NO SOY MAMÁ.

2306 Words
—Tiene que ser una broma. —No lo es, Steven. Necesito que vengas. —No tengo tiempo mamá, estoy en medio de una reunión. —De acuerdo, entonces lo soluciono yo —me dijo resignada y aunque no quería admitirlo tenía razón, tenía que ir—. Esa pequeña diablilla me estaba dando más problemas que todos mis empleados juntos y solo tenía 10 años, la condenada. —Dame media hora, termino esto y salgo para allá. —No le vayas a gritar. —Sabes que sería incapaz de hacer algo así, es mi princesa. —Pero tienes que dejar de tratarla como una, ella es más bien... —No lo digas. —¿Por qué? deja de tapar el sol con un dedo, Steven. Tu hija es una niña rebelde, es más bien un vaquero o un pirata y la estas obligando a encajar. —No quiero que encaje, quiero que... —Tenga mejores cosas de las que tu tuviste, eso ella lo sabe. Pero ese no es el camino. Recuerda lo que sucedió esa noche para la audición de Ballet, ella odia eso y tu... —¿Entonces cuál es el camino? Y si ya se que fue un error meterla en eso. —Escuchala hijo, es una niña aún, solo tiene 10 años. Pero tiene más sabiduría en ese cuerpo que tu a esa edad. Y Steven... ella no... ella no es su madre. Nunca lo será. Tenía rabia, mi madre era mi mejor amiga, una aliada incondicional y el apoyo más grande en mi camino. Pero también era detestablemente honesta y no se guardaba nada. Todo lo que le daba a mi pequeña hija, era con la única y firme intensión de lograr que tuviese todo por cuanto su madre me había dejado, tenía lujos, tenía dinero, tenía sus malditas vacaciones en la nieve, tenía ropa, tenía todo por lo que un día Jessica se fue de mi lado y me abandono a mi suerte dejando mi corazón, mi vida y a mi hija con un vacío imposible de llenar. Al menos para mi pequeña, porque yo con el pasar del tiempo y el dolor había aprendido a llenar aquello con ira y rencor. No dejaba de doler, pero se sentía mejor. El día pasó entre papeles y supervisar los nuevos proyectos, era una oficina pequeña, no necesitaba demasiado personal, por lo que con 3 pisos era más que suficiente, algunos trabajaban desde sus casas y hacían acto de presencia cuando eran requeridos, yo me encargaba de conseguir clientes y mantener el orden y las cosas de la forma en la que a mi me gustaban, perfectas. Así había logrado ser uno de los más importantes animadores y creadores de contenido animado de mi país y pisado territorios ajenos con excelentes resultados. Se había vuelto una misión personal antes de que Jessica quedará embarazada, pero allí estaba 10 años después de que naciera mi hija, demostrandole al mundo que lo había logrado, ya no por ella. Por mi hija y por mi, además de que mi madre también lo necesitaba. Era un hombre exitoso con dinero suficiente para poder irme de vacaciones por el resto de mi vida, pero no, yo tenía que continuar trabajando y haciendo crecer mi nombre, porque quería que simplemente estuviese en todas partes, quería que lo reconocieran y lo gritaran y lo admiraran y se pelearan por trabajar conmigo. Era cuestión de ego, pero también quería que todos supieran mi historia, quién era y de dónde venía. Y aunque me costara reconocerlo también quería que ella me mirara desde lejos triunfar, que supiera que nunca le mentí con respecto a nada, que mi amor era tan puro como se lo había demostrado, que las marcas en mis manos eran porque nunca me dio vergüenza fregar para darle lo que merecía y que el lujo silencioso que llevaba ahora sobre mis hombros era lo que había prometido darle. La quería retorciéndose en arrepentimiento, aunque lo más probable es que no le importara en lo más mínimo lo que yo hacía y mucho menos mi pequeña, porque Jessica cometió muchos errores y uno de esos fue abandonarme con mi hija en brazos sin antes haberla registrado con su apellido. Sofía era de todo menos su hija. Inclusive ante la ley, esa pequeña diabla era mía y solo mía. Con un carácter de mil demonios y la dulzura de un león hambriento, pero era todo lo que llenaba mis días de luz. Luz, esa luz que esa chica cargaba