Nevaba. Era casi poético que nevara la mañana de su partida, le dejaba la sensación de que el condado se despedía de ella de la misma forma en que ella se despidió de su mundo original. Los carruajes estaban listos y el equipaje cargado, Liluina iría en el primer carruaje junto con Erina y Muñeca mientras que los demás irían en el segundo. El sargento Esperanto y sus hombres irían cabalgando a la par de los dos carruajes, todo estaba listo y mirando los copos de nieve Liluina extendió la mano para atrapar uno de ellos. El rostro lloroso del señor Viena estaba cubierto de mocos – servirle fue un honor, señorita – su esposa y sus hijos trataron de calmarlo. – Soy yo quien se siente agradecida, muchas gracias por sus cuidados – se inclinó en una leve reverencia, caminó sobre la nieve