–Los hombres tienen gustos diferentes, señor Odroswki– observó Lucrecia. El actor clavó su mirada en ella. −¡Ah, entonces ésta es una cuestión del corazón!– exclamó. –Si se refiere a que mi corazón está involucrado en ella, la respuesta es sí– contestó Lucrecia−. Tal vez eso me hará mejor actriz, no lo sé. Todo lo que puedo decirle es que es imperativo que yo parezca sofisticada y para ello estoy dispuesta a ponerme en sus manos. Quiero que me enseñe cómo caminar, cómo hablar, cómo sonreír y, sobre todo, cómo vestirme. De nuevo el actor se volvió a mirarla casi con incredulidad y entonces dijo: −¿Es cierto lo que estoy oyendo? Porque, si es así, me parece una proposición fascinante. No sólo es el dinero, señorita, que me interesa, por supuesto, pero como productor, como hombre que ama