37. CARRETERA AL INFIERNO

2331 Words
Carmen —Lamento mucho que perdiera la oportunidad de liderar otra iglesia, pero estoy segura de que el padre Claude le dará algo mejor. —Gracias, Carmen, por ahora puede estar tranquila que Edén está en buenas manos. —Lo sé, igual se lo agradezco y no se preocupe que en cuanto me desocupe, hablaré con ella seriamente. —De acuerdo, tenga cuidado. —Gracias. Adiós —colgué de inmediato al no soportar más. Creí que en algún punto de la llamada terminaría desfalleciendo, pero por suerte el padre Enrique no pareció percatarse de nada y ahora podía volver a la cama a pasar la horrible resaca que tenía por todo el alcohol que bebimos Duca y yo. Ya llevaba dos días encerrada en su casa, intenté volver al bar en un par de ocasiones para seguir trabajando, pero Sonja seguía acechándome y volver a mi casa no era una opción, no hasta encontrar una forma de escabullirme de ella, por eso le pedí a Duca que fuéramos hoy a otro lugar lejos de la ciudad, aunque todavía me es extraño estar con él. A pesar de todo, no se aprovechó de mi situación y me ha dado mi espacio cada que se lo he pedido, también ha sido atento a lo que he necesitado, procura distraerme con diversas conversaciones, comida, alcohol y, aunque deteste admitirlo, también con drogas, solo que estas se habían terminado y por eso salió a comprarlas mientras yo quedé en la habitación del hotel para avisar que no volvería por mi hija, solo que no esperaba la noticia de que el padre Enrique se quedaría más tiempo en la ciudad por orden de Claude, así como tampoco imaginé que mi hija se aventuraría a buscarlo al aeropuerto. Es increíble cuánto debe querer ella a un desconocido para arriesgarse a tanto, lo que nunca ha hecho por mí y aunque me entristece, al menos me alegra saber que Enrique es un buen hombre que vela por su bienestar. —Ojalá pudiera ser su padre, él sí valdría la pena y sé que Ivana estaría feliz por eso —dije acongojada haciéndome un ovillo sobre las sábanas. —¿Qué pasa, amor? ¿Por qué tan triste? —estaba tan sumergida recordando a mi hija, que no me percaté en cuándo volvió Duca. —Pensaba en alguien, pero no es importante. —Es evidente que lo es —comentó cariñoso entre besos que repartía en mi desnudo hombro—. ¿Qué te parece si nos damos un baño? Y de paso te ayudo a quitarte la tristeza —y así, volví a dejarlo hacer conmigo lo que quisiera en la ducha. En parte parecía un buen sueño en medio de la pesadilla que vivía el tener a un hombre que me tratara tan bien, aun cuando me pagaba por cada encuentro que teníamos, porque sí, Duca me pagaba por el sexo y el buen trato que le daba era más una cortesía de mi parte, aunque también terminé usándolo como un paño de lágrimas al contarle algunas partes de mi vida y el por qué me buscaba Sonja, aunque no le hablé de mi hija por miedo a repetir un trago amargo que pasé con otro hombre años atrás. —Duca, creo que debería irme, no quiero que Sonja me encuentre aquí —dije un poco agotada, a lo que él me entregó la bolsa con mi perdición. —Quédate un poco más, quiero sentirte mía, Carmen —él me acercó a su delgado cuerpo y besó mis senos mientras repasaba su hombría entre mis piernas—. Me has hecho un adicto a ti, estoy loco por devorarte otra vez. Con una pequeña toalla, Duca secó su hombro e hizo una línea de coca sobre este, después enrolló un billete y me lo pasó para que degustara ese vil veneno sobre su cuerpo mientras sus dedos volvían a repasar mi desnudez en la bañera, y yo, sin querer hacerlo y al mismo tiempo anhelándolo, aspiré todo sintiendo una vez más ese golpe de vida que desprendía la energía desde mi cabeza hasta los dedos. —Saca la lengua —ordenó con bolsa en mano. Hice lo solicitado, él formó su camino en mi lengua y nos besamos con gran pasión en lo que yo esparcía la droga en sus dientes asegurándome de no dejar nada en mi lengua, acto seguido, bebí una cerveza dándole también algunos tragos con la boca que recibió excitado. (…) No sé en qué momento terminamos en la cama, pero la delirante sensación que me producía volver a estar en subida mientras él me penetraba enérgico, despertó placenteras experiencias que viví con Ivana y varios amantes