Mia
—Es tu culpa, tú la llevaste a esto, casi muere, es por llevar esa doble vida, que digo triple, ni siquiera usted mismo puede saber quién es realmente; si a mi amiga le pasa algo, juro que utilizaré hasta el último peso de mi fortuna para acabar contigo, ¿me escuchas Ángelo?
—Mia, tienes toda la razón, yo tengo la culpa; sin quererlo la metí en mi oscuro mundo y no la pude proteger. Te garantizo que si le pasa algo, no tendrás que mover cielo y tierra para acabar conmigo; yo mismo lo haré. Asimismo te confieso que no tengo vida sin ella; llevo aquí estos días, esperando a que se despierte; le hablo día y noche.
—Aunque ella también tiene sus propios enemigos como el asqueroso tío que se quiere quedar con su empresa. Discúlpame, Ángelo, de todas maneras, ya lo todo está hecho, por favor, intenta dormir, come algo, báñate. Un mendigo luce mejor que tú. Será mejor que cuando Ximena despierta te vea como su apuesto galán; ve, por favor, aféitate, pareces del tiempo de Cristo.
—No, Mia, no puedo, temo irme, que cuando vuelva ella despierte y no me encuentre, o peor que duerma para siempre al no escuchar mi voz que la guía.
—Vete, Ángelo, no tardarás tanto, mientras yo aquí la acompañaré, hablando como una cotorra, lo que mejor sé hacer, vete, acicálate, come algo, recarga energías, que tal que se levante cachonda y tú no le puedas hacer la terapia.
—Está bien, puede que tengas razón, estoy hecho un andrajo, mira, tengo los zapatos embarrados, mejor si voy a cambiarme y ya vuelvo.
—Qué raro ese barro rojo que tienes en los pies.
—debe ser pintura mineral que se le está aplicando a unos nuevos edificios que estoy haciendo en el centro.
—Escuche que le compraste las casas que antinarcóticos expropió por expender drogas, que las demoliste para hacer un centro comercial con oficinas y apartamentos.
—Mi querida Mía, ya casi lo inauguró; deberías de pasar por la constructora y comprar lo que queda, es un buen negocio; diles que vas de parte mía, eres Mía y vas de parte mía, pero no eres Mía, eres de nadie.
—Es cierto, no soy de todos, ni de nadie; solo soy mía y de algunos a veces.
—Chao, ahora vuelvo, Mía.
—Hasta luego indigente, no tengo monedas, si no las darías todas.
Ángelo se marchó mostrándole el dedo índice arriba; cuando lo perdió de vista, le habló a la inconsciente Ximena:
—De todas maneras, es el mendigo más guapo que he visto, no dudaría en mantenerlo, mira Ximena, mi teléfono está timbrando, se estaba demorando, debe ser uno de mis pretendientes, ahí no es tu hermanita, Emily, la bonita; voy a contestarle, "diga".
—Hola Mia, Como estás, oye, sabes algo de Ximena, la he llamado y no contesta, no sé nada de ella, estoy muy preocupada.
—Emily, tranquila, ella está bien, está fuera del país en un viaje de negocios—, el llanto no la dejó seguir hablando.
—Dime la verdad, si lo haces por protegerme, yo te seguro que me dará un ataque peor al enterarme por otros. Por favor, Mia, dime ¿realmente lo que sucedió?
—Pues trataron de matarla, le cortaron los frenos a su auto, ahora está en una especie de coma, no responde, si quieres ver, aunque por favor no vengas sola, toma precauciones de seguridad, puede que tu tío, el cerdo, esté detrás de este crimen. Ya te envío la ubicación, por favor cálmate, ella está bien, está estable.
—Ya voy para allá—, colgó la preocupada hermana.
—tranquila, Ximena, ya viene tu hermanita biológica, porque yo soy tu hermanita del alma, te amo mucho y casi me dejas sola, te aseguro que no podría vivir sin ti—. Mia se ahogó en llanto, golpeando la pared del cuarto, desgonzándose al piso, mirando a su amiga dormida, deseando aunque fuera una burla…
Emily no tardó en llegar. Su amigo policía la acompañaba, un tipo alto, musculoso, moreno, con dientes blancos y facciones finas. El uniforme le sumaba encanto, aunque por primera vez en mucho tiempo Mía ni lo vio, a pesar de que Emily se lo presentó como amigo: —A mucho gusto soy el sargento Vergara para servirte en lo que quieras—; se presentó con voz de mando, la que nunca le fallaba para derretir jovencitas.
—que bien, Emily me alegra que vinieras, por favor háblale unos momentos, trataré de calmarme tomando algo de aire.
Mia salió a la calle, por la autopista transitaban lujosos autos donde le pitaban como piropos. Ella en otros días hubiera sonreído y hasta de pronto se hubiera ido a tomar un café con algún osado y apuesto conductor de un buen carro. Pero esta vez no se fijó, solo se sentó en un muro separador del antejardín y lloró desconsolada, sin darle vergüenza. La gente que la veía a su alrededor se secretaba, más o menos esto: —Pobre niña, de seguro se le ha muerto alguien.
En la habitación, Emily acariciaba a su hermana con el revés de la mano. Le cantaba las canciones de cuna que algún día en el orfanato Ximena le cantó, a la vez que no aguantaba las largas que la desentonaban, al menos ella tenía a ese policía que la abrasaba para consolarla. Solo una llamada los interrumpió. Él salió para atenderla, pues era su jefe y tenía que contestarle donde fuera, protocolo de seguridad, mientras ella se quedó abrazando a su hermana mayor, bañándola con sus lágrimas de amor.
