Había intentado todo, ¿Cuántas veces no habíamos compartido cama Lorena y yo? Si pudiera destacar algo de ella en la intimidad, me atrevería a decir que tenia los mejores movimientos de cadera que jamas me habían hecho, ya eso era decir mucho. Cuando se sentaba sobre mi, cuando ella tomaba el mando, era como si con cada movimiento succionara todo de mi. Su cuerpo bronceado y sus pechos perfectamente hechos me esperaban desde hace rato sobre la cama, mordía su dedo índice en señal de desesperación mientras su cuerpo posaba acostado de lado en mi espacio de la cama, incitándome a acompañarla.
Era una vergüenza lo que me colgaba entre las piernas.
Pero mi amigo nada de levantarse. Habíamos llegado a mi casa entre besos picantes y tocando cada una de nuestras partes intimas. Sentía deseo s****l hacia ella, como siempre. Los jueves, o casi la mayoría de ellos, eran de Lorena, consagrados a ella. Y justo hoy, había una desconexión entre mi mente y mi cuerpo, pues mi cuerpo no reaccionaba a mis deseos y eso no estaba bien.
- ¿Podrías tocarte un poco?- era vergonzoso, pero estaba tan arrugado como una pasa, reducido a un tamaño tan mínimo que yo nunca antes lo había visto así. Jamas en mi vida había tenido que usar ninguna pastilla o infusión para tener una erección, ni siquiera cuando sabia que tenia un trio o incluso sumándole varios números mas. Mi pene funcionaba de una manera grandiosa, reaccionaba a sus instintos de caza, de seducción. Era algo imparable que mientras mi mente estuviera dispuesta, el siempre obedecía. Debía de decir que me sentía orgulloso de él.
¡Pero hoy no!
Lorena comenzó a tocarse y yo me acerqué a ella, tocando sus pechos y mirándola mientras se masturbaba de forma muy coqueta, pero no pasaba nada.
¡Nada!
- Detente. Creo que no me siento bien. – Tomé una almohada y tapé mi vergonzosa cosa penosa. Ella la retiró y lo tocó con sus dos manos, aunque fácilmente le podía caber en dos dedos.
- Voy a meterla en mi boca, puede que cuando la note caliente y húmeda, reaccione y empiece a crecer. ¿Te parece?- ella no se daba por vencida. Los jueves eran de ella.
No era una mala idea, me recosté a la cama y cerré los ojos, por si me encontraba muy tenso. Sentí su lengua húmeda lamerme. Luego estaba dentro de su boca, quería sentir placer, juro que si, pero no había nada. Aquello no reaccionaba.
Ella siguió intentando y al cabo de unos minutos, desistió.
- Lo siento. – no tenia cara para mirarla. Todo iba bien conmigo, no tenia ninguna preocupación, no tenia nada importante que hacer, ninguna cosa pendiente. ¿Cuándo fue la ultima vez que lo hice?
- Creo que no te sientes bien. – Lorena tomó su ropa y comenzó a vestirse. – No te molestes en llevarme, llamaré a un taxi.-podía notar la decepción en su voz.
- Gracias. Quizás tenga algo de fiebre, seguro que se debe a eso. -¡y una mierda! ¡mentira! Yo estaba tan frio como un hielo, no tenia fiebre y me sentía perfectamente bien, furioso por no haber complacido ni aunque sea un poco a Lorena. ¿Qué pasaría ahora con mi reputación? ¿Ella diría algo?
Ahora si me sentía estresado.
Mis amantes no podían irse sin ser complacidas, ¿eso en que me convertía? Dañaba mi nombre, mi reputación.
Tapé mi rostro cuando ella salió.
Mi ultima vez había sido en el ascensor, solo hace dos días, pero aquella vez tampoco había pasado nada, pero había tenido una erección desde que escuché la voz de Lilly y Lorena no era menos que ella.
Pero mi pene se había reducido aquel día a una partícula muy minúscula cuando Isabella Sass lo había visto con aquellos ojos.
Mi imponente y vigoroso pene, había cedido ante la mirada de desprecio de mi nueva secretaria.
Pero seguro que eso no tenia nada que ver.
Apagué la luz y me quedé en la cama, para intentar dormirme, apenas serían las once, pero el viernes tenia mucho trabajo y seguía sin tener ningún avance con aquella seca mujer.
Cerré mis ojos dejando que la suavidad de la almohada debajo de mi cabeza fuera haciendo lo suyo.
¡Viernes!
- Buenos días, señor presidente.
- No tienen nada de buenos, Isabella.- aquella mañana había intentado tocarme y no funcionaba, ya me estaba preocupando. – Cancela todo lo que tenga para hoy.
- Pero señor…
- ¡Cancela!- entré a mi oficina y la dejé a ella de pie junto a la puerta sin comprender nada. Yo tampoco comprendía.
Me quedé mirándola, observándola todo el tiempo, para saber que había mal con aquella mujer y si era la causante de que yo no tuviera ninguna erección. Quizás esa forma en la que lo miró que me dejó tan perturbado, a lo mejor, pero eso seria muy absurdo.
