Carmen
Una vez mi hija había despertado y hasta casi las diez de la noche, nos quedamos con ella Enrique, Mina y yo distrayéndola en un buen ambiente sin preguntas sobre los últimos días y aunque sí queríamos saber muchas cosas, coincidimos en que ese no era el mejor momento para hacerlo.
Ya en la noche cuando ella se durmió, Mina partió a su casa, yo me acosté con mi hija y Enrique nos acompañó en la habitación, aunque él decidió quedarse sentado junto a la ventana, observándonos en ocasiones con gran culpa, una que también me carcomía y quizás por eso no quise molestarlo aun cuando me sentía un poco sola. Sin embargo, él se levantó sin más yendo a su habitación, creí que se dormiría, pero volvió y me extendió un vaso con agua y medicamento.
—Tómalo, te ayudará con el dolor —con cuidado me senté aceptando lo que trajo—. ¿Me permites revisarte?
—Descuide, con el medicamento es suficiente.
—No si llegas a tener alguna hemorragia interna o un hematoma en un lugar peligroso —no estaba segura y el silencio entre nosotros no ayudaba—. Edén estaría muy preocupada si tuviésemos que ir al hospital y allá seguro vería todas tus heridas.
Solo la mención de mi hija le bastó para convencerme y fui a su habitación en donde retiré un poco incómoda mi camiseta, él, mientras me examinaba, no cambió ni una vez su adusto semblante que me ponía cada vez más incómoda.
—Padre…
—Dígame Enrique, a secas. Creo que después de tanto tiempo y vivencias puede tener ese derecho, así como usted me lo permitió en su momento.
Me avergoncé al recordar la primera vez que me llamó por el nombre, pues hubo algo en su voz que me hizo vibrar, aunque también puede que sea por la penetrante mirada que suele llevar y a su vez contrasta con su actitud gentil.
—Enrique, le agradezco por querer atenderme, pero no es nada grave.
—Ambos sabemos que sí lo fue y esto está relacionado con su desaparición de los últimos días —una punzada en mi pecho me paralizó al preguntarme qué había ocurrido al final con Duca—. Comprendo que no quiera decirme lo ocurrido o quién le hizo esto, pero sí debe ser sincera conmigo y decirme si debería llevarla a un hospital o llamar a la policía para que haga una denuncia —por algún motivo él no quería decirlo, pero sospechaba lo que pudo haberme ocurrido.
—No hace falta ninguna de las dos, ya me encuentro mejor y tomé las precauciones en su momento, pero le agradezco su preocupación.
—De acuerdo, aunque espero me permita ponerle una pomada que le ayudara a sanar más rápido, solo será en las zonas que más se le dificulte y el resto lo hará usted, para no incomodarla. ¿Le parece bien?
—Sí —en silencio, dejé que hiciera lo que quisiera conmigo, aunque no se sobrepasó y siempre me señalaba con ayuda de un espejo en dónde me tocaría, dándome más tranquilidad—. Enrique, ¿la situación con mi hija lo incomodó tanto, que quiso alejarse de ella tanto tiempo? —un pesado suspiro, seguido del mío, fue lo único que se escuchó.
—Hay algunas situaciones de mi pasado que perturban mi presente y sí, su hija es un detonante de ello, pero jamás quise abandonarla tanto tiempo, al menos esperaba que Oskar estuviese con ella al no tener planeado ningún compromiso, pero no creí que Claude lo haría viajar tan rápido y menos que Edén persuadiría a Mina para mantenerla alejada de aquí.
—La verdad, ya no sé qué pasa por la cabeza de esa niña desde que usted apareció en nuestras vidas —me giré viéndolo afligida—, pero lo único seguro es que mi hija lo adora como a nadie… ni siquiera conmigo ha llegado tan lejos…
Esta vez mis lágrimas grimas corrieron al no poder más y él me resguardó en sus brazos dándome una sensación de confort que ninguna otra persona me había dado en la vida, excepto Ivana.
—Ningún padre es perfecto, Carmen, pero sé que usted es una madre maravillosa porque su hija es una niña maravillosa y se gana fácil el corazón de la gente, así que no se sienta mal por nada porque, aunque no lo crea, Edén la adora muchísimo.
—T-Tiene razón, no puedo creerlo.
—Edén solo está dolida por su distancia y las constantes mudanzas, pero ella habla con júbilo cuando la menciona… Quizás por eso nos pidió ir al parque con ella.
No lo pensé de esa forma por estar más enfocada en mis penurias, pero él tenía razón y sé que esta experiencia vivida con Duca y mi hija debería ser una importante lección para mí, una que me haga tomar una mejor decisión por y para ella, aunque sigo sin saber qué hacer con Sonja…
—¿En verdad irá con nosotras al parque? —pregunté al levantar mi rostro.
—Solo si usted está de acuerdo —mi corazón parecía querer reventar en cuanto él limpió delicadamente mi rostro y un impulso por querer besarlo comenzó a surgir a la par de un cosquilleo en mi vientre—. ¿Carmen?
—Me encantaría que viniera con nosotras, me sentiría más tranquila y sé que mi hija sería mucho más feliz.
—Entonces iré —la suavidad de su profunda voz incrementó las sensaciones en mi cuerpo.
—Enrique, ¿p-podría pedirle algo? —cuestioné nerviosa, a lo que él asintió—. ¿Podría abrazarme un poco más? Sé que es incómodo para usted, pero… —no terminé la frase, pues él me devolvió con cuidado a su enorme pecho que brindaba una enorme calidez y más al ser resguardada entre los enormes brazos que tenía, unos que me hicieron sentir a salvo.
—Descanse, yo cuidaré de ustedes para que nada perturbe su sueño esta noche.
