Enrique
Tal como predije, en solo unas horas esa pequeña me enloqueció con todas las fotografías que me tomó desde que tuvo la cámara en la tienda, y todo porque quería probar una a una las modalidades, el zoom y no sé cuántas cosas más, eso sin mencionar que estaba feliz de haber podido rescatar sus fotos de la otra cámara, aunque, por muy desesperado que yo estuviese, admito que también estaba feliz por ella, pero esa alegría se opacó en cuanto Mina pasó a recogerla horas más tarde.
A decir verdad, por un instante creí que me sentiría más tranquilo al no tenerla en casa y más porque anoche no tuve pesadillas, pero desde su partida hasta hoy en la tarde, me había invadido una sensación de desasosiego imposible de borrar. Ante esto, me ocupé tanto como pude en mi trabajo y algunas reuniones, también organicé las ceremonias de esta semana y comencé a diseñar la guía para la catequesis de la primera comunión, que no faltaba mucho para iniciar, pero, por extraño que parezca, ni ese futuro tormento pudo superar la soledad que me envolvía, por lo que decidí regresar más temprano a la casa parroquial que hoy me parecía enorme, lúgubre, hasta la comida me era insípida.
Al día siguiente, cuando de nuevo me levanté abatido por el hecho (y con una segunda noche sin pesadillas), fui a la iglesia queriendo dar con algo que me ayudase, aunque la aparición de una mujer me tomó desprevenido y más por la tristeza que había en su incesante sollozo. Esperé casi media hora a que ella intentara calmarse, pero al seguir en el mismo estado, decidí acercarme extendiéndole un pañuelo, a lo que ella levantó su rostro dejándome estupefacto pues tenía cierto parecido con Edén, con la diferencia de que esta mujer tenía los ojos más rasgados y los de esa pequeña era más almendrados, pero el aura desprendida en ambas es la misma, así como también lo era el reflejo de su tristeza.
—Gracias, padre, es muy amable —pronunció a dulce voz recibiendo el pañuelo.
—Descuide, aunque, si usted lo desea, podría acompañarla y escuchar su dilema, quizás hablar le haga sentirse mejor.
—Por desgracia no, pero se lo agradezco —ella limpió su rostro volviendo la vista a la estatua de la virgen—. ¿Cree que ella proteja a todos los niños, padre? —cuestionó con un vacío proveniente de su corazón.
—Lo hace —contesté seguro recuperando su atención—. No sé qué la acongoje, pero si desea puedo escucharla, señora…
—Sonja.
—Un placer, señora Sonja, soy el padre Enrique Toledo —estrechamos manos en una grata formalidad y nos sentamos en la primera banca frente al altar, aunque ella pareció intrigada por la mancha de vino en la alfombra—. Un pequeño accidente que obsequió dos grandes lecciones de vida y dos sustos que no alcanza a dimensionar —expliqué sin más conmovido por el recuerdo de Edén aquella noche.
—Entiendo, solo espero que nadie resultase herido.
—No los hubo, descuide.
—Me alegra, aunque puede usar vino blanco para retirar la mancha.
—Lo mismo dijo el encargado, pero preferí dejarla, así no olvidaría la lección que aprendí —el silencio nos rondó sin ser incómodo y fue cuando decidí adentrarme más en ella—. Disculpe si sueno atrevido, pero ¿cuál es su mancha de vino, señora Sonja? —ella retiró su velo y soltó su cabello permitiéndome detallarla mejor.
Sonja en una mujer de quizás treinta y cinco años, aunque parece más joven, con cabellera castaño oscuro, metro sesenta y cinco, tez blanca, labios finos y facciones delicadas que armonizaban con su escueta figura, pero lo que más llamaba mi atención eran sus ojos, ella tenía un tono café muy particular que, aun cuando pasarían desapercibidos, al quedar en la luz parecían aclararse resultando una mezcla única que no sabría describir con exactitud, pero era fascinante, pues era como un atractivo misterio que te invitaba a descubrirlo.
—Dígame Sonja, a secas. No estoy casada ni nada que se le parezca —aclaró cordial.
—Comprendo, pero dígame, ¿qué la trajo a la casa de Dios?
