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El juego perverso del CEO: Libro I

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Cuando Basil Dimou, empedernido seductor, se encuentra con la secretaria de su amigo y ve que esta es algo inmune a sus encantos, su ego lastimado y su hombría puesta en juego, decide realizar una riesgosa apuesta donde tiene que seducir y acostarse con aquella callada y seria secretaria antes de transcurrido los 4 meses, para eso la convierte en su secretaria. Solo que sus intentos siempre terminan en fracaso y el joven CEO comienza a desesperarse mientras ella se centra en el joven Alex, hermano de Basil.

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Prólogo
Basil Dimou, podría decir que lo tenía todo. A sus treinta años ya era un hombre exitoso con un futuro prometedor y una enorme empresa que dirigir. Adoraba las conquistas y las conquistas lo adoraban a él, era un hombre apasionado, que en la cama se entregaba por completo sin necesidad de amar. Su cuerpo pertenecía al deseo y al placer y eso era conocimiento de muchos o más bien muchas. Enamorarse para él no era una opción. Tenía un aspecto muy apetecible para las mujeres, todas babeaban en la oficina por el. Sin embargo, había una chica que no lo hacía. Isabella Sass traía a Basil algo inquieto, el solo sabía de ella que era una joven muy callada y reservada, secretaria recientemente de su compañero de trabajo y compinche de vida, Arnold Blaine. No le parecía atractiva ni nada por el estilo, pero le inquietaba que ella no le prestara atención. Aquella mañana fue a visitar a su amigo, la oficina quedaba bastante lejos de la de él y eso lo fastidió un poco, sobre todo por la jaqueca que tenía de la resaca de la noche anterior. El lunes le parecía el peor de los días, ya que sus domingos eran sagrados para irse a divertir. — Buenos días, señor presidente. — se puso de pie Isabella al verlo llegar. — Señor Dimou. — corrigió el. — Discúlpeme, señor Dimou. ¿Desea ver al señor Blaine? — Si. — miró a la joven detrás del escritorio, su aspecto era algo soso y aquella tranquilidad le molestaba. — Ahora está en una llamada, pero puede pasar si desea. — Esperaré aquí a que él termine. — miró a su amigo al teléfono y se quedó pensando, tal vez aquella era una oportunidad para provocar una reacción en ella. — Puedes sentarte… Isabella. — dijo, leyendo el nombre puesto en su escritorio. Ella tomó asiento y él se quedó de pie. — No puedo sentarme mientras usted permanece allí de pie. — dijo ella, volviéndose a parar. — ¿Por qué no? ¿Te inquieto? — lamió con delicadeza su labio inferior, intentando provocar aunque sea algo de nervios en ella. Colocó las manos en el escritorio y se inclinó hacia ella, mirándola a los ojos. — No, señor Dimou. — respondió con seriedad, retrocediendo unos pasos. — Mi educación no me permite estar sentada mientras usted permanece de pie. “¡Carajo! Pensé que la tenía.” Pero no fue así. El rostro de Isabella permanecía imperturbable ante la presencia y cercanía de Basil. Aquello lo molestó aún más, haciendo que su jaqueca aumentara. Frunció el ceño intentando descifrar aquella expresión. No estaba fingiendo, realmente no la inquietaba, era todo lo contrario. Él era el que estaba inquieto. Arnold terminó de hablar y salió a terminar con la vergüenza de su amigo. — Buenos días, Basil. — dijo al abrir la puerta. — Pasa. — ¿Es lesbiana? — entró y tomó asiento. Su amigo no pudo romper en risas al escuchar aquello. Solo con mirar la cara de Basil le bastaba para ser feliz unos cuantos días. Sacó su móvil y capturó aquel hermoso momento donde su amigo era extrañamente rechazado. Aunque nunca hubo ninguna propuesta. — No creo que sea lesbiana. Aunque me lo estoy pensando. Sinceramente siento alivio, pensé que yo no era su tipo, pero ahora que tampoco te hizo caso a ti, creo que ya no me siento mal. — Hay algo mal con esa mujer. ¿Que sabes de ella? — No tanto como quisiera, lleva conmigo cuatro meses. — ¿De donde es? — Creo que tiene una mezcla de alemana y español, o algo escuché. Isabela Sass. Es hermosa. — No tanto, su busto es algo pequeño y su nariz no va con su cara, aquellos ojos son muy comunes, no me pareció que tuviera buenas piernas, aunque con esas caderas se podría hacer algo. Su boca es… aún no la he visto bien. Aquella ropa que usa es decente pero muy anticuada. Debería de vestir más acorde a su edad, enseñar más carne. ¿No crees que es algo delgada? — Para decir que es fea, has hecho un buen estudio de ella. Es hermosa, solo que estas enojado por el rechazo. Mira su cabello, aquellos reflejos rojizos en su pelo n***o le dan un toque de personalidad a su rostro angelical, su mano es muy suave y camina con mucha elegancia. Suele hablar con mucha delicadeza y siempre de forma muy correcta. Hace un trabajo excelente y nunca se queja, es muy educada y paciente. Casi no sonríe, pero la he visto hacerlo y no me cabe duda de lo hermosa que es. — Parece algo joven. — Tiene veintitrés años. — Mojigata. — No lo se, hace unas semanas la vi irse con un tipo de una moto que la recogía en la salida. — Interesante, le gustan los chicos con moto. — Podría ser su novio. — Aún más interesante. Eso solo me dice que debajo de esa expresión tan seria y formal, hay alguien que se sabe divertir. — No lo se, Basil. Tal vez solo no somos su tipo. — Yo soy el tipo de todas, ella no puede ser la excepción. Siento como si fuera un reto. — ¿Un reto? ¿Lo vas a tomar como un reto? ¿Por qué mejor no hacer una apuesta? — No tenemos nada que apostar. — los dos se quedaron pensando. ¿Que podían pedir? No había nada. — No se me ocurre nada. — Podríamos hacerlo sin tener ninguna ganancia y aún así ser una apuesta. — ¿Crees que no puedo conquistarla? — Ha estado cuatro meses conmigo y yo no he podido, he tirado la toalla al momento. ¿Apostamos a que en cuatro meses tu no la has conquistado? —Pero esos cuatro meses tu la has tenido bastante cerca, voy en desventaja. Está al otro lado del edificio. — ¿Que sugieres? — Cambiemos de secretaria por cuatro meses, así estaríamos en igualdad de condiciones, no puedes negarte. — Es muy eficiente. Hace bien su trabajo. — Lucía también lo es. No vayas a echarte para atrás, Arnold. — No lo haré, esto es una apuesta. Veamos, una cosa mas, para hacerlo más interesante. Si no logras hacerlo en esos cuatro meses, te quedas con ella como secretaria permanente para que cada día observes tu fracaso. — Eso es cruel. — ¿Dudas de ti? — Ni por un segundo. Si fracaso me quedaré con ella como mi secretaria y si no, te la devuelvo, habré ganado. — Bien, entonces ¡ Es una apuesta! — Arnold se puso de pie y sirvió dos tragos. Cerraron la apuesta con un brindis. Obra registrada, todos los derechos de autor, cualquier distribución o copia estaría violando dichos derechos, dándole poder al autor para tomar medidas legales. Número de registro: 2110129504728

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