Miraba mis manos estaban frías casi congeladas, era doloroso, pero por alguna razón no me ponía los guantes para calmar el dolor del invierno.
Era la única manera de sentir algo de nuevo. Quería sentirme viva de nuevo.
Habían pasado meses desde que llegué a esta enorme ciudad y aunque ya tenía un trabajo, la soledad se sentía abrumadora y pesada, era como una carga que no sabía manejar muy bien.
De alguna jodida manera sentía que nunca debía haber venido aquí, aunque mi amiga me dijera todos los días lo agradecida que estaba porque haya salido de allá. De ese infierno.
—Hola, ¿dónde estás? —me pregunta animada.
—Mmmm —miro a mi alrededor y saco el aire caliente de mis pulmones—. En un parque, ya sabes tomando el aire.
—Te espero en casa, llego en media hora. Vamos a ir a una fies
