22. PECADOS IRREALES

1504 Words
Una vez volví a la iglesia, no pude enfocarme en el trabajo por mucho que lo intenté y para colmo de males me sabía horrible cada café que preparaba, era insulso, pero cuando recibí una llamada de Edén al atardecer contándome su entretenida tarde con Mina, me pareció que la bebida recuperaba un poco su delicado sabor. —Me alegra saber que te la has pasado tan bien, al menos no te aburres con ella —comenté alegre sirviéndome otra taza. —No, pero… —su silencio me preocupó un poco. —¿Qué ocurre? ¿Pasó algo malo? —No, solo quiero ir a la misa de siete con Mina para verte un ratico, te extraño mucho, pero no sé si me das permiso ir. —Edén, sabes que las puertas de la iglesia siempre estarán abiertas sin importar nada y yo no tengo por qué privarte de escuchar la palabra de Dios. —¡¿De verdad me dejas ir?! —pude imaginarla frente a mí dando esos brincos graciosos. —Claro que sí, solo debes portarte bien y evitar cargar de nuevo el vino, no quiero que vuelvas a tropezar. —Me portaré bien, ¿pero puedes guardarnos a Mina y a mí los primeros puestos? Quiero estar cerquita de ti. —Así lo haré. ¿Qué tiene esa niña que hace tantos estragos en mí? (…) Si bien la misa transcurrió sin contratiempos, me sorprendió que Mina y Edén no llegaron, o eso creí, pues al momento de la eucaristía ambas se acercaron quedándose a un lado del altar, Edén estaba inquieta viendo a los feligreses mientras se ocultaba detrás de Mina, quizás recapitulando esa noche. Sin embargo, casi finalizando la ceremonia, la pequeña se acercó deteniéndome un instante para pedirme un favor que me sorprendió. —¿Estás segura? —pregunté incrédulo y ella asintió nerviosa. —Sí, pero no me dejes sola, tengo un poquito de miedo. —Tranquila, solo respira profundo y di de corazón lo que deseas, yo estaré contigo. El cierre de la misa lo hice con el inesperado favor que me pidió, pues Edén deseaba unos minutos para disculparse con feligreses por lo ocurrido aquel día, pero al temblar tanto y tener la voz entrecortada, decidí darle un pequeño impulso. —No veas a los feligreses si te dan tanto miedo, solo observa un punto que te haga sentir segura y enfócate en este —sugerí devolviéndole el micrófono. A pesar de mis palabras, Edén seguía temblando, entonces recordé el gesto con nuestros dedos y le extendí dos permitiéndole enlazarlos, acto que la hizo sentir más tranquila consiguiendo hablar con mayor confianza, pero no lo hizo viendo al público sino a mí, con esa inocente mirada y sonrisa angelical tan propias de ella llevándose al final un fuerte aplauso de todos por ser tan valiente. —Lo hiciste excelente, Edén, estoy orgulloso de ti. Ahora no hay nada qué temer —ella tapó el micrófono y presionó más fuerte mis dedos. —Gracias, papá —su descarada caricia en mis dedos generó una extraña punzada en mi cabeza, pero no le di importancia para no dañar su momento. Después de la misa, disfruté la cena junto a Mina y Edén hablando de su fin de semana y la ropa nueva que compraron (la cual dejaron en mi casa queriendo evitar una retahíla de Carmen), aunque la dicha no duró tanto pues ellas se marcharon pronto por insistencia de Mina ya que debía estudiar y al parecer Edén estaría mañana con su madre, siendo una gran noticia para mí pues sabía cuánto la extrañaba, pero ahora que me encontraba a punto de dormir, me sumergí en mis pensamientos recordando la alegría de Edén, y también a Sonja y la gratificante felicidad que me dio con su presencia. Sentía que teníamos tanto en común, que me sorprendió el enorme peso que llevábamos a cuestas, pero pronto mi mente divagó en su imagen, las expresiones en su delicado rostro y el cómo remarcaba de manera inconsciente ciertos gestos que también tenía Edén, lo más increíble era cuando las ponía juntas en mi mente, tornándose en una imagen casi celestial que me permitió sumergirme en una profunda paz entre sueños… Un delicado aroma a flores inundó mi alrededor, me encontraba descalzo y podía sentir la fría grama en mis pies, era relajante. De pronto una luz se encendió detrás de mí cegándome por completo y caminé unos pasos hacia esta, dejando de sentir la grama