−¿Y qué vamos a hacer ahora?– preguntó Lucrecia. Haremos todos los esfuerzos posibles por alcanzar el yate. El Capitán se dirigirá al otro lado de la península, hacia un lugar donde le dije que me esperara si algo salía mal. El problema es llegar hasta allí. Lucrecia se estremeció de miedo, pero el Marqués se apresuró a decir: −¿Tienes frío? La rodeó con el brazo y la atrajo hacia él. Ella pudo apoyar la cabeza en el pecho del Marqués. El llevaba puesta sólo una delgada camisa y permitió a Lucrecia percibir con toda claridad los firmes latidos de su corazón. Fue un sonido que le hizo sentir que no debía tener miedo. De algún modo, en la forma milagrosa que había logrado salvarse él mismo en otras ocasiones, lograría salvarlos a ambos. «Si alzara mis labios quedarían muy cerca de los