—Tonterías, hacemos un contraste perfecto, como de costumbre. Siempre fuiste tú el angelito bueno y yo el travieso diablillo n***o… ¿no te acuerdas?
—Recuerdo que siempre fuiste bonita y la persona más excitante que jamás conocí.
Carolina rió, obviamente encantada con el halago.
—Tengo tanto que contarte— dijo, y luego, al mirar alrededor del cuarto, agregó—, ¡Cielos, qué gastado está todo! ¡Gracias a Dios que podemos irnos de aquí! ¡Nos iremos a Londres y tú vendrás conmigo! Hice planes para llevarte como mi dama de compañía y ahora que te veo, comprendo que tu belleza no puede seguir escondida en este agujero aburrido y deprimente.
Enlazó su brazo al de Orelia.
—Las dos juntas, prenderemos fuego a la ciudad. ¿Cómo nos llamarán? Porque, como bien sabes, en el bello mundo todos tienen apodos.
—Oí que tú eres “la incomparable entre las incomparables”
—Ese es sólo uno de los apodos, pero ya verás cómo nos vamos a divertir. Deslumbraremos al Mundo Social con nuestra presencia. Me pareció extraordinario que papá me nombrara tu tutora. Seré muy mala tutora, ¡espero que tú me cuides a mí, Orelia!
—¿Ya te enteraste de lo de tío Arturo?
—Encontré una carta de los abogado s esperándome en casa de mi madrina en Londres.
—Yo te escribí a Roma.
—Ya me había marchado, pero un amigo me la llevó a París. Tú sólo me comunicabas que papá había muerto. La semana pasada, cuando regresé, encontré junto con la comunicación de los abogados, una copia del Testamento.
—Carolina, me temo que hay muy poco dinero— dijo Orelia disculpándose—. Cuando hablas de ir a Londres, me pregunto cómo podremos darnos ese lujo.
Carolina echó riendo la cabeza hacia atrás. Se veía tan bonita al hacerlo, que a Orelia le pareció un alegre ave del paraíso y se preguntó cómo sería posible explicarle a esta reluciente y gloriosa criatura que no podría obtener ninguna de las cosas que deseaba, porque no podía pagar por ellas.
—No te he contado mis novedades— dijo Carolina—. Ahora, pon atención, porque realmente es algo estupendo. ¡Voy a casarme!
—¿A casarte? Pero, ¿con quién?
—¡Jamás lo adivinarías, ni en mil años! Es algo maravilloso, increíblemente excitante. El Marqués de Ryde se me declaró.
—¿El Marqués de Ryde? ¿Se supone que debo saber quién es?
—¿No conoces al Marqués de Ryde? ¡Qué verguenza, Orelia! Realmente vives atrasada si jamás has oído hablar del “Marqués malvado”.
—¿El “Marqués malvado”?— repitió Orelia tontamente—, pues me imagino que si lo llaman así no desearás casarte con él.
—¿No desear casarme con el Marqués de Ryde? Orelia, debes ser realmente una boba si no te das cuentas de que pesqué al soltero más evasivo, más codiciado y sensacional de toda la Gran Bretaña.
Exhaló un profundo suspiro.
—Su Señoría es rico, tiene mucho poder y tantas posesiones que hasta él mismo ha perdido la cuenta. Es hermoso, exigente y por supuesto, malvado. ¡Es irresistible!
—¿Y te ama?
—No creo que el Marqués ame a nadie más que a sí mismo y así ha sido siempre, pero desea un heredero y una esposa que haga honor a su mesa, a sus joyas y a sus posesiones y, ¿quién mejor que yo?
Carolina dijo aquello con voz alegre y despreocupada y luego, en un tono más confidencial agregó:
—Orelia, jamás creí que lo lograría. Nos conocimos en París y me dijo que me admiraba. Pero con el Marqués, nunca se puede estar segura. Es uno de esos hombres que la hacen sentir a una que jamás es sincero. Pero creo que estaba metido en un lío.
