Enrique
Me encontraba vomitando en el baño tras otra horrible y muy vívida pesadilla en la que violaba a Edén, aunque esta resultó más grotesca al golpearla en repetidas ocasiones y no solo eso, sino que al final me corría en su cara dándole una asquerosa sonrisa de orgullo que me hizo levantarme de golpe y correr al baño con una culpa indescriptible.
Creí que quizás el que ella me ignorase sería el mayor suplicio y más cuando hablé con Carmen, quien me pidió seguir cuidando de su hija ya que le habían ofrecido un buen trabajo limpiando otra casa a las afueras de la ciudad, aunque esto no fue alentador para mí al final porque Edén no quería hablar conmigo sin importar cuánto intentase explicarle mi situación, una que resultaba en una excusa barata que solo profundizaba la herida en su corazón.
En medio de este dolor, pensé en otra opción y recordando las palabras de Claude en nuestra última llamada días atrás, decidí que no le daría más largas a mi situación, pues si Christian y Joan sucumbieron en un punto de sus vidas, quizás yo deba hacerlo, aunque en mi caso no buscaría a un infante para convertirme en esa bestia, sino que iría con mujeres que lograsen satisfacer mis placeres carnales e infernal.
Con esto en mente, empaqué en un pequeño morral con algunos de mis flagelos, un par de sogas, cinta y ropa, no sabía cuántos días estaría por fuera o si una sesión intensa sería suficiente, pero era mejor prevenir, así mismo, una vez llegó la mañana, pedí a Oskar que estuviese en constante comunicación con Mina para que ellos cuidasen de Edén, le dije que necesitaba un par de días a solas para reorganizar mi mente y él accedió, aunque era evidente lo mucho que le molestaba la idea de abandonarla, pero no tenía otra opción, era esto o nada y ya no soportaba otra pesadilla de tal calibre.
—Edén —ella detuvo sus pasos antes de ingresar a su escuela, pero aun cuando se dio la vuelta, no me dio la cara—, tengo varias reuniones y no podré recogerte, pero Oskar o Mina vendrá por ti —el cómo frunció sus labios me dio a entender que quería llorar otra vez.
Anhelaba abrazarla, consolarla y explicarle que este maldito pecado era más fuerte que yo, pero no había forma de hacerlo, no podría causarle un daño tan grande a una niña. Sin embargo, ella no me reclamó (como habría hecho en pasadas ocasiones), sino que asintió y limpió rápidamente una traicionera lágrima que comprimió mi corazón.
—Disculpa que no venga por ti, pero espero que pases un buen día —dije con dificultad.
—¿Me puedes hacer el pan con aceite de oliva en la noche?
No pude evitar recordar el día que se lo di a probar pues se notaba tan intrigada, cautiva y con un semblante de fascinación, era como si tuviese la idea más maravillosa del mundo. Aquella vez me sentí feliz aun sin comprender por qué, así como hoy ella revivía ese sentimiento y el anhelo de verla sonreír otra vez.
—Si es lo que deseas, lo haré. ¿Lo quieres con jugo de naranja?
—S-Sí… y dos cerezas —pidió casi entre dientes.
—¿Dos cerezas o tres? —ella no levantó su carita pero sí cuatro dedos, lo que casi me hace reír, aunque me contuve para no hacerla sentir mal—. Te daré cinco y le colocaré zumo de cereza al fondo para que parezca un atardecer.
No sabría decir si esto la alegró o se contenía más de la cuenta, pero el silencio era abrumador y más porque ninguno sabía qué decir o hacer, por desgracia dieron el aviso para que los estudiantes ingresaran y ella partió en una inesperada carrera, aunque en la puerta me dio un rápido vistazo que no supe descifrar.
(…)
Volví a la iglesia recogiendo mi morral, partí en un taxi hasta la terminal y allá compré un boleto que me llevó a Borș, un pueblo que estaba en el límite con Hungría y en donde había un establecimiento del bajo mundo que conocía bien, pues era a donde solía ir en mi juventud cuando ganaba lo suficiente para derrochar altas sumas de dinero. La mayor ventaja era que llevaba demasiados años sin ir y nadie me reconocería, además de que había dejado mi sagrado oficio en la casa parroquial, siendo hoy solo un demonio que anhelaba saciar estos oscuros impulsos de su ser.
En esta ocasión solicité la compañía de tres mujeres para empezar, ellas me acompañaron en la mesa alrededor de una hora en lo que disfrutábamos de diversos espectáculos, mismos en los cuales participaron. Sin embargo, esto solo era un incentivo para saber si me atrevería a continuar o renunciaría a mi futura idea, pero sabía que debía subir el nivel y para ello, solicité a dos de ellas que se vistieran con prendas más aniñadas en lo que yo iba a un privado con la tercera mujer.
