SEGUNDO ENCUENTRO

1908 Words
La alarma del despertador se escuchaba en todo el apartamento mientras Steph, aún en la cama, se quejaba de tener que ir a trabajar tan temprano. Las vacaciones sin duda le habían quitado su rutina diaria y regresar a ella era difícil. Se sentía increíblemente cansada y no entendía por qué, no era como si hubiese amanecido de fiesta, aunque tampoco podría decir que había logrado dormir mucho. Se había quedado hasta tarde leyendo una de sus novelas de romance. Desde su encuentro con ese hombre con rostro de ángel, se había obsesionado aún más con aquella saga de libros que la hacían soñar de manera desmedida. – ¿Qué voy a hacer con mi vida? –se preguntó a sí misma entre suspiros mientras abría la llave de la ducha y dejaba que el agua fría recorriera su rostro y cuerpo. Necesitaba algo que la despertara para aguantar el día. Debo dejar de leer hasta tarde. Se reprendió en su mente mientras terminaba de alistarse para el trabajo. Se lo repetía constantemente en mañanas como esa, pero sabía que era una tarea imposible para ella. Amaba leer y esas novelas eran su obsesión. – Van a acabar conmigo –dijo mirando los libros sobre su mesita de noche. Steph era una chica muy soñadora y romántica. Pero el mundo real no era ni cercano a lo que ella habría deseado, por eso prefería encerrarse en el mundo de fantasía que sus libros le regalaban. Nada la hacía más feliz que soñar con ella como la protagonista de esas hermosas historias. Tomó un poco de café y lo vertió en un termo, agarró sus llaves y su bolso iniciando el camino a su trabajo. Abrió la puerta de la entrada de su apartamento con la idea en mente de que sería un día ordinario como los que siempre tenía, pero el destino quería jugar con ella. Al cruzar el mural de entrada vio una escena distinta a la de todas las mañanas. Un montón de cajas se apilaban junto a la puerta del apartamento de enfrente. Eran 4 torres de cajas grandes que se alzaban frente a ella. Steph se quedó observando detenidamente la escena. Sentía curiosidad por saber quién se estaba mudando a ese apartamento, había estado solo durante los casi dos años que ella llevaba rentando el suyo. Movió su cabeza de un lado para el otro intentando ver algo entre las cajas. La puerta del apartamento permanecía abierta, pero no lograba ver nada más. No solo la entrada de este se encontraba obstruida por las cajas, sino también los muros que bordeaban la escalera del edificio se alzaba justo entre ambos apartamentos haciéndole más difícil la tarea. Suspiró resignada y decidió continuar con su día, después de todo, en algún momento tendría que encontrarse con ese nuevo inquilino y si no, pues estaría Lorena para contarle todo. El edificio en el que Steph vivía era pequeño, de tan solo 4 pisos de altura. En cada uno de estos niveles se encontraban 4 apartamentos, separados dos de cada lado por una escalera. No había ascensor. El apartamento de ella se encontraba en el último piso y era el primero a la izquierda al subir dicha escalera. Al final de ese mismo pasillo se ubicaba el de Lorena. Una chica morena y ojos claros con una enorme y brillante sonrisa. Lorena era de esas chicas carismáticas a la que todos adoran. Era muy habladora y risueña. Nada parecida a ella sin lugar a dudas, pero se habían hecho muy buenas amigas. Steph no solía hablar mucho con los vecinos, por lo general se limitaba a saludarlos si se los encontraba en los pasillos o a intercambiar alguna que otra palabra cuando era necesario. Por eso, quien la mantenía al tanto de todo lo que ocurría en aquel lugar era su amiga Lorena, ya que la chica se sentía “algo atraída" por los cuentos de pasillos, así que cada tarde luego del trabajo, se colaba en su apartamento para contarle todas las noticias del día, las cuales incluían no solo a la gente de su edificio, sino también a todos los que trabajaban con ella y que Steph nunca había visto en su vida, pero aun así, le gustaba escuchar las historias que su amiga le contaba, porque aunque no conocía a los protagonistas de las mismas, se entretenía enormemente con todos los dramas que en ellas ocurrían. – Sin duda todos tienen vidas más interesantes que la mía –dijo para sí misma con decepción. Cerró la puerta de su apartamento con llave y se dirigió hacia la escalera para emprender su camino. Intentó echar un último vistazo entre las cajas antes de bajar por los escalones y para su sorpresa, esta vez pudo notar a un chico salir de entre ellas. – Hola –saludó el joven amablemente con una enorme sonrisa. Una de las sonrisas más hermosa que Steph había visto en su vida. Se paralizó– ¿Vives aquí? –preguntó el chico aun sonriendo. Estaba vestido completamente de n***o. Llevaba una franela de algodón sencilla manga corta y unos jeans. Era alto, muy alto, lo que la hizo sentir un poco indefensa ante él. Tenía una sonrisa hermosa, a pesar de tener los dos dientes frontales un poco más grandes que los demás, pero para ella, ese detalle no dañaba nada de aquella sonrisa, por el contrario, pensaba que la hacía lucir aún más perfecta. Esa peculiar y preciosa sonrisa iluminaba todo el lugar y Steph estaba completamente absorta del mundo observándola. Los labios de ella sonrieron de vuelta mientras miraba con detalle aquel rostro que de alguna manera parecía ser dulce y rudo al mismo tiempo. En ese momento notó los dos piercings que el