para ahora tornarse un suelo de piedra, también era fría, pero esta me generó un horrible escalofrío que conocía bien, entonces la luz disminuyó la intensidad con cada paso hasta que al fin pude vislumbrar en dónde me encontraba. De nuevo el miedo comenzó a invadirme, los muros de aquel extenso y lúgubre pasillo que conecta con los calabozos de Claude ahora me rodeaban, pero por extraño que parezca, el olor a flores no desaparecía, por el contrario, con cada paso se intensificaba junto a unos murmullos que no lograba comprender. —¿Hasta cuándo, Enrique? —esa voz…— ¿Hasta cuándo debo flagelarte por tus pecados? ¿Hasta cuándo deberé soportar tu maldita ineptitud? ¿Hasta cuándo, Enrique?… ¿Hasta cuándo?… Sí, no cabía duda de que esa voz era de Claude, pero no podía divisarlo en el lugar, así como tampoco detuve mis pasos hasta llegar a un recinto que conectaba con varias puertas. —Escoge, Enrique, es hora de descubrir lo que habita en tu mente. —No, Claude, no quiero… —No me importa si quieres o no —interrumpió tajante—, escogerás un camino. Una mano me empujó desde atrás dejándome en el suelo frente a una de las puertas, no quería cruzarla, pero no pude evitarlo al ser arrastrado por unas cadenas que aparecieron de la nada atrapándome de las muñecas. Batallaba con todas mis fuerzas, gritaba desesperado por algo de misericordia, pero al final terminé en esa habitación que tenía una enorme cortina que la dividía en dos, solo que mi lado estaba en tinieblas y en el otro había una luz que permitía ver algo en el suelo cuya silueta resultaba indescifrable. De pronto las cadenas desaparecieron, me levante por una extraña necesidad de saber qué había al otro lado y caminé con el corazón latiéndome desbocado, pero el terror se apoderó de mí cuando corrí la cortina encontrando a Edén en el suelo, tenía su uniforme rasgado, algunas heridas en sus brazos, piernas y cuello, y su mirada perdida bañada en lágrimas que morían en la gélida piedra bajo ella me aniquilaba el alma, pero al fijarme con más detalle en sus piernas, noté unos ríos de sangre que habían formado un pequeño charco. —Maldito seas, Enrique… —otra voz… Esta vez no era Claude. —Y-Yo no fui, no lo haría… —susurré nervioso. —Tú eres el único culpable de esto, tu pecado traspasó los límites y la bestia arrebató la inocencia de un querubín. —¡No es cierto! ¡No lo hice! —Mírate, Enrique, mira el despreciable ser en que te has convertido —la voz de Claude me hizo mirar a la derecha encontrando un espejo, mas abrí impactado mis ojos al detallar mi cuerpo desnudo manchado de sangre—. Esta es tu verdad, Enrique, te convertiste en lo que más temías. —N-No… —Sí lo hiciste… —él apareció detrás de mí, pero no me giré—, esta es la sangre de un querubín —señaló mi entrepierna con una oscura maldad que se marcaba en su mirar— y aun así eres tan miserable de palpitar fascinado tu herramienta de destrucción —rio fascinado por lo bajo cual demonio dispuesto a atacar, mas fueron sus dedos los que sujetaron mi ensangrentada erección. —No es verdad, Claude, te juro que no lo hice, no la tocaría. —¡No llores, maldito bastardo! No mereces perdón ni misericordia después de lo que hiciste. —C-Claude… —Es hora del castigo, mi querido Enrique, es hora de terminar lo que empezaste en ella para que sus doloridos gritos se conviertan en el principio de tu castigo. Fui arrojado sobre Edén con una fuerza abismal y sin que pudiese impedirlo, mi cuerpo reaccionó en automático terminando de rasgar las prendas mientras ella gritaba, así como yo también lo hice negándome a lastimarla. —P-Papá… —Edén… —un crujir paralizó mi cuerpo. —Papá…, a-ayúdame… —¡¡¡EDÉN!!! Desperté con los nervios destrozados y corrí al baño viéndome en el espejo bañado en sudor, pero al menos no tenía su sangre en mi cuerpo, tampoco esa maldita erección, aunque sí volví el estómago en el retrete en cuanto su pequeña figura destrozada se atravesó de nuevo en mi mente y una vez tuve un respiro, quedé en el suelo de la ducha castigándome con el agua caliente sobre las heridas de mi espalda sin dejar de rezar arrepentido por ese sueño.
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