—¿Qué quieres decir?
—Oí rumores, vagos, porque el Marqués cubre sus pasos con mucha habilidad, de que estaba involucrado con una dama muy importante, tan absorbente que podía causar un escándalo político.
Carolina dejó escapar una risita y continuó.
—De todas maneras, después de portarse en forma muy agradable, pero nada más, se me declaró de pronto. ¿Puedes creerlo? Seré la Marquesa de Ryde, la figura social más importante de toda Inglaterra después de la familia real.
Orelia se alejó de su prima .
—¿Y qué pasará con George?
Durante un momento pareció que todo el cuarto se quedaba quieto. Luego, con una voz completamente diferente, Carolina replicó:
—¿George? George debe estar muerto. Hace más de un año que no sé de él. Estaba en la India entonces o en otro de esos ridículos lugares. No tiene objeto pensar en George. Además, ¿cómo puedes compararlo con el Marqués de Ryde?
—Lo amabas. Sólo te casaste con Harry porque te sentías desgraciada cuando él se fue. Pensé que tal vez ahora que Harry está muerto, esperarías su regreso.
—¡No va a regresar! ¡Jamás lo hará! Y además, aunque así fuera, creo que nuestros sentimientos han cambiado. Yo sólo tenía diecisiete años, Orelia, ¿ qué sabía del amor y qué sabía George?
—Se fue porque te amaba tan desesperadamente, que no te quiso pedir que compartieras incomodidades y pobreza. Te pidió que esperaras hasta que pudiera hacer fortuna.
—¿Y cuánto puede tardar eso? ¡No seas absurda, Orelia! El Marqués de Ryde me acaba de hacer el ofrecimiento más espléndido, más brillante que cualquier mujer puede desear. ¡Voy a ser su esposa! Ningún hombre en el mundo podría ofrecerme mejor posición social.
—¡El Marqués malvado!— dijo Orelia pensativamente—
—¿Por qué es malvado?— Carolina se encogió de hombros.
—Lo llaman así, por ser tan apuesto, porque cada mujer a la que chasquea los dedos corre tras él como un perrito faldero en busca de sus favores.
—Carolina se rió, pero Orelia no sonrió siquiera.
—Todos los esposo s están celosos de él. Y, por si fuera poco, además de ser rico, Su Señoría gana todas las noches una fortuna en las cartas, sus caballos tienen éxito en el hipódromo y el regente le consulta todo. Por eso, inevitablemente, hay personas siempre listas a atribuirle todo tipo de crímenes, simplemente porque los consume la envidia.
—¿Eso es todo?— preguntó Orelia.
—Por supuesto que no. En Roma, ofreció orgías tan fantásticas, que se dice que el Papa amenazó con excomulgar a cualquiera que asistiera. En Venecia, una Princesa trató de cortarse la yugular cuando el Marqués se cansó de ella.
—¿Murió?
—No, la salvaron. En París, Su Señoría causó tal conmoción en las salas de juego del Palais Royal que él mismo declaró que ya era hora de irse a casa. Te aseguro que se ganó su apodo.
—¿Y realmente crees que es malvado?
Carolina no ignoró la pregunta de Orelia, pero se encogió de hombros nuevamente.
—Eso espero. Por lo menos, así no será tan aburrido como otros hombres.
—¿Y crees— insistió Orelia—, que llegarás a amarlo con el tiempo?
—¡Amor! El Marqués no desea amor. Una esposa entremetida y abnegada lo aburriría soberanamente. Querida y tonta Orelia, realmente tendré que educarte para que funciones en el bello mundo. Su Señoría y yo haremos un trato… yo le daré el heredero que necesita y él me dará todo lo que quiero.
Hubo una pequeña pausa y, por un fugaz instante, sus ojos se quedaron sin expresión. Luego, desafiante, agresiva casi, exclamó en voz alta:
—¡Todo lo que pueda desear, Orelia!