29. MIS DEMONIOS SON TUYOS

1753 Words
Enrique —¿Me dirás qué te ocurre o seguirás ignorándome? —pregunté a Claude en cuanto llegamos al despacho—. ¿Ocurrió algo con los chicos? ¿Ellos están bien? —Aparte de que uno se está metiendo con una mujer que no debe y el otro hace berrinches más seguido, sí, están bien. —¿Y tú? —¿Yo?… —Claude se perdió en sus pensamientos dando un ligero golpe a la mesa, a lo que serví un trago que él no bebió enseguida (como sería usual), sino que se quedó viendo el cristal—. ¿Estás seguro de continuar con tu petición? —No me cambies el tema. —Responde —demandó desapacible y exhalé con pesadez viendo la cafetera de Edén—. Se nota que se esfuerza por ti, Enrique, cada paso lo da para alcanzarte y tú has cambiado el café italiano por el albanés. —Edén y yo no deberíamos estar bajo el mismo techo y si ella ha estado a salvo hasta ahora, ha sido por los castigos que me doy y el sobre esfuerzo que hago para controlar mis impulsos. —¿Ahora quién cambia el tema? —esa daga revolvió mis pensamientos dejándome callado, momento en que bebió su trago con deleite—. Hora de trabajar, hay mucho por hacer y más si te vas la otra semana. Sin más, el lugar pareció cobrar vida devolviéndome a mis días con él en Italia cuando nos sumergíamos en toda clase de deberes que nos consumían los minutos con rapidez, pero eran minutos que había extrañado y más tras la muerte de Joan. Cuando menos creí, llegó la hora de recoger a Edén. Claude me acompañó a la escuela donde esperamos su salida, pero me sorprendió que no quisiera hablar con ninguna madre o fumarse siquiera un cigarrillo, en cambio, recibió a Edén con los brazos abiertos alzándola dichoso y llenándola de besos, aunque fue al abrazarla, que esos pequeños ojitos rasgados quedaron fijos en mí y ella extendió sus dos dedos para hacer sus dichosos "conejitos", a lo que respondí apreciando a su vez una calidez en mi pecho. El trayecto fue igual que en la mañana, ella hablando y él respondiendo sin soltarla de la mano, y en casa continuaron en tanto almorzábamos, solo que esta vez Claude quiso ver las noticias en el televisor, algo que tampoco suele hacer… —¡Mira, mi mamá y yo vivimos cerca de ahí! Edén señaló muy feliz la pantalla cuando pasaron imágenes de la zona, pero pronto su entusiasmo se transformó en preocupación cuando informaron que había un ladrón suelto en el vecindario y pedían a la comunidad estar alertas, sobre todo en las noches. —¿Qué pasa, gatita? —preguntó Claude al ella quedar con los ojitos cristalizados. —Mi mamá estará sola en casa y pueden robarle. No quiero que la lastimen. —Quizás pueda hacer algo por ella. —¿Qué? —Podría enviar a algunos de mis demonios a cuidarla. —¿Los demonios no son malos? —su inocencia era tan encantadora, que consiguió sacarle una sonrisa sincera a Claude quien acunó su mejilla reflejando su maldad. —Claro que son malos, pero ellos obedecen mis órdenes y si tú lo deseas, puedo darte algunos. —¿Protegerán a mi mamá y atraparán al ladrón? —Solo pídelo y lo ordenaré, así dormirás tranquila cuando ella llegue a casa. —¡Sí, por favor! —ella exclamó encantada, pero yo me retorcía por dentro ante esa idea— Y diles a los demonios que les daré unas galletas ricas por ayudarme. —¿Y no hay galletas para mí? —inquirió ofendido, a lo que ella negó pícara y lo abrazó. —A ti te daré un postre rico que le pediré a Mina y te prepararé mi mejor café. —Me convenciste, gatita —él le hizo un guiño y pellizcó su nariz para después apartarse de ella, a lo que hice lo mismo siguiéndole el paso. —Claude, no creo que debas meterte en eso e igual dudo que su madre llegue a casa —pedí en voz baja a sabiendas de sus alcances y también para que Edén no escuchase. —Relájate, Enrique, debes mostrarte más confiado por el bien de tu hija. —¿Me crees un primerizo para no saber de lo que eres capaz? —cuestioné ofendido intentando no exaltarme— Sé que algo traes entre manos y te pido que tengas cuidado. —Ya mis esbirros están al tanto —me enseñó la pantalla de su móvil con el mensaje—. Sabes que al aceptar una solicitud la cumplo hasta el final. Por algo la gente sigue creyendo en mí. —Lo sé perfectamente, pero no es el punto. —No, el punto es que no deseas involucrar a tu hija en esto y menos conmigo porque temes que le haga algo. —Solo no quiero que ella sea testigo de algo horrible, bastante tuvo con lo ocurrido en el puente y jamás me perdonaré por ello, así que no lo empeores —advertí firme ganándome una intrigante mirada de él que me dejó nervioso, pero no lo demostré. —Es curioso, ¿no lo