Una semana atrás – mundo mágico
En medio de un ruidoso bar se escuchaba el sonido de la banda en vivo que tocaba para todos los clientes. Las risas, las voces altas, el olor a alcohol ligado con cigarro y también a sudor era tan normal como las mesas repletas de clientes licántropos, duendes, elfos y uno que otro ogro que tenía el dinero suficiente para pagar. Las meseras Hadas pasaban entre los bulliciosos clientes llevando los tragos, sintiendo como uno que otro consumidor les daban nalgadas a sus traseros visibles en sus cortísimas faldas, y ellas con sonrisas fingidas los pasaban por alto siguiendo su camino.
En una de las mesas, en el fondo para que su jefe no la viera se encontraba una hada hablando con un elfo que, sobre la mesa le colocó un sobre de manila que guardaba con recelo toda la vida falsa que su clienta le había pedido, desde credenciales, tarjetas de identidad, como una licencia de conducir, pasaporte entre otro montón de papeles que estaban listos para ser usados en el mundo humano y pasar desapercibida como una mas del montón. La joven vio todo con sus ojos abiertos de par en par, emocionada leía como su nombre continuaba siendo Irene, pero su apellido ahora pasó a ser “Stevens”.
«Muy humano» pensó la muchacha alzando su mirada al elfo.
Aquel hombre de orejas alargadas sin pedirle permiso le arrancó el sobre de sus manos y ella sintió como si le hubiesen arrancado su segunda oportunidad de vida.
—Como pudiste ver todo está en orden —dice el elfo de nariz alargada y enormes ojos grises.
—Si ya vi. ¿realmente pasaré desapercibida cuando llegue al otro lado? —pregunta la muchacha con duda.
—Por supuesto. Todos mis clientes han hecho sus vidas en el mundo humano y hasta ahora no los han descubierto, a menos que venga uno de esos molestos ángeles a arruinar todo —dice bajando la voz, porque alguien pasó muy cerca de él.
—¿Qué dices? ¿los ángeles podrían encontrarme? —pregunta Irene con duda y algo de temor —¡No quiero problemas con esos idiotas! Los detesto ¡Siempre con sus narices en todos lados!
—No necesariamente… si no llamas la atención, los “alados” no sabrán ni siquiera que existes. Solo debes portarte bien y podrás comenzar de cero…—promete el elfo viendo de pies a cabeza a Irene —Ya dime, ¿a quien mataste que deseas irte con tanta desesperación? —pregunta él con intriga porque la mayoría de sus clientes se iban para evadir la justicia.
Irene revolotea sus ojos, sacando de en medio de sus senos dos monedas de oro para entregárselas al elfo llamado “Mitch”. Él era un conocido falsificador de identidades humanas. Todos los que deseaban ir al otro lado, es decir, al mundo humano sin los permisos legales del concilio celestial acudían a Mitch porque sus precios eran bajos y en la mayoría de los casos sus viajes y credenciales resultaban efectivas. Los permisos legales, consistían en una tarjeta que entregaba el concilio quienes eran los encargados del orden del mundo mágico. Aquella tarjeta costaba cincuenta monedas de oro, que aumentaba cada año convirtiéndose en una suma imposible de alcanzar para muchos.
Todos sabían que los celestiales imponían esos precios elevados en la identificación legal para vivir entre los humanos, porque ellos no deseaban que las criaturas mágicas se entremezclaran en el mundo real, y los que podían hacerlo, tenían mucho poder adquisitivo ocasionando que al llegar al mundo humano fueran figuras importantes. Se decía que varios elfos eran dueños de bancos humanos, como también algunos duendes, entre otros puestos de autoridad que lo regían seres mágicos camuflados. Sin embargo, los que no tenían ese poder recurrían a la ilegalidad, como era el caso de Irene que deseaba escapar de su vida en el submundo donde actualmente habitaba.
—No maté a nadie, solo estoy cansada de trabajar en este chiquero…—susurra Irene viendo a su alrededor con molestia.
Las hadas y las ninfas de ambos sexos tenían tres formas de ganarse la vida en el mundo mágico: siendo mensajeros, sirvientes o prostitutos en bares. La que mas dinero daba era la tercera opción, y eso era lo que trabajaba la chica que acudió a Mitch el elfo falsificador. Su nombre era Irene Fatum, y era un hada de las flores que había nacido de una madre sirvienta y un padre mensajero. Al vivir en un mundo con tan pocas oportunidades, ella se acostumbró a vivir en la pobreza extrema, sin embargo, cansada de la miseria, Irene decidió acudir al trabajo más lucrativo cuando tuvo la edad suficiente.
—Entiendo… lo que digas, Irene —dice acercándose más a ella entregándole una moneda de bronce que tenía como sello la forma de un elfo de perfil.
Con disimulo Mitch deslizó la moneda sobre la mesa, e Irene la cogió ocultándola sobre el vaso de cerveza que el elfo pidió para que la joven se sentara con ella y lo “atendiera”.
—Estamos preparando un camión especial, tiene magia élfica así que puede pasar para el otro lado —revela Mitch en apenas un murmullo que Irene y él solo pueden escuchar —. Muéstrale esa moneda al conductor y él te montará, el viaje será exclusivamente para hadas. Encontramos una abertura en el distrito de Brooklyn. Los ángeles todavía no están al tanto, y si lo saben estarán tan ocupados con los espectros que ustedes podrán pasar sin problemas.
—¿Con los espectros? —cuestiona Irene comenzando a sentir temor.