—Emily es de la comandancia—, interrumpió el policía, provocando que la niña se parara asustada creyendo que algún médico la regañaba por recostarse sobre la paciente. —Qué pena, es que me dicen que quién trató de asesinarla fue el congresista que hace poco se desmovilizó. Aunque al parecer lo dieron de baja al momento de la captura, pues también lo buscaban por aceptar sobornos.
—Es algo que no me alegra, pero sí me da un fresco, aunque eso no me ayudará para que mi hermanita despierte, por favor, quiero que despierte, la necesito mucho—; Emily lloraba sin parar en los brazos del oficial.
De nuevo subió Mia, no sin antes pasar al baño a arreglarse su maquillaje corrido. Tratando como los payasos de dibujarse una sonrisa que le escondiera la tristeza, necesitaba brindarle esperanza a Emily y no llorar con ella. Al final, al verla ahí parada llorando como una bebé abrasada al policía, las lágrimas se le escaparon y también corrió a abrasarla.
El corazón de Emily empezó a fallarle por exceso de emociones fuertes; fue necesario que unos paramédicos la llevaran a observación, donde les tocó darle calmantes para que dejara de llorar, aunque incluso dormida botaba lagrimitas.
Ángelo llegó transformado, corriendo con un hermoso ramo de rosas rojas, y el único saludo que dio fue: —¿Ya despertó mi esposita?
Mia, con solo girar la cabeza, limpiándose las lágrimas, le dio la respuesta. En seguida Ángelo arrojó las rosas, y se arrodilló a llorar en la cama. Terminado de mojarla, le sollozaba:
—Perdóname, mi amada Ximena, por todo lo malo que te hice, fui un estúpido; cada segundo me arrepiento de lo malo que te hice. Te prometo que nos casaremos de nuevo; esta vez será una boda de ensueño; trataré de dejar los malos negocios, solo quiero que los dos seamos felices como una familia.
De pronto, unos dedos le acariciaban el cabello suavemente a Ángelo y una dulce voz, que le pareció como un coro de ángeles, le complementó sus palabras: —Tendremos diez hijos, tres propios y siete adoptados, cinco perros y seis gatos—, era Ximena quien despertaba de su coma, con la cara aún adormilada.
—¡Ximena mi amor, retomarse el conocimiento!, —grito emocionado Ángelo, mientras la abrasaba y besaba.
—¡Amiga, despertaste, sabía que lo lograrías!—, también gritó Mia, mientras corría a abrazarla por los espacios que dejaba Ángelo.
—Ay, pasito, no me quieran tanto, estoy delicada, me duele todo, siento como si un auto me hubiese chocado—, bromeó para que se apartaran, mirando fijamente a Ángelo, —pero creo que estoy en el cielo porque estoy viendo angelitos.
Duraron abrasados varios minutos, hasta que los besos de Ángelo y Ximena, incomodaron a Mia, quien fingió tos para salir de la habitación. Los besos se fueron convirtiendo en celebración hasta que la ropa de Ángelo se aflojó. La junta médica entró viendo ese espectáculo; aunque se notaba que el macho estaba siendo cuidadoso, los doctores no supieron si regañarlo o ¿qué hacer?, pues este señor también era un accionista de la junta. El doctor más anciano dijo: —Aunque sea, pues es buena la noticia que ya despertó y están celebrando; tranquilo,, siga don Ángelo, volveremos más tarde.
Los días marcharon entre exámenes médicos y amorosos hasta que llegó el día en que Ángelo recibió una llamada que lo inquietó mucho.
—Bebe, tengo que ir a un viaje de negocios; prometo que volveré pronto. Lo juro, espérame aquí, no me demoraré—; Ángelo le informó llenándola de besos. Se marchó guiado por la llamada de José Luis; él reportó que habían encontrado el paradero de unas armas que se habían perdido hace tres años en la frontera. Esto le caía como anillo al dedo, ahora que estaba decidido a exterminar a Max. Al igual que este, se olvidaría que fueron como hermanos, que crecieron juntos; eso no importaba porque este se metió con lo que más le importaba, su adorada Ximena. Antes de irse pasó por la floristería y contrató un ramo de las mejores rosas rojas todos los días que durara hospitalizada, y decidió devolverse a llevarle el de hoy, sin percatarse de la bella joven que lo observaba embelesada. Era Emily, quien sentía que se había enamorado perdidamente de él sin saber que eran cuñados. Ella intentó calmar a su corazón para no tener que volver a hospitalizarse. Respiró profundo, lo siguió durante un momento, pero lo perdió en la multitud, giró por doquier y se estrelló contra el pecho de su oficial protector, quien le dijo bromeando: —Está detenida, jovencita. Emily
Mientras tanto, Ángelo entró en esa habitación donde pasó tantos momentos amargos mirando a su amada, como si Mia fuera transparente. A Ximena le pasaba igual; al verlo, su mejor amiga desaparecía, y de nuevo una lluvia de besos los inundó. Llevando la vida de sentimientos hermosos, casi no es posible que se les despegaran los labios, de no ser porque Luis no dejaba de marcarle al celular, de no ser por eso no hubiera salido de ese cielo. Se retiró sin despegar sus ojos de su amada, que incluso sin querer chocó con Emily que entraba. Una disculpa automática le salió, que le hizo acelerar el ritmo, mientras Emily exclamaba: —Entonces ese doctor tan bueno fue el que hizo que mi hermanita se despertara, está como quiere—. Ella se mordió los labios y corrió a abrazar a su hermana. —Ximena, qué alegría. Mia, me contó hasta hoy que te despertaste; la verdad, sospecho que fue cosa de mi cardiólogo, pero tengo que calmarme. Hermanita, lloré mucho, al verte quieta en esta cama; prométeme que nunca me dejarás solita, y lloro intensamente, vaciando los pozos oculares hasta que las lágrimas se quedaron en solo abrazos y besos.