en sus ojos. Nunca antes había tenido una erección tan dolorosa como la que tuve en pleno vuelo cuando le ajuste el cinturón y me llamo «Señor». O la que tuve en ese club cuando la vi fundida en esa ropa tan diferente a la que llevaba en el avión. Sus jodidos labios eran un elixir, me supieron a gloria esa noche y sabía que encontrarla dos veces no era una casualidad. Pero desde esa vez, nada. Como si hubiese sido más bien un fantasma, en lugar de una mujer real. Una jodidamente sexy. Daría yo un poco de mi tiempo con tal de poder volver a tenerla en mis brazos, en realidad no me interesaba tenerla entre mis brazos. Me interesaba tenerla desnuda y cogerla, quería coger a esa chica. Pero también quería cuidarla, cuidarla como ella me cuido a mi en esa cafetería. Aquello me había partido en dos, se había preocupado por mi sin tener la necesidad de hacerlo, se había lanzado sin dudar a mirar mi mano quemada y con mucha agilidad hizo lo que tenía que hacer para que el dolor no se expandiera, para que no pasara a mayores. Y sin conocerme. ¿Todavía existían buenas personas? ¿O aquello había sido un simple acto ególatra? Mientras esas preguntas y su cuerpo invadía mi mente, el auto se estacionaba frente al edificio donde estaba mi apartamento, que era lo suficientemente grande como para que viviera una familia de 5 o 6. Pero solamente vivíamos mi madre, mi hija y Alvira, que era algo así como un m*****o más, pero que ayudaba a mi madre cada día en lo que sea que se le ocurría hacer. Y de pronto sentí mis hombros demasiado pesados, estaba cansado del trabajo, pero también sentía la premura de tener que criar a una adolescente en una etapa de mi vida en la que se supone que debería estar embriagándome junto a alguna novia linda. Y no es que no amara a mi hija o que me arrepintiera de su existencia, ni por un segundo había cruzado por mi mente aquello, pero aunque no lo reconociera frente a nadie, sí que resentí cada día que Jessica me haya dejado solo con tanto trabajo. —Hola. —Hijo, ¿cómo te fue? —Bien, ¿dónde está? —pregunte de manera directa, no podía seguir dándole vueltas al asunto. —En la biblioteca, ha leído un par de libros, hizo varias pinturas y... —¿Y? —Rompió los uniformes del colegio, botó los cuadernos, daño los libros. —Voy a descontarlos de su mesada. —Sabes que no le importa. —¿Qué debo hacer? ¿qué carajos quiere de mí? —estaba exhausto. —¿Ya la escuchaste? —Madre, yo... —Steven, ella no es como Jessica y tampoco necesita lo que necesitaba Jessica. O lo superas o la vas a perder, entiende que tu hija tiene carácter, te ama, pero se conoce y vive prisionera entre lo que tu quieres de ella y lo que ella es. —Es una niña, no sabe lo que quiere. —No te equivoques, eso no implica que no sepa lo que le gusta o lo que no. Eres su padre y debes ser su guía, pero no puedes imponer cosas que ella no quiere. —¿Qué estudié es imponer? —Sabes que estaba mejor en el otro colegio. —Era un colegio público. —Y era feliz, tenía amigos. —Es que no quiere hacer nuevos amigos. —Es que... escuchala por favor —mi madre estaba preparando la cena—. Hace años cuando logré que estudiaras en ese colegio de niños ricos, Steven, tuve miedo de que te cambiarán, luego todo fue un caos, porque te despreciaban y se reían de ti y sin embargo tú lograste superarte. Pero la diferencias es, hijo, que tu pequeña no necesita de ese colegio, ella necesita ser feliz. No podía decir nada, porque mi madre tenía razón, mi hija no necesitaba estudiar en ese colegio porque simplemente tenía todo lo que podía necesitar a sus pies, tampoco necesitaría una beca para la universidad, pero yo quería... Y ahí tal vez estaba el error, yo era el que quería aquello. Quería que sus logros destacarán, tanto como lo hacía yo, para que su madre supiera y escuchara su nombre. Pero ella no podía pagar lo que yo estaba estaba sintiendo. Arrastre mis pies por los pasillos y a medida que me acercaba a la biblioteca, podía sentir el placer del olor de allí, libros viejos y nuevos, pero libros, el perfume amaderado