Carmen
No creo haberme cambiado tan rápido en mi vida como lo hice hace dos minutos en lo que dejé a Enrique oculto en mi habitación. A medida que bajaba las escaleras, pensaba mil ideas para mantener alejada a Mina del segundo piso, igual Enrique no saldría de mi cuarto hasta que no fuese por él, así que mi hija no lo encontraría y menos porque ella no husmeaba en mis cosas. Ahora solo necesito calmar los nervios en mi corazón que está a punto de salirse.
Dios, no me abandones ahora…
—¡Mamá!
El entusiasta saludo de mi hija me hizo llegar rápido a la sala (simulando que salía de la cocina) y la abracé dichosa, ella no parecía sospechar nada, pero la intrigante mirada de Mina me tenía pendiendo de un hilo.
—¿Estás bien? —y aquí empieza el interrogatorio con Mina…
—Sí, muy bien —aunque aparenté estar normal, ella entrecerró los ojos dudando de mi respuesta—. ¿Qué ocurre?
—Pareces agitada y muy acalorada.
—Estamos en verano, ¿qué más esperas?
—Mami, ¿podemos cenar algo rico esta noche? —bien por mi hija que fue mi salvación.
—Claro, cariño, pero primero ve a ducharte que estás embarrada.
—Sí, mami. ¿Y también puedo hacer galletas con Mina? Quiero llevarle a mi papá y al tío Oskar.
—Por supuesto, hablaré con Mina para saber si tenemos todo lo necesario —mi hija partió dichosa a su habitación, aunque una punzante vibra a mi lado me ponía más nerviosa—. ¿¡Qué!? Ya deja de verme así.
—Tú tienes algo raro. Estás muy diferente.
—No inventes, Mina, estoy igual que siempre.
—No, no, sin duda estás diferente —fastidiada, quise ir a la cocina, pero ella intercedió mi camino examinándome de pies a cabeza—. Pareces más feliz de lo normal y tu cutis brilla mucho, aunque no tanto como tus ojos.
—¡Estás loca! ¡¿Acaso mi hija te está metiendo ideas en la cabeza o alguien más lo hace?!
—Y además, estás a la defensiva.
—No tengo nada, ya te dije que estoy muy bien.
—¡Exacto! Tú jamás dices que estás “muy bien” y menos con esa sonrisa tan…
—¿T-Tan qué? —pregunté nerviosa poniéndome más seria.
—¿Qué me ocultas?
—Nada.
—Algo ocultas —sentenció, de tal manera, que creí desfallecería en ese punto.
—¡Nada!
—¿Estás ocultando a un hombre?
—¡Claro que no! ¿Cómo crees que metería a cualquier hombre a la casa que vivo con mi hija? Sabes que no soy así, Mina —lo dudó un poco, pero enseguida pareció convencerse.
—Tienes razón, tal vez…
De repente, fuimos interrumpidas por el fuerte grito de mi hija y corrimos al segundo piso donde la encontramos acorralando a Enrique en el pasillo, lo peor para él era que nosotras abarcábamos el otro lado impidiéndole la única ruta de escape, aun así mi hija seguía brincando muy feliz al verlo en casa otra vez, quizás creyendo que le quiso dar una sorpresa. No obstante, fue la mirada de preocupación de él al verse descubierto igual que yo, sumado al confuso semblante de Mina lo que nos tenía aterrorizados, hasta que los ojos de esa mujer se abrieron impactados quedando fijos en mí, como preguntándome qué hacía él aquí.
Yo negaba desesperada con mi cabeza en una súplica para que no hiciera un alboroto con Edén presente, pero Mina seguía sin comprender, entonces se asomó en mi habitación encontrando la cama desordenada, se fijó en los zapatos de Enrique (cuyas agujetas estaban sueltas) y después a mí, pues había descifrado la verdad y justo cuando estaba a punto de gritar a los cuatro vientos, mis manos actuaron por su cuenta cubriéndole la boca.
—¡Hija! —ella dejó brincar sin borrar su alegría—, ¿por qué no le enseñas a el padre Enrique lo que hicimos en tu habitación? Seguro le encantará cómo quedó —le supliqué a Enrique en una mirada que me siguiera el juego, pero no parecía convencido.