—A decir verdad, la desesperación, y quizás que comienzo a perder la esperanza —de nuevo su triste mirar quedó fijo en la mancha de vino—. Llevo años buscando a alguien, es mi sobrina, pero por mucho que he intentado dar con ella, siempre la pierdo de vista y ahora no sé qué hacer, me siento agotada y al mismo tiempo no quiero rendirme.
—¿Y qué ha dicho la policía?
—Ellos no se preocupan por el caso, así que decidí buscarla por mi cuenta.
—¿Y su madre?
—Mi hermana falleció hace muchos años y yo soy toda la familia que le queda, pero…
De nuevo la congoja se apoderó de ella bañando su rostro en tan profunda pena que casi sentí mía, pues no solo se notaba agotada, sino también perdida en la vida, aunque la dejé llorar un poco más, ofreciéndole después ir a la oficina por un café el cual aceptó, pero al servirlo, me pregunté ¿cuándo fue la última vez que me preparé un café? Y no fue sino hasta ver mi reflejo, que me descubrí sonriendo al recordar a esa pequeña.
Enseguida difuminé esas ideas retornando mi atención a Sonja, quien me relató la culpa tan grande que llevaba a cuestas desde hacía años cuando su hermana mayor había desaparecido, al parecer entró en un mundo lleno de vicios que la alejaron de sus seres amados y en medio de esto tuvo una hija, quien fue su única buena acción en la vida (según le dijo su hermana cuando se reencontraron), esta le pidió perdón y también que cuidase de la niña, falleciendo la mujer poco después, y aunque Sonja no quiso darme detalles de nada, pude imaginar a la perfección la vida y el sufrimiento de las hermanas, pues yo conocía en carne propia ambos lados.
—¿Y qué pasó entre ustedes para que su hermana decidiera irse? —pregunté intrigado sirviéndole más café.
—Nuestra relación era complicada, ella creía que todos me veía como “la hija modelo”, cuando en realidad no era así, es solo que se casó con la idea impidiéndose ver el maravilloso ser que era, pero no imagina cuánto me afectó la primera vez que la encontré drogada.
—Me hago una idea muy clara ya que también trabajé con personas que cayeron que esta vida, aun siendo cercanas a mí.
—Resulta difícil de creer tratándose de un hombre tan bueno —sonreí avergonzado recordando esos días, incluida la noche en que murieron Joan y Josh.
—Todos tenemos nuestro pasado, Sonja, y no somos perfectos, pero lo importante es no dejar de luchar por hacer el bien.
—En eso estoy de acuerdo. Sin embargo, ahora mi mayor prioridad es encontrar a mi sobrina que no sé en dónde está.
—Corríjame si me equivoco, pero usted no es de Rumanía, ¿o sí?
—No, soy del sur de Serbia.
Se nota que ha hecho un extenso recorrido si ha viajado desde allá hasta acá, y a saber en dónde más, pero eso demuestra el amor que siente por los suyos.
—Sonja, ¿está segura de que su sobrina se encuentra en Oradea?
—Sí, padre, la última pista me arrojó esta ciudad y recién llegué ayer, pero como le dije en un principio, estoy bastante cansada.
—No es para menos, ha hecho un largo viaje y es comprensible que quiera rendirse, pero créame, si esa pista la hizo venir hasta acá, entonces no debe perder la esperanza —por primera vez noté una dulce sonrisa en ella que me generó algo extraño por dentro.
—¿Sabe? Cuando salí esta mañana de la estación del tren, creí que terminaría regresando al hotel una vez más con las manos vacías, pero me alegra haber ingresado a la iglesia.
—Y eso que pasó por dos más —una sonrisa en conjunto iluminó el ambiente, posando ella su mano sobre la mía.
—Muchas gracias, padre —un liberador suspiro emergió de ella—. No sé qué tiene, pero algo me hace creer en usted.
—Me lo dicen a menudo, pero es en usted misma en quien no debe dejar de creer, por mi parte oraré para que pueda encontrar pronto a su sobrina y si hay algo que pueda hacer por usted, no dude en solicitarlo.
—Por ahora, si puede recomendarme un lugar para hospedarme una temporada, me serviría bastante.