que usaba mi madre para ese único lugar de la casa y al abrir la puerta, parecía un pequeño rincón verde en medio de la ciudad, las plantas colgaban y estaban repartidas perfectamente allí. Entonces la vi, levantos sus ojo hacía mi y apesar de estar molesta, me regalo una sonrisa. —¿Qué lees? —Crimen y Castigo —la mire sorprendido. Yo no lo había leído hasta la universidad. —¿No eres muy pequeña para algo tan denso? —No lo sé, lo estoy intentando —y ahí estaban esos ojos brillantes idénticos a los de su madre, llenos de ingenuidad pero también de aventura. Mi pequeña era una aventurera. —¿Qué fue lo que sucedió? —voy directo. —Esta una chica rubia —ella respondió igual, era directa. Desde pequeña la había enseñado a que me hablara con la verdad—, más rubia que yo. Es hermosa y cuando estábamos en las duchas luego del entrenamiento, me quede mirandola —se quedo callada, esperando mi reacción, pero solo asentí para que siguiera—, ya sabes, tan rubia y perfecta y linda y yo solo la miraba porque quería imaginar si por un segundo yo fuese como ella tendría más amigos en ese colegio —lo bueno de ser el padre joven de una niña grande es que no habían secretos, no los necesitábamos—. Pero ella malinterpreto todo, se acercó gritando que la estaba mirando de una forma incorrecta, sus amigas me gritaron lesbiana, me empujaron, querían quitarme la toalla del cuerpo y yo... me defendí. —¿Te defendiste? ¿Cómo? —sabía que aquí venía la parte dificl. —Las golpee, las golpee demasiado y me llevaron a la dirección. Me acusaron de comportamiento inadecuado y ahora todos creen que me gustan las chicas. —Entiendo ¿Y por eso dañaste libros, uniformes y lo que sea que se te atravesó? —Odio ese colegio y lo sabes, Steven. Gruñi, porque sabe que me molesta que me llame así. —Papá —dijo con las voz muy bajita—. Mira lo siento, no quería... Bueno sí quería, porque estaba molesta y cada cosa me recordó la horrible forma en que me humillaron. Me fije en sus manos y vi que había hecho un montón de garabatos sobre sus brazos. Esta chica se iba a terminar haciendo un tatuaje cuando creciera, eso era seguro. —No tenían derecho, no soy lebiana. Me gustan los chicos, me gusta... —volví a gruñir—. No me gustan las niñas, papá y yo... extraño a mis amigos, extraño tener buenas calificaciones y extraño que me miren como una más y no como el bicho raro. Ya sabes porque soy una "nueva rica". —Mira —en realidad no sabía qué decirle—, no es fácil ser el nuevo y menos en un lugar al que no perteneces. Sabes que yo... —También estudiaste en... —Bueno, bueno —ella ya sabía mi historia—. El punto es que tienes dos opciones, hija. Dejarte vencer y que te ganen o luchar y demostrar que aunque ellos se crean superiores a ti, tu eres superior a ellos. Afuera, aunque ellos tengan un lugar en el mundo asegurado, sigue siendo una selva y solamente gana el más inteligente y el que sabe luchar. Ellos nunca han tenido que luchar por nada. —Cómo mamá —allí estaba ella con su característica honestidad, no se guardaban nada y sabía la verdad. —Mira, ella no es sobre lo que estamos hablando. —No soy como ella, no quiero ser como ella. —No lo creo, tu eres... tú. Si no quieres volver, mañana mismo puedes regresar a tu antigua escuela —sus ojos se abrieron con emoción—, no me voy a oponer. Pero eres mi hija y se que no eres una delicada princesa, eres más bien una guerrera implacable. —Quiero volver a natación. —De acuerdo, volverás a natación, se que lo del ballet fue una mala idea —parecía que había vuelto a respirar de nuevo. —Gracias, papá. —Te amo, no lo olvides. —Nunca. La mire y le di una sonrisa antes de salir de allí e ir a tomar una ducha para despejar mi mente. Estaba cansado, quería algo más en mi vida. Algo que no podía dar, pero que quería sentir. —Tengo una profesora nueva, fue la única que me defendió. —¿Ha si? Qué bueno. Supongo que tenía que enviarle las gracias a la nueva profesora, o tal vez tenía que ir al colegio y apersonarme de la situación.
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