Se acercaba la noche de aquel día de verano. Stephanie se encontraba sentada a la mesa del café francés de su barrio. Miraba distraída la puesta de sol mientras en su mente se aglomeraban cientos de pensamientos sin orden aparente. Un suspiro de anhelo salió de su pecho tras volver a la realidad. Observó con calma el libro que tenía entre las manos al tiempo que una ligera sonrisa se dibujó en su rostro; nuevamente se había perdido en aquellas páginas llenas de romance y pasión.
– ¿Qué pensaría la gente de mí si supieran lo que leo? –se preguntó a sí misma conteniendo la sonrisa.
Se levantó de su asiento con calma. Dejó el dinero de la factura sobre la mesa y se dispuso a recoger sus cosas para guardarlas dentro del bolso. Ya era hora de irse a casa, el cielo comenzaba a amenazar con soltar sus lágrimas en forma de lluvia. Una ventisca fría se hizo presente recordándole que el verano estaba llegando a su fin, pronto se acabarían las vacaciones y tendría que regresar a su trabajo ordinario. Ojalá la vida fuese tan emocionante como en sus novelas, pensó de repente dejando escapar un nuevo suspiro, esta vez, con algo de decepción.
El camino a su casa desde la cafetería era relativamente corto. Unos diez minutos a pie, por lo que Steph solía preferir caminar que tomar el bus, especialmente en noches como aquella cuando el ambiente no era caluroso. Se abotonó su chaqueta, colocó su bolso sobre el hombro izquierdo, abrazó su libro con fuerza y comenzó a andar distraída por aquella calle tan familiar. Las luces alumbraban su recorrido mientras ella se perdía nuevamente en sus pensamientos. Por más que lo intentara, no podía dejar de pensar en el protagonista de esa novela que ha estado leyendo. En ese momento deseó con todas sus fuerzas poder encontrárselo.
– Si tan sólo los hombres del mundo real fueran como él –exclamó en voz baja para sí misma con un dejo de tristeza.
Su mirada se mantenía fija en el oscuro asfalto mientras su caminar se aceleraba. No le gustaba pensar en el amor. Su vida sentimental no había sido algo de lo que precisamente pudiese presumir. Siempre había creído que cupido estaba en su contra, por eso solo le quedaba soñar cada noche con el protagonista de sus novelas. En sus casi 21 años de vida no había tenido un novio. La verdad es que ni siquiera una verdadera cita. A veces parecía que los chicos huían de ella, aunque no sabría explicar el por qué.
Un ligero golpe en su hombro la trajo de vuelta a la realidad. Un transeúnte en sentido contrario había chocado con ella y la acción hizo que su libro resbalara de entre sus manos para caer con fuerza sobre el piso.
– Lo lamento –se escuchó decir a una voz masculina al tiempo en que Steph se inclinaba para tomar su libro. Este yacía tendido sobre el asfalto mientras sus hojas giraban velozmente con la brisa de la noche.
– Está bien –respondió la chica sin intentar ocultar la molestia en su voz.
– Venía distraído, no fue mi intención chocar contigo –insistió el hombre en un intento por disculparse.
Aquella voz era diferente a todas las que alguna vez había escuchado. Los hombres que había conocido durante su corta vida, por lo general tenían una voz grave y tosca, pero aquella era diferente. Esa voz era suave y delicada, era como si escuchara hablar a un ángel. Ese pensamiento hizo que Steph se girara rápidamente sobre sus pies, necesitaba ver quién era el dueño de aquella voz tan hermosa que la había cautivado.
El rostro de ella se iluminó en cuanto sus miradas se cruzaron. Una dulce sonrisa se dibujó en el rostro de él y por un instante se sintió como si el tiempo se hubiese detenido.
– Espero no haberte hecho daño –exclamó el misterioso hombre con algo de preocupación en sus palabras. Permanecía de pie frente a ella observándola detenidamente.
– Me encuentro bien –fue todo lo que Steph alcanzó a decir mientras apretaba con fuerza el libro entre sus brazos.
