LA HERMANITA ETERNAMENTE PEQUEÑA

2038 Words
Emily Ese día fue el mejor de mi vida; estoy exagerando como siempre; fue uno de los mejores. Por un lado, mi hermana Ximena despertó del coma después de sobrevivir a dos atentados, y por otro vi al hombre más hermoso sobre la faz de la tierra, no una, sino dos veces. Presiento que lo volveré a ver, nos enamoraremos, me pedirá matrimonio, tendremos una casa grande con muchos niños iguales de guapos al papá. —¿En qué piensas, hermanita, mi Emily consentida? —En que estoy muy feliz porque despertaste, nada me hace más feliz, solo eso. —Te ves como si tuvieras carita de enamorada, no me digas que te cuadraste al oficial moreno. —Por favor, Ximena, aunque es guapo, no es de mis gustos; no me gustan los policías; al contrario, me dan miedo. —Por cierto, mi Emily ya está como tarde; deberías volver a tu casa. —No, hermanita, me voy a quedar a cuidarte, es mi deber de hermana menor. —Tranquila, no te molestes, para eso también está Mia, para que me cuide. Ya viene que está en el baño. Aunque está demorada, debe ser que está coqueteando con algún médico. —Ximena, no es ninguna molestia y ninguna amiga puede remplazar a tu hermanita y más esa que cuando ve unas bolas colgando se descontrola. —Además, dijiste que mi cuñado se fue de viaje y pedí permiso en la universidad. Me tienes toda para ti, vamos a pasarla de maravilla. —Está bien, hermanita, quédate conmigo unos días, después te llevaré a tu casa. —¿Y yo qué? No me digan que me van a despachar, digo a sacar de la diversión, del combo de amigas; ahora no me van a salir conque es solo grupo de hermanas. Nos interrumpió el momento familiar. La imprudente de Mia me provoca ser descortés y decirle que se largue con sus raras palabras y gestos de zorra. Aunque también me encanta estar con ella, precisamente porque le aprendo a coquetear con los hombres, muchas veces cuando quiero conquistar a uno, me imagino que soy ella, la sexi Mia, así que utilizo mi diplomacia diciéndole: —Por supuesto que es de solo hermanas y resulta que tu Mia también eres como nuestra hermanita especial. —Tú también eres la hermanita eternamente pequeña que siempre deseo—; Mia exclama abrazándome; en cambio, Ximena comenta: —Y, Mia, tú eres mi hermana boba que nunca deseo—. Todas nos reímos a carcajadas hasta que llega un doctor que nos ruega que hagamos silencio. —Está lindo—, es lo que siempre dice Mia de cualquier hombre, ella no tiene problemas para escoger un macho; a cualquiera le gusta. Inclusive llega otro doctor con la noticia de que le dan salida a Ximena y ella se muerde los labios diciendo algo parecido: —Está buenísimo. Molesta, le digo algo que escuché en algún sitio por ahí: —Mia, de seguro hiciste el amor un viernes santo, porque ahora eres insaciable; te convertiste en una coleccionista de hombres. —No, Emily, querida, o no me acuerdo, lo que pasa es que el problema es que me gustan todos, ya que en todos veo a mi amado que no puedo tener—, me responde volviendo a su triste historia, que no la quiero ahondar porque siempre se coloca a llorar, entonces mejor le cambio el tema. —¿Qué prefieres: un n***o, un blanco o un colorado? —Esos son cuentos, dicen que un n***o la tiene más grande, pero he conocido que la tienen pequeña, que dan ganas de llorar y unos blancos que me han dejado sin poder caminar. Además, el tamaño no es que importe mucho; incluso puede resultar molesto, algo que al no poder entrar te haga doler y te deje doliendo por semanas. Hasta le puedes coger miedo—, Mia, contesta cerrando los ojos, como si viajara al pasado reviviendo sus aventuras. —Pues yo pensaba que hablaban de pasteles, pero de eso para mí lo mejor es un hombre que ame y me ame, las relaciones sexuales sin amor son solo sexo, en cambio, con la persona amada sí es hacer el amor—; Ximena interrumpe. —De acuerdo con lo que dice la poeta Ximena, quien solo ha tenido un hombre en la vida, aunque un magnífico semental—, señala Mia a mi hermana, dándole un golpecito en un brazo, provocando que grite esto: —Cuidado, eres muy brusca, aún estoy delicada. Salimos del hospital y se nos acercan unos hombres altos y fuertes, vestidos de traje n***o. Yo hubiera gritado de no ser porque vi la cara de Mia, que brotaba los ojos mirándolos, imaginando quién sabe qué orgías. El cruce de estas impresiones me da una risa estúpida, y uno de ellos dice con una voz de trueno sexi: —Señora Ximena, el señor Ángelo, nos encargó su seguridad, estamos a su entero servicio, puede contar con nosotros para lo que sea. —¿Para lo que sea? —les recalca Mia, subiendo una ceja. —Estamos para proteger a la señora Ximena frente a cualquier amenaza—, dice el hombre de n***o, sin mostrar ninguna expresión. Frente a lo que dice me surge una duda que se me sale como un gas a un purgado: —hermanita Ximena. ¿Quién es Ángelo? Y ¿dónde está? —Es mi… Es tu cuñado; se fue a un viaje de negocios—, me responde sonrojándose. Empezamos a caminar. Es muy incómodo con esos señores que parecen incluso querer detener el viento. Mueven la cabeza como aspersores en busca de amenazas. Ximena parece molesta al chocar contra los pies de estos hombres cuando paran de improvisto porque algún ruido raro los alerta. Mientras Mia y yo reímos al ver su cara hundirse en la espalda de uno de ellos, un estruendo se precipitó en el aire, un grito que salió del interior de mi hermana: —¡Gorilas, lárguense!, ¡me están estorbando y ridiculizando! —No lo podemos hacer, el patrón nos encargó la misión de protegerla—, le contesta uno de ellos casi llorando. —Bueno, está bien, aunque háganlo menos obvio, con cautela, más alejados, intenten pasar desapercibidos y, por favor, por favor, no choquen conmigo—, les aclara Ximena colocando sus manos como una barrera, mientras que a nosotras se nos corta la risa nerviosa. —¿A dónde vamos?, —la interroga el guardaespaldas más gordito, que también era el chofer. —Vamos a mi apartamento, está en una zona muy segura, cerca al cantón militar y a las casas fiscales—, propuso Mia. —De todas maneras, su esposo no está y a Emily parece que te la hubieran pegado; es como si hubieras estado en una cirugía para volverlas siamesas. —Qué cruel eres, Mia, a mí la idea me parece buena, aunque quién sabe qué artefactos sadomasoquistas tienes en tu casa y a cuantos hombres debajo de las camas—, aprovecho para burlarme de ella. —Mi cama es una poesía vacía; a veces está llena de vacío, aunque casi siempre el vacío no se llena—. Mia suspira y Ximena aprovecha para desquitarse: —Es que tu vacío no se llena con nada, ni con mil hombres—; ahora es que nosotras nos reímos mientras ella se sonroja, no de pena, sino de mal humor, y contestando con rabia nos dice: —Es que ustedes se burlan sin saber de mi maldición. —¿Cuál maldición? —le preguntó, cayendo en su juego. —La que me echo una gitana de no poder calmar mis ganas y de no poder triunfar en el amor—, nos contesta como si fuera verdad. —La gitana tenía poderes genetistas, te transformo en zorra—, le digo mientras me río sola, hasta que recibo un duro regaño de Mia. —¡Emily, qué atrevida!, aunque puede que tengas algo de razón—, soltamos la risa en coro, a la vez que los guardaespaldas nos conducen a una limusina, como la que soñé en mis quince años. —Es hermosa—, digo revisando su interior; veo que hay pasabocas y licores. Mia enciende la radio, mientras destapa una botella de champaña. Diciendo emocionada: —Vamos a festejar, que la vida se va a acabar, mejor vamos a celebrar, que Ximena se pudo salvar—, se pone a bailar agachada, pues el techo del auto no le permite erguirse y parece un mono haciendo gracias en el circo. Llegamos al apartamento de Mia, ya un poco ebrias. Incluso creo que Ximena se tomó unos tragos pese a que el médico se lo prohibió. Después de todo aún estaba consumiendo medicamentos y estaba delicada, pero el entusiasmo de la celebración la contagió llevándola a pecar contra su salud. Terminamos durmiendo abrasadas en la misma cama. Al otro día me desperté y ellas me estaban viendo con sonrisas maliciosas. —¿Qué sucede? —investigue confusa. —Estabas hablando dormida, le pedías un beso a alguien—, era verdad, me estaba soñando con el hombre que vi en la floristería; como siempre, Mia, aprovecha para burlárseme: —¡Huy, la beba se enamoró al fin! ¿Quién será el afortunado o la víctima? —Encima adorna su frase con risas de burla. —Es algo que nunca me había pasado, lo vi y me enamoré de él, fue amor a primera vista, sé que lo volveré a ver y esta vez no me congelaré, juro que haré lo que sea para llamar su atención, incluso seré más coqueta que la propia Mia—, les contesto y me concentro a pensar en ese hombre sin escuchar las burlas de mi hermana, solo hasta que nos dijo: —Muñecas, me tengo que ir, mi esposo va a llegar y sé que le gustaría encontrarme en su casa. —En cambio, yo tengo que ir a hacer unos negocios, fue muy divertido estar con ustedes, nunca me había divertido tanto con ropa—; también se despide Mia. —Pues yo tengo que ir a ver a una amiga de la universidad para que me preste los apuntes—; les hablo para no desentonar de compromisos. Mia se va por su lado, yo acompaño a su nueva casa a mi hermana y la dejo que parece un zombi para entrar a su palacio, y sus gorilas me llevan a donde mi amiga, quien vive en un edificio donde hay una cafetería, y precisamente en ese lugar vuelvo a ver al hombre de mis sueños. —Emily, sé fuerte—, me insisto a mí misma, respirando profundo. Siento un dolor en mi pecho que trata de frenarme como una brisa marina, pero peleo contra ella, le coloco mi mentón lanzándome como si saltara de un avión con paracaídas, lo veo y le digo lo primero que se me ocurre: —Hola, se te cayó el papelito. —¿Cuál papelito? —me contesta intrigado. —En el que venías envuelto, bombón—, le completo el piropo sonriéndole, mirándole los bellos ojos, mientras noto que se sonroja dejando escapar una sonrisa. —Señorita, eres muy ocurrente—, me responde y puedo contemplar esa bella sonrisa. —Contigo se me ocurrirían muchas cosas, sería cuestión de conocernos mejor—, le digo tratando de empinarme, peinándome el cabello con la mano, para que se fije que me lo cuido muy bien. —Hermoso cabello, señorita; aunque me disculpo no poder quedar a hablar con usted, es que tengo muchas cosas que hacer—, articula queriendo seguir de largo y yo le cierro el paso simulando un paso torpe. —Podríamos hablar otro día, intercambiemos números, a ver qué pasa—, le propongo enredándome un mechón, sonriéndole coqueta, al menos eso creo. —Lo siento, señorita, es que de verdad voy de afán, de pronto otro día, hasta luego—, y se marcha como un matador, me esquiva cuando trato de cerrarlo de nuevo, y casi puedo escuchar que el público grita ¡ole!
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