36. LAS CADENAS DEL DIABLO

2117 Words
—¿Qué haces aquí? ¿Cómo llegaste al aeropuerto? —cuestioné estupefacto. —¿Por qué te ibas a ir? —No iba, Edén, me voy. —¡No lo harás! —gritó furiosa llamando la atención de varias personas. No creo haberla visto tan enojada como ahora, pero será mejor que actúe rápido si no quiero perder mi vuelo. —Edén, sé que es difícil lo que te diré, pero debo irme, me han trasladado a otra ciudad y no puedo quedarme más aquí. —¡No es cierto! ¡Mientes otra vez! —Por favor, no grites o nos meteremos en problemas —intenté acercarme queriendo mostrarme autoritario, pero nada la inmutó, ni siquiera retrocedió un paso—. Edén… —¿Por qué me ibas a abandonar?, si Dios dejó que vinieras del cielo para estar conmigo. —No es así, pequeña, te lo he dicho muchas veces. —Dime por qué me ibas a abandonar —no sabía qué hacer y aunque fuese mucho más grande que ella, hoy me sentí demasiado pequeño—. ¡Dime! —su grito me desesperaba más y lo peor era que no sabía cómo explicarle la verdad—. No tienes motivos para irte. —Sí los tengo. —Dímelos. —Es complicado. —No lo es, solo dímelo y te escucharé —de nuevo el silencio fue mi respuesta y ella parecía más intimidante que antes—. Si no tienes motivos para irte, entonces tienes que quedarte conmigo porque me perteneces. —Edén, no… —Eres mi papá, MÍO, y tienes que estar conmigo. —Te he dicho demasiadas veces que no soy tu verdadero padre y sea quien sea estará muy feliz de tenerte como hija, pero no soy yo, Edén, no lo soy. —Sí lo eres y eres mío, y no dejaré que te vayas porque me perteneces —algo en sus últimas palabras me causó un escalofrío. —¿Por qué dices que te pertenezco? —Dios te envió porque lo amenacé, pero el ángel travieso te dejará quedarte conmigo sin importar nada. —¿Ángel travieso? ¿De qué hablas? —de pronto, ella abrió los primeros botones de su camisa y sacó una llave que conocía a la perfección, una que me heló la sangre al instante—. ¿C-Cómo la conseguiste? —Sé que si te doy esta llave, tú podrás irte a donde quieras y nadie te encontrará, pero yo quiero que te quedes conmigo porque te quiero mucho y sé que también me quieres mucho, solo que no lo aceptas. Cuando empecé mi travesía con Claude, lo primero que hizo una vez llegamos a la Cdad. Del Vaticano, fue adentrarnos a su oficina donde ya había unos hombres aguardándonos, estos me acorralaron y Claude, sin importarle cuánto sufriría, me colocó sin anestesia un dispositivo especial de rastreo que se extendía a lo largo de una vena en mi pantorrilla derecha, el dolor que padecí fue indescriptible y aunque intenté quitármelo, ese infeliz lo aseguro de tal forma, que la única manera sería uniendo dos llaves especiales que él había creado y las cuales me entregaría cuando pasara mis pruebas, pero hasta ahora solo había obtenido una y al acostumbrarme a esta vida, no quise seguir luchando por la otra pues de alguna u otra forma era feliz dentro de la iglesia. Claro que en ocasiones, cuando sentía que recaería, fui con muchos médicos para intentar quitarme esa cosa, pero Claude decía que sería una pérdida de tiempo porque solo él sabía la manera de retirarlo sin desangrarme en el proceso. Sin embargo, una vez quise hacerlo por mi cuenta, estaba desesperado por la intensa terapia que viví el primer año, pero antes de hacer el corte, él apareció diciendo que solo había dos maneras de quitarlo: pasando sus pruebas para obtener mi paraíso o permitiendo que esa cuchilla tocase mi pierna, a lo que dos segundos después vería cómo estallaría desde el pie hasta el muslo. La verdad no quise creerle, pero sabía que no mentía, no después de todo lo que viví y presencié a lo largo de esos meses, aun