Por fin, después de lo que le pareció un largo recorrido, llegaron a una gran puerta de caoba que sir Joshua abrió. El Marqués lo siguió para penetrar en una habitación larga y angosta con ventanas que daban al Jardín. −Esta habitación no ha sido usada nunca– explicó sir Joshua con suavidad−, porque la he mantenido como almacén de los regalos que pensaba ofrecerle el día de su Boda. −¿Ofrecérmelos a mí?–preguntó el Marqués casi con incredulidad. –Nadie los apreciaría mejor que usted– contestó sir Joshua. El Marqués observó a su alrededor. Los muros estaban cubiertos de cuadros colgados unos encima de otros, hasta el techo. Los muebles estaban colocados contra las paredes y en el centro de la habitación. Reconoció todas y cada una de las piezas que allí había. Allí estaba el arcón con