Adoptando un salvaje
Sus botas se enterraban en la nieve dejando un rastro de pisadas, el aire frío entraba por su garganta y su pecho quemaba, la sangre que bajaba por su hombro llegaba hasta su brazo y al presionar la herida su cuerpo se inclinaba hacia un costado.
Golpeó el tronco de un árbol con el hombro izquierdo y se recargó pesadamente, su pecho subía y bajaba, y había un halo de humo causado por su aliento, dobló las rodillas y se deslizó hasta sentarse sobre la nieve.
Cerró los ojos, una vez escuchó que las personas que morían por hipotermia se desnudaban, pero no sabía si sentían sueño, tal vez era eso o simplemente estaba cansado.
Sonrió ante la idea de su pronta muerte.
Un destello de luz apareció en la periferia de su vista y al girar la cabeza hacia su costado izquierdo alcanzó a ver la luz parpadeante, sabía lo poco probable que era, pero la luz se clavó en sus ojos y lo llevó a levantarse mientras sostenía su brazo derecho.
En la distancia se escucharon ramas torciéndose y el distintivo sonido del galope de los caballos, se apresuró y llegó a una barda de piedra de dos metros de alto, buscó el espacio entre las rocas desde donde se filtró el rastro de luz y siguió caminando hasta ubicar un árbol alto con ramas extendidas, se aferró al tronco abrazándolo, trepó muy despacio, aferrándose con la única mano que podía usar y saltó al otro lado de la barda.
Al dejarse caer sus tobillos se doblaron y cayó al suelo.
Estaba nevando.
Entre la luz parpadeante que venía de algún punto y los copos de nieve le pareció que estaba soñando, giró sobre su hombro derecho y sintió un fuerte dolor, le pareció gracioso que fuera posible olvidar en qué lado de su cuerpo tenía la herida y se apoyó sobre la tierra para levantarse.
La fuente de luz brillaba entre las ramas de los árboles y oscilaba como lo haría una vela, siguió caminando eludiendo un arbusto alto para ver la imagen que se escondía.
Se trataba de una mujer con el cabello rubio vestida con un abrigo blanco, en una de sus manos sostenía un plato con una vela encendida y la otra mano estaba extendida, su mirada apuntaba al cielo esperando atrapar un copo de nieve, su rostro era iluminado por la luz de la vela y la luz que venía del reflejo de la luna, lucía igual a un ángel.
Una parte de él sabía que estaba soñando, que su cuerpo se quedó tirado en lo profundo del bosque, muerto por desangramiento o por hipotermia y que todo después del momento en que miró esa luz fue una alucinación y, sin embargo – ayu… – intentó hablar.
El ángel de su visión volteó y enarcó la mirada.
– Ayuda – pudo decir antes de desmayarse.
*****
En un día común, no había hombres saltando la barda de su hogar y atravesando el jardín solo para desmayarse.
Suspiró – debes ser el hombre con peor suerte en este mundo – le dijo al acercarse y dio la vuelta dejándolo en el jardín, la luz de la vela era la única que iluminaba el pasillo, tocó una puerta y esperó.
– Señorita…
– Hay un hombre en el jardín.
Los sirvientes de la mansión despertaron por el ruido y salieron de las habitaciones, el sargento Esperanto cargó el cuerpo del desconocido y lo llevó a una de las habitaciones libres.
– Herida de bala en el hombro, por suerte quedó atrapada y evitó que se desangrara, voy a necesitar las pinzas, alcohol, agujas y vendas – dijo el médico Alejandro Overa, m*****o del escuadrón del sargento Esperanto – y traigan más cobijas, se estaba congelando.
Entre varios soldados trataban al paciente.
Liluina Kreigos, dueña de la mansión, se levantó del sillón y caminó hacia la cama, a la luz del fuego el recién llegado tenía la piel clara y un par de ojos azules visibles en cada parpadeo.
– Señorita, no creo que quiera ver esto.