así, me resulta conflictivo que después de tantos años él se propusiera en darle la llave a una niña que no conocía el significado de aquel fragmento que sostenía fuerte en su mano. —Edén, no sé por qué te dieron eso, pero tienes que… —de pronto una llamada me interrumpió, quise ignorarla, pero creí que quizás sería Mina y contesté sin ver. —Recoge tu maleta y regresa con ella si no quieres que algo malo le ocurra —mi corazón se saltó un latido ante la amenazante orden de Claude—. Tengo un ángel suelto rondándolos y estoy dispuesto a usarlo, Enrique. —¿Dónde? —pregunté más para mí, mientras veía nuestro alrededor buscando a la persona. —No importa en dónde, lo único que debería importarte es la vida de esa niña y que yo estoy dispuesto a ordenar que halen del gatillo si no vuelves con ella. —¿Por qué haces esto, Claude? Jamás te atreviste a ir contra una vida de esa forma —él sabía que lo decía por los niños, pero no quise mencionarlo al tener a Edén tan cerca. —Quiero saber qué estás dispuesto a hacer por esa llave, aunque no importa si se la arrebatas, ella solo posee la mitad, así que no te librarás tan fácil de mí. —Claude… —Ahora vuelve con ella, o daré la orden y verás cómo cae ese bonito cuerpo en tus manos que se mancharán de verdad con su sangre por tu culpa. Solo quedó el silencio al haberme colgado, pero esos pequeños ojitos rasgados seguían atentos esperando una respuesta a la que no pude negarme y todo por miedo a que él cumpliera su amenaza. —Está bien, tú ganas, Edén, me quedaré. —Sí, te quedas, pero yo no gané. —¿¡Cómo no si fue eso lo que me pediste!? —cuestioné al borde del colapso, pero su carita se bañó en tristeza, una que se esforzaba por no demostrarme. —Solo te quedas porque yo tengo la llave y mi tío Clau te ordenó venir conmigo, pero no quedas por mí. En lo que llevo de conocerla, su vida estuvo a punto de terminar más de una vez de forma trágica, ha recibido múltiples rechazos de mi parte, la he negado como hija sin importar si le dolería o no, resultó herida físicamente, se ahogó tras caer de un puente y la abandoné en su casa a expensas de cualquier peligro, y a pesar de eso, ella siempre tuvo una sonrisa para mí, dijo que seguiría conmigo y continuó llamándome “papá” como si nada, pero nunca me había visto con tanta decepción, entonces comprendí cómo se sentía Carmen cuando le fallaba. (…) El camino devuelta a la casa parroquial fue lúgubre, ella no se atrevió a darme la cara ni siquiera por equivocación, solo veía por la ventana mientras la tristeza y la decepción seguían bañando su carita por mi culpa, una que pesaba tanto como la que tenía por mi pecado. En nuestro arribo, Mina no tardó en abrazarla aliviada de saber que ella estaba bien y aunque quiso saber cómo llegó al aeropuerto, Edén no respondió nada, solo la apartó diciéndole que estaba bien y quería estar sola. Después de eso fue a su recámara de donde no ha salido, ni siquiera lo hizo para la cena, aunque al menos le agradezco a Mina y Oskar que me acompañaran e intentaran hablar con ella, pese a no tener resultados ya que ni siquiera les abrió la puerta. —Padre… —Oskar ingresó a mi habitación sentándose a mi lado. —¿Dónde está Mina? —La llevé a su casa. ¿Usted cómo se encuentra? —A la deriva… No sé qué hacer, creí que Claude me permitiría alejarme, pero no entiendo qué trama con esto. —Aunque eso es lo que menos le preocupa, ¿me equivoco? —un pesado suspiro fue mi respuesta—. Me encantaría saber lo que diría Joan, quizás así lo motivaría a continuar o a escoger el mejor camino, pero… —Lo entiendo, descuida —interrumpí sin ánimo y divisé de nuevo la puerta de ella—, igual no creo que él hubiese podido ayudarme. —Al menos