La Mirada que lo Dice Todo.

641 Words
La Mirada que lo Dice Todo Hace más de un mes que entré a la universidad, y aunque los estudios ocupan gran parte de mi tiempo, me sentía emocionada por la invitación a cenar de un compañero. No es que fuera alguien especial, pero después de tantas noches en el bar y la rutina diaria, una salida diferente era más que bienvenida. Me pasé más tiempo del habitual frente al espejo, eligiendo un vestido rojo que resaltaba mi figura. Me maquillé con cuidado, resaltando mis ojos y labios, y me aseguré de que mi cabello cayera en suaves ondas sobre mis hombros. Quería verme bien, sentirme segura de mí misma. Una vez lista, bajé las escaleras del departamento con los tacones resonando en cada paso. Al llegar al final de la escalera, sentí una mirada fija en mí. Levanté la vista y allí estaba Diego, sentado en el sofá, mirándome de una manera que nunca antes había visto. Sus ojos recorrieron mi cuerpo de arriba abajo, y aunque su rostro no mostraba ninguna expresión clara, había algo en su mirada que me hizo estremecer. Parecía sorprendido, casi como si no pudiera creer lo que estaba viendo. Su boca se apretó en una línea delgada, y en ese momento me di cuenta de que algo había cambiado entre nosotros, aunque no sabía exactamente qué. —¿Te vas a algún lado? —preguntó, su tono casual, pero con un filo que no pude ignorar. —Sí —respondí, intentando sonar despreocupada mientras me ajustaba un mechón de cabello detrás de la oreja—. Un compañero me invitó a cenar. Noté cómo sus manos se apretaron sobre los brazos del sofá, aunque su expresión seguía siendo neutral. Había una tensión en el ambiente que no estaba allí antes. —¿Un compañero? —repitió, como si estuviera probando las palabras en su boca—. ¿Quién? —Se llama Andrés —le expliqué—. Es de mi clase de economía. Es solo una cena, Diego. No es gran cosa. —¿Y desde cuándo sales con compañeros de clase? —preguntó, con un tono que ahora sí me sonó a celos. —Desde que tengo derecho a salir con quien quiera —le respondí, un poco a la defensiva. Diego siempre había sido protector, pero esto era nuevo. No sabía si debía tomarlo como un signo de preocupación o como algo más. En ese momento, el timbre sonó, indicando que mi acompañante había llegado. Caminé hacia la puerta y la abrí, encontrándome con Andrés, quien sonrió al verme. —Wow, Elena. Te ves increíble —dijo, con una sonrisa sincera que me hizo sonrojar un poco. —Gracias —respondí, sintiendo la mirada de Diego aún clavada en mi espalda. Antes de salir, me giré para despedirme de Diego, pero su expresión había cambiado. Sus ojos ahora eran fríos, duros, como si estuviera evaluando a Andrés y ya hubiera llegado a una conclusión desfavorable. —No vuelvas tarde —fue lo único que dijo, su tono más autoritario de lo que estaba acostumbrada. Asentí, sin querer alargar la tensión en el ambiente. Tomé la mano de Andrés y salimos del departamento. A medida que la puerta se cerraba detrás de nosotros, no pude evitar sentir una punzada de culpa, aunque no sabía por qué. Diego siempre había sido como un hermano para mí, pero esta vez... su reacción me hizo dudar. Durante la cena, intenté concentrarme en la conversación con Andrés, pero mi mente seguía regresando a la mirada de Diego, a la forma en que me había observado, como si algo dentro de él hubiera cambiado. Y aunque intenté no darle importancia, la sensación no se iba. Algo estaba pasando entre nosotros, algo que ninguno de los dos había planeado, y no estaba segura de estar preparada para enfrentarlo.
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