chico llevaba. El primero estaba justo en su labio inferior, el cual de inmediato provocó que la mente de Steph se llenara de fantasías. Las imágenes de ella besando esos labios mientras tocaba con su lengua el piercing, comenzaron a inundar su cabeza. Se mordió los suyos propios intentando controlarse mientras su respiración se aceleraba con cada centímetro que observaba de ese hombre. Sus ojos eran de un n***o azabache. Grandes, pero no redondos, aquellos ojos dejaban ver ligeramente el rasgo a******o en ellos. Y ahí, sobre su ceja derecha, se encontraba el segundo piercing. Nuevamente pensó en que ambas joyas lo hacían ver increíblemente rudo, pero aun así no llegaba a perder la dulzura de su rostro. Steph pudo notar también como la altura del joven iba perfectamente combinada con su musculatura. A ella no le quedaba la menor duda de que ese hombre se ejercitaba. Sus brazos eran enormes. Era un chico intimidante. La manga corta de su franela dejaba ver los tatuajes que en su brazo derecho se mostraban. La tinta cubría toda la piel expuesta, incluyendo la de su mano, pero se perdían entre la tela oscura. Ella se preguntaba hasta donde llegaban esos tatuajes, tenía ganas de verlos y tocarlos. Sí, quería tocarlos. Tocar lentamente cada uno de ellos, seguramente le recorrerían el pecho y ella quería sentirlo, quería… – Hola –exclamó una vez más el joven en un tono de confusión, aunque seguía manteniendo su sonrisa– ¿te encuentras bien? –preguntó el chico tranquilamente haciendo a Steph salir de su trance. La chica ahogó un grito apretando sus labios con fuerza cuando se dio cuenta de lo que había ocurrido. Se había quedado fantaseando con el vecino nuevo mientras aún lo tenía enfrente y le estaba hablando. Steph intentó decir algo, pero no pudo. Entreabrió sus labios, pero ninguna palabra salió de ellos– ¿te encuentras bien? –repitió el joven ahora un poco preocupado al ver la cara de susto de la chica. El color del rostro de ella desapareció por completo, estaba estática, su vergüenza aumentaba rápidamente con cada segundo que transcurría y sin saber que hacer simplemente decidió huir. Bajó las escaleras corriendo lo más rápido que pudo sin siquiera respirar, dejando atrás a aquel chico asombrado y confundido por la situación. Steph llegó a la planta baja en un abrir y cerrar de ojos. Nunca en su vida había corrido tan de prisa. Su respiración se entrecortaba. Quería llorar. Se moría de la vergüenza. ¿Cómo había pasado eso? Se preguntaba. No podía creer que se hubiese quedado como idiota observándolo y fantaseando con él mientras aún lo tenía enfrente. Menuda metedura de pata. Apenas se estaba mudando al edificio y ahora iba a tener que esconderse de él porque no habría manera de que pudiese volver a verlo a la cara. No. La vergüenza que sentía se lo impedía. La joven salió a la calle aun alterada y comenzó a caminar sin rumbo. Debía de ir a trabajar, pero ¿cómo se suponía que lo haría? En ese momento no recordaba ni siquiera su nombre, su cerebro estaba colapsando y sus pies no dejaban de andar solos. Miraba a todos lados con confusión en medio de un ataque de nervios. Caminó y caminó sin parar por varios minutos, pero entonces se detuvo. – Calma Steph. Calma –se dijo a sí misma intentando recuperar el control de la situación. Respiró profundamente 1, 2, 3, 4, 5 veces. Su corazón comenzó a bajar la velocidad. Su mente empezó a aclararse aunque un fuerte dolor de cabeza se estaba haciendo presente– Todo estará bien. Calma –continuó repitiéndose una y otra vez hasta que su respiración pareció volver a la normalidad. >> No pasa nada chica, solo tendrás que esconderte en tu apartamento para no encontrarte en ningún momento con el vecino nuevo –se dijo a sí misma– solo tendrás que esconderte hasta que puedas mudarte a otra ciudad. Sí. Eso mismo. Eso haré. Me mudaré. Me mudaré y así no tendré que volver a verlo y no me moriré de vergüenza –decidió de repente. Dio un último respiro profundo para terminar de calmarse y miró hacia ambos lados de la calle intentando descifrar su ubicación. Había estado caminando sin ningún sentido ni rumbo, por lo que no sabía bien en dónde se encontraba en ese momento. Tras unos segundos, logró ver el cartel de una librería a la que solía ir. Ya sabía dónde estaba. Miró su reloj, era tarde, demasiado tarde, la iban a regañar en cuanto llegara a su trabajo. Primer día que regresaba de las vacaciones y ya estaba llegando tarde. Definitivamente no la iban a recibir con una sonrisa. – ¡Mi café! –recordó de repente cuando hubo salido de su trance. Recordaba que tras salir de su apartamento llevaba en la mano su termo de café, pero ahora había desaparecido. Durante la confusión de su mente había botado en algún sitio su termo con café y era su termo favorito– ahhh –gritó con frustración– ¿Por qué tenías que ser tan sexy? –se quejó molesta mientras recordaba a su nuevo vecino. El joven acababa de llegar a la ciudad y ya había puesto su vida de cabeza ¿cómo era posible? Ni siquiera había podido cruzar palabra alguna con él y ya estaba fantaseando cosas que no debía. Intentó controlarse nuevamente y entre respiraciones recordó que debía ir a trabajar. Sujetó su bolso con fuerza y comenzó a correr a toda velocidad. Nunca más se quejaría de que su vida era aburrida, ahora las cosas estaban por cambiar.
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