En el instante que Irene cruzó, Daniel cerró el portal y desapareció la barrera que los protegía de los posibles ojos curiosos. Cuando se vio solo, el rubio bajó su atención hacia sus pies dándose cuenta de que había salido con pantuflas y aquel pantalón de algodón que usaba para dormir. —¡Ah! ¡Qué vergüenza! —exclama Daniel chasqueando su lengua, pero luego desvía su atención hacia la Vespa observándola con mayor detalle —Está bastante vieja —murmura el ángel colocando su mano en la motocicleta, arreglando en cuestión de segundos lo que estaba dañado. Para Daniel arreglar cualquier objeto mundano con su poder celestial era muy sencillo, solo debía hacer lo mismo que hacía cuando “limpiaba escenas”, regresando todo a su antigua normalidad. Y para la Vespa de Irene la “normalidad” era su