que tuvimos a lo largo de los años que estuvimos juntas. Por un instante deseé estar de nuevo con ella, quizás habríamos hecho un trío con Duca y terminaríamos en risas por alguna tontería, no lo sé, pero sé que no habría cabida a la tristeza o los problemas. —Déjame follarte el culo, Carmen —suplicó excitado sin que yo dejara de cabalgarlo. Me coloqué en cuatro, sentí cómo secó mi espalda con la sábana y volvió a formar algunas líneas sobre esta, quizás dos, quizás tres, no estaba segura y menos porque él, con su otra mano, preparaba la zona sin dejar de penetrarme, aunque no era agresivo en ninguno de los dos orificios. Pronto sentí cómo aspiró dos líneas y lamió la zona, terminando con una nalgada que lo excitó más. —Ahora tú. —¿No querías follarme el culo? —pregunté divertida haciéndolo reír un poco. —Lo haré, pero primero esto. Duca se irguió aún de rodillas sobre la cama, yo me senté viendo cómo ponía la droga a lo largo de su erección y una vez lista, me acerqué dándole una pequeña chupada a la punta seguido de una suave mordida que lo enloqueció, tapé un lado de mi nariz y aspiré casi todo, pues el resto lo saboreé al hacerle un oral que parecía ponerlo más duro de lo que estaba. —Sí, mi amor, chúpatelo que es tuyo. Esa frase cortó mi deseo, pero no detuve mi acción y menos porque él me pagaba por esto, así que le di gusto hasta dejarlo satisfecho sin llevarlo al orgasmo, momento en que él me acostó bocarriba y ensalivó aquel orificio para después adentrarse de a poco. Yo intentaba respirar profundo, aunque cortado, debía soportar el dolor que hace años no sentía, al igual que las terribles ganas de vomitar por la culpa que volvía a invadir desde mis pensamientos hasta las venas. —D-Duca, me duele… —avisé nerviosa al no soportar más. —Solo un poco, iré rápido y saldré enseguida. Aun cuando la droga recién regresaba a mi cuerpo, parecía no hacer efecto en mi cabeza y lo peor era que el dolor se hacía cada vez más insoportable por sus insaciables embestidas. Pronto mis lágrimas corrieron entre los gemidos que procuraba mantener, solo que ya no sabía si estos sonaban placenteros para él o había un poco de mi dolor en ellos, supongo que sí, así como supongo que a él ya no le importaba ser delicado conmigo. —D-Duca, por favor… —¡Aguanta un poco más, maldita sea, que para eso te p**o! Su eufórica actitud se convertía en mi suplicio y lo peor era escucharlo bufar enardecido al profundizar la penetración, pero fue su agresivo grito lo que me hizo reaccionar al saber que él ya estaba perdido. Este no era el mismo Duca que pregonaba querer ayudarme, sino que era el Duca que yo sabía existía realmente en él, el adicto, la perdición y el gran problema en mi vida, uno del cual debía escapar con la misma rapidez que debía hacerlo de Sonja si no quería tenerlo en mis talones, o peor, en los de mi hija. —¡Ya basta! —grité desesperada queriendo separarme de él— ¡Me largo de aquí y no vuelvas a buscarme! —¡No te irás, Carmen! En un rápido agarre me devolvió a la cama dejándome bocabajo y esta vez, sin piedad alguna, me violó aun sin importarle cuánto gritara desesperada, aunque él intentó silenciarme al colocar una mano en mi cuello que me arrebataba cada vez más el oxígeno. —¡No te irás hasta que yo lo diga! Quizás era la droga, quizás era la desesperación o quizás era que la vida misma se me escapaba en ese violento instante, pero mientras él volvía a poner más droga en mi espalda, yo buscaba algo con qué defenderme, aunque no hallé nada. Giré la cabeza buscando al otro lado y noté algo que tal vez podría ayudarme, el problema era que comenzaba a ver borroso y eso no era una buena señal. —Te reventaré ese culo hasta que me dé la gana —escupió en mi oído, acelerando las embestidas. Una amenaza que él hacía realidad, mi vida yéndose en sus manos y mi única oportunidad de escape yacía en algún punto que ya no lograba divisar bien, pero en un segundo de raciocinio pude pensar en algo que, con la mayor súplica del mundo, esperaba que pudiese funcionar y me preparé con la poca energía que me quedaba para sacar ese tono inocente que a él le gustaba de mí. —D-Duca, mi amor… —él aflojó un poco el agarre en mi cuello y