intente hablar con el padre Claude y resuelva lo que pueda, después enfóquese en Edén. Sé que ahora está dolida, pero ella lo ve como su padre y no estará enojada para siempre, lo sé —es increíble la bondad que él carga en su corazón. —Gracias, Oskar, sé que ahora tienes muchos problemas por lo ocurrido con Mina en la piscina, pero te agradezco que sigas conmigo. —Descuide, mi intención ese día era salvarla y el beso que me dio fue impulsado por ella, en cambio el padre Claude solo busca cualquier excusa para hacerme caer y por desgracia no dimensioné su maldad ante el peligro que acechaba a Mina, pero no me arrepiento de nada. —¿Me dices que te gusta Mina? —una sutil risa suya me recordó a Joan. —Es una mujer increíble, carismática y vivaz, la verdad, creo que de no haber elegido esta vida, me habría encantado invitarla a una cita, pero sé quién soy y mis votos son sagrados para mí. —Lo sé, por eso Claude te mantiene a su lado, así como también te seguirá molestando. —¿Cómo lo hizo usted? Es decir, recuerdo que también tomó los votos. —Manteniéndome firme igual que haces tú, aunque tarde o temprano él te hará caer aun si no lo deseas y yo lo hice. —¿Rompió su voto de castidad? —cuestionó atónito. —Sí, fue una orden suya para una feligresa y no me preguntes más. —Entiendo, pero… ¿no lo afectó? —Claro que me afecta, pero no por romper mi voto, sino por la relación que hay con dicha mujer —acuné fraternal su hombro con la mejor convicción que me quedaba—. Oskar, aun si el destino te empuja a eso, tú no eres esos votos, eres mucho más y mucho mejor, tus votos de castidad son solo el juguete de Claude. —Gracias, padre. Después de que Oskar saliera tras recibir una llamada de Claude, me acerqué a la puerta de Edén queriendo hablar con ella, pero esta seguía asegurada y en mi preocupación al no haber cenado, así como posiblemente no habrá almorzado, le preparé algo ligero de comer, lo sellé bien y se lo dejé en una bandeja en la puerta por si se levantaba a medianoche. En un desesperado y muy agotado intento por comprender las acciones de Claude, me alisté para dormir mientras pensaba en si llamarlo o no, pero al final no pude soportarlo más. —Tardaste más de lo que creí o yo estaba demasiado ocupado. —Hola para ti también —dije sarcástico—, ¿por qué mejor no me explicas ese cambio de último minuto? —No tengo por qué explicarte lo que ya sabes. —¿Y por qué no te negaste cuando te pedí el traslado? ¿No era mejor eso que ilusionarme? —No lo sé, ¿lo habría sido? —No empieces con tus malditos juegos, Claude, no tengo la cabeza para ellos —suspiré acorralado recordando que siempre existe un motivo con él a pesar de todo—. Disculpa, es solo que no sé qué hacer con estos sentimientos bestiales y cuando me diste el visto bueno para irme creí que… creí que sería lo mejor, que todo acabaría… —¿Me dices esto para descargarte o porque quieres una sugerencia? —Las dos… —Entonces descárgate entre látigos lujuriosos como tanto les enseñé años atrás a ti, Christian y Joan. Sabes que a veces el solo dolor no ayuda con las penas del alma, pero un desfogue permite descargar más ideas de las que imaginas. —¿Crees que eso me ayude con los pensamientos y las pesadillas que tengo con Edén? —Solo hay una forma de descubrirlo, pero el cómo lo hagas será tu elección. Recuerda que yo solo te muestro los caminos y tú decides cuál escoger. —Gracias, padre. Colgué con la duda en mi cuello y observé mi reflejo en el espejo pensando en lo que estaba a punto de hacer, pues mi elección no solo implicaría alejarme unas horas de Edén, sino también, sucumbir a otro círculo infernal creado por Claude.
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