EN UNA CAFETERÍA.

1248 Words
Miraba la gente entrar y salir de allí, era extraño sentir la libertad en mis manos y aún así no saber que iba a hacer con mi vida. Acabar con esa relación fue lo más dificil que jamás he hecho, pero allí estaba yo, viendo llover y esperando a que abrieran de nuevo el aeropuerto para empezar una nueva vida. Una vida lejos de los golpes, los abusos físicos y psicológicos además de económicos que Antoni había cometido conmigo durante años. —¿Quieres algo más? —Otro café, por favor. Era un mesero amable, ya me había regalado un pedazo de pastel y su numero de telefono, pero no era más que un niño, uno muy atractivo. Pero tampoco me interesaba, pues en lo único que podía pensar eran en estar sola y lejos de los hombres. No quería que me volvieran a dañar. Aquello había dolido lo suficiente como para no querer volver a caer de nuevo. La puerta del lugar se abrió de golpe y mis ojos se cruzaron con su oscura y definida barba, unos ojos claros y de mirada profunda. Era hermoso, tal vez el hombre más hermoso que jamás había visto. Su gabardina estaba mojada por la lluvia y el celular en su oreja hablando a viva voz, casi gritando. —¡Quiero un vuelo, ya! ¿A quien debes llamar? Paso por mi lado, sin determinar mi presencia obviamente porque un hombre como él jamás se fijaría en una mujer que apenas si tiene dinero para comprarse un café, y su olor tan masculino, esa fragancia que era perfecta me invadió. Era como una rafaga de masculinidad entrando por mi torrente sanguíneo y elevando mi mente varios metros sobre el cielo, una pequeña sonrisa ingenua se prendió en mi rostro. —No me importa, tengo que llegar a New York, la presentación de mi hija es en 4 horas y sigo aquí estancado en Florida. —Tampoco dejan despegar vuelos privados. —¡No, no lo entiendo! ¡No puedo entender que mi hija estará sin su padre en su audición de ballet! —ese grito había alterado la calma que invadía el ambiente en aquella cafetería, todos pararon de hablar y se centraron en el hombre que al darse cuenta se frustró peor— ¡¿Ustedes que me ven?! ¿No tienen trabajo que hacer? —nos grito a todos allí y la mayoría regresaron a sus actividades, sin embargo yo me quede mirándolo por un instante más. ¿Cómo era posible que alguien tan hermoso, fuese tan grosero? Sin darme cuenta ya estaba sonriendo. Sus ojos me miraron y aunque guardó silencio, desvió su mirada rápidamente como si mirarme le produjera algo parecido al asco. Yo regrese mis ojos al café que acaba de llegar, era el último porque ya no podía pagar por uno más. —¿Quieres algo más? —No, la cuenta está bien. Gracias. —Todo es cortesía —de nuevo el chico joven estaba hablando coquetamente conmigo y aunque no debía aceptar, tenía que hacerlo ese dinero me serviría para más adelante. —De acuerdo, gracias. —Solo no olvides llamarme. —Prometo que no lo haré. El sonido de la silla arrastrándose bruscamente me sacó de mis profundas observaciones al exterior del cafe. El hombre hermoso y terrible se sentó en la mesa contigua a la mía, llevaba un café en su mano que humeaba por el calor. —No quiero más excusas. Quiero llegar hasta donde mi hija. Esta vez estaba hablando entre sus dientes, lo que hacía que su perfecta mandíbula se marcará aún más. «¿Cómo se sentiría pasar la lengua por allí?» ¿Por qué estaba teniendo esa clase de pensamientos? Si para mi siempre ha sido un suplicio esa parte de mi vida, pero fue instintivo aquel pensamiento. —¡AHORA! —gritó con demasiada fuerza al tiempo que apretaba el vaso de papel que contenía su café, por supuesto que este se derramó sobre su mano, pero a pesar de esto no se movió ni un segundo. ¿Ese hombre no sentía dolor físico? Sin pensarlo demasiado me puse de pie y tomé varias toallas de papel del mostrador. —¡Rápido! pasame hielo —le pedí al mesero coqueto. Me abalance tan rápido como pude sobre su mano, retire el vaso de papel destrozado que aún tenía un poco del café caliente y comencé por secar su piel y la mesa. Luego envolví el hielo entre una bolsa que también le pedí al mesero y lo coloque sobre su mano, que estaba visiblemente roja. Aquello dolería más tarde. —Tengo un poco de ungüento, no es para las quemaduras precisamente, pero cuando tengo moretones me ha ayudado mucho —le dije con una sonrisa y sin soltar el hielo, pero ese hombre parecía sordo. Tal vez solo podía comunicarse por celulares. Cuando el hielo estuvo casi derretido, la lluvia había parado también a la par y su telefono comenzo a vibrar. Sin prestar atención a eso que no era mi asunto, saque el ungüento de mi pequeño bolso y lo coloque con cuidado sobre su mano, por un momento creí que le había dolido porque se removió, pero cuando busqué su rostro estaba mirando en otra dirección y hablando por el apartado que parecía uno solo con él. —Es todo, espero que no vaya a doler mucho, aunque no tardara en arder. Así son las quemaduras. Nada, no había expresión alguna de su parte, no había un gracias ni una sonrisa. Pero yo no podía evitar sonreír, así que le di la sonrisa más grande que tenía y cuando escuche por los altavoces que mi vuelo debía ser abordado, me moví con mi pequeña maleta a la sala de abordaje. Entre casi de última porque mi puesto estaba en la cola del avión, y pues no tenía ningún afán, así se sentía la libertad. Sin miedo de ser alcanzado. Cuando busqué mi asiento ya estaba ocupado, le avise a la sobrecargo, que se puso muy diligentemente a examinar lo que había pasado, me hicieron esperar fuera del avión por unos instantes, que fueron incómodos y luego regreso a mi. —Lamentamos los percances, fue un inconveniente con la venta de su tiquete de avión. Su puesto lo vendieron dos veces. —No me puedo quedar aquí —fue todo lo que pude articular, sintiendo el terror recorriendo mi cuerpo entero. Era libre, pero vulnerable y además no tenía dinero para un hotel. —¡Oh no! No se preocupe, la acomodaremos en primera clase y desde allí podrá llegar a su destino. Esas palabras de esa amable mujer, aliviaron el peso que no quería volver a poner sobre mis hombros, el destino estaba marcado y mi futuro aunque aún incierto, iba a ser uno nuevo. Me senté en aquella cabina, lujosa y bonita, nunca había montado en avión y tampoco esperaba que mi primera vez fuese en primera clase, pero no me sentía incómoda. Al fin la buena suerte me iba a sonreír. Al menos hasta que lo volví a ver, su olor fue lo primero que llego a mi, esa masculinidad tan poderosa se podía sentir a kilómetros y estaba justo a mi lado, en un asiento de lujo y me miraba directo a los ojos. Quise decir algo, pero el piloto comenzó a hablar. Tal vez solo eran coincidencias, pero ese hombre era la coincidencia más linda que jamás había visto.
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