién es tu bella amiga? —Se llama Mia, es mi mejor amiga. Ella también se presenta sonriéndola con un brillo en los ojos, al parecer sigue con su fetiche por hombres mayores o por cualquier macho. A veces se me olvida que es la legendaria Mia que tiene la cualidad de ver bonito a todo lo que tenga cromosomas «Y». Por fortuna ella es estéril, de lo contrario estaría llena de hijos. Pasamos al castillo de nuevo. Los recuerdos me golpean, cortándome la respiración. Don Joseph me pregunta: —¿Qué te pasa, hija mía? Te veo pálida. —Don Joseph, Hace poco estuve hospitalizada por un percance, ya estoy bien, debe ser una reacción a los medicamentos. Él manda a una señora de servicio a que nos traiga comida y una buena bebida. Mia pide una pizza; desde que llegó a este país quiere una auténtica italiana. Ya algo recuperada, le comento a don Joseph el motivo de mi reunión, haciendo que mande a traer al abogado familiar. Lo único que pienso es que no sea ese monigote de la boda. Se me revolvió la barriga de solo recordarlo. Esperamos unos minutos; el anciano con su sentido del humor nos hace reír sin parar, sobre todo a Mia, quien parece como si se viera como la señora de este castillo, coronada como la reina madre. Todo va bien hasta que don Joseph se ausenta al baño y Mia juega a bailar el vals en ese gran salón hasta que pega un grito seco. Voy a ayudarla y la veo pálida tapándose la boca, viendo un gran cuadro; trato de calmarla y ella balbucea: —Mi-mi-mi-Ra. —Señalándome el cuadro, lo veo y siento que se derrumba el castillo y caemos debajo de toneladas de escombros oscuros. En esa foto hay un hombre igualito a Ángelo; de pronto la cabeza me comienza a doler, apareciendo imágenes confusas de los dos; Ángelo entrecruzándose, comparándose y siendo la misma persona. Mia, me abraza evitando que entre en shock. No puede ser, mi cerebro se acelera, creo que es una horrible película de intriga donde todos fraguan contra mí. Don Joseph debe de ser la mente criminal detrás de esto. Quizás ya no podamos volver a salir de las mazmorras de esta fortaleza. Siento la voz de Mia, que me dice: —Cálmate, debe de haber una explicación, no puede ser el mismo, tranquilízate—. Me limpia las lágrimas tratando de componerme el maquillaje, yo hago lo mismo, justo a tiempo para que entre el anciano junto al mismo abogado badulaque de la boda, que se cree mi amigo, estirando su mano para saludarme: —Señorita Ximena, es un gusto volverla a ver. Su cara llamaba mis uñas. Me provocaba pasárselas desde la frente hasta el mentón, y con la voz entrecortada le dije: —¿Señor, quiero saber si mi matrimonio fue anulado? —No, señora, no se ha podido, es muy complicado conseguir a don Ángelo, solo viene al país a atender los negocios. Si de pronto pasa a donde su familia es muy fugaz y, para ser franco, este asunto parece que lo agobia bastante, deje de tocarle ese tema porque vi que lo afectaba y, por mi seguridad propia, no me gusta despertar su ira. Mire, aquí tengo todo listo—, El abogado le entrega una carpeta. —Por favor, señora Ximena, no las vaya a romper, pues no tengo más copias. En esa carpeta había los documentos del divorcio donde yo renunciaba a todo, información sobre mi familia verdadera y de mis padres adoptivos. También se anexaban fotos de mi boda solitaria, de la fiesta y de Ángelo, que al verlas, nos miramos con Mia, rectificando nuestras sospechas. Se nos cruzaban por la mente miles de preguntas, ¿qué clase de enfermo era ese tipo? O ¿qué se proponía? Debía de despejar cualquier duda sobre su culpabilidad, así que interrogó a ese abogado: —¿Ángelo vio esa carpeta? ¿Sabe todo esto? —Supongo que sí, señora Ximena, yo estaba el día que contraté a unos investigadores privados para que recolectaran toda esa información suya. De nuevo sentí como si me caía entre un hueco oscuro. Incluso escuché un réquiem de violines; las dudas me inflaban el cerebro. ¿Qué clase de enfermo era Ángelo? Lo siguiente de la velada, fue comer rápido, la comida que se dificultaba bajar por los nudos que se me hacían en la garganta, donde don Joseph seguía con su conversación y nosotras absortas en nuestros pensamientos nos reíamos mecánicamente al escuchar sus pausas. Dejamos la cena a la mitad, despidiéndonos con sonrisas fingidas, y todo está bien ante la repetitiva pregunta de ‘’¿Qué les paso?‘’, del anfitrión. Salimos apretando las nalgas ante esas enormes puertas, creyendo que serían cerradas con mil candados y que el suelo se abriría enviándonos a un profundo calabozo. Nos subimos al carro que habíamos alquilado, sonreímos mirando a don Joseph despedirse y Mia aceleró ese deportivo quemando las llantas, dejando las huellas de nuestra visita. De camino al hotel, con Mia expusimos locas teorías del propósito de Ángelo para saber que poco después descubriría las verdaderas; ninguna encajaba con lo que nosotras suponíamos. Eran aún más complejas y destructivas.
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