Carmen
Hoy tendría el día libre para estar con mi hija y aunque no negaré que estaba agotada, verla tan feliz lo era todo para mí y gracias a que Mina me ayudó un poco con la limpieza de la casa, pude dormir más tranquila en la mañana mientras mi niña estaba en la escuela. Me levanté antes de mediodía a prepararle un delicioso almuerzo y unos bocadillos que compartiríamos en un picnic y después la recogí del colegio quedando en una grata charla que continuó aun después de arreglarnos para salir.
—Muy bien, ¿qué te gustaría hacer hoy? —pregunté a mi hija una vez aseguré la puerta.
—Vamos a la plaza de las tres iglesias.
—¿No prefieres ir a otro lugar? Sería bueno cambiar un poco.
—No, me gusta allá —sin más remedio partimos allá.
—¿Por qué te gusta tanto ese lugar? ¿Acaso visitaremos al padre Enrique?
—No, Mina me dijo que hoy debíamos ser solo tú y yo, y yo quiero estar contigo.
—Eso es una novedad —solté irónica y quizás un poco fastidiada.
—¿Por qué no te agrada mi papá Enrique? Él es bueno, me cuida bien, me enseña mucho y también ha sido bueno contigo.
—Lo sé y no lo niego, pero últimamente te has olvidado de mí.
—Tú te olvidas de mí cuando trabajas y no te digo nada —imposible refutarle cuando tiene razón y es peor cuando la culpa me consume por ello, pero espero algún día pueda comprenderme—. ¿Mamá?
—¿Qué pasa, cariño?
—¿No quieres a mi papá Enrique? Aunque sea un poquito.
—Le estoy agradecida por ayudarme a cuidarte, pero decir que lo quiero.
—Creo que deberías darle una oportunidad.
—¿Para qué?
—Para quererlo —respondió como si fuese lo más obvio del mundo—. Si hace años lo querías mucho, todavía puedes quererlo.
—Edén, él y yo no…
—Sé que ha cambiado y quizás no sea como antes, pero ahora puede que sea mejor y te guste más, solo debes aprender a hacerle el café.
—¿Café?
—Sí, él me compró una cafetera que es fácil de usar para mí, no me quemo, puedo servir fácil en las tazas y puedo experimentar tanto como quiera porque él toma todo lo que le doy.
—Espera, ¿cómo que te compró una cafetera? ¿Por qué hizo eso?
—Porque yo quería hacer el café y no podía en la italiana que siempre usa, pero en esta es muy fácil.
—Hija, creo que estás confundiendo las cosas más de la cuenta, tal vez quedarte con él no sea tan buena idea.
—Sí lo es, pero tú no le das la oportunidad de estar contigo y por eso le tienes miedo a todo. Solo recuerda que ahora está con nosotras y ya no debes tener miedo porque él nos cuida.
No sé qué tiene ese hombre que ha conseguido este efecto en mi hija, tampoco sé cómo hizo para darme aquella tranquilidad en las pocas veces que hemos hablado, incluso cuando fuimos a misa me sentí en paz, pero Edén no era la única que me había dicho esto. Mina también me ha confesado lo bien que se llevan y el cariño que crece cada día en mi hija hacia él, animándome a conocerlo y quitarme los miedos arraigados que llevo conmigo, lo que quizás haga en otra ocasión por el bien de ella.
—¿Edén? ¿Carmen? —mi corazón se saltó algunos latidos al escuchar a Enrique tras nosotras.
Mi hija y yo nos giramos en el acto encontrándolo en la puerta del ayuntamiento, a lo que ella corrió hacia él extendiéndole su mano, Enrique enganchó dos dedos a los suyos y ella le obsequió una enorme sonrisa que hace mucho tiempo no me había dado, lo que me rompió un poco el corazón.
—¡Mamá, ven a saludar! —me acerqué intentando mantenerme firme, aunque no dejé de ver su alegría.
—Buenas tardes, padre, ¿cómo está?
—Sorprendido de verlas aquí, creí que pasarían el día en otro lugar.
—Mi hija lo quiso así y quise complacerla.
—Mamá, dile —insistió mi hija, aunque no sabía a qué se refería.
—¿Decirme qué? —cuestionó él poniéndome nerviosa.
—No lo sé.
—Dile que lo quieres.
—¡Edén! —reñí avergonzada queriendo hundirme en el río—. Disculpe, padre, creo que esta salida la afectó un poco.
—No me afectó nada, solo dile que lo quieres mucho y vas a conocerlo.
—Hija, creo que es suficiente, mejor despídete y sigamos, el padre Enrique tiene sus obligaciones y no debemos retrasarlo.
—De hecho… —la interrupción de él no fue una buena señal para mí—, ya que las encuentro, me gustaría hablar con usted unos minutos, no le quitaré mucho tiempo con su hija, lo prometo.
—¡¡Sí!! ¡Acepta, mamá!
No me molesté en negarme a sabiendas de que ella no dejaría de insistir, así que nos fuimos a la plaza donde compartimos los bocadillos con él y dejé que mi hija tomase las riendas para darle gusto, pero en determinado punto él le pidió ir a jugar con otros niños que estaban cerca y ella obedeció feliz, aunque yo no lo estaba tanto.
—¿Cómo se encuentra? Y no me diga "bien" porque es evidente que no es el caso —advirtió sin más.
—Bueno, si vamos a ser sinceros, estoy incómoda y avergonzada por lo que ella dijo.
—No es la única, aunque no comprendo por qué le insistió en ello.
