Horas después en la casa de Daniel
—¿Realmente solo será parar un camión de hadas ilegales? —pregunta Daniel colocándose un porta bebés para llevar a Gabi con él.
—¿Qué estás haciendo? Por qué no te transformas en celestial, con ese bebé encima no podrás.
—¡No tengo otra forma, ¿Qué quieres que haga que deje a mi hija aquí por quien sabe cuanto tiempo? No podré transformarme, Esaú, me tendré que ir como un humano. Lo máximo que podré mostrar serán mis alas, pero no pienso volar con mi hija encima, el frío del viento la puede resfriar, o le puede suceder algo peor.
—¡Que! ¡Pero tardarás una eternidad en llegar! —exclama Esaú viendo como Daniel fue hasta la sala para buscar las llaves de su moto.
—Si el concilio desea que haga este trabajo deben atenerse a las consecuencias. Estoy arriesgando demasiado yendo con Gabi, pero no me queda de otra, además… es molesto que mi primera misión sea con hadas, las detesto… la mayoría son unas golfas y siempre sirven de mensajeras para los espectros. Y cuando vienen al mundo humano trabajan de adivinas y hechiceras —dice Daniel con repulsión.
—Lo mas probable que ese camión esté infestado de ese tipo de Hadas —responde Esaú con una sonrisa irónica —en fin, apresúrate… yo me iré adelantando, las tomaré por sorpresa.
Y al decir eso se transforma en Celestial volando rumbo a la “abertura 14” que estaba en Brooklyn exactamente a media hora de distancia en auto, y a tan solo minutos si se iba volando como era el caso del ángel Esaú. Por otro lado, Daniel fue a toda prisa hacia el garaje montándose en su moto no sin antes cubrir debidamente a Gabi mientras decía:
—Daremos un paseo, Gabi. No te preocupes, te cuidaré bien —dice él acelerando para ir a toda prisa al lugar donde iniciaría su primer trabajo después de su suspensión.
Treinta minutos después - Dobble Hill Brooklyn
Cuando Daniel llegó se dio cuenta que el lugar era un desastre: el camión estaba volcado en el suelo, mientras que Esaú tenía aun elfo contra la pared esposándolo con las esposas que normalmente usaban los ángeles guardianes. Aquel artilugio estaba fabricado de oro mágico puro luminoso, lo cual era prácticamente imposible de romper o zafarse a menos que un ángel se las quitara. Además del elfo, todas las hadas también estaban esposadas haciendo fila para entrar al portal que Esaú creo y así regresarlas al mundo mágico, específicamente al concilio donde serian juzgadas por adquirir documentación falsa y por entrar de forma ilegal al mundo humano. Ese crimen también era llamado alteración forzosa del orden natural de ambos mundos, por lo cual era severamente penado.
—¡Vamos, vamos no arruinen la fila y colaboren si no desean añadir mas cargos a sus hombros, criminales…! —exclama Esaú porque se estaba dando cuenta que algunas hadas se estaban esparciendo.
Y en eso, mientras todo seguía su curso normal de ese tipo de casos, Esaú se dio cuenta que Daniel había llegado. Él sonrió a medias alzando uno de sus brazos para que su amigo lo viera. El Celestial no tenía necesidad de hacer un esfuerzo extra para hacerse notar porque su forma luminosa, cabello dorado brillante, alas blancas majestuosas y altura excepcional era como un faro en medio de la oscuridad, pero a pesar de todo él dijo:
—Hey, Daniel, ven ayúdame aquí con tus amiguitas las hadas —dice Esaú cuando termina de esposar al elfo cabecilla de aquel evento.
—Ya hiciste todo, no tengo necesidad de hacer nada…
—Lo sé, pero al menos has acto de presencia y justifica tu salario. Acomoda a las hadas que andan un poco revoltosas allá en el fondo… —pide Esaú a Daniel que se transforma a medias sacando sus alas a la vista de todas las hadas que lo miraban de reojos.