Ese misterioso hombre era igual al de sus sueños. No entendía cómo era posible, pero parecía que había escapado de su imaginación para pararse frente a ella. Las facciones delgadas y delicadas del rostro de su acompañante lo hacían lucir como a un ángel. No solo su voz le causaba la sensación de estar junto a una de esas criaturas de Dios, su rostro también le recordaba a aquellas pinturas que en tantas ocasiones había visto colgadas en las paredes de las iglesias. Su cabello dorado se iluminaba con la luz de la luna mientras que su mirada oscura ocasionaba un contraste perfecto con su blanco rostro.
La forma pequeña de sus ojos la hacían pensar que probablemente venía de algún lugar de Asia y por un momento sintió que su corazón se detuvo al descubrir como esos ojos negros se encogían como reacción a su sonrisa. Era alto, mucho más que ella, por lo que tenía que elevar su rostro para observarlo. Su contextura era delgada aunque una vocecita en su cabeza le decía que toda esa ropa que llevaba encima ocultaba un cuerpo ejercitado y en forma.
El hombre se acomodó la bufanda que traía al cuello mientras sus labios se movían para expresar palabras que la joven no alcanzó a oír. Se encontraba tan ensimismada con la belleza de aquel sujeto que su conexión con la realidad se esfumó.
– Oye, ¿Te encuentras bien? –preguntó una vez más aquel hombre con apariencia de ángel mientras acercaba su rostro al de ella. Sus ojos se encontraron nuevamente para observarse en silencio durante unos segundos. Una pequeña ventisca helada hizo a Steph volver a la realidad. Un sonido de sorpresa se escapó de entre sus labios mientras sus mejillas se sonrojaban de la vergüenza que sentía.
– Lo… lo lamento –alcanzó a decir entre nervios.
– Solo quiero asegurarme de que te encuentres bien, me disculpo nuevamente por haberte chocado –insistió el hombre mientras hacía una pequeña reverencia frente a ella con sus manos unidas palma con palma.
– Está bien… no te preocupes –exclamó la chica aun intentando controlar sus nervios, al igual que el rubor en sus mejillas que no quería desaparecer.
– ¿Cómo te llamas?
– Steph… –dijo al instante– Stephanie –aclaró rápidamente con una sonrisa.
– ¡Oh! Que nombre más bonito –expresó respondiendo a la sonrisa– el mío es Leng Minying –explicó moviendo su cabeza en gesto de reverencia. El silencio se presentó por unos segundos– Ando buscando la cafetería ‘Le Monic’ ¿Sabes dónde se encuentra?
– Eh… sí, sí… claro. Se encuentra al final de esta misma calle, solo debes seguir derecho por este camino y un par de cuadras más adelante la verás –explicó la joven señalando el lugar desde donde había iniciado su camino.
– Muchas gracias –sonrió él. Steph pensó nuevamente en lo hermoso que era que sus ojos se cerraran con cada una de sus sonrisas– Acabo de mudarme y no conozco mucho la ciudad –continuó– ¿Vives cerca de aquí?
– Sí –se apresuró a decir la chica, por lo que otra vez su rostro se llenó de color– ehm… vivo a un par de cuadras de aquí… he vivido toda mi vida en esta ciudad así que la conozco muy bien, si alguna vez necesitas ayuda con otra dirección, estoy a la orden –exclamó repentinamente sorprendiéndose a sí misma.
Nunca antes había sido tan aventada, por lo general era bastante tímida y cobarde, no entendía de donde habían salido esas palabras. Bajó el rostro y permaneció observando el piso durante unos segundos intentando controlar la vergüenza que comenzaba a apoderarse de ella.
– Gracias –exclamó con algo de sorpresa el chico, pero sin dejar de sonreír– Fue un placer conocerte Stephanie, espero volver a encontrarme contigo –se despidió inclinándose nuevamente ante ella como reverencia.
Steph lo vio darse media vuelta y comenzar a caminar en sentido contrario a donde ella se dirigía. Suspiró pesadamente, pero esta vez no sabía exactamente porqué. No había sido un encuentro parecido a ninguno de los que alguna vez había imaginado con el protagonista de sus novelas, pero no se sentía del todo decepcionada porque algo en su interior le decía que volvería a ver a ese hombre. Su corazón latía velozmente mientras lo veía alejarse en la oscuridad de la noche al tiempo en que pensaba que ese momento, había sido tan solo el inicio de su gran historia.