Ella no era la gran cosa, no me atraía, era una mujer por lo que si, tenia cierto atractivo para mi, pero nada fuera de lo normal. Si tuviera que elegir con quien acostarme de la oficina, y lo hacia, ella no entraría ni siquiera entre las primeras cincuenta. Me seguía pareciendo muy sosa y mojigata en todo su regla. Era poco…atractiva.
Salí de la oficina.
Ya no lo soportaba.
- Sígueme. – le ordené. En los pocos días que tenía conmigo y ya le tocaba ver mi carácter, era su culpa. Me siguió hasta el ascensor sin rechistar. Ni siquiera preguntó a donde íbamos.
Esta vez no quería conducir, quería resolver la situación cuanto antes, sobre todo porque mas que nervioso, me tenia asustado.
- Señor, ¿A dónde vamos?- preguntó Carlos, el chofer. Estábamos dentro de la “discreta” limusina que yo “casi” no solía usar.
- Cinthia, vamos a casa de ella. – ya le había enviado un mensaje de texto. Usaba tan poco la limusina, que Carlos ya sabia casi todas las direcciones de mis amantes. Isabella estaba sentada en silencio junto a mi, mirando siempre hacia al frente, con su bolso y su ordenador sobre sus piernas. Llegamos a casa de Cinthia y Carlos bajó a recibirla.
- ¡Basil! Como siempre de improvisto. -Si Cinthia no lograba hacer nada, mi siguiente parada seria un hospital, porque si definitivamente aquellos hermosos pechos naturales y caderas anchas no lograban hacer nada, era que algo andaba mal. Llevaba una hermosa falda tachona bastante corta, como mi gusto y un top de color gris con rayas azules. Su hermoso pelo rizo y piel morena, acompañado con aquella hermosa sonrisa juguetona, hicieron que mi corazón diera un salto. Se abalanzó sobre mi sin prestar atención a que había alguien mas dentro. - ¿Qué te trae por aquí?- preguntó, después de habernos besado. Me daba igual la maldita apuesta, esto era algo mucho más importante , de fuerza mayor. Si esto no funcionaba, si mi pene no funcionaba, tampoco es que pudiera haber una apuesta.
- Te extrañé, no pude evitar salir del trabajo para verte. Espero que mi visita no te moleste.
- Tu visita siempre es bien recibida. – sus manos comenzaron a quitar mi corbata y a dar besos en mi cuello, observé a Isabella y esta seguía allí, silencio, sin moverse. Los besos de Cinthia eran cálidos, intenté concentrarme en ella, pero eso no funcionaba, la besé con mucha intensidad, pero aun no había reacción en mi entrepierna. Cerré mis ojos mientras ella me tocaba.
¿Qué me pasaba?
Isabella, ¿Por qué?
Cuando pensé en ella, sentí un cosquilleo, pero no en mi estómago, no un salto de mi corazón, sino una reacción de mi pene.
¡Isabella!
Seguí pensado en ella y comencé a tocar a Cinthia. ¡Lo tenia! Allí estaba , estaba de vuelta. Su mano se escabulló en mi pantalón e intentó sacarlo, pero yo la detuve.
- Tenemos compañía, Cinthia. Ella es mi secretaria, Isabella. – Cinthia se dio la vuelta un segundo para mirarla, como si no la hubiera notado, se quedó observándola y después volvió a ignorarla, ninguna de las dos se dijo ni una sola palabra.
- Vamos a mi casa, Basil, me urge. Por favor.
- Isabella, ¿tienes algún inconveniente? ¿Puedes esperarme una media hora?- le pregunté, haciéndale creer que aquello dependía de ella.
- Que sea una hora, hace mucho que no venias.
- El tiempo que usted desee, señor presidente. – terminó diciendo con una suave sonrisa en sus labios. Cinthia abrió la puerta y tiró de mi hacia fuera. Miré con rostro serio a Isabella antes de salir y ella seguía con la sonrisa en el rostro. Me observó antes de poner su mirada al frente.
¡Maldita mujer mas rara!
Pero eso ahora mismo no tenía importancia, Cinthia me estaba guiando hacia su habitación y mi pene ya funcionaba.
Comenzó a desnudarse y yo hice lo mismo, se subió a la cama de rodillas y señaló mi entrepierna.
¡Demonios! Otra vez estaba floja.
¡Isabella, Isabella, Isabella, Isabella!
Pero pensar en su nombre ya no funcionaba y su apariencia física no era tan sexi como para provocarme una erección. No entendía porqué sentía que era ella la que estaba influyendo, como un mal augurio.
Las manos de Cinthia me llevaron a la cama, imaginé que esas eran las manos de Isabella, aunque eran un poco mas pequeñas y delgadas que las de Cinthia; cuando volvió a besarme, pensé en que eran sus labios. Sentí como cobraba fuerza y ya estaba otra vez, de vuelta al trabajo.
Todo iba bien, hasta que me sentí culpable por usar su imagen en mi mente para estar con otra mujer.
Pero mi erección ya estaba allí, lo mínimo que podía hacer era darle uso y luego sentirme culpable.
Prioridades.