43. LA FE DE UN CREYENTE

2060 Words
Enrique A lo largo del día me la pasé en una gran dicotomía, no sabía si llamar a alguien o encerrarme en el sótano a flagelarme, y aun cuando la segunda opción parecía ser la mejor, mi cuerpo me traicionaba cuando se aliaba con mi mente devolviéndome los recuerdos de todos los cuerpos que devoré en los últimos días. A tantos lastimé consumiéndome en un ardiente pecado, siendo el de Carmen el último que tomé con el otro extremo de la soga, una que no quemaba, pero sí brindaba calidez en su figura. La mezcla de tantos pensamientos y sensaciones en mi cuerpo hicieron que, en vez de ir al sótano, terminara en mi cama desfogando estos deseos por mi cuenta recordando mi más reciente encuentro, pues era ese el que me tenía tan confundido, tan excitado y se volvía peor al imaginar a Carmen disfrutando de encuentros más fogosos, como los vividos con las otras mujeres en aquel local. Es por esto que, ante tanta confusión y evitando permanecer encerrado en mi habitación tocándome tan patéticamente, fui a la iglesia en donde oré pidiendo tener claridad en mi camino. —Yo buscando una ayuda divina y parece que mi salvador está tan perdido como yo —aquella voz me sacó del torbellino que tanto me abrumaba, deslumbrándome en automático una regocijante felicidad. —Sonja, ¡qué alegría verte! —me levanté saludándola con un beso en la mejilla, a lo que ella me abrazó evitando que me alejase—. ¿Estás bien? —Sí, solo creí que los dos necesitábamos esto, perdona si me equivoqué —caí en su red llena de la más pura verdad y la abracé perdiéndome en su perfume, igual que la primera vez—. ¿Tienes tiempo? Me gustaría hablar con un amigo. —Tengo media hora, después debo prepararme y hacer la misa de las siete, pero si te sirve… —nos separamos más tranquilos, aunque ella no soltó mis manos. —Podría quedarme a la misa y después invitarte a cenar, si no tienes otro compromiso. —Me encantaría. En esa media hora, ella me contó cómo había sido su estancia hasta ahora en la vivienda y lo mucho que le ha gustado la ciudad en lo poco que ha podido recorrerla, después me acompañó en la misa con una energía que incrementó lo que Carmen había hecho anoche, y una vez finalizada y las puertas cerradas, me cambié quedando con una camisa y un pantalón. —¿En dónde dejaste tu oficio? —preguntó Sonja divertida cuando llegué a la sala, pues no quise dejarla afuera y opté porque me esperase en la casa parroquial mientras me cambiaba. —Hoy prefiero estar de civil. —Padre Enrique, parece ser más atrevido de lo que imaginé. —Me parece que no tanto como usted, señorita Sonja —le ofrecí mi brazo, a lo que ella enlazó el suyo con tal picardía que me fascinó—. Dígame, ¿tiene algún lugar pensado o improvisaremos? —Me recomendaron uno al sur de la ciudad, pero ya no sé si esté a la altura de la compañía. —Por desgracia no puedo confirmárselo, pero lo que sí es que mi compañía de esta noche siempre está a la altura de las circunstancias —enarqué orgulloso una ceja dejándola impresionada y entre cómplices risas partimos al establecimiento. —Cuéntame, ¿qué agobia tu alma? —habló ella una vez hicimos la orden. —¿No prefieres contarme de tu dilema familiar? —Buena jugada, pero creo que hoy eres tú el que necesita ser escuchado. En las veces que nos hemos visto o hemos hablado, no te había notado tan cabizbajo como hoy. —Es complejo. —Entonces ve por partes. Las que quieras —su comprensiva invitación me dio confianza, aunque no sabía por dónde empezar y el silencio fue lo único que quedó—. ¿Llevas mucho con este problema? —Yo lo diría en plural, y sí, bastante. —¿Días? ¿Semanas? ¿Meses? —Años… —la