El secreto de Diego

935 Words
El camino de regreso a casa fue incómodo, como siempre cuando Diego traía a una de sus amantes. La chica en el asiento trasero, con su risa tonta y su mano deslizándose sobre el muslo de Diego, me hacía sentir fuera de lugar. Intenté concentrarme en la música que sonaba en la radio, pero cada vez que los veía de reojo, sus gestos íntimos me recordaban lo diferente que era nuestra relación de la que él tenía con esas mujeres. Llegamos al departamento y Diego apenas me dirigió una mirada antes de desaparecer hacia su habitación con ella, riendo y murmurando cosas que preferí no escuchar. Subí las escaleras rápidamente, queriendo escapar de la incomodidad que sentía al estar cerca de ellos. Me encerré en mi habitación y me dejé caer en la cama, tratando de ahogar los sonidos que llegaban a través de las paredes. Podía escuchar los gemidos, las risas ahogadas, el crujir del colchón en el suelo que él siempre usaba con sus conquistas. Sabía que era su manera de mantener una distancia, de no permitir que ninguna de esas mujeres cruzara el umbral de su verdadera intimidad, pero eso no hacía que los ruidos fueran menos perturbadores. Me giré en la cama, intentando conciliar el sueño, pero fue inútil. Los pensamientos me inundaban, sobre todo la pregunta que me hacía una y otra vez: ¿por qué él me cuidaba tanto y, al mismo tiempo, se comportaba de esa manera con otras mujeres? Finalmente, me quedé dormida, pero no fue un descanso reparador. Mis sueños estaban plagados de imágenes confusas, de escenas entremezcladas de Diego, las mujeres, y yo tratando de encontrar mi lugar en todo aquello. A la mañana siguiente, me desperté con los primeros rayos de sol. Me preparé para el día como siempre, pero con una sensación de pesadez en el pecho. Bajé a la cocina y me puse a preparar el desayuno, más por rutina que por apetito. Minutos después, Diego apareció, como siempre, impecablemente vestido, con una expresión relajada en el rostro. No había rastro de la noche anterior en su comportamiento, como si para él no hubiera sido más que una distracción pasajera. —Buenos días —me saludó, tomando una taza de café que yo ya había preparado. —Buenos días —respondí, mi voz un poco apagada. Se sirvió café y se sentó en la mesa, observándome mientras yo servía los huevos revueltos y el pan tostado. Era una escena familiar, una rutina que habíamos construido juntos, pero esa mañana se sentía diferente. Diego, perceptivo como siempre, notó mi estado de ánimo. —¿Estás bien? —preguntó, levantando una ceja en señal de preocupación. —Sí, estoy bien —mentí, forzando una sonrisa—. Solo un poco cansada. No era del todo mentira. El cansancio de la noche anterior, sumado a la incomodidad de lo que había escuchado, me había dejado agotada. —Si hay algo que te molesta, puedes decírmelo, Elena —insistió, su tono suave pero firme. Lo miré, viendo el mismo rostro que conocía desde hacía años, ese rostro que siempre me había cuidado y protegido. Pero había una parte de él que no comprendía, una parte que se cerraba cuando se trataba de sus asuntos personales, especialmente cuando se trataba de esas mujeres. —No es nada, Diego. De verdad, estoy bien —repetí, intentando sonar convincente. No quería discutir sobre algo que ni siquiera yo entendía del todo. Diego no parecía del todo convencido, pero decidió no presionarme más. Cambió de tema, girando la conversación hacia el trabajo, hacia las responsabilidades que él tenía en la empresa de su padre. Era un tema delicado, sobre todo porque había una parte de su vida que él ocultaba con esmero. —¿Alguna vez le dirás a tu papá sobre los bares? —le pregunté, intentando sonar casual mientras tomaba un sorbo de mi café. Diego se quedó en silencio por un momento, sus ojos oscuros observando el contenido de su taza como si buscara la respuesta allí. Finalmente, levantó la mirada y me sonrió con un toque de ironía. —Claro que no —respondió con un tono que era mitad broma, mitad seriedad—. Mi padre espera que algún día yo sea el CEO de la empresa familiar. No estaría de acuerdo con mis... negocios paralelos. —¿No cree en las segundas opciones? —pregunté, curiosa por su respuesta. —Mi padre cree en una vida ordenada y predecible, donde todo está bajo control. Los bares, las conquistas, todo eso no encaja en su visión de lo que debería ser mi vida. —Hizo una pausa, suspirando—. Pero no me importa. No quiero que él lo sepa. Esto es algo que hago por mí, no por él. Asentí, entendiendo más de lo que él decía. Diego siempre había sido así, buscando su propio camino, aunque eso significara ir en contra de las expectativas de su padre. Pero también sabía que, en el fondo, había una parte de él que todavía quería la aprobación de ese hombre que tanto lo presionaba. —No puedes vivir dos vidas para siempre, Diego —le dije suavemente, sabiendo que mis palabras probablemente no tendrían mucho efecto. Él solo sonrió, una sonrisa que no llegó a sus ojos. —No te preocupes por eso, Elena. Yo sé lo que hago. Quise creerle, quise pensar que él tenía todo bajo control, como siempre parecía tenerlo. Pero en el fondo, algo me decía que las cosas no serían tan simples. No cuando se trataba de Diego y sus secretos.
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