—Si, cruzarán a eso de las tres de la mañana en horario humano. A esa hora los espectros andan mas activos, los molestos guardianes no estarán por ahí, así que será el momento preciso para que todos puedan pasar sin problemas. ¿Vendrás a visitarnos? Si lo haces tráeme unas donas… me encantan las donas glaseadas del mundo humano, no las hacen igual aquí —comenta Mitch con una sonrisa que Irene no comparte.
—¿Te volviste loco? Con todo lo que he hecho para cruzar ¿piensas que voy a regresar solo para visitarte y traerte donas? ¡Cuando esté en el mundo humano no regresaré jamás a este chiquero!
Luego de escuchar esa respuesta un tanto desesperada, Mitch sonríe a medias mirándola con una mezcla de duda e ironía.
—Si mataste a alguien, se nota en tus ojos, ¿Quién fue, tu horrible novio el ogro?
—¡Que no maté a nadie! Y… si es por Yorch, debí matarlo cuando tuve la oportunidad —susurra Irene de forma pensativa, pero ella sabía que no tenía la malicia para hacer aquello.
—¡Irene! ¡Vuelve al trabajo, se ve que no estás haciendo nada! —grita su jefe que era un hombre lobo que era tan malvado como quien se atreve a golpear a su madre.
—¡Ya voy, Boss! —dice la chica levantándose colocando el sobre debajo de su bandeja —Gracias, Mitch. Si todo sale bien y no termino en prisión… te lo agradeceré toda mi vida.
—Descuida, hadita hermosa. Me caes bien, y mis negocios siempre son efectivos, adiós… cuídate —dice él guiñándole un ojo a Irene que sonríe a medias regresando a su trabajo.
Cuando su turno termina, ella se cambia de ropa quitándose aquel sugerente vestidito rojo que no dejaba mucho a la imaginación. Irene tenía un cuerpo lindo, como la mayoría de las hadas había nacido con una belleza natural e inocente que encantaba a sus clientes, pero a pesar de eso debía usar aquel atuendo con ese escote que tan solo le faltaba un centímetro más para que sus pezones salieran a relucir. La falda era tan corta que la mitad de sus glúteos estaba al aire mostrando su ropa interior que dejaba a la vista todo su trasero, y unas medias largas blancas y zapatos de tacón alto, ese era su uniforme laboral que solo debía usar por un par de días más. Y ahora con su ropa habitual que era mil veces mas recatada, ella guardó su sobre en su bolso, y sin mas extendió sus traslucidas alas brillantes de hada para volar a su casa donde vivía con su novio Yorch, un ogro que la ayudaba a pagar la renta.
Físicamente Yorch era enorme, media dos metros de estatura, era gordo como todos los de su clase, su rostro parecía el de un sapo con ojos saltones y boca grande, pero, aunque él a veces era violento, y sin duda alguna no era un príncipe azul, el ogro era un santo en comparación a sus clientes o incluso sus padres, así que Irene como no conocía nada o nadie mejor en su día a día, vivía con aquel horrible hombre porque le aterraba estar sola. Sin embargo, lo dejaría muy pronto. Y así cuando llegó a su apartamento, entró por la ventana como siempre encontrándose a Yorch sentado en el sofá viendo su programa favorito de televisión, ya que en el mundo mágico vivían prácticamente igual que los humanos, pero la diferencia que su mundo era más desordenado y caótico que el “del otro lado”.
Una semana después – día de la fuga
Era de noche, hacía frío por lo que Irene mientras volaba al punto de encuentro sentía como sus alas se congelaban mientras estaba en el cielo, pero a pesar de eso ella voló a toda prisa hasta aquel callejón donde la estaba esperando el camión que la transportaría a su nueva vida. En el instante que aterrizó, la joven se dio cuenta que varias hadas en su mayoría mujeres estaban llegando después que ella. La muchacha ni siquiera les prestó atención y se acercó al elfo conductor mostrándole la moneda de bronce que Mitch le dio.
—Tu debes ser Irene Fatum —dice el elfo alto y delgado de cabello rubio y rostro con una expresión fastidiada.
—Si, ¿Cómo lo sabe?
—Es fácil, te conozco del bar donde trabajas, he sido tu cliente ¿No me recuerdas? —responde el elfo mirando con un toque de lujuria a la hadita de cabello rojizo y ojos azules que, hace lo posible para no hacer una expresión de desagrado en su rostro.
—Oh, entiendo… —dice Irene viendo hacia otro lugar mientras sostenía con fuerza su bolso de equipaje — ¿A qué hora nos vamos?
—Dentro de media hora. Ya deberían ir montándose, cruzaremos el otro lado cuando sean las tres de la madrugada en el distrito de Brooklyn. ¡Vamos señoritas, entren al camión y pónganse cómodas! El viaje será movido, y vayan haciendo sus oraciones a sus dioses de las hadas para que los ángeles guardianes no nos atrapen —dice el elfo al mismo tiempo que saca un cigarro de su bolsillo, junto con un encendedor para fumar un poco.
Irene no pierde tiempo entrando al camión que tenía dos largas bancas donde todas las hadas fueron sentándose una a una. Algunas iban con niños pequeños, mientras que otros iban en pareja. Irene los observaba a todos pensando que no tenía que ser demasiado inteligente para darse cuenta que todos ellos deseaban buscar mejores oportunidades para sus vidas. Lo único que debían hacer era esconder sus alas a partir de ahora, y así pasarían desapercibidos…
«Si todo sale bien, podré comenzar de nuevo. Por cierto, Mitch, tenías razón… si maté a alguien, pero eso no es nada» piensa Irene acomodándose en su puesto esperando con ansías partir al mundo humano sin saber que su viaje sería más… “movido” de lo que pensaba.