Las participantes del experimento quedaron una cual colegiala adolescente y la otra con un muy corto vestido infantil, peinó dos coletas, retiró todo el maquillaje y quedó descalza. Ambas se acomodaron en una tarima simulando ser dos hermanas, jamás les di una orden específica sobre qué hacer, sino que les permití improvisar, por lo que la mayor intentaba tentarme como lo haría cualquier adolescente, haciendo un sensual baile donde retiró la mayoría de sus prendas hasta quedar en ropa interior.
Quizás sea una mala jugada del destino, pero dicha mujer me recordó a una feligresa que conocí hace años en Londres cuando fui por asunto con la corona británica, aunque dicha feligresa reflejaba más inocencia que esta mujer pese a tener ambas un voluptuoso cuerpo definido que encendía lo suficiente mis ganas, unas que eran mantenidas por la tercera mujer que permanecía de rodillas haciéndome una felación. No obstante, era la dulce niña la que despertaba mi oscura intriga al no saber qué haría, pero debía despejarle el escenario.
Dejé que la tercera mujer me desnudase dejándome solo la camisa, yo imaginaba cómo suspender a la “adolescente” y con una idea en mente, saqué las cuerdas que rápidamente comenzaron a vestir su desnudez, a la vez que detallaba a la “niña” que me observaba en la mayoría de veces inexpresiva y en otras con una tímida sonrisa que conseguía bombear algo más que sangre en mi cuerpo.
Al final dejé a la “adolescente” suspendida bocabajo y con los brazos en la espalda que a su vez estaban levantados, provocándole múltiples calambres con el correr de los minutos, una de sus piernas la levanté hacia atrás, la otra al frente y vendé sus ojos, lo más exquisito en ella era que poseía una piel dorada que palidecía por la tensión de la cuerda. Fue en ese punto donde saqué el primer flagelo, este era de muy corto alcance, pero poseía algunos ligamentos trenzados y otros con pequeños accesorios en las puntas, siendo esta mezcla junto al material lo que permitió marcar la piel entre sus piernas, aunque no sería yo quien se encargaría de este castigo, sino la tercera mujer, ella sería mi deleite auxiliar y con esta orden dicha, centré mi atención en la “niña” que aguardaba todavía por mí.
Le extendí mi mano llevándola a la cama en donde me senté, quise que estuviese a mi lado, pero ella quedó en mi regazo donde retiró la camisa buscando mi pecho como refugio. Quizás esto no pareciera ser nada, pero ella poseía rasgos físicos muy inocentes, además de ser bastante baja y poseer manos muy pequeñas y delgadas, dándole ese plus a su actuación, una que comenzó a burbujear mi deseo.
A medida que sus finas falanges recorrían mi abdomen, una de mis manos acariciaba su muslo mientras la otra abría los primeros botones de su vestido y en un delicado gesto, acaricié la suave piel hasta sentir su areola que pronto despertó igual que lo hizo su pequeño pezón. Era como si quisiera ganarme su confianza arrastrándola a la vez en el sádico juego que estaba por desencadenar.
—Ve a la cama y ponte de espaldas, pero no te acuestes —ordené, a lo que ella obedeció quedando de rodillas.
Siempre fui un hombre de muy pocas palabras en el sexo y aunque me hice parte de este mundo, eso no cambió, siendo una cualidad que Claude degustaba fascinado, pues la oblación jamás sabía qué esperar de mí ya que mis reacciones eran sorpresivas y hoy no sería la excepción…
Saqué otras cosas de mi morral arrojándolas a sus espaldas, repasé la cinta en mis manos recordando mis pesadillas y las enseñanzas de Claude sobre cómo guiar a la bestia y entonces, en un agresivo actuar, cubrí en dos vueltas su boca mientras ella forcejaba, la arrojé en la cama y repetí el proceso en sus muñecas quedando bien aseguradas en sus tobillos en donde di otras vueltas a la cinta. Sin tacto, destrocé el vestido exponiendo su espalda la cual besé e impacté un azote con otro flagrum que era más delicado al ser quince finos flagelos lisos, pero no por eso dolería menos para ella y menos por la fuerza que aplicaba en cada impacto.
Pronto mis impulsos despertaron como si una droga atravesara mis venas, la adrenalina corría desesperada acumulándose en mi mano a medida que ella gimoteaba pueril y cuando menos creí, vi materializado un fragmento de una de mis últimas pesadillas. Inundado por esta sensación, giré su cuerpo dejándola bocarriba rasgué una vez más su vestido descubriendo la finísima figura con senos casi planos, el miedo en sus ojos era innegable y mi hombría endureció mucho más que antes.
Con tan casta imagen frente a mí, coloqué un vibrador en su monte evitando verlo o tocarlo, no quería descubrirlo todavía, pero sí tenía algo más en mente. Con ayuda de una cuerda que pasé por unas argollas que estaban en la cabecera, abrí sus piernas y flagelé diez veces con rapidez la planta de su pie, dándole un descanso de dos segundos para terminar enseguida con un azote mucho más fuerte a los anteriores. Repetí el proceso en el otro pie en lo que ella seguía retorciéndose como podía y cuando creyó tener un descanso, di dos desgarradores azotes en el interior de sus muslos que la marcaron en el acto, esperé dos segundos y di un tercer azote sobre la braga haciéndola brincar.
