ÁNGELO
—Algún día serás mío, —suspiró Emily, mientras Ángelo siguió de largo olvidándola, pues tenía su mente centrada solo en su amada Ximena. El corazón le latía ansioso para poder verla.
—Ximena, amor, ya voy, te quiero ver pronto, quiero ver tu linda cara—, en eso era lo que pensaba Ángelo de camino a su casa. Al fin vio abrir las grandes puertas de su mansión que le parecían como si fueran las del cielo mismo. Se sintió en otra realidad, una de telenovela; se vio a sí mismo corriendo entre campos de flores a encontrarse con su amada, quien también corría a abrasarlo, e incluso escuchaba una música romántica de fondo.
—Hola, amor, al fin llegas, te esperé mucho, me senté en la sala a observar el reloj de piso y era como si el segundero diera dos pasos atrás y uno adelante, gracias al cielo que llegaste—, dice Ximena abrasándolo y buscándole la boca para besarlo.
—Por primera vez en mucho tiempo siento este calor en el pecho que se mezcla con cosquillas y me esboza una sonrisa, creo que es lo que llaman felicidad—, susurra Ángelo besándola con mucha pasión.
—Qué afortunada soy, amor mío, de poder estar de nuevo junto a ti; por un segundo pensé que ese asesino me había disparado y nunca más te vería de nuevo en la tierra de los vivos—, Ximena lloró recostada en el pecho de su amado.
—Lo que sucedió fue que los escoltas alcanzaron a neutralizar al asesino. Aunque ese asesino alcanzó a disparar, incluso rompió la bolsa de aire de seguridad del auto, solo eso fue lo que los salvó que no los despidiera. Además de su rápida acción de sacarte del carro y darte primeros auxilios mientras llegaba la ambulancia, lo que es imperdonable es que te dejaran sola—; Ángelo comenta, acariciándole el cabello, peinándoselo con la palma de las manos.
—Amor, no los juzgues, todo fue producto de mi imprudencia, me creí una cero siete y fui detrás de ese asesino profesional sin avisarles. Tampoco deje que me acompañaran adentro del hospital. Es que me siento mal acompañada de esos gorilas, me da miedo, es como si me asfixiaran. Tampoco me gusta quedarme encerrada en la casa, me siento como canario, excepto cuando me encierro contigo y eso sí, me encanta—. Ximena le da vueltas a la lengua de la corbata haciéndola rollitos y lo mira de arriba abajo planeando la forma de desvestirlo…
—Amor, eso me recuerda que esta noche te tengo una sorpresa—; Ángelo le informa cogiéndole las manos y besándoselas.
—¿Qué será? —la pregunta es corta porque su imaginación vuela.
—estamos invitados a una fiesta de caridad—. Él se queda en pausa, esperando una reacción de emoción de Ximena; en cambio ella solo dice: —Qué bueno.
—Solo, qué bueno, juzgué que te alegrarías; vi cómo te gusta ayudar a los necesitados.
—Si Ángelo me encanta, solo que lo más me gustaría sería pasar unos días contigo, encerrados en el cuarto, que solo tengamos que separarnos para ir al baño, —contesta mordiéndose el dedo índice y dándose la vuelta como si tapara la vergüenza de haber dejado salir su verdadero deseo.
—Eso estaría mejor, aunque ya tendremos tiempo para eso; mientras venía en el viaje se me ocurrió ir a una isla paradisíaca unos meses donde nos olvidemos de todo lo que no sea nosotros dos. Con respecto a la fiesta, ya estamos comprometidos, mi amada Ximena.
—Pero es por la noche, ¿cierto?, —le dice pegándole las nalgas a la pelvis y girando un poco la cabeza, tratando de besarle la boca.
—Sí, desde luego, hasta en la noche, aún tenemos tiempo de arreglarnos bien bonitos—, el buen Ángelo contestó sin ninguna malicia.
—Pues, mi amor, aprovechemos y démonos una pre-celebración que volvemos a estar reunidos en esta casa, sanos y salvos—, Ximena articula mientras lo jala de la corbata como si fuera su mascota o un ternero al matadero.
Estuvieron expresando su amor mediante la unión de sus cuerpos, explorando distintos métodos, posiciones y técnicas, empañando los vidrios de esa habitación, llenando el aire con una niebla de amor que parecía danzar al ritmo de una melodía de gemidos y el chillido de esa desajustada cama.
El sueño les ganó debido a que el cansancio los invadió; de no ser porque el teléfono de Ángelo sonó, era la organizadora quien le recordaba la invitación y le rogaba que por favor no faltaran.
—Ángelo, amor, no puedo ir, no tengo nada que colocarme, mejor quedemos abrazados.
—tranquila, Ximena, mi amor; te mandé a traer unos vestidos; por supuesto que la oferta está muy tentadora, aunque mejor te propongo que vamos un rato, hacemos acto de presencia y luego venimos a seguir con nuestra pre luna de miel.