De última en la fila se encontraba Irene esposada como todas las demás. Cuando ella vio a Daniel que se acercaba con un bebé colgando frente a él, se extrañó bastante, pero no le importó demasiado en el instante que ella también extendió sus alas solo para estar a su altura y escupirlo directo en su cara. Tenía tanta rabia y frustración que no le importó que eso solo aumentara años a su futura condena.
—¡Como te atreves! —exclama Daniel limpiándose el rostro.
—¡Todos ustedes los ángeles son unos desalmados! ¡Burócratas! No estaríamos aquí si no fuera tan difícil encontrar la identificación de forma legal —exclama Irene al instante que Daniel la sujeta por sus alas y Gabi comienza a llorar.
—Viste lo que hiciste, ahora mi hija está llorando por tus gritos ¡Solo estoy haciendo mi trabajo! ¿comprendes? —vocifera Daniel y cuando Irene estaba a punto de decir algo, aparecen un montón de espectros no identificados listos para atacarlos.
—Lo que faltaba —exclama Daniel sacando su espada de luz al igual que Esaú quien cuando se eleva hacia el cielo observa que vienen cientos de espectros.
—¡Hay que llamar refuerzos! Viene una legión entera —exclama Esaú en el instante preciso que las hadas y el elfo aprovechan para escapar porque el par de ángeles comenzaron a eliminar esa legión que en un abrir y cerrar de ojos los cubrió como un manto lleno de maldad.
En medio de esa confusión Irene le dio un golpe en los testículos a Daniel esperando que eso surtiera efecto porque mientras él eliminaba a los espectros que se acercaban todavía la seguía sujetando, pero cuando ella lo lastimó el ángel la soltó exclamando:
—¡¡Ahh, ramera!! —exclama Daniel casi sin poderlo evitar, e Irene no le importó aquella ofensa corriendo con todas sus fuerzas, no podía volar porque no deseaba toparse con un espectro —¡No escaparás! ¡No llegarás muy lejos con esas esposas, hada tonta! —grita Daniel, pero se da cuenta que era demasiado peligroso estar ahí con su hija que no dejaba de llorar.
Esaú también se dio cuenta, por eso exclama:
—¡Daniel vete de aquí, esto es muy peligroso para tu hija! ¡Yo me quedaré mientras vienen refuerzos! —exclama Esaú cortando a los espectros que se acercaban.
Sintiéndose un completo inútil, pero priorizando el bienestar de su hija, Daniel decide huir de esa escena corriendo hacia su moto para irse de ahí, recordando esa frase que siempre decían que los Celestiales se vuelven débiles cuando tienen familia. Ahora que él lo estaba experimentando en carne propia, se dio cuenta que estaban en lo cierto. Así que, para no ser tan inservible, mientras corría en dirección a su moto el ángel comenzó a pedir refuerzos por medio de su «voz Celestial» cuando dijo:
—¡Solicito refuerzos para un ataque de legiones en la abertura catorce del distrito de Brooklyn! ¡Repito: ataque de legiones en la abertura catorce…! —Daniel detiene su llamado cuando observó que aquella hada estaba corriendo, pretendiendo huir de él —Te haré pagar ese golpe que me diste…—murmura Daniel acelerando con su moto hasta que le impidió el paso cuando se puso frente a ella con su moto.
Irene pretendía extender sus alas para irse volando porque ya estaba bastante alejada de esa zona infestada de espectros, pero cuando estaba a punto de hacerlo, Daniel volvió a sacar su espada amenazándola.
—No te atrevas a escapar, o de lo contrario te lanzaré mi espada y morirás al instante… ¿Qué pretendías hacer en el mundo humano? ¿eh? —pregunta Daniel viendo como Irene con sus manos en alto mostrando sus esposas, retrocedía viendo a esa bebé que estaba muy calladita en su porta bebes.
—La bebé que tienes ahí, está demasiado tranquila, algo le ocurre —dice Irene señalando a la bebé con su vista.
Daniel de inmediato desaparece su espada quitándose a su hija del portabebés, dándose cuenta de que su hija había perdido el conocimiento.
