Enrique
¿En qué momento dejó de fluir agua de la fuente para convertirse en sangre?
¿En qué momento mis manos acomodaron de espaldas a tan frágil ser dejándola de rodillas?
¿En qué momento mis dedos presionaron su cuello desde atrás para ahogarla mientras penetraba su virginal cavidad?
¿En qué momento comenzó esta pesadilla que no me di cuenta…?
Desperté en el gélido suelo del sótano con gruesas lágrimas entre los ojos, el cuerpo dolorido y un fino río de sangre que corría frente a mí, no tenía que moverme para saber que esta provenía de mi espalda, ni tenía que levantarme para recordar las heridas abiertas en mis muslos, pero desgraciadamente recordaba el final de mi último sueño, así como también recordaba aquel que me había hecho correr hasta las profundidades de este sótano para flagelarme tan desgarradores impactos que abrieron mi piel.
En las últimas semanas creí que mi situación mejoraría tras la conversación que tuve con Carmen y Sonja, pues cada una me permitió adentrarme más en sus vidas y a su vez pude contarles pequeños fragmentos de la mía, nada comprometedor, pero sí eran cristales incrustados en mi pecho que pude liberar al decírselos por separado. Así mismo, creí que podría acercarme a Edén al conseguir confianza tras vislumbrar la imagen de su madre abrazándola con una radiante felicidad que envidié, pero lo de anoche demuestra que no estoy listo y jamás lo estaré.
Si bien no me atreví a abrazar a Edén ni mucho menos a tomar su mano, sí compartí más tiempo con ella en el trabajo dándole una genuina atención, también la involucraba con aquellos que me visitaban y la auxiliaba en más cosas reforzando nuestro lazo, lo mejor de todo era que mis pesadillas se habían detenido a lo largo de este tiempo y eso disparó mi fe, y así como vino, así mismo se fue anoche al caño con esa horrible pesadilla y todo porque llevé a Edén a la plaza donde ella hizo una travesura con unos niños, resultando todos bañados de los pies a la cabeza por jugar en la fuente sin permiso.
—No puedo más, Claude, prefiero la muerte, pero no esto…
Mi llanto desconsolado suplicaba a un fantasma que anhelaba materializar para que diese fin a este sufrimiento, pero solo quedaba el eco de mi penuria en este frío suelo de piedra bañado con mis restos.
Algunas horas pasaron cuando escuché mi alarma a lo lejos y con la fuerza que me quedaba, me levanté recordando lo que había dicho Carmen en la llamada de ayer, entonces partí a mi habitación asegurándome de no manchar el suelo o las paredes y me encerré en el baño eliminando todo rastro de sangre mientras volvía a sufrir bajo la hirviente lluvia artificial, después me dispuse a remendar mis heridas sin anestesia o analgésico alguno y finalmente me vestí de n***o, aunque no usé el alzacuello pues deseaba ir como un hombre más a confesarme.
—Perdóname, padre, porque he pecado en pensamiento y hoy no soy digno de ser tu servidor. Por favor, otórgame un poco de clemencia e ilumina a Claude para que me permita volver a Roma bajo su yugo —me persigné limpiando mis últimas lágrimas y salí de la habitación notando que Edén no se encontraba en la suya—. Esto es lo mejor… —susurré apesadumbrado con una dolorosa idea en mente.
Ella estaba arreglada en la cocina preparando mi café con la misma alegría que maquillaba cada día tan casto rostro, pero no pude saludarla con ningún entusiasmo y menos al recordar las tórridas escenas producidas en mis pesadillas.
—Buenos días, papá, te preparé tostadas y ya casi sirvo tu café.
—Gracias. ¿Recogiste tus cosas?
—Sí, también terminé mis tareas anoche e hice los ejercicios que me dejaste, si quieres los puedes revisar antes de servir —señaló la mesa donde tenía el cuaderno de ejercicios que le había comprado para practicar.