—¡Sí! ¡Ven, papá, mi mamá y yo arreglamos bonito mi cuarto y cambiamos muchas cosas!
Él suspiró con pesadez al saber que no teníamos otra opción y partió con ella a su habitación, en tanto yo arrastraba a Mina escaleras abajo hasta la cocina donde al fin la solté después de ella batallarme para liberarla.
—¡Te irás al infierno por comerte a un cura! —chilló en voz baja, pues se esforzaba en no gritar lo que sus ojos ya hacían por su garganta.
—Mina, no es así, es solo que…
—A mí no me dirás esa patética excusa, Carmen Ruso —advirtió en seco—, te comiste a un sacerdote y no cualquiera, sino al mismísimo Enrique Toledo… ¡¿Cómo te comiste a Enrique Toledo en tu propia casa?! —sabía que su boca no aguantaría tanto y yo no podía negarle una evidente realidad.
—Te lo suplico, Mina, no grites o Edén se dará cuenta y pensará cosas que no son.
—¿Le has hablado a tu hija de sexo?
—¡Obvio no, tonta! —recriminé ofuscada—, pero ella tiene una gran imaginación y si te escucha decir algo indebido, creerá que él y yo estaremos juntos.
—Pero estuvieron juntos —sentenció y aunque quise negarlo, no pude hacerlo—… ¿En verdad te acostaste con Enrique Toledo? —preguntó esta vez incrédula y yo asentí, entonces nos dejamos caer en las sillas, ella sin creerlo y yo confundida…, pero no arrepentida—. ¿Cómo? ¿Desde cuándo? ¡¿Y por qué no me dijiste nada si soy tu amiga?! —en la última pregunta recibí varias palmadas en el brazo que me hicieron apartarme de inmediato.
—¡Deja de pegarme!
—¡Entonces responde!
—¡Bien! —respiré profundo buscando fuerzas donde no las tenía—. Ocurrió hace unas semanas cuando fuimos al parque con Edén, después de que ella… ya sabes…
—Espera, espera, ¿no acabaste de decir que no meterías a ningún hombre a la casa que vives con tu hija?
—No, dije que no metería a CUALQUIER hombre en la casa que vivo con mi hija… pero Enrique no es cualquiera.
—¿Y desde cuánto lo llamamos con tanta familiaridad? —cuestionó en ese tonto tonito descarado, aunque más descarada era yo por enojarme.
—¡¿Quieres saber o no?! —inquirí con los nervios de punta.
—¡Obvio sí!
—Bien. Ese día lo hicimos una vez, él pasó la noche aquí y se fue en la mañana antes de que Edén despertara. Hoy fue la segunda vez.
—¿Y habrá una tercera?
—¡No sé, Mina, no sé! Él ni siquiera debería estar… es decir… yo no debí… —entre más hablaba, más confundida me sentía, más rápido se me iban las palabras y ella lo sabía.
—Ay, Carmen, de verdad que te irás al infierno por esto —acunó mis manos queriendo ser comprensiva conmigo—. Al menos dime que valdrá la pena.
Su malicia, y el recordar los encuentros con Enrique, hizo que se me fuera la sangre al rostro, pero seguía sin sentir culpa y la sonrisa que solté fue la única respuesta que ella necesitó para dar un fuerte chillido mientras mi vergüenza iba a tope.
—¡Ya deja de hacer así, no quiero que Edén se dé cuenta! —reñí avergonzada.
—Carmen Ruso, te comiste a un sacerdote y no cualquiera, sino uno increíblemente sexy y MUY, pero MUY bien conservado, porque ese cuerpo… ¡Uff! —ahora la sonrojada era otra…— Pero ya que hablamos de eso, confírmame algo: ¿Esos enormes músculos compensan la falta de algo o son directamente proporcionales a…?
—¡¡Mina!! —creo que empezaré a sentir culpa por culpa de ella.
—¡Solo dime! —quedé en silencio recordando ese enorme…— ¡¡Dios!! —trágame tierra…
—¡Ya basta, Mina! Sé que hice mal, pero no me pongas peor.
—¿Es una anaconda?
—¡Mina!
—¡Habla o seguiré preguntando!