—Ángelo, técnicamente esta sería una post luna de miel, ya que al señorito no se le dio la gana de cumplir con sus obligaciones la noche de boda.
—Amor, ya te dije que eso no cuenta, nos volveremos a casar y tendremos una luna de miel soñada; podemos ir al páramo de Suma paz, el páramo más grande del mundo.
—No, pues qué gracia ir a un páramo de luna de miel; yo prefiero ir a París, claro que el lugar es lo de menos, total, no concibo que salgamos de la habitación.
Cuando estuvieron vestidos, se dirigieron a la sala, donde estaba una rubia de espalda con varios vestidos colgados en un armario portátil. Al sentir que ellos entraban al recinto, giró saludando: —Hola, qué hizo, casi me marcho, consideré que no saldrían de ese cuarto, no los culpo, no hay nada más rico que estar de cucurucho con la persona que uno ama.
—Te me haces conocida, ¿eres la diseñadora de modas, Margué Rincón, la que viste reinas y actrices? —Balbuceó Ximena, un poco mareada por lo sucedido, e incrédula por tener esa eminencia de las pasarelas en su sala, quien le empezó a probar vestidos y todos se le veían perfectos.
—¡Ángelo, increíble, todos estos hermosos trajes me quedan al cuerpo!—; Ximena exclama mientras gira modelándole, queriendo despertarle el deseo para que se olvide de ir a la dichosa fiesta y se concentre solo en ella.
—Sencillamente, amor, le envié uno de tus trajes a Margue para que te hiciera estos vestidos de diseños exclusivos, no me gusta dejar nada a la improvisación—, contestó Ángelo, admirando cómo le quedaban perfectos los vestidos.
—Mami, vas a ver cómo te dejaré, te traje mis mejores vestidos. Te cuento que soy una experta en maquillaje; también te traje joyas y accesorios; quedarás bomba, regia. Naturalmente, que no tengo que hacer mucho, eres divina y tu galán, ve a arreglarte, déjanos hacer aquí nuestra magia, fuchi hermoso—, mientras Margue hablaba haciendo ademanes, Ximena vio cómo se le brotaba una pepa en la garganta, la manzana de Adán, algo que no se pudo operar.
El resultado se dio unos minutos después. Ambos parecían los príncipes de cuentos de hadas.
—Te ves re papacito—, exclamó Ximena, al verlo salir con su esmoquin n***o y guantes blancos, quien sonriendo le devolvió el cumplido. —Tú te ves divina, como siempre—, se tomaron de la mano bailando un vals imaginario.
Mientras Margue viéndolos sacó su filosofía: —Ustedes son hermosos. Desde luego, que con el arreglo se ven mejor; la ropa adorna su belleza o, al revés, que sería de un vestido hermoso guardado por siempre o de una linda mujer con harapos. Como la cenicienta, esa pobre chica que, de no haber sido por el hada madrina o el árbol mágico quienes la vistieron de princesa, hubiera sido imposible que el príncipe se enamorara al verla vestida como niño y llena de hollín, no es que él fuera materialista, lo que pasa es que el gusto entra primero por los ojos. Cuando comes un postre primero lo ves, para luego probarlo; yo soy así, nunca he podido comer cangrejos, dicen que son deliciosos, pero cuando los veo ahí como unas arañas con pinzas me dan ganas de salir corriendo; te juro que no puedo. También me han pasado fiascos con los hombres, un poco diferentes; parecen perfectos vestidos, luego al desnudarse quedan como mentirosos y uno no le puede meter mentiras al cuerpo. Después de tanto fanfarronear de los superdotados, o puede que lo hubieran mencionado por la inteligencia, no lo comprobé. Me hubiera tocado pedirles la fórmula de la relatividad, yo esperando un gran premio, y me salen minusculas.
—¿Qué es lo que dices, Margue? —interroga Ángelo, dejando de besar a Ximena por unos segundos.
—Nada, querido, que a veces me ensimismo en un monólogo y ni siquiera practico la monogamia, mejor váyanse para la fiesta, que ya van como tarde, suerte, mis amores—. Margué se despide besando sus mejillas.
—Amor, mejor nos quedamos aquí, —le insiste Ximena, guiada por las ganas de besarlo toda la noche y un oscuro presentimiento.
—Ximena, si quedaste divina, no me digas que no te gustaría que todos te admiren en la fiesta, que seas la reina de la noche.
—Ángelo, amor, al único que me interesa lucirle es a ti.
—Amor, vamos, yo sí quiero que me envidien por tener la mujer más hermosa del mundo.
—Está bien, sé que me pasará lo mismo, ojalá me pueda aguantar que otras zorras se te queden mirando; haré lo de siempre, te besaré profundo mientras les veo la cara de envidia.
Al llegar a la fiesta opacaron al resto de asistentes; como estrellas brillaron con luz propia, y eso que el plan de Ángelo era pasar desapercibidos por seguridad, para despistar al enemigo.