Villano inútil

2373 Words
– Este color es narciso, está de moda y le quedará excelente. – Busco algo diferente – Tengo una nueva tela en rosa pálido. Liluina desvió la vista para mirar la tela sin interrumpir la conversación. – Púrpura. Angela Andes frunció los labios – quiero algo más juvenil – se apartó de la modista y se paseó entre las cajas de telas. Vestirse era un arte, por suerte para Liluina, su mamá era una experta. En su primer sistema su madre era una reina muy ocupada y rara vez la visitaba, delegó su atuendo a la servidumbre y fue cuando se enfrentó por primera vez a esa situación, elegir el atuendo correcto era un problema que consideraba color de cabello, de ojos, tono de piel, complexión, estación del año, tipo de evento y si la persona quería resaltar, mantenerse neutral o pasar desapercibida. Una vez que el atuendo estaba listo faltaban los arreglos, el peinado, el maquillaje, los accesorios y la joyería, los cuales podían ser suaves, elegantes, atrevidos, recatados o coquetos. Para una chica que acostumbraba salir con un pantalón de mezclilla o con el uniforme de trabajo, aquello fue una pesadilla. ¿Cómo lo resolvió?, casándose con el blanco. En aquel entonces su posición era muy alta y nadie podía burlarse de ella, pero en secreto muchas jóvenes comentaban que no era posible encontrar un vestido blanco porque la princesa los acaparaba todos. Durante su segundo sistema decidió tomar su posición con mayor seriedad y no le faltaron maestros dispuestos a enseñarle todo lo que una futura reina debía saber en cuanto a modales, ropa, accesorios y colores, encontró tiempo para estudiar y por eso sabía que Angela Andes tenía un gusto impecable, y si no fuera duquesa, habría brillado como diseñadora de modas. – Quiero esta – anunció Angela colocando una tela azul sobre los brazos de Liluina. – Es azul aciano, un color exquisito, duquesa, tiene un gusto impecable. Podían sonar como halagos vanos, pero Liluina estuvo de acuerdo, ese color le quedaba. – Compraré toda la tela que tenga en su inventario. Dios las librará de que otra mujer llegará a la fiesta con un vestido de la misma tela que el suyo. – Será un placer duquesa, ah, tengo el accesorio que combinará perfectamente – anunció la modista y buscó entre las gavetas hasta sacar una caja mediana y ponerla sobre la mesa, usó una llave y la abrió. El contenido de la caja era un prendedor para el cabello del tamaño de una palma abierta con la forma de rosas blancas con hojas azules, el trabajo artesanal era muy sobresaliente y los pétalos de las rosas tenían pequeñas gotas de rocío dándole un realismo que irónicamente se perdía por el color de las hojas, Angela lo colocó sobre el cabello de Liluina y al instante comprendió que era el accesorio hecho a la medida de la villana. ¡Duele! El pesado prendedor se ajustaba enterrando sujetadores y tensionando su cabello, después de una fiesta de cuatro horas tendría un dolor de cabeza de dos días, no había duda, ese prendedor estaba hecho para ella. – Es perfecto. – Me gusta. – Quiero ver al artesano, compraré la patente – anunció la duquesa. Liluina tenía doce años y acababa de tener su primer periodo, con todo el doloroso proceso de estar recostada sobre la cama con punzadas atravesando su abdomen por los cólicos, su mamá decidió celebrar ese tormentoso evento con un nuevo estilo de ropa, peinados y accesorios. Los vestidos aniñados ya no eran una opción. ***** Su cabello era muy lacio, debía usar rizadores para ondular las puntas y un tratamiento a base de aceite de coco, su piel necesitaba estar hidratada, sus cejas depiladas y su sonrisa perfecta. Después de despertar, refrescarse en una tina de pétalos de rosa, usar los tratamientos para su piel, peinar su cabello, elegir un atuendo y los accesorios, salía de la habitación y se miraba en todos los espejos que adornaban el pasillo hasta las escaleras. Podía despertar a las cinco de la mañana y estar lista a las diez para visitar el quiosco del jardín. – Ahí estás, date prisa Lilu – la llamó Andrés y tiró de su muñeca – tienes que verlo, mira, yo estaba aquí y el idiota estaba allá. Ese día Liluina llevaba un vestido nuevo y peinó su cabello de otra manera, la falda era asimétrica y la hacía ver más madura. – Mantuvo la espalda en alto, entonces yo ataqué, nuestras espadas chocaron, el idiota empujó, yo empujé. Y