Ya entiendo por qué ella y mi hija se llevan tan bien…
—No le mide cincuenta centímetros, ¿¡de acuerdo!?, pero tampoco le mide cinco… a menos que hablemos del diámetro… —de nuevo le cubrí la boca cuando estuvo a punto de gritar—. ¡Ya deja de actuar como una lunática! No sé cómo se mide el diámetro de “eso” ni nada, pero es bastante grueso y le queda increíble con ese cuerpo. ¿Estás contenta? —la solté de a poco sin dejar de prestarle atención a su enérgica forma de afirmar repetidas veces con la cabeza, lo que me recordó a mi hija.
—Se nota que Enrique es un hombre increíble en la cama y no lo digo solo porque tiene excelente mano, o no tendrías ese cutis tan radiante, sino que, además, es alguien bueno, es decir, alguien que no te lastimó como en tus otras relaciones —su apagado tono al final me comprimió el pecho.
—Lo es, Mina, más allá del increíble sexo que me dio, fue muy comprensivo conmigo, me dio mi espacio, mi tiempo, simplemente fue… increíble… —mi “enamorado” suspiro la hizo comprender mejor mis palabras y sujetó mi mano brindándome su apoyo, pero pronto desapareció, quedando más seria.
—Me alegra que algo tan bueno te pasara con un hombre, Carmen, pero por desgracia él está prohibido, es un sacerdote.
—Lo sé, lo sé, pero no fue un desliz ni algo producto del alcohol.
—Y eso lo empeora para ambos.
—Lo sé… —sí, ahora sí siento la culpa en los hombros…— Mina, sé que es difícil de entender, pero nosotros…
—¿Ya hablaron de esto? —interrumpió tajante.
—Lo hicimos hoy, antes de “hacerlo” —una cómplice risa emergió, pero la seriedad del asunto volvió a hacer eco.
—Perdóname, pero no sé si estés preparada para estar con él, al menos ahora y no digo que no merezcas ser feliz, pero deberías pensarlo muy bien porque este romance no solo afectaría a Edén, sino que podría arruinar el sacerdocio de Enrique.
—Lo sé, pero…
—No, Carmen —interrumpió tajante—. Sabes que hiciste mal, pero esto no solo te afecta a ti y a tu hija.
—Explícate, porque pareces saber algo que yo no —su profundo suspiro me preocupó.
—En verdad arruinarías la vida de Enrique si esto sale a la luz y no sería bueno para él, Oskar, Claude o cualquier otro sacerdote. Sabes que después de la guerra, la iglesia obtuvo un poder muy grande a nivel mundial y te estás metiendo con alguien de peso pesado.
—Sí, lo sé, pero ¿a qué te refieres?
—No sé qué te ha contado Enrique de su vida, pero Oskar me dijo que antes de venir a Rumanía, Enrique era como la mano derecha de Claude y tenía un papel muy importante en El Vaticano… Haz de cuenta que te estás metiendo con un primer ministro.
—No exageres, eso es…
—Es la verdad —su brusquedad al hablar me inquietó—, Enrique Toledo es un hombre con un corazón maravilloso, alguien querido en la comunidad de Oradea y también en la iglesia, pero también posee un cargo muy importante. Por eso debes pensar bien lo que harás con él.
—¿Crees que debería dejarlo?
—Es una decisión de ustedes, pero si planean ir más lejos, deberían darse un tiempo para conocerse mejor antes de entrar a una relación y si deciden dar el paso, entonces permítele hablar con Claude, al menos así renunciará sin dejar mal visto a nadie.
—Se nota que Oskar te habló bastante de esto —comenté con los ánimos en el suelo.
—Sabes cómo soy cuando quiero saber algo y con esa aparición de Claude, fue imposible no preguntarle a Oskar sobre la vida de los tres.
—¿Y te dijo algo más que deba saber de Enrique?
—Sí, que es un gran hombre que merece ser feliz. Pero si tú deseas estar con él, es mejor que hagas las cosas bien o renuncies a ese romance.
Jamás creí que Mina me dejaría en esta encrucijada, pero si ella lo dice, debería escucharla, ella ha sido la única persona que ha hecho tanto bien en mi vida y la de mi hija, siendo una amiga inigualable.