carraspeé—, ¿no decías que era tu ángel? —Lo eres… —D-Deja blanca mi piel, mi amor, hazte más adicto a mí que quiero sentirte por completo. Le sonreí como tanto le fascinaba, aun sin saber cómo pude hablar pese a dolerme la garganta, pero supe que lo había conseguido por la satisfactoria expresión que me dio y enseguida se apartó para buscar otras bolsas en lo que yo intentaba recuperar el aliento en la cama. Por desgracia todavía no podía levantarme para huir, no hasta tenerlo indefenso, así que aguardé paciente a que volviera y se acomodara otra vez sobre mí, solo que esta vez lo esperé bocarriba aguardando mi momento. —Colócamela aquí —supliqué jadeante acomodando sus manos en mis senos que él estrujó gustoso. —Eres mi droga, Carmen. —¿Y qué esperas para devorarme como tanto te gusta? —le abrí por completo mis piernas y él encantado dejó caer una bolsa entre mis senos—. Más, coloca más —rogué en falsa excitación mientras comenzaba a masturbarme y él dejó caer las demás bolsas en su torpeza—. Hazme tuya, Duca, quiero ser solo tuya —solté desesperada mientras lo atraía a mi pecho. Él, ya sumergido en su delirio, no dudó en lamer y aspirar todo lo que había en mi cuerpo, me aseguré con una mano que no pudiera levantar su cabeza y con la otra busqué la botella que había visto recién, dejé que consumiera tanto como pudiese, gemí fuerte para enloquecerlo más y entonces me cubrí rápidamente con una sábana, quebrando enseguida la botella en su cabeza. Lo hice a un lado como pude, busqué mis cosas que por suerte tenía bien listas en caso de tener que escapar y al verlo tan desorientado, me limpié lo más rápido que pude con la toalla mojada y busqué el dinero en su abrigo. Sin embargo, cuando estaba a punto de salir, noté que él estaba teniendo un ataque, se ahogaba, se moría y yo era su única salvación, aunque eso también podía ser mi perdición, siendo solo una decisión la que podría alterar mi vida por completo. —L-Lo siento… —dije casi ahogada cubriendo mi boca. Su horrorizada expresión se grabó en mi cabeza, sus párpados se abrieron atónitos quizás comprendiendo la situación y dio tambaleante algunos pasos hasta terminar de rodillas en el suelo, pero yo no soporté más y cerré la puerta para después correr en mitad de la noche sin un rumbo fijo. No podía volver a mi casa, no podía ir a la iglesia con mi hija y menos me atrevía a darle la cara a Mina para explicarle lo ocurrido, en especial, porque ella tiene cierto repudio por los adictos ya que las drogas le quitaron a su madre cuando ella era una niña. Era tan horrible como doloroso volver a vagar en las calles cargada en asco y culpa mientras me cuerpo me suplicaba detenerme por el palpitante dolor que tenía en mis genitales, pero no lo hice, no hasta alejarme varias calles y detener un taxi al cual pedí me llevara a un hotel en el centro de la ciudad. Diría que ese trayecto me fue eterno, pero mentiría, pues mayor era mi desesperación y creo que el conductor se dio cuenta porque en cierto punto aceleró. Una vez me registré en recepción, fui a la habitación en donde me desnude y vi el resultado de lo ocurrido estos días. Tenía varios moretones por cómo Duca me había estrujado, la sangre había manchado mis piernas por la reciente violación e incluso mi boca estaba partida, quizás por la bofetada que me había dado en uno de los encuentros, pero debía estar demasiado alcoholizada y drogada para no haber sentido el golpe en sí. Aunque odie admitirlo, deberé quedarme más tiempo por fuera, no puedo llegar con mi hija estando herida, la preocuparía demasiado y habría muchas preguntas, lo peor era que yo sabía perfectamente que mientras estuviera lejos de ella, saldría a buscar más droga y volvería a prostituirme, aunque esta vez no sería por necesidad sino porque ya era una respuesta automática, así como las pequeñas manías que había cogido por culpa de la adicción, el rascar mi cuello al mentir o alguna otra parte cuando estaba muy nerviosa. —Perdóname, hija, prometo que volveré por ti, pero ahora mamá no puede estar contigo —caí de rodillas suplicándole perdón al recuerdo de mi hija por fallarle otra vez…
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