45. AMOR O SOLEDAD

1912 Words
Carmen Justo hoy que tenía mi día libre, no esperaba recibir la visita de Enrique y menos porque apareció sin avisar, aunque parece una mala jugada del destino que llegara cuando estaba en la ducha… pensando en él… razón por la cual me tardé en abrirle. —¡Enrique! ¡Qué sorpresa! —saludé nerviosa, pero intenté ocultarlo. —¿Podemos hablar? —la seriedad de su expresión consiguió que me hiciera a un lado dejándolo pasar— ¿Edén está contigo? —No, Mina se la llevó al parque. —Mejor —le señalé la cafetera y el asintió siguiéndome a la cocina—. Carmen, quiero saber qué has pensado de lo ocurrido y necesito que seas sincera con tu respuesta. ¿Acaso este hombre no sabe lo que es una introducción? ¿¡Por qué tuvo que disparar a quemarropa!? Como sea, si a eso vamos, entonces mejor me voy sin rodeos. —L-La verdad no me arrepiento, aunque sé que estuvo mal y por eso también me siento mal —contesté más nerviosa que antes sin darle la cara, pero tarde o temprano debía hacerlo, así que respiré profundo perdiéndome de nuevo en sus ojos que estaban tan fijos e imperturbables—. Te has portado tan bien conmigo y con mi hija, que no quisiera arruinar tu vida por un desliz que ambos quisimos, pero sabemos que no pasará nada más de ahí. ¿Me equivoco? —No deberíamos. Al menos en eso coincidimos —afirmó a secas—, pero parece que también coincidimos en que no hay arrepentimientos aun después de tantos días —su voz se profundizaba con cada paso que cortaba la distancia entre nosotros—. Carmen, ¿sientes algo por mí? Dios, eso no lo vi venir… —Y-Yo… —No pretendo ponerte una carga y no debes decir que sí por obligación, pero sí necesito saber qué piensas y sientes. —Sé que estoy agradecida contigo, demasiado, pero desde el día en que volvimos con mi hija, me he sentido diferente. —Diferente ¿cómo? —Más segura, con más ganas de vivir, de experimentar… No digo que hayas solucionado todos mis problemas, pero tu abrazo me dio lo que no había recibido en años. —¿Y…? —Enrique —le interrumpí tomando sus manos—, no te negaré que no dejo de pensar en nuestro encuentro y más porque nadie me había tratado con tanta… ¡pasión y delicadeza! —¿Con tanto cariño, más bien? —asentí y el ladeó una triste sonrisa—. Creo que todo sigue confuso entre nosotros, ninguno parece estar seguro de si hay un verdadero amor o es la soledad hablando a través del cuerpo. —Supongo que tienes razón… —él acunó mi rostro y envolvió mi cintura retumbando mi corazón, siendo mis manos las que acariciaron su pecho por miedo a caer en el vacío. —Quizás, si tú quieres, podemos continuar hasta averiguar la respuesta o dar todo por terminado, y con esto no digo que daré un paso atrás con Edén porque ella no merece sufrir. Somos adultos, podemos hacer esto entre nosotros sin involucrarla. No puedo creer que sea el mismo Enrique Toledo quien salga con tan peligrosa sugerencia, pero en el fondo lo deseaba, no quería que esta inmensa felicidad que me producía se acabara. —Lo sé, ¿pero estás seguro de querer continuar? Es decir, ¿qué pasará si alguien en la iglesia se entera o si Oskar nos descubre? —Él lo sabe, yo se lo conté en la mañana cuando llegó —creo que todos los colores se me fueron al suelo, aunque no comprendía por qué él sonreía tan tranquilo ¿acaso no dimensiona el problema que esto representa? No lo sé, pero si sigue acariciando mi cintura, creo que será mi cuerpo el que reaccione y no mi cabeza…—. No te preocupes, Oskar no dirá nada a nadie, confío en él y comprende mi situación. —¿Dices que él aprueba esto? —No, digo que él coincide en que debo estar seguro de lo que haré contigo y la decisión que tomaremos en conjunto para no perjudicar a Edén. —Créeme que es lo que menos quiero, pero tú y yo… —mis palabras desaparecieron al ver cómo él detallaba mis labios. —Tú y yo ¿qué? —¿Cómo es posible que su resonante voz haga temblar mis piernas? —E-Enrique, no quiero meterte en problemas… —Tu hija se convirtió en mi problema al igual que tú desde que aparecieron en mi vida —su mano se deslizó un poco más abajo estrujándome de una forma electrizante— y no me arrepiento de ello, es solo que ha sido caótico… demasiado… —sus labios estaban a nada de los míos y mis piernas ya eran gelatina—, pero quiero saber qué me espera contigo, Carmen. Esta vez no pude soportar mi nombre en su boca y la arrebaté en un apasionado beso a la vez que mis manos se enredaban en su corto cabello, siendo las suyas las que me levantaron dejándome sobre el mesón y a su vez pegándome a su entrepierna que endurecía a medida que repasaba mi cuerpo hacia lo largo. —E-El cuarto —pedí en un jadeo cuando besó mi cuello. Él sonrió galante y volvió a llevarme cargada hasta la cama en donde lo desnudé primero. Creo que la razón desapareció en algún lugar de la cocina, dejándonos con un increíble deseo que desbordé en cada beso repartido en su musculoso cuerpo hasta llegar a esa tercera pierna, que pareciera la ejercitaba tanto como las otras, aunque hoy era mi lengua la que saboreaba cada centímetro de esta mientras él abría los botones de mi vestido y adentraba sus manos hasta mis senos estrujándolos a su gusto, pero sin ser agresivo. Sin