—¡Gabi! —dice él sintiendo como su corazón no dejaba de latir del terror que lo invadió porque su hija estaba inconsciente.
Sin perder el tiempo Daniel empezó a revisar a su bebita dándose cuenta de que su inconciencia se debía a la presencia de la legión que los rodeó, al parecer la abrumó y su lado mitad Celestial se vio afectado. Sin embargo, el temor que envolvió a Daniel lo encegueció al punto que no pudo ver más allá, impidiéndole comprender que su hija no corría peligro. Su inconciencia era una especie de protección que usó su cuerpecito para no verse afectado por los espectros. En pocas palabras, Gabi solo estaba dormida.
—Gabi, por favor despierta… Gabi, Dios, no debí traerte... —susurra Daniel comenzando a desesperarse al punto que se bloqueó sin saber que hacer.
Irene estaba a punto de huir aprovechando que ese Celestial parecía estar tratando de reanimar a su hija, pero por alguna razón, ella sintió pena por él, porque era la primera vez que veía a un ángel en un estado tan vulnerable. Así que, con temor, Irene se acercó diciendo:
—¿Estará bien…? Yo creo que puedo ayudarla —susurra ella alternando su mirada entre el ángel y esa bebé.
Daniel la miró de reojos, y con tan solo blandir sus manos hacia ella bastó para que las esposas que tenían apresadas las manos de Irene cayeran al suelo completamente inservibles. El hada cuando se vio en libertad pensó que esa era su oportunidad para irse volando de ahí, pero… no pudo hacerlo.
—¡Solo lárgate, aprovecha este momento para huir y no te entrometas! No me interesas—grita Daniel quien se pudo dar cuenta que la muerte de su amada, lo había convertido en un ángel demasiado emocional.
Irene se estremeció por el grito que le lanzó aquel Celestial, pero a pesar de todo ella no se inmutó cuando de sus manos creó polvo mágico de hadas acercándose a la bebé de Daniel para esparcir su poder de hadas sobre la bebita.
—¡¡Que estás haciendo!! —exclama Daniel cuando observa que ese polvo dorado había logrado que su hija abriera sus ojos y comenzara a llorar —Gabi… —susurra el ángel acercando a su hija hacia él para abrazarla con dependencia sintiendo como varias lágrimas de alegría ya recorrían sus mejillas.
Irene no pudo evitar sonreír gustosa diciendo:
—Solo estaba dormida, pero estabas tan asustado que ni cuenta te diste, por eso la desperté con mi polvo de hadas—explica la hada quien no podía creer que había acabado de ayudar a un Celestial.
Daniel parpadeó varias veces y cuando escuchó las palabras de esa mujer hada, la miró con atención para memorizarse su rostro. La chica tenía el cabello rojizo, piel pálida, y ojos azules lo suficientemente grandes para que él se diera cuenta que ella estaba asustada por estar frente a él, pero a pesar de todo continuaba ahí.
—Agradezco tu ayuda, aunque fue simple, fue necesaria…—dice Daniel acercándose a Irene que con cada paso que el ángel daba, ella se alejaba.
—¿Q-Que pretendes hacerme? —pregunta ella porque veía como ese alto hombre se acercaba a ella con un rostro serio.
—Dame una de esas pulseras que cargas.
Irene sin preguntar o decir nada se quitó una de sus pulseras entregándosela al ángel. Daniel llenó de su poder aquel accesorio, transformando las cuentas de madera que estaban fabricada la pulsera del hada, a unas doradas resplandecientes diciendo:
—Con esto ningún espectro se acercará a ti jamás, tendrás la protección de un Celestial cerca de ti, ahora vete, no quiero ver tu cara de tonta nunca más. Ese es mi p**o por haber ayudado a mi hija. Se que no fue la ayuda más increíble del mundo… pero la agradezco —susurra Daniel pensando que jamás hubiese imaginado que se iba a sentir agradecido por un hada.
—Gracias… no me verás más, lo prometo —es lo único que dice Irene sin tener idea que el destino le tenía preparado otros planes, y a partir de ese momento, el destino de ambos se había unido.