melancolía me ganó y en una nerviosa reacción, miré a mi alrededor sintiéndome observado, o más bien, juzgado. —Y me imagino que algo ha ocurrido recién que ha detonado viejos recuerdos y culpas —asentí acongojado y con más ganas de irme que quedarme—. ¿Hasta cuándo seguirás con esa carga, Enrique? —la forma en que hizo esa pregunta, me trajo el mismo sentimiento que tenía cuando Joan la hizo por última vez. —Y-Yo… —No tienes que contarme tu dilema, pero quizás te sirva de algo saber un poco del mío porque yo estuve en tu lugar alguna vez. —Lo dudo demasiado. —No digo que cargamos con el mismo crimen, pero la culpa es algo que puede arrastrarnos por años a una vida vacía e infeliz y yo pasé muchos años de la mía viviendo con culpa. —¿Lo dices por tu hermana? —Sí, por ella, por mis padres, mi sobrina, incluso conmigo misma, pero un día comprendí que solo perseguía un espejismo, uno que era aterrador y casi parecía real, aunque ahí radicaba la diferencia, en el “casi”. —Sonja, no pretendo desmeritarte, pero tu caso no tiene nada que ver con el mío, créeme. —Te creo, pero eso no cambia el hecho de que necesitas perdonarte y permitirte ser feliz, Enrique, es evidente que no eres un mal hombre. —Que sea sacerdote, no significa que no me equivoque. —Lo sé, pero que seas un hombre que comete errores, no significa que no puedas pedir perdón y buscar la felicidad que tú mismo te arrebatas. —¿Por qué estás tan segura de eso? Quizá sea alguien más quien me la arrebate. —Porque cada uno escoge la vida que quiere tener —ella se acomodó mejor en la silla dándome una mirada más firme—. Enrique, esto no es una cuestión de dinero o clases sociales y de ello doy fe porque he conocido personas que tienen muchos problemas en la vida, casi nada de dinero y aun así son felices, así como he conocido personas que tienen la vida financiera resuelta y viven de una pantalla de sonrisas, pero la realidad es que son miserables. —Mi maestro diría que cada uno lleva sus culpas como quiere. —Y coincido con él, pero eso no es excusa para vivir en la miseria y menos cuando se es un buen hombre. —Eso también es algo que diría él —su satisfactoria sonrisa me hizo sentir pequeño al recordar a Claude—. La verdad son muchas culpas, unas más pesadas que otras, pero no siento que merezca ser feliz. —¿Tú crees que yo merezca ser feliz? —¡Claro! —respondí obvio, mas ella negó sonriente. —Yo abandoné a mi hermana cuando mis padres la señalaron de haberles robado, pero no fue así, esto lo supe tiempo después y en ese momento ella ya se había ido para siempre, recayó en las drogas, se perdió del mundo y hasta de sí misma. —Lamento escucharlo. —Yo lamento más haberle dado la espalda por apoyar una mentira de mis padres y todo porque no querían lidiar más con ella, pero yo sí quise apoyarla, por eso continué trabajando duro varios años hasta llegar a un buen puesto, solo entonces tuve las herramientas necesarias para buscarla y cuando la encontré fue demasiado tarde. —¿No quiso volver contigo? —Eso fue lo irónico —su voz se cortó al final y sus ojos cristalizaron—. Encontré a mi hermana en su lecho de muerte, nos pedimos perdón, dimos el perdón a la otra y ella me pidió que cuidara de su hija, quería que le diera una oportunidad a la madre que ella le había dado. —No entiendo. ¿La dio en adopción? —Algo así. El punto es que después de eso ella murió y yo me fui contra el mundo buscando a mi sobrina, tenía tanto odio y resentimiento en mi corazón, pero la vida me enseñó que todavía tenía la oportunidad de hacer las cosas bien, por eso no me rendí en la búsqueda de, porque sé que ella lo merece