embargo, cuando menos lo creí, él me levantó dejándome en el centro de la cama donde su lengua recorrió mi cuello, dejando que las manos recorrieran al otro en un intenso calor que no era producido por el veraniego clima. —No me había dado cuenta de que tenías un lunar aquí —recitó enronquecido haciéndome delirar. Enrique, aprovechándose de que había bajado la guardia al cerrar mis ojos, pasó su lengua por mi clavícula impregnándose de mi salina piel mientras mi respiración se hacía más pesada de a poco. —T-Ten cuidado de dejar una marca en un lugar visible —pedí casi entrecortada, pero muy excitada. Pude notar, en tanto él detallaba mi rostro que seguro estaría con un rojizo rubor intenso, cómo se avivó su entrepierna que parecía no aguantar más, era como si estuviera a punto de explotar. —¿Quieres decir que puedo hacer una en un lugar privado? —replicó pecaminoso. Eso no lo esperé y menos con la maldad vibrando en cada palabra, pensaba que todo quedaría en un par de besos y algo parecido a la última vez, pero no había terminado de ordenar los pensamientos en mi cabeza, cuando ya sus manos estaban coladas bajo mi vestido jugueteando con la piel de mi cintura, subiendo exquisito por todo mi cuerpo hasta el monte de mis senos que lo recibieron erectos y llenos de deseo. La ropa me parecía un estorbo, pero por suerte él la hizo desaparece para darle paso a las llamas que nos impulsaron a seguir en este pecaminoso camino, con mis manos envolviendo su m*****o mientras él deslizaba sus dedos dentro de mí en un cuidadoso movimiento, como si navegara dentro de mi ser. —¡Oh, Dios mío! Yo declamaba con locura sin dejar de levantar mi pecho ni recorrer su grueso cetro que tenía en mi mano, así como tampoco dejaba de retorcer las sábanas a las cuales me aferraba, y todo, porque él me tocaba un punto que nadie había invadido, o no sé si sería por la forma en que lo hacía, pero pareciera que entre más escuchaba mis gimientes súplicas, estas le indicaran por dónde continuar, incrementando así el éxtasis en mi cuerpo a medida que mi mano, sin darle tregua, bajaba y subía sin descanso intensificando sus gruñidos. A la par de esto, mis ojos no dejaban de detallar cómo sus venas se agrandaban poco a poco mientras me llevaba deliciosamente a la cima y más temprano que tarde, las sensaciones producidas en ambos hicieron que me embistiera con sus manos a la vez que yo movía mi trasero acompasándolo con sus dedos, una unión sin nada más que nuestras manos trabajando enérgicas con un mismo objetivo. —No puedo más, te necesito dentro de mí ya… —supliqué desesperada intentando contener todo el placer en un mismo punto. —Como ordenes —dijo sarcástico, aunque su entrepierna llena de vida me indicaba lo cerca que estaba del orgasmo igual que yo—, solo no apartes la vista de mí, no quiero que cierres los ojos —pidió con una dura voz de mando que me prendió más de lo que estaba mientras colocaba el preservativo. Ambos miramos el momento exacto en que nos unimos, aunque solo bastó un segundo para volver la atención al rostro del otro, acompañado de una satisfactoria sonrisa al sentir cómo esta vez se adentró por completo. Su enorme cuerpo caliente mezclando sus jugos y los míos en mi interior, era la gloria eterna. La sensibilidad de mis sentidos, la forma en que mi boca se abría y cerraba en automático suplicando sus besos, su lengua, sus fluidos… Todo él… —Di mi nombre… D-Dilo, Carmen —ordenó como si un embravecido toro estuviera en su garganta listo para atacar. —E-Enrique… Sus embestidas no dieron tregua esta vez y aunque todavía era delicado conmigo, hoy se dejaba llevar un poco más provocando que mi cabeza rebosara de placer, estimulando cada vez más mi lado sensible dejando que entre estas paredes quedara otro secreto, otro acto prohibido cargado en placer que incrementaba con cada impacto de su cuerpo contra el mío. (…) Continuaba sin creer nada de lo ocurrido aun cuando él me seguía resguardando en su pecho con su respiración tan agitada como la mía, pero más me sorprendía saber lo increíble que se sentía tenerlo por completo dentro de mí. Una hazaña que creí imposible la primera vez, pero ahora me doy cuenta de que esa noche Enrique tenía razón, era yo quien debía poner el límite y dejarlo estimularme, y hoy que le permití tanto, él me demostró que mi cuerpo sí podía soportar el grosor de su m*****o. —¿Estás bien? ¿No te lastimé? —levanté mi rostro fundiéndonos en otro beso. —Me tiemblan demasiado las piernas, pero se siente increíble —una cómplice risa emergió tan natural, que no recuerdo haber tenido este momento tan íntimo con nadie. —Me alegra que lo disfrutes porque tengo ganas de más. —¿Ah sí? —me acomodé a horcajadas sobre él repasando mis pliegues en su sexo. —Si sigues así, juro que no te daré tregua esta vez —advirtió excitado dándome una nalgada que me prendió. Pronto mi cabeza comenzaba a hacerse ideas de la siguiente ronda, eso, hasta que muy a lo lejos escuchamos el alegre grito de mi hija llamando a Mina y los dos palidecimos al habernos olvidado de ese pequeño pero MUY importante detalle. Dios, ayúdanos…
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