Los Inicios de una Amistad Inquebrantable
Elena
El sonido del despertador retumbó en mi habitación, sacándome abruptamente de un sueño profundo. Me giré perezosamente hacia la mesa de noche, donde el reloj marcaba las siete en punto. Con un suspiro, estiré el brazo y apagué la alarma. Hoy era el primer día de clases en la universidad, y aunque me sentía emocionada, también había un nudo de nervios en mi estómago.
Me levanté y me dirigí al baño, tratando de sacudirme la modorra. El agua fría del lavabo me despertó por completo, y mientras me miraba al espejo, una sonrisa nerviosa se dibujó en mi rostro. Sabía que este año sería diferente, no solo por las clases y los nuevos profesores, sino porque Diego estaría allí conmigo. Siempre habíamos estado juntos en todo, desde el jardín de infancia hasta la secundaria, y ahora la universidad no sería la excepción.
Diego y yo éramos inseparables, como el día y la noche. Él, con su cabello desordenado y su eterna sonrisa traviesa, siempre tenía una broma lista para hacerme reír, incluso en los momentos más tensos. Yo, en cambio, era más reservada, siempre intentando mantener todo bajo control. Pero de alguna manera, nuestras diferencias nos habían unido, creando una amistad que todos envidiaban.
Terminé de vestirme con unos jeans y una camiseta blanca simple, algo cómodo para sobrevivir el primer día. Mientras me ataba los zapatos, escuché el sonido familiar de mi teléfono vibrando sobre la cama. Lo tomé y sonreí al ver el nombre de Diego en la pantalla.
—Buenos días, dormilona —decía su mensaje—. Estoy afuera, listo para empezar nuestra aventura universitaria. ¿Estás lista?
No pude evitar reírme. Diego siempre había sido el madrugador de los dos. Tomé mi mochila y salí corriendo de la habitación, asegurándome de no olvidar nada. Bajé las escaleras a toda prisa, y cuando abrí la puerta principal, ahí estaba él, apoyado despreocupadamente en su viejo automóvil, con una sonrisa que podía iluminar el día más gris.
—¡Hola! —me saludó, levantando una mano en señal de victoria—. ¿Lista para conquistar el mundo?
—Buenos días, Diego —le respondí, mientras cerraba la puerta detrás de mí—. Estoy lista, aunque conquistar el mundo suena un poco exagerado para un primer día de clases, ¿no crees?
—Oh, vamos, Elena. Si no empezamos con ambición, ¿qué sentido tiene? —bromeó, abriendo la puerta del coche para que me subiera—. Además, con nosotros dos juntos, no hay nada que no podamos lograr.
Su optimismo siempre había sido contagioso, y no pude evitar sentirme un poco más tranquila mientras me acomodaba en el asiento del copiloto. El trayecto hasta la universidad fue animado, como siempre. Diego conducía con una mano en el volante, la otra apoyada en la ventanilla abierta, mientras hablaba sin parar sobre lo emocionado que estaba por las clases, los nuevos amigos que haríamos, y las posibilidades que nos esperaban.
—¿Crees que habrá algún profesor tan loco como el señor Ruiz? —pregunté, recordando al excéntrico profesor de literatura que habíamos tenido en el último año de secundaria.
Diego soltó una carcajada.
—Lo dudo, pero si lo hay, seguro que terminará dándonos puntos extra por cada comentario sarcástico que hagamos. —Luego me lanzó una mirada significativa—. Aunque, claro, tú siempre has sido la chica que se sienta en primera fila, tomando notas impecables.
—Y tú el que siempre se las ingenia para copiarse, aunque estemos en la misma fila —le contesté, dándole un suave golpe en el brazo.
—Eso es trabajo en equipo, Elena. Trabajo en equipo —respondió, fingiendo seriedad antes de soltar otra risa.
Llegamos al campus, y el bullicio de los estudiantes llenaba el aire. Los edificios se alzaban imponentes, y el aroma a café recién hecho provenía de la cafetería cercana. Bajé del coche y me quedé mirando a mi alrededor, tratando de absorberlo todo. Era un lugar nuevo, con nuevas oportunidades, pero también nuevos desafíos.
Diego se acercó y puso una mano en mi hombro, como si leyera mis pensamientos.
—Oye, va a estar bien —dijo suavemente—. Tenemos esto bajo control. Siempre lo hemos tenido.
Le sonreí, agradecida por su presencia constante en mi vida.
—Sí, lo sé. —Respiré hondo y exhalé lentamente—. Vamos a hacerlo.
Caminamos juntos hacia nuestro primer edificio de clases, con el sol de la mañana brillando sobre nosotros. En ese momento, con Diego a mi lado, sentí que podía enfrentar cualquier cosa que se me presentara. Después de todo, estábamos en esto juntos, como siempre lo habíamos estado.
Sin embargo, mientras nos mezclábamos con la multitud de estudiantes, una pequeña voz en el fondo de mi mente me susurraba que tal vez, solo tal vez, algo estaba empezando a cambiar entre nosotros. Pero en ese momento, no estaba preparada para explorarlo. Así que lo guardé, como un secreto, y seguí caminando junto a mi mejor amigo.