—¿Qué? —estaba mirando a Martina que bebía la taza de café con una mirada picara.
—Nada, solo...
Entonces el dueño de esa mirada y de esa sonrisa, venía bajando las escaleras, d*****o.
—¡Ay, carajo! —tape mis ojos con premura, pero el chico parecía no darse cuenta que yo estaba allí.
—Tranquila, puedes mirar. No soy celosa.
—No quiero mirar, voy a... me voy a mi habitación.
—¡Hola, Catalina! —grito el hombre que estaba d*****o allí y que era el visitante recurrente de Martina.
Mi amiga estaba más que enamorada de ese chico, al que no me le sabía el nombre, pero ella no era capaz de admitirlo y aunque pasaban más noches juntos que separados, aún no eran nada formal.
Dos horas después recibí un mensaje de Martina.
«Ya puedes volver a la cocina»
—¿Están vestidos? —pregunte antes de entrar de lleno al lugar.
—Si y estoy sola —Martina se reía de mi—. Debes calmarte es solo un hombre d*****o.
—Voy a terminar de desayunar.
—No creo que quieras cocinar, no al menos hasta que limpien toda este —señaló el mesón en general—... Lugar.
—¡Martina, por Dios!
—¿Qué? —pregunto divertida mientras jugaba con su pelo revuelto— Es sexo y es un regalo de los dioses que podamos coger tan duro como...
Mis ojos estaban avergonzados, tristes, melancólicos y confundidos. Yo no sabía lo que era coger duro, bueno si tenía una idea, pero una dolorosa y amarga. Una en la que te arrancan la ropa con violencia y té suprimen con golpes para cogerte duro.
—Cata, lo siento. Yo no...
—No es tu culpa —le di una sonrisa cálida a mi amiga. Ella no tenía la culpa de mis decisiones y sus consecuencias. La culpa era mía y yo debía cargar con eso.
—Voy a buscar una cafetería por aquí cerca y tomaré algo de desayuno, mientras que —señale nuevamente el mesón—, limpian esto o lo exorcizan.
Ambas rompimos en risas y ella me abrazo, la vi perderse en el pasillo feliz, casi bailando y sentí envidia por mi amiga.
¿Qué se sentiría que te cogieran duro y con ganas? ¿con d***o? ¿que te miraran como ese chico miraba a Martina?
Con esos pensamientos me fui caminando lentamente por la acera gris y fría, el invierno estaba por entrar a la ciudad y se sentían brisas que golpeaban con fuerza el rostro. Pero sin importar el clima, la sensación de calidez que yo tenía era magnífica, porque ya no estaba triste. Ya no estaba sola.
Mientras hacía la fila para ordenar un panecillo y un café, acaricié mis labios, habían pasado dos meses desde que el hombre de la cafetería, el hombre del avión me había besado.
La experiencia había sido refrescante, sus labios eran tal como lo había imaginado, el pétalo de una rosa, sus manos grandes y firmes. Sus palabras susurradas en mi oído habían sido un detonante de algo que nunca antes había sentido. d***o.
Perdida en los recuerdos continúe avanzando hasta llegar a la cajera, hice mi orden y espere a que me llamaran para recibir mi desayuno.
Pero cuando iba saliendo por la puerta del lugar, me estrelle contra un hombre que venía entrando tomado de la mano de una mujer que parecía una copia de Matina, pero con el pelo n***o. Alta, hermosa, elegante.
—Lo siento, no los ví.
—Es obvio —dijo ella arrogante.
—Disculpe.
Rodee al hombre, pero sentí su mano agarrar mi brazo, por instinto y mera supervivencia puse mis manos sobre mi cabeza y en auto reflejo pedí en una súplica.
—¡No!
—¿Estás bien? —dijo la chica en una burla—. Nadie aquí te va a golpear.
—Si, yo... —me quedé mirando por fin al hombre que iba con ella y mis ojos se abrieron ampliamente. SS, como decía en su pañuelo, intente meter la mano al bolsillo, allí estaba el pañuelo limpio.
Porque desde esa noche en el bar, luego de ese beso, lo había lavado aguardando el momento en que me lo volvería a cruzar para entregárselo y ahora que lo tenía frente a mí, no podía mover ni un músculo. Era como si sus ojos me bloquearan no solo el cuerpo, también los pensamientos.
—Tú —dijo solamente para nosotros dos, porque la chica se había alejado levemente de nosotros.
—Yo...
—Catalina —dijo con brusquedad. Recordaba mi nombre.
Pero yo, siendo tan valiente como siempre había sido, me asuste y salí corriendo de allí, ni siquiera recuerdo cómo fue que liberé mi brazo de su mano. Solo se que camine rápido por entre las personas, cosa que de por sí ya era dificil en una ciudad como esa.
Sentía pánico, pero regocijo al mismo tiempo. Ese hombre recordaba mi nombre.
tal vez también recordaba mis labios, el beso que me dio, la forma en que me tomo de la cintura y la forma tan delicada y grotesca que me hablo.
O tal vez yo solo era una chica insignificante en su vida, con la que esa noche quería echarse un polvo y me recordaba porque había salido despavorida de entre sus brazos.
Pero tenía algo claro allí, ese hombre, con esos ojos claros y penetrantes solamente dirigían mis pensamientos en una dirección. Eran unos ojos que me invitaban a pecar. Casi había perdido el apetito, mientras avanzaba y pensaba y recordaba, pero sabía que tenía que liberarme de él. En pocas semanas empezaría con mi nuevo trabajo.
Aunque había tenido una vida de m****a, no sabría como explicar esto, pero gracias a que dejaba que pasara lo que pasara conmigo, gracias a que había dejado de luchar, había podido estudiar y tenía un título en lenguas para niños. No tenía experiencia, pero mi querida Martina me había ayudado a conseguir trabajo en uno de los mejores colegios de la ciudad. No lo esperaba, pero sabía que tenía que dar lo mejor de mi. Y lo iba a hacer.
Metí la mano entre mi bolsillo y lo sentí, el pañuelo, debí entregárselo, debí sacarlo de allí y con eso sacar a ese hombre de mi vida, de una vez por todas. Era lo justo.
Pero de alguna manera seguía conmigo. Y tal vez eso no era tan malo.