—En realidad sí. Conozco una feligresa que está rentando una habitación, es una mujer mayor que vive con su esposo a quince minutos de aquí y son buenas personas.
Al final le di la información, ella llamó desde la oficina recibiendo buenas noticias, y en aras de no quedarme en esta soledad, me ofrecí a llevarla a la dirección indicada donde fuimos bien recibidos por la pareja y después de varias preguntas aceptaron a su nueva inquilina. Poco después Sonja, agradecida por mi ayuda, quiso invitarme a almorzar y yo encantado acepté, resultando en una charla bastante entretenida que levantó mi ánimo como hace mucho tiempo no ocurría, por desgracia el tiempo se nos fue volando y yo debía volver a mis deberes, así que la acompañé hasta su hotel donde recogimos las maletas y volvimos a casa del matrimonio, teniendo que aparcar casi una cuadra antes al estar todo ocupado, pero a ninguno de los dos nos importó pues estábamos sumidos en nuestra charla con maletas en mano.
—No imagina cuánto me encantó conocerlo, padre Enrique, creo que a partir hoy volveré más seguido a su iglesia —su sonrisa era tan gratificante, que intensificaba una sensación que me resultaba familiar.
—Al contrario, Sonja, quizás usted crea que yo de alguna forma la ayudé, pero fue su presencia la que trajo alivio a mi vida.
—No le creo —contradijo divertida sin restarle seriedad al asunto—. ¿Tan mal estaba cuando llegué?
—Más bien; me encontraba confundido y un poco solo.
—Siendo el caso, intentaré liberarme de vez en cuando para visitarlo.
—Será un placer recibirla, y si no es atrevido de mi parte, espero me acepte una invitación a comer la próxima vez, en la plaza hay buenos establecimientos donde poder conversar.
—Estaré encanta… —en eso un ruido nos alertó y ella tropezó terminando en el suelo al igual que su maleta, la cual se abrió esparciendo algunas prendas y demás.
—¡Sonja, ¿se encuentra bien?!
Enseguida la auxilié, mas fue un sutil chillido el que me indicó estaba herida, confirmándolo en cuanto movió su pierna donde vimos su jean roto y una raspadura en la rodilla, lo malo fue que esta no tardó en inflamarse detonado una mayor gravedad, aunque no estaba fracturada.
—No puede ser, se dañó —comentó frustrada intentando recoger las prendas.
La ayudé a recoger las que estaban más lejos evitando que se esforzara, pero algo llamó mi atención bajo la tela y al recogerlo, di la vuelta a una fotografía que me dejó estupefacto, pues en esta aparecía ella junto a otra joven, misma que guarda un gran parecido con Carmen. Sin embargo, resultaba extraño cómo Sonja y esa mujer eran tan parecidas a Edén, pero al mismo tiempo, Carmen y Sonja no poseían similitudes.
—¿P-Padre? —su voz me sacó de las mil preguntas que me hacía, aunque el vergonzoso sonrojo en su faz me confundió—. ¿P-Podría soltarlo? E-Es que…
Seguía sin comprender la razón de su actitud, entonces detallé mi mano notando que no solo había recogido la fotografía, sino que también tenía dos de prendas íntimas enredadas entre mis dedos. Rápidamente se las entregué esquivando la vista y me limité a guardar sus pertenencias sin detallar nada más, pero por desgracia el cierre de la maleta se había dañado, dificultado el llevar las valijas entre los dos estando ella herida.
—Discúlpeme, no quería…
—Mejor hagamos de cuenta que no pasó nada —no sabía cuál estaba peor, pero me limité a asentir y enfocarme de nuevo en la nueva problemática—. Si quiere puede ayudarme con la dañada, yo llevaré la otra.
—No hará falta, solo necesitaré que soporte un poco el dolor en tanto llegamos.
Acomodé las maletas a cada lado, la ayudé a levantarse y yo me hinqué quedando de espaldas a ella, de esa forma sería más fácil llevarla cargada y a su vez las maletas en cada mano.
—Padre, no…
—Suba, Sonja, confíe en mí que no la dejaré caer y tampoco sus maletas.
No sé por qué, pero al levantar mi rostro hacia ella, tuve una visión del día que conocí a Claude, era casi como si Dios me enviase otra señal igual que hace años…