Es irónico cómo ella sigue al pie de la letra cada instrucción y sugerencia que le doy, desde el separar los ejercicios de matemáticas para hacer las cuentas a un lado, hasta dejar anotaciones al pie de página en sus otras asignaturas como literatura e historia, siendo estos detalles los que le permitieron ganar algunos exámenes la semana pasada, según me contó.
—¿Quedaron bien? —preguntó dejando mi café sobre la mesa.
—Sí, pequeña, solo te equivocaste en dos —le expliqué el error y me dispuse a hacer el desayuno mientras ella los repetía por gusto.
Una vez listos salimos rumbo a su casa, pero antes fui a la iglesia que estaba frente al ayuntamiento pidiendo al sacerdote que me diese una hora para confesarme en la tarde, a lo cual accedió y después me quedé frente a la estatua de la virgen haciendo una oración junto a Edén, quien ya había tomado por costumbre cerrar sus ojos y unir sus manos mientras oraba. Una vez finalicé, esperé hasta que sus ojitos me detallaran y le di una señal para irnos.
—¿Qué haremos hoy? —preguntó ella inocente.
—Tengo unos pendientes, así que no podré acompañarte, por eso te dejaré en casa y después volveré a la iglesia.
—¿Y por qué no esperamos a mamá como siempre?
—Estaré ocupado y debo moverme mucho, pero igual pasarás un excelente día con ella, solo debes portarte bien hasta su llegada.
—Pero hoy quería estar con los dos —renegó haciendo un mohín.
—No se podrá, pequeña.
—Pero, papá…
—Solo vamos, debo apresurarme, Edén.
Aceleré el paso asegurándome de que ella fuese a mi lado, aunque la pobre casi que debía correr para alcanzarme y lo peor era que mis nervios comenzaban a jugarme una mala pasada, por suerte llegamos rápido a su casa, dejé sus cosas en la sala y revisé que todo estuviese bien cerrado.
—Debo irme, tu mamá llegará en media hora y luego podrán divertirse mucho.
—¿A dónde vas?
—Ya te lo dije, tengo trabajo pendiente.
—¡No es cierto! —vociferó preocupada poniéndome más nervioso.
—Edén, ahora no, solo pórtate bien hasta que llegue tu mamá.
—¡No te vayas! ¡No me dejes sola! —chilló con su vocecilla fracturada aniquilándome.
—Debo hacerlo, pero todo estará bien. Adiós, pequeña.
Salí lo antes posible con el corazón acelerado y en amplias zancadas me fui alejando, aunque eran estos pensamientos los que más deseaba alejar de mi cabeza.
—¡Papá! —Dios, ayúdame por favor—. ¡PAPÁ! —me giré sin detener mis pasos encontrándola detrás de mí.
—¡Vuelve a casa!
—¡No te vayas, papá!
—¡Ve a casa, Edén! —aceleré creyendo que todo acabaría pronto, pero al cruzar la calle me di cuenta de que ella corría desesperada, y yo estaba a punto de perder los estribos—. ¡Devuélvete!
—¡No me iré sin ti!
—¡Ve a casa, Edén!
—¡NO ME DEJES, PAPÁ! ¡POR FAVOR, VEN CONMIGO! —mi cabeza era un caos y ese maldito puente parecía ser la salida a mis problemas—. ¡¡PAPÁ!!
—¡NO ME DIGAS ASÍ PORQUE NO SOY TU PADRE! —grité harto de este torbellino de pensamientos y emociones paralizándola, siendo su fracturado semblante lo que me dolió al confirmar una vez más que no podría salir de esta pesadilla, pero irme era lo mejor—. ¡Ve a casa ahora! —volví mis pasos sin escuchar los suyos y creí que por fin todo acabaría.
—¡Papá!… ¡Papá!… —sus incesantes gritos me atravesaban como navajas, pero debí detenerme al notar que los transeúntes al otro lado del puente señalaban preocupados detrás de mí—. ¡¡¡PAPÁ!!!