Con sus gentiles caricias, mis párpados se volvieron más pesados hasta que no pude más y caí dormida en los brazos de Dios.
(…)
Enrique
Cada idea que me hacía respecto al por qué Carmen estaba malherida, parecía ser más probable que la anterior y cuando me pidió abrazarla de nuevo, no pude evitar verme reflejado en ella cuando quería y necesitaba desesperadamente el apoyo de alguien, lo peor era que para ese entonces ya no tenía a mi madre conmigo para consolarme y mi padre me había dado la espalda, aunque no lo culpo, comprendo su miedo, pero eso jamás le impidió a mi madre estar conmigo hasta el último día de su vida.
Aun así, ver a esta mujer dormida con tanta confianza sobre mi pecho, me despertó un inmenso deseo por protegerla a ella y a Edén, esta vez quería hacer las cosas bien para ellas, no sabía bajo qué propósito, si acaso estaría bien o mal o qué tan lejos llegaría, ni mucho menos cuánto soportaría, pero quería intentarlo de nuevo, quería darles días alegres después de lo que vivimos los tres y hoy era el día perfecto para comenzar.
En la mañana, Carmen y yo preparamos a Edén para la escuela, definimos lo que haríamos de comer para nuestra salida en la tarde y después partimos a la escuela, lugar donde Carmen mintió al maestro en tanto yo distraía a Edén para que no escuchase otra mentira de su parte, igual sabía que no diría nada y tras hacer unos conejitos que nos alegró, nos despedimos de ella, tomando Carmen y yo caminos separados.
En la tarde, volvieron madre e hija ya cambiadas y listas, almorzamos juntos, después preparamos la comida que llevaríamos y partimos en una entusiasta caminata donde Edén nos relataba su día, aunque yo no dejaba de preguntarme en ocasiones quién era ese “hombre sol” que ella mencionó, así como tampoco sabía si Oskar estuvo aquí o no y lo peor era que no tenía cómo contactarme con él, pero ya me ocuparía de eso después.
—¡Mamá, papá, miren, es la mariposa que el hombre sol y yo salvamos! —el entusiasta grito de Edén me regresó a la realidad, consiguiendo que viésemos cómo una mariposa monarca volaba entusiasta entre las ramas de un árbol.
—¡Es hermosa! —dije Carmen con una gentil sonrisa que me conmovió.
—Sí, lo es… —murmuré nostálgico.
De pronto recordé un viaje con Joan cuando visitamos a una conocida de Claude, en este, tuvimos la oportunidad de recorrer un mariposario que ella dirige, lugar donde Joan me confesó el aprecio que sentía por mí y lo mucho que me admiraba y respetaba siendo su ejemplo a seguir. Ese día sentí que nos unimos demasiado y más porque fui consciente del enorme cariño que le había tomado, llegando a verlo a partir de entonces como a un hijo.
—¡Vamos a los juegos!
La pequeña nos insistió hacer una carrera, pero Carmen todavía se encontraba un poco cansada (o eso dijo para no preocupar a su hija, aunque yo sabía de qué hablaba en verdad), así que Edén y yo hicimos una carrera donde le di ventaja y Carmen retrataba las fotografías con una genuina alegría que no le había conocido hasta ahora, pero me encantó verla tan feliz, así como yo también lo era gracias a ellas.
Por desgracia, hubo ocasiones en que me frenaba por la culpa y el recordatorio de mi pecado, obligándome a limitar el trato hacia Edén, pero procuraba no hacerlo evidente para ellas pues no deseaba arruinarnos el día con esa desdicha, era algo mío y no tenía por qué arrastrarlas de nuevo, por eso colocaba todo de mi parte para hacerlas felices hasta que después de muchas horas de diversión, comida y charlas, Edén cayó dormida en el regazo de su madre con una casta sonrisa.
—Hace mucho no se dormía en el parque, se nota que le sacó todas las energías a mi hija —comentó Carmen divertida sin dejar de acariciarla.
—Yo también llevaba mucho tiempo sin divertirme tanto, así como me di de cuenta de que llevo bastante sin hacer ejercicio.
—Tranquilo, no se le nota para nada —su sarcástico comentario nos sacó una risa que, en un genuino deseo, me hizo acariciar la frente de Edén corriéndole algunos mechones de su bonito flequillo que estaba más largo—. Gracias, Enrique, su vida no sería lo mismo sin tu presencia… Ni siquiera la mía… —de pronto mis latidos aceleraron al escuchar de nuevo mi nombre en su boca, igual que la primera vez.
—No, soy yo quien les agradece por hacer tanto bien en la mía, solo espero retribuirles algún día un poco de todo lo que me han dado.
—Yo deseo hacer lo mismo, así mi hija estará orgullosa de mí.
—No sé qué necesita su corazón, Carmen, pero le aseguro que Edén no quisiera a otra madre que no sea usted. Es la mejor que pudo tener en su vida.
Nuestras manos se enlazaron con un prohibido sentimiento que ninguno ocultó, pero nos unió tanto o más como el último abrazo que nos dimos anoche.
(…)
Narrador desconocido
Hoy no hacía más que pensar en lo que me dijo ese sujeto mientras me sumía en los recuerdos, cuando de pronto, escuché a lo lejos las infantiles risas en el parque que me detuvieron en seco, aunque una niña llamó mi atención. Ella jugaba con su madre en los columpios, se veían tan felices que me recordaron a mi esposa e hija, pero pronto ese recuerdo se destruyó en mil pedazos cuando vi al hombre que las acompañaba y mi sangre hirvió en un profundo odio que me hizo tomar una decisión, pues no tenía dudas de que fuese él.
—Juro que te haré pagar con lágrimas de sangre lo que me hiciste, Enrique, de mí no te escaparás otra vez.