todo. En eso nos vimos interrumpidos por el mesero quien trajo la orden, aunque pareciera que el apetito hubiese desaparecido en ambos, aun así, tomé la mano de Sonja dejando una caricia. —Solo cometiste un error, Sonja, pero al final no le diste la espalda a tu hermana, sino que luchaste por ella hasta encontrarla y quedar en paz a pesar de su desenlace —ella enlazó nuestros dedos con el mismo cariño. —Tú también cometiste un error, pero has trabajado duro para ser un mejor hombre, solo necesitas darte cuenta de que no tienes que vivir más ese calvario, solo debes soltarlo y seguir. No podría explicar la razón, pero de nuevo vi el compasivo rostro de Edén en ella y en un profundo sentimiento, besé el dorso de su mano vislumbrando tan maravillosa alegría en ambas. —Ahora comprendo… —¿El qué? —cuestionó intrigada, aunque su rubor natural me tenía encantado. —Tus palabras son las mismas que me dijo mi pupilo poco antes de morir, esa fue nuestra última conversación personal y cada vez que la recuerdo, siento como si esa noche él hubiese sabido que iba a morir pronto y-y —de nuevo el dolor de su pérdida me golpeó con fuerza quebrando mis palabras, intentaba contenerme para no llorar frente a ella, pero Sonja presionó mi mano como diciendo que aquí seguía conmigo, entonces respiré profundo manteniéndome fuerte—… Siento que le estoy fallando a Joan al no cumplirle la promesa que le hice esa noche, de no darme la oportunidad de ser feliz como tanto me lo pidió y eso me carcome tanto como mi cruz. —Enrique, no tienes que contarme si no te sientes seguro, pero no olvides que seguiré apoyándote y ahora que sé esto, me encargaré de recordártelo por él —la dulce salvación en su voz fue tan regocijante, que no pude evitar besar de nuevo su mano con una inmensa gratitud que ella recibió en una benévola sonrisa—, y no creas que me he olvidado de que sigues sin contarme qué comprendiste —reímos con una soltura que me pareció surreal. —Ahora comprendo por qué necesitaba estar en la iglesia y no era porque debía buscar a Dios ahí, sino porque Joan te envió para ayudarme. —¿Y por qué no pudo ser Dios? —Porque fue Joan quien dijo esas palabras, no Dios, y tú acabaste de ser su voz en mi vida y la amiga que necesitaba. Gracias, Sonja. —Yo seguiré siendo tu amiga, pero las gracias dámelas cuando sueltes esa pesada cruz, porque sé que lo harás, Enrique, tengo fe en ti… Quizás tanto como Joan —es increíble cómo ella y Edén me dejan tan cerca del cielo y al mismo tiempo del infierno con sus personalidades tan similares. —Gracias, te debo mucho esta noche. —Descuida, puedes pagármelo con unos tragos y hablándome más de Joan, porque algo me dice que hiciste muchas locuras con él —comentó con tal picardía, que enloqueció mi pulso. —Ya sabía yo que esta cena me saldría cara. —No te preocupes, yo pagaré la cena, tú pagarás los tragos y el entretenimiento. —De acuerdo, pero tú también te confesarás, porque algo me dice que tu hermana no fue la única que hizo sus locuras —advertí con el mismo descaro que ella al caer en la dicha obsequiada. —Así jugaremos entonces esta noche, Enrique Toledo, una confesión por otra —brindamos gustosos con nuestras copas de vino dando inicio a un juego que no sé cómo me metí… No sé cómo hacen Edén y Sonja para tener tan particular mezcla entre el descaro, la inocencia y un corazón puro que no temen entregarlo a un vil pecador como yo al igual que su fe, además de tomarse el atrevimiento de hablar en nombre de Joan como si él hubiese dejado su voz en ellas para convertirse en mi bálsamo después de su partida.
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