– Estaré bien.
Le dieron al desconocido un trozo de tela para que mordiera y su piel fue cortada para agrandar el agujero y extraer la bala de su hombro.
El ruido del relinchido de los caballos no tardó en escucharse y junto con ello el sonido metálico de la cerradura de hierro que era golpeada con fuerza.
El portón fue abierto por un hombre mayor con el cabello canoso, bigote recortado y una larga barba.
– Buenas noches, no queremos molestarlo, venimos del condado y estamos buscando a un ladrón, pasaremos a revisar – dio un paso dentro de la propiedad y la puerta se cerró atrapándole el pie, el hombre que lo detuvo era alto, de cabello rubio muy corto, con una barba prominente y un abrigo militar en el que se podían ver sus condecoraciones.
– Sargento – dijo el oficial y retrocedió.
– Oficial, si levanta la cabeza un poco verá el escudo sobre la puerta, esta mansión pertenece a la familia ducal Kreigos y mi señorita dio instrucciones específicas de que nadie podía entrar y perturbar su sueño.
El oficial levantó la mirada y el compañero a su lado iluminó el escudo con la lámpara – entiendo, mil disculpas sargento – dudó – el hombre al que buscamos tiene el cabello más o menos rojizo y responde al nombre de Giovani Luan, debe estar herido.
– Estaremos alerta, sigan con ese arduo trabajo – cerró la puerta.
Se escuchó a los caballos alejándose de la propiedad y el sargento volvió para darle la noticia a su señorita.
¡Liluina Kreigos!, hija del duque Kreigos, de cabello rubio cenizo y ojos grises escuchó la descripción y miró al hombre sobre la cama, el médico Overa cocía la herida – es parecido.
– Señorita, es la misma persona, este hombre es Giovani Luan.
Un niño pequeño se asomó desde el umbral de la puerta y otros tres lo rodearon.
– ¿Vivirá?
El médico terminó las puntadas, vendó la herida y después de desnudar al recién llegado para quitarle la ropa mojada por la nieve, lo cubrió con cobijas – es posible, dependerá de él y de en qué tan buenos términos esté con su dios.
Liluina lo miró – no tiene caso que vaya a prisión si morirá.
– Señorita, podría ser un hombre muy peligroso.
– En ese estado lo dudo mucho, Esperanto te preocupas demasiado, vayan a descansar – miró hacía la puerta a los ojos curiosos y los cuatro chicos se apartaron – es una orden.
– Si, señorita.
La habitación se vació y al salir al pasillo Liluina miró a través de la ventana los copos de nieve que caían como gotas de lluvia, la pequeña nevada que la hizo levantarse de la cama pronto se convertiría en una tormenta y los oficiales dejarían de buscar, dos o tres días después asumirían que su cuerpo estaba enterrado bajo la nieve y el caso se cerraría.
Si sobrevivía hasta entonces, sería libre.
Sí sobrevivía.
Volvió a la habitación y con las manos acomodó el cabello que caía sobre las pestañas del criminal que entró a su casa para darse cuenta de que tenía las puntas rizadas, Giovani Luan – tuviste mucha suerte de llegar hasta aquí justo esta noche, sería una pena.
Su muñeca fue capturada y los ojos de Giovani se abrieron para mirarla, tenía los dientes apretados, el entrecejo fruncido y apretaba su mano envolviendo su muñeca, lejos de agradecerle a su salvadora, parecía estar mirando a su mayor enemigo, listo para matarlo.
Poco después, el sentimiento desapareció, su mano perdió fuerza y sus ojos se cerraron.