Su chillido enardeció mis demonios y la vocecilla que salía de ella suplicándome detenerme fue como gasolina para esa maldita bestia que anhelaba violentarla, pero en aras de calmarla y torturarla a la vez, llegué a zancadas con la “adolescente” cuya tanga había sido corrida por la mujer. Descargué cinco azotes en cada uno de sus pies, después azoté uno de sus senos cuyo pezón pellizqué con una pesada pinza metálica y descargué otros cinco azotes en cada una de sus manos, di otro azote en el otro seno colgándole la otra pinza y un último impacto más desgarrador quedó en sus genitales, descargando al instante un squirt sobre mi pecho.
La mujer que la azotaba antes que yo, me lamió desesperada y descendió para hacerme otra felación mientras ella se masturbaba con el mango del flagelo. De inmediato modifiqué el mango del mío armando una paleta redonda y separé un poco más las mojadas piernas de la “adolescente” exponiendo por completo sus palpitantes orificios, introduje mis dedos penetrándola colérico y descargué repetitivos golpes en cada una de sus nalgas con la paleta.
—P-Por favor… —la suplicante vocecilla a lo lejos llamó mi atención y viré hacia la picolla ragazza.
En menos de nada di un impetuoso porrazo a cada nalga de la colgada “adolescente”, le arranqué de un tiro la tanga y descargué un azote con el flagrum en sus húmedos labios haciéndola brincar en el aire. Una imagen que me sacó una sonrisa al recordar a mi estimado maestro Claude, quien disfruta ver a sus oblaciones reaccionar de esa forma.
Enseguida me alejé a zancadas de ellas y volví con la picolla ragazza que estaba desesperada por mi atención y el vibrador activo.
—P-Pa… —la callé en el acto dándole un enardecido azote entre sus piernas al no soportar la idea de que pudiese llamarme padre, o peor, papá.
En un colérico arrebato, pues dicha idea me enfureció en verdad, liberé las muñecas de los talones asegurándolas enseguida a otras cuerdas que sujeté a las patas de la cama, después tiré de las que estaban en el cabecero abriéndole por completo las piernas y flexionando su cuerpo lo suficiente hacia atrás para que la región cervical fuese su punto de apoyo, quedando todo el pecaminoso centro elevado y dispuesto a mi anchas. Así, retiré el vibrador y rasgué la braga rosada descubriendo unos labios que, si bien yacían afeitados, se podía apreciar la sombra de sus vellos, imagen que disminuyó un instante las ganas de mi bestia y pecado al evidenciar que ya no era la imagen de una niña la que veía sino una mujer.
De pronto quedé en un limbo entre el fastidio al arruinarse la vista y el deseo por violentar su pequeño cuerpo, pero ya que la posición era prometedora, busqué la vara de bambú, coloqué mis rodillas a cada lado de su cabeza en lo que ponía el condón y apoyé mis manos en sus muslos atrayéndola más hacia la cabecera dejando que mi duro pecado se bañara con sus fluidos, entonces desprendí el primer azote con la vara en su cadera y continué en repetidas ocasiones, con tal velocidad, que no tardé nada en marcarla.
Repetí dicha hazaña al otro lado de la cadera intercalando en ocasiones con las plantas de sus pies, siendo los constantes chillidos infantiles los que me hacían estremecer una vez más y cuando escuché que estaba a punto de hablar otra vez, mi cuerpo se abalanzó consiguiendo penetrarla, aunque no por eso dejé de azotarla vivaz hasta formar finas líneas de sangre en diversas zonas de su piel.
Salí de ella ordenando con una seña que liberaran a la “adolescente” y azoté los pueriles senos que yacían a mis pies mientras penetraba el estrecho orificio negruzco con mis dedos. Las otras mujeres se acercaron para azotar los brazos de la ragazza y me adentré en la estrecha cavidad, desquiciándome cada vez más al ver su sangre brotar a la par de su blanquecino fluido que generaba un exquisito sonido al impactar mis bolas en sus encharcados labios.
De pronto la vara se fracturó por la intensidad de los golpes que daba a sus inflamados y muy enrojecidos muslos, por lo que dejé un fragmento en cada mano continuando su tortura en las pantorrillas, con un pie apoyado al frente pude profundizar en su totalidad mis embestidas y con tan infantil imagen sometida por mí, arranqué las cuerdas que sujetaban sus piernas dejándola caer en la cama sin recato y atraje a las otras dos mujeres, sometiendo a una a un fisting vaginal y a la otra la penetré tras arrojarla sobre la ragazza, olvidándome por fin de quién era yo para ser ahora la bestia la que conseguía descargar estas descomunales ganas acumuladas por mi maldito pecado.