Su desgarrador grito me obligó a girarme, entonces comprendí que el horror yacía a unos metros pues ella había subido al barandal del puente, siendo solo un paso en falso lo que la llevaría al río.
—¡Edén, baja de ahí! —ordené angustiado.
—¡NO! ¡VEN CONMIGO!
—¡Edén, baja ya! —ella seguía negando, pero mi corazón aceleró aterrorizado al verla saltar en ese pequeño espacio—. ¡DETENTE Y BAJA DE AHÍ YA MISMO! —caminé hasta ella suplicándole a Dios que no cayese.
—¡Quédate conmigo!
—¡SOLO DEJA DE SALTAR Y BAJA!
—¡NO HASTA QUE…!
No hasta que… En solo tres palabras ella consiguió detener el tiempo, pero mi alma salió de mi cuerpo al ser solo un grito desesperado lo que acompañó la inevitable caída. Su vida y la mía se fueron por ese abismo y corrí desesperado lanzándome al río sin pensar en nada más que no fuese salvarla.
El agua estaba muy fría para ella, la corriente parecía cambiar por algún extraño motivo y los gritos de arriba denotaban preocupación, pero yo seguía sin dar con ella. No salía del agua, no veía ninguna de sus prendas.
—¡EDÉN!… ¡¡EDÉN!!
Mis gritos no eran suficientes y por mucho que me sumergía y nadaba no daba con nada, pero pronto la situación se agravó en cuanto vi a algunas personas señalar al norte del río, siendo ahí cuando comprendí por qué la corriente cambiaba. El río posee un sistema especial de limpieza que pasaba cada cierta hora barriendo cualquier rastro de basura, pero eso no era lo peor, sino que dicho sistema consistía de una enorme garra que recogía y trituraba los desechos y si no encontraba pronto a esa niña, los dos terminaríamos hechos pedazos.
—¡AHÍ! ¡RÁPIDO! —gritó un sujeto señalando hacia el norte, pero no lograba ver nada—. ¡EN EL CENTRO, AHÍ LA VI!
Por desgracia no veía nada y menos con la mortal angustia recorriéndome, pero igual me arriesgué a nadar a ese punto acercándome a su vez al peligro que nos acechaba y que estaba cada vez más cerca, entonces me sumergí logrando ver su blanquecina piel en el fondo y la saqué sintiendo un poco de alivio al tenerla en mis brazos aun cuando estaba inconsciente, pero ese alivio se desvaneció al ver las garras metálicas a unos metros de nosotros.
La gente se acumuló de un lado, mismo al cual nadé con ella en brazos, pero sabía que no tenía tiempo y solo había una posibilidad de salvarla, así que llegué tan rápido como pude y la levanté para que ellos intentaran alcanzarla. Los gritos empeoraban con cada segundo, el sonido de esas garras triturando las piedras del fondo me desprendían mil escalofrío solo de imaginarla en medio de estas y al no soportar la idea, la sujeté con fuerza de sus piernas y la lancé hacia ellos, por suerte el sujeto que me había gritado logró sujetarla, pero yo no corrí con la misma suerte, pues mi espalda y piernas fueron atrapadas por esa cosa y aunque intenté sujetarme de la pared, fue inevitable que mis prendas no se enredaran en el metal sumergiéndome a las profundidades.
Demasiadas fueron las veces que estuve en peligro, demasiadas fueron las veces en que casi pierdo la vida, demasiadas fueron las vidas que arrebaté y juzgué por orden de mi maestro, pero jamás arriesgué mi vida por un niño como lo hice hoy por Edén. ¿Ironía o castigo?, lo cierto era que de alguna forma merecía morir en este lugar por lo que provoqué, porque de no haberla abandonado así, ella no habría corrido desesperada detrás de mí intentando detenerme y aunque la carne merecía ser desgarrada de mi cuerpo como castigo, algo en mi interior me decía que no debía morir, pero… ¿por qué?