—Mi hija sigue con la idea de que usted y yo nos conocemos y tuvimos una relación, también me dijo que si me daba la oportunidad de conocerlo podría quererlo como antes —un burlesco bufido le salió incomodándome más.
—Estoy seguro de que habrá un hombre que la ame y la respete como corresponde, así como también creo que su hija tiene una imaginación de temer.
—No me lo recuerde —froté en círculos mi sien.
—¿Cómo ha estado?
—Ya me preguntó eso.
—Todavía no me responde del todo. Sé que está incómoda conmigo y avergonzada por culpa de su hija, pero no la veo feliz aun estando con ella.
—No me malentienda, pero mi plan no era venir aquí y menos encontrarme con usted.
—¿Es por nuestra charla pendiente?
—En parte. Por eso le pido que dispare de una vez, no creo poder con tanto estrés —solicité irritada empuñando mis manos creyendo que con eso conseguiría algo, pero él me extendió un sobre.
—Ábralo por favor —aún confundida lo hice, encontrando unas fotos de mi hija—. Sé que no confía en mí, pero si le entrego esto es para recordarle la increíble madre que es, porque usted se ha encargado de que ella sea una niña maravillosa.
En un acto derrumbó mis muros, mis lágrimas brotaban a medida que pasaba cada retrato siendo inevitable borrar la sonrisa producida por tan bellas fotos.
—Gracias, pero…
—Sin peros, solo no olvide que es una gran mujer y debería quererse un poco más, recuerde que los hijos pueden ser el reflejo de sus padres y ella refleja lo mejor de usted.
—¿Por qué me dice esto?
—Porque tuve tiempo para pensar en muchas cosas este fin de semana, sobre todo hoy en la mañana.
—¿Pasó algo en especial?
—Sí, tengo una niña viviendo en una casa parroquial, misma niña que se ha apoderado de mi oficina, de mi iglesia, mi vida y hasta mi café —no pude evitar reírme al recordar lo que ella me dijo sobre eso.
—Es demasiado molesta a mi parecer.
—Prefiero llamarla: determinante, y tranquila, conozco personas como ella que me han dado verdaderos dolores de cabeza, su hija en cambio es… diferente… —la tristeza en esa palabra fue evidente, mas fue una tristeza que me comprimió el corazón por algún extraño motivo.
—¿Por qué diferente?
—Su hija despierta recuerdos y pensamientos que me perturban un poco, pero también hay algo en ella que ha cambiado mi vida sin darme cuenta.
—En verdad tenía esto bien guardado, ¿no es así? —dije en un mar de sentimientos encontrados.
—Sí, señora Ruso, pero si me sincero con usted no es para decirle que dejaré de cuidarla, sino porque tengo miedo de lo que ella pueda hacer conmigo.
—Es una niña, no le hará nada malo.
—No es cuestión de maldad, es solo que a veces el corazón no está listo para ciertas cosas y creo que usted puede comprender mejor eso que ella, ¿me equivoco?
Su pacífica voz denotaba un puñal que se revolvía en mi interior extrayendo los horribles recuerdos en mi vida, pero él, así como yo, también tiene un pasado que desconozco y le afecta por alguna razón, de lo contrario no me diría esto.
—¿Qué quiere que haga con mi hija, padre?
—Más que su hija, quisiera que se diera la oportunidad de avanzar porque no merece vivir en tinieblas. Créame, no es lo más sano y menos con un hijo en medio —acunó mis empuñadas manos con la suya, siéndole una más que suficiente para transmitirme tanta calidez—. Usted no quiere esta vida, sé que en verdad desea ser feliz con su hija y lo merece, solo debe darse la oportunidad.
—N-No creo que lo merezca.
—¿Su hija tampoco?
—Ella merece toda la felicidad del mundo.
—Y usted también, por eso estoy dispuesto a ayudarla si me lo permite.
—¿Cómo?
—Confíe solo un poco más en mí y le demostraré que puede liberarse de esas ataduras.
No sabía qué me pasaba, ni sabía qué tenía planeado, pero asentí nerviosa liberando mis manos para aferrarme a las suyas por algún motivo que desconocía, por una razón que era inexplicable y a su vez resultaba verdadera en el silencio, en su benevolente silencio… y como si él pudiese controlarme cual títere, me dejé llevar levantándome a la par de su enorme presencia sin soltarnos todavía, aunque nos vimos sorprendidos cuando algo nos empujó hacia atrás, siendo mi hija la que nos abrazaba con una enorme sonrisa que me hizo ver el sol en sus ojitos igual al día en que nació.
—No estés triste, mami, papá nos cuida —presioné la mano de él recibiendo la misma respuesta de su parte y con seguridad la solté para cargar a mi hija.
—No estoy triste, cariño, solo estoy muy feliz de tener a la mejor hija del mundo.
Nos unimos en un abrazo mientras veía a aquel hombre que detallaba la escena con tanta penuria como felicidad, lo que me hizo sentir una extraña unión con él.
—Gracias.
Él asintió presionando mi brazo y bajó la mirada hacia las fotografías, de donde sacó una en la que aparecía yo durmiendo junto a mi hija y le dio la vuelta enseñándome el bello mensaje escrito por ella con sus colores: la mamá que más quiere mi corazón.
Quizás un poco de atención extra para mi hija no me caería mal, así como soltar el miedo me permitiría vivir más tranquila con ella, en especial ahora que estamos lejos de todo peligro y que alguien nos cuida de verdad.