crees? —¿El qué? —Afirmé dos veces que era tu hija y no me refutaste ni una —quedé mudo, en tanto él volvía a su puesto con esa maldita sonrisa jocosa por su cometido. Nadie había dicho antes que ella era mi hija, solo Claude y Jules hicieron énfasis en ello, pero ahora que lo pensaba mejor, él tenía razón, a ninguno refuté cuando lo dijeron, era como si hubiese aceptado un rol que no me correspondía y esto me comprometía más con esa niña que me observaba cada día con una ilusión y una seguridad inigualables. (…) Días después Edén Estos días han sido increíbles con mi papá y el tío Clau, gracias a él visitamos muchas iglesias mucho muy bonitas donde ellos me contaron su historia y papá me contó que su iglesia la hicieron dos veces porque se derrumbó por un terremoto hace años, aunque ayer visitamos una casa donde viven muchos abuelitos, les llevamos los obsequios que compramos y unas cobijas que escogí porque mi tío me lo pidió. También, todas las tardes y antes de dormir, hablaba por teléfono con mi mamá, ella me decía que estaba bien y pronto nos veríamos para tener muchos días juntas, y también iríamos a una piscina con Mina, aunque seríamos solo las tres porque quería un día de chicas y yo acepté feliz, pero quería que mi papá, el tío Oskar y Clau estuvieran con nosotras. Quizás cuando mamá lo conozca diga que sí. —Gatita, tenemos que hablar. Terminé de colorear mi dibujo, fui al escritorio donde estaban papá y Clau trabajando y les serví más café porque tenían poquito. —¿Hice ruido? —No, eres una buena niña —él acarició mi cabello haciéndome mucho muy feliz—. Te llamé para informarte que ya atraparon al ladrón y tu madre ya no está en peligro, así que mis demonios se retirarán. —¡¿De verdad?! ¡Gracias! —lo abracé muy fuerte, pero él me apartó un poco, estaba serio. —Por desgracia yo también debo irme, mi vuelo sale hoy. —¿Por qué tan rápido? —pregunté triste sin soltarnos las manos. —Tengo unos compromisos que requieren mi atención en Francia e Italia, así como también debo atender a mis feligreses. Sabes que esos pecados no se perdonan solos. Me gusta cuando el tío Clau pone su cara de malo porque parece un poquito loco y se ve más lindo, pero no quería que se fuera, aunque sé que muchas personas necesitan su ayuda y no puede abandonarlos. —Está bien, pero vuelve a visitarme, te extrañaré mucho. —Te prometo que lo haré. Creo que te he demostrado que sí se pueden cumplir las promesas, ¿no es así? —asentí y él pellizcó mi nariz como siempre haciéndome feliz, pero hoy estaba más triste que feliz porque se va—. Muy bien, entonces quiero que esto sea una prueba más de mi promesa —él sacó una pulsera muy bonita que colocó en mi brazo—. No se dañará con nada, así que no te la quites nunca. Ten presente que solo así mis demonios te reconocerán y protegerán. ¿De acuerdo? —Sí. Y gracias, está mucho muy bonita —nos abrazamos fuerte sintiendo su calorcito. —Gracias a ti, gatita. Me divertí mucho en estos días contigo. —Yo también, tío Clau. Te quiero mucho. —Espero puedas perdonarme… —dijo bajito abrazándome más fuerte. —¿Perdonarte por qué? —No importa, solo te pido una disculpa y te daré la oportunidad de escoger el castigo que creas pertinente para mí, así que piénsalo muy bien —me alejé un poquito, él estaba más triste que antes y cuando miré a papá, él también estaba mucho muy triste. —Está bien, ya pensé en algo —le di un beso en la mejilla a mi tío y una gran sonrisa—. No quiero castigarte, solo quiero que no estés triste, por eso no me quitaré la pulsera y haré lo que me dijiste. —Esa es mi gatita —él sonrió bonito haciéndome mucho muy feliz—. ¿Qué te parece si buscas los ingredientes para hacernos el café de Joan? Hoy me apetece algo dulce como tú y sé que Enrique también. —¡Lo haré, no tardo! —le di otro beso y salí corriendo. Si así hacía feliz a mi papá y a mi tío, entonces haría el café más rico de todos, pero cuando estaba en el pasillo, me devolví porque olvidé traer mi morral para guardar las cosas, entonces escuché a papá decir mi nombre y evité entrar. —¿Estás seguro de volver ahora? —preguntó papá. —No quiero, pero tampoco me gusta darle larga a los pendientes, aun así… —¿Qué? —Eres muy afortunado, Enrique, solo necesitas aceptarla. Ninguno dijo nada, pero sabía que algo más estaba pasando y preferí irme despacio hasta la cocina para que no sepan que los había escuchado, no quiero ponerlos más tristes y menos si el tío Clau se va por mucho tiempo, aunque no entendí qué tiene que aceptar papá y por qué.
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