todo lo que Andrés hizo fue describir su victoria frente a otro estudiante del instituto. El instituto Ébano impartía clases de domingo a viernes y les daba a sus estudiantes el sábado libre, ese era el día que Andrés visitaba la mansión ducal Kreigos. De la misma forma Liluina esperaba el sábado para dejar sus estudios, sus salidas de compras con su madre, sus lecturas y sus charlas con su padre para darle toda su atención al príncipe. Durante ese tiempo los duques se apartaban y todos los sirvientes tenían prohibido transitar por esa parte del jardín, las únicas personas presentes eran la institutriz Falier, el teniente Handel y la señora Sabin, ama de llaves de la mansión. – ¿Lo viste?, ¿pusiste atención?, espera, lo haré otra vez, esta vez será más lento porque eres muy boba. Andrés era como un perro de r**a pequeña agitando la cola en espera de que Liluina le lanzara un filete, pero en ese día en particular su necesidad de atención fue más grande. – Alteza, ¿puedo saber el nombre de su oponente? Andrés se mostró poco feliz – es un idiota. – Es curiosidad. Andrés desvió la vista – se llama Roberto Lea Sira, es un idiota, no sirve para usar la espada, siempre se tropieza y piensa que es mejor que todos – se mostró molesto. Liluina estuvo más interesada – ¿qué le hace pensar que es mejor? – Sus notas – admitió con culpa – sus notas son un poco mejores que las mías. ¿Solo un poco? – Pero es un idiota, lo vencí por completo porque soy mejor – su enfado creció. Los ojos de Liluina se agudizaron, sabía que había un marquesado Lea Sira, pero no estaba segura de qué forma figuraba ese chico – habla de él con mucho enfado, me hace preguntarme sí pasó algo más. Andrés desvió la vista. Liluina caminó hacia la jardinera, subió para estar más alta y de esa forma miró el rostro de Andrés a la misma altura para acariciar su cabeza – por favor. Andrés resopló – es el mejor estudiante de nuestra generación y me molesta, especialmente por los lentes, ¡cómo se supone que voy a golpearlo con esas cosas! ¿Golpearlo? – alteza, el acto más valiente no es la violencia, sino la comprensión. – Te digo que es un idiota. – La comprensión le permitirá conocer su punto de vista, sí piensa que es mejor que los demás entonces tiene el gran defecto de la arrogancia, pero sí jamás ha hablado con él, es posible que todo sea una confusión, los hombres más grandes, son los más humildes, como usted, ¡alteza! Andrés sonrió. Como un chico que creció sin la atención de sus padres, él pedía a gritos muestras de afecto y Liluina se las daba con un gotero. ***** Para un clima frío Liluina llevaba un vestido amarillo hasta los tobillos y un abrigo delgado que solo cubría su cuello, mangas y la parte superior de su espalda. – No es tan idiota – le dijo Andrés – tiene miopía, ¿sabes qué es eso? – Es un problema visual, las personas que lo padecen no pueden enfocar objetos a distancia. Andrés separó los labios – sí, ya lo sabía, solo revisaba que tú lo supieras, él es muy inteligente, pero es un desastre con las actividades físicas. Liluina tomó una tasa para preparar un poco de té – tal vez pueda arreglar un intercambio, Lea Sira podría ayudarle con sus calificaciones y usted podría ayudarlo con su desempeño con la espada, sería una situación en la que ambos ganarían – agregó un poco más de azúcar y después de revolver le entregó la taza a Andrés – me parece que sería una gran muestra de humildad y compresión de su parte. Él no estuvo del todo seguro. – Mejoraría sus notas. – ¿Por qué siempre tengo que ser yo el compresivo? – Porque usted es el mejor. – Es cierto, a veces olvido lo grandioso que soy – bebió el té muy felizmente. Liluina acomodó el mechón de cabello que se interponía en su visión y preparó una segunda taza de té, desde fuera del quiosco el teniente Handel la miraba con una gran sonrisa, sorprendido del modo tan maduro en el que la joven trataba al príncipe. Para sus trece años Liluina decidió dejar de cortarse el cabello y rizar las puntas para mantenerlo lacio, imaginó como se vería una vez que el cabello llegara a su cintura y al hacerlo notó un problema. Su estatura era muy baja. En su primer sistema fue muy alta, casi a la par de los hombres y se sentía como una guerrera, en el segundo fue de estatura media, pero en ese sistema su estatura era muy baja y con el paso del tiempo la diferencia