—Más, no pares. ¡Por favor, no te detengas! Sólo podía gruñir, sus gemidos eran música para mis oídos y su petición era más bien una orden, pero una que estaba complacido de cumplir, porque la visión de Catalina sobre mi cama, desnuda, con la frente ligeramente perlada en sudor y mordiéndose los labios de placer, sus piernas estaban sobre mis hombros y sus mejillas visiblemente sonrojadas. Esa mujer era una Diosa, era una visión y yo la tenía toda para mi. —Correte. No me hagas esperar más —le dije mientras llevaba mis labios a los suyos y remplazaba mi lengua por mis dedos. Quería invadirle y llenarme de su jugosa humedad, era una delicia. —Si, si. Como digas —logró articular. —Vamos, preciosa, correte para mi. Esas fueron mis últimas palabras y luego sentí como se tensionó al