Había personas que tenían suerte y personas muy desafortunadas
Liluina no pudo saber a cuál de las dos pertenecía Giovani hasta el momento en que vio esa mirada, se levantó, fue a la puerta a cerrar el pestillo por dentro y al volver se quitó el abrigo, debajo llevaba un camisón plateado, eran las únicas dos prendas que cubrían su cuerpo y una vez que retiró la prenda quedó completamente desnuda, apartó las cobijas y se deslizó sobre la cama, la piel de Giovani se sentía fría, sopló sobre sus manos para tocarlo y calentarlo, al instante sintió que la abrazaban y que su cuerpo era aprisionado, recargó la cabeza y un rato después se quedó dormida.
La ventisca continúo hasta la madrugada y una gruesa capa de nieve cubrió las copas de los árboles y los caminos borrando el rastro de pisadas que llegaban a la mansión Kreigos, como si jamás hubiera sucedido.
Para la mañana siguiente el sol brillaba.
Liluina entreabrió los ojos, tenía la cabeza sobre la almohada y miraba hacia la puerta, una mano descansaba sobre su pecho y una respiración acariciaba su nuca, se levantó y buscó su camisón para vestirse al tiempo que la mano en su pecho bajaba y presionaba su cintura.
– ¡Ah!
Giovani abrió los ojos y al mirar fijamente, retrocedió sobre la cama hasta golpearse la cabeza contra la cabecera de madera.
– ¡Despertaste! – le dijo Liluina y dejó caer el camisón sobre su cuerpo para vestirse.
– ¿Quién?, ¿dónde?
Liluina acomodó el cabello que quedó dentro de su camisón – tu ropa está sobre el sillón, cuando estés listo levántate – tomó su abrigo y se vistió para salir al pasillo.
Giovani se talló los ojos y sintió un tirón en el hombro, descubrió el vendaje y que ya no se sentía tan enfermo como la noche anterior, se levantó y tomó su ropa para vestirse, le dolía la herida y tenía hambre, pero estaba vivo y sabía agradecerlo.
Por otro lado…
Su expresión se volvió conflictiva al darse cuenta de que la sensación suave que lo acompañó toda la noche fue por otra persona.
Resopló.
La mansión Kreigos despertó tardíamente, la temperatura era baja pese a la brillante luz del sol y la nieve se derretía cayendo en grandes gotas, un niño pequeño corrió por el pasillo con los zapatos mojados y resbaló cayendo de espaldas – hola – se levantó – eres el chico de anoche, ¡estás vivo!
– ¡Caleb! – gritó Hugo, hermano mayor de Caleb y un chico de cabello castaño claro y ojos azules que también trabajaba en la mansión – dame eso – lo regañó – oye, la comida ya está servida, ¿no vas a comer?
– Gracias – musitó y caminó siguiendo a Hugo hacia la cocina, ya había varias personas.
Una mujer mayor le sonrió– buenos días, Giovani, ¿cierto?, soy Clara Viena, mi hijo me contó que te hirieron anoche – miró su hombro – ¿cómo amaneciste?
Tragó saliva – bien, muchas gracias por su ayuda.
– No te preocupes, Muñeca, trae una silla.
Una jovencita de cabello castaño muy rizado y ojos azules le trajo una silla y la acomodó junto a la mesa cubierta de varios platillos, la canasta de pan pasaba de mano en mano y algunos de los chicos se estiraban para alcanzar los platos de mermelada, sal, azúcar glaseada o huevos hervidos.
– Sí vas a comer hazlo ahora o te quedarás mirando.
Giovani asintió, tomó un plato y comió muy rápidamente, como lo hacían las personas que crecían con familias numerosas.
La señora Viena lo observó – eres de la talla de Gabriel, hijo, préstale algo de ropa.
– ¿Por qué yo? – se quejó Gabriel, un joven alto de cabello rubio y ojos azules.
– No repeles, anda – le dio un golpe en la cabeza.
El ruido era alto, los sirvientes gritaban cuando hablaban y había risas, después de la comida volvió a su habitación para bañarse y al caer la noche Alejandro Overa le ayudó a cambiar el vendaje.
– No pensé que sobrevivirías, tuviste mucha suerte.
Giovani se levantó y movió el hombro revisando que el vendaje estuviera bien ajustado – gracias por esto, ¿cuál es tu nombre?
– Doctor Alejandro Overa, todos me llaman por mi apellido.
– Overa, sabes por qué anoche no me entregaron a los oficiales.
– La señorita Kreigos es quien da las órdenes y ella me pidió que te curara y que no te entregáramos – respondió como si seguir sus órdenes sin cuestionarlas fuera algo obvio.
– De nuevo, gracias.
– No lo menciones – le dijo y guardó el botiquín.
La puerta se abrió y el mayordomo Viena entró – señor Luan, la señorita Kreigos pidió verlo cuando terminara.
Overa hizo una seña indicando que había terminado y Giovani tomó su camisa para cubrirse.
Por la noche los pasillos eran oscuros y por causa de los altos árboles la mansión quedaba oculta en lo profundo del bosque.
– Es aquí, se respetuoso, la señorita es hija del duque Kreigos y una noble, una persona como tú debe dar las gracias por estar en la misma habitación que una persona tan importante – aseguró el mayordomo Viena.
Giovani desvió la vista recordando su primera visión al abrir los ojos esa mañana.
– Adelante.
La habitación era ligeramente más grande que las demás, tenía una cama amplia que descansaba junto a una gran ventana y cerca de la entrada se encontraban dos sillones con una alfombra y una mesa de centro.
– Viena, puedes irte.
El mayordomo no se sintió muy feliz y lanzó una mirada de advertencia antes de dejar la habitación – como diga, señorita.
Giovani ladeó el rostro – esto es…
– ¿Por qué te perseguían los oficiales?
Aunque agradecía que le salvaran la vida, no podía responder.
– ¿Asesinaste a alguien?
Frunció el ceño como respuesta y adoptó una posición defensiva hacia los motivos por los cuales se encontraba huyendo.
– ¿Esa persona lo merecía?
– Si – respondió secamente.
Liluina tenía las piernas cruzadas y un libro entre sus manos que descansaba sobre su regazo – lo diré de una forma muy simple, tengo una oferta de trabajo para ti.
Giovani se mostró poco accesible.
– Sí aceptas podrás quedarte el tiempo que quieras, recibirás un salario, un bono en caso de que quieras irte y ayuda para dejar el condado de forma segura, sí lo rechazas – acomodó detrás de su oreja un mechón de cabello que obstaculizaba su vista – tendrás que irte en cuanto tu herida sane, mi amabilidad se limitará a los gastos médicos y estarás por tu cuenta.
Giovani resopló, después de la pregunta sobre el homicidio imaginó que lo estaban contratando para un asesinato – ¿cuál es el trabajo?
– Quiero que me embaraces.
Y su gesto de seguridad se perdió – ¿eh?
– Sí lo consigues, te pagaré el equivalente a mil monedas de oro, ¿aceptas?
Giovani quiso pedir que le repitieran la oferta, definitivamente debió escuchar mal.
– No será esta noche, estás herido y no necesito un desempeño pobre.
– Oye…
– A menos que te consideres capaz de lograrlo.
Los ojos azules de Giovani estaban muy abiertos.
– ¿Cuál es tu decisión?
La boca de Giovani estaba torcida entre lo que podía ser una sonrisa nerviosa o una mueca.
– ¿Necesitas pensarlo? – llevó la mano al broche sobre su pecho para quitarse el abrigo.
El aroma que lo acompañó toda la noche cuando pensó que estaba soñando estaba ahí, al igual que la sensación sobre sus dedos, la miró deslizar la tela sobre su cuerpo quedándose con un camisón azul celeste.
– Tengo calor – dijo Liluina sentada sobre el sillón.
Era su última oportunidad de salir de la casa, Giovani dio la vuelta, tomó la perilla y se detuvo un momento para mover su hombro y analizar qué tanto le dolía.
Soltó la perilla y regresó a la habitación.