entre ella y el príncipe se acentuaba, tuvo que considerar usar zapatos de tacón. Salió de su habitación para reunirse con el príncipe. – Ahí estás, Lilu, date prisa, tienes que verlo, ven pronto – sujetó su muñeca y tiró de su mano. Cualquier otro día ese no habría sido un problema, pero justo esa mañana decidió usar zapatillas y al correr su tobillo se torció y ella cayó al suelo. Andrés la miró y resopló – ¿por qué eres tan boba?, vamos, sube – la cargó. Liluina no tuvo tiempo para quejarse o gritar. El sitio al cual quería llevarla tan desesperadamente y a donde no podían llegar caminando era el jardín trasero para mirar un caballo blanco, su pelaje era hermoso y viendo que ambos se acercaron sin problemas, era obvio que se trataba de un animal tranquilo y dócil. Liluina pisó el suelo y miró el caballo sin comprender. – Me tomó un largo tiempo encontrarlo porque tenía que ser blanco y manso, tú eres muy frágil – lo dijo como si fuera un defecto. Liluina no lo comprendió – ¿por qué tenía que ser blanco? – Es tu color favorito. Sus ojos se agrandaron, ¡tenía un color favorito!, nunca se detuvo a pensar en ello, usaba los colores según la temporada y se aseguraba de no repetir, de pronto bajó la mirada hacia sus zapatillas blancas, la cinta blanca sobre su cintura y levantó la mano recordando que su diadema era blanca. – ¿Te gusta? – preguntó Andrés. Liluina no tuvo que forzar su sonrisa – me gusta. ***** El duque Kreigos leía el periódico en la sala y Angela supervisaba la colocación de las nuevas cortinas cuando Liluina pasó muy de prisa por el salón – ya me voy – anunció en voz alta. El duque le respondió sin apartar la mirada del periódico – no llegues muy tarde. – Ve con cuidado – agregó Angela. Hasta llegar a la entrada los zapatos de Liluina hicieron ruido contra el suelo y una vez ahí se detuvo, recobró el aliento, revisó su atuendo en uno de los espejos, acomodó su cabello y abrió la puerta. – Hola Lilu – dijo Andrés en voz alta y le alborotó el cabello – ¿estás lista? – Alteza – como siempre hizo una reverencia y levantó la mirada – estoy lista. Los dos corrieron hacia el portón en el jardín trasero que apuntaba a un gran terreno en donde los caballos tenían suficiente espacio para correr y Andrés montó sin esperar, Liluina ya sabía que eso pasaría, se quedó atrás y el teniente Teodoro Handel le ayudó a subir a su caballo Lirio – gracias. – Vaya con cuidado, señorita. Cada tanto y de preferencia en los días soleados, montaban y recorrían el terreno, Andrés iba de prisa como si fuera una carrera y se daba el lujo de pararse sobre la silla de montar o recostarse a manera de juego, al mismo tiempo Liluina mantenía un paso tranquilo y lo veía pasar por su derecha cada vez que él le sacaba una vuelta. Las horas pasaban rápidamente cuando cabalgaban y al caer la tarde mantenía un paso ligero para charlar, curiosamente no siempre hablaban, algunas veces permanecían en silencio. El cabello de Liluina era más largo y cumplió su sueño de verlo llegar a su cintura. – Alteza – los dos escucharon un grito y giraron hacia atrás, con un traje militar, un rango de sargento, la frente cubierta de sudor y una expresión afligida, un hombre se detuvo, bajó de su caballo y se acercó a Andrés con sobre entre las manos – Alteza, mis condolencias. Andrés bajó de su caballo y Liluina hizo lo mismo con ayuda de Teodoro, Andrés abrió el sobre y leyó el contenido de la carta, al hacerlo su expresión fue cambiando y sus dedos difícilmente pudieron sostener el papel. Ese año Liluina tenía quince y Andrés diecisiete, el tiempo en que según su sistema el príncipe Eduardo Texiran Tercero sería asesinado. Liluina sabía que para Andrés la existencia de su hermano siempre fue un tema sensible, el hijo favorito de su padre, al que todos amaban y del cual él solo era un remplazo, con tantos conflictos y la diferencia de edades la relación de hermanos se torció desde el comienzo, pero sin importar esos detalles, Eduardo seguía siendo su hermano y su muerte fue un duro golpe. Corrió a verlo y estiró su mano para tocarle el hombro, al instante Andrés dio la vuelta y la abrazó con fuerza, sobre su hombro Liluina pudo sentir las lágrimas que mojaban la tela de su vestido y el gemido en su oído, y le respondió al abrazo sin decir una sola palabra.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD