La oficina

443 Words
pero también sabía que necesitaba encontrar mi propio camino, mi propio sentido de propósito. La oficina de mi padre, con su elegancia austera y su atmósfera imponente, se sentía a veces como una prisión dorada. —Lo entiendo, papá —dije al final, con una mezcla de resignación y determinación—. Haré lo que sea necesario para estar listo. Mi padre asintió, satisfecho con mi respuesta, y retomó la conversación sobre los mercados internacionales. Pero mientras hablaba, mi mente no podía evitar vagar de nuevo. Pensaba en las últimas noches, en las fiestas, en las chicas con las que había salido. Eran distracciones pasajeras, conexiones sin profundidad. La verdad era que ninguna de esas relaciones me importaba realmente. Para mí, las chicas eran como un entretenimiento, algo con lo que ocupar mi tiempo hasta que algo real apareciera, aunque sabía en el fondo que no estaba siendo justo con ellas ni conmigo mismo. Después de lo que parecieron horas, finalmente terminamos la revisión de los reportes. Mi padre me miró con una leve sonrisa, satisfecho con nuestro progreso. —Buen trabajo hoy, Diego. Estoy viendo mejoras. Si sigues así, estarás listo para asumir más responsabilidades pronto. —Gracias, papá —respondí, intentando compartir su entusiasmo, aunque algo en mí seguía sintiendo esa incomodidad persistente. Antes de que pudiera levantarme, mi teléfono vibró en mi bolsillo. Lo saqué y vi un mensaje de Elena. Una sonrisa involuntaria se dibujó en mi rostro al leerlo. *¿Cómo va tu día? ¿Listo para otro round de clases mañana?* Sonreí para mí mismo y le respondí rápidamente. *Todo bien, sobreviviendo. ¿Tú?* Mi padre me observaba con una ceja levantada. —¿Quién es? —preguntó con curiosidad. —Elena —respondí, sin levantar la vista del teléfono—. Solo está revisando cómo me fue. —Esa chica… siempre tan atenta. Me alegra que sigas en contacto con ella, Diego. Es una buena influencia para ti. Asentí, sabiendo que tenía razón. Elena era mi constante, mi roca en un mar de incertidumbre. Aunque era consciente de que la mayoría de la gente pensaba que había algo más entre nosotros, para mí, siempre había sido una hermana. Una hermana a la que protegería de todo, pero que jamás vería de otra manera. Cuando salí de la oficina de mi padre, me sentí algo más ligero. No porque hubiera terminado con las responsabilidades del día, sino porque tenía algo que esperar: volver a ver a Elena, hablar con ella, sentir su presencia calmante. A veces me preguntaba si ella se daba cuenta de cuánto dependía de ella, aunque siempre intentaba mantener esa parte bien oculta.
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