Edén
Papá lloró mucho y muchas fueron mis ganas de abrazarlo, no me gustaba estar tan lejos de él y tampoco que estuviera triste, pero me hizo un poquito feliz que en todo este tiempo no soltó mi osito, así que tampoco me soltó a mí. También me quedé pensando en Joan, me preguntaba muchas cosas sobre él que quise preguntarle a papá, pero primero esperé a que él se calmara y cuando lo hizo, se fue al baño porque dijo que necesitaba una ducha (aunque no olía feo), pero le dije que se llevara mi osito porque no quería que estuviera solo.
Mientras tanto, fui a la cocina a prepararle un café mucho muy rico, aunque esta vez le puse leche y un poquito de canela en polvo (con otro ingrediente secreto mío). Hoy lo hice diferente porque mi tío Oskar me lo enseñó antes de irse, contándome que a mi papá le gustaba mucho este café, pero cuando se lo llevé la puerta estaba cerrada.
—¿Papá? —toqué esperando a que me abriera, pero no lo hizo y tampoco respondió.
Me preocupaba que estuviera mal, así que abrí suavecito la puerta, él estaba sentado en su cama mirando hacia la ventana y alcancé a ver que tenía mi osito en su mano, pero sentí algo feo en mi pecho cuando vi su espalda con muchas heridas, casi entro corriendo para ayudarlo, pero sé que no le gustaría y no quiero que se sienta más triste por mi culpa, entonces toqué otra vez y él se asustó un poquito, aunque no me vio porque alcancé a esconderme cuando cerré suavecito la puerta.
—Papá, te traje un café, ¿puedo entrar para dártelo?
—Dame un minuto —lo escuché caminar y después me abrió, pero ahora tenía una camiseta puesta que dejaba ver los grandes músculos de sus brazos.
—Te traje un café diferente, pero está rico porque mi tío Oskar dijo que te gustaba —él sonrió un poquito y me dejó entrar.
Papá me señaló la silla junto a su escritorio donde me senté, él lo hizo en la cama y le extendí su taza de café que olió profundo haciéndose un poquito más grande su sonrisa.
—¿Oskar te lo enseñó? —asentí nerviosa porque no sabía si le gustaría y él bebió un sorbito—. Es… como el suyo… —dijo muy bajito sin dejar de ver la taza, él estaba sorprendido, pero yo no sabía si le había gustado o no—. ¿Qué le pusiste?
—Leche y canela en polvo, pero también le puse un ingrediente secreto que él no sabe.
—¿Qué?
—Primero dime si te gustó.
—Para ser la primera vez que lo haces, es delicioso… Hace mucho tiempo no lo bebía… —esta vez la cara de papá fue diferente.
—¿Por qué te gustó tanto este café y no el que siempre te hago? —él no respondió, pero sí se quedó mirando a otra parte de la habitación y cuando yo vi a ese mismo punto, encontré una foto de él con otro hombre, aunque papá estaba más joven—. ¿Quién es él? —no se movió, no respondió, así que busqué la foto viendo al señor y luego se la entregué mientras me sentaba—. ¿Él es Joan?
—S-Sí, pequeña…, es Joan…
Nota: Papá se pone rojito y sonríe mucho muy bonito cuando bebe este café, pero sus ojos brillan como las estrellas cuando lo bebe viendo la foto de Joan.
—¿Él te hacía este café?
—Sí…
—¿Puedes contarme algo de Joan? —él soltó un suspiro triste, pero en el segundo suspiro derramó una lágrima que me puso triste—. Lo siento, no quería…
—Está bien… —bebió otro sorbito y dejó la foto en la mesa para que ambos la viéramos—. Joan fue mi alumno hace muchos años, en poco tiempo nos hicimos grandes amigos y le cogí un cariño muy grande al punto en que lo apreciaba como a un hijo.
—¿Era tu hijo?
—Sí… E-Era mi hijo de corazón… —dejó la taza en el suelo y cubrió su rostro volviendo a llorar mucho muy triste.
Yo también lloré un poco porque lo hice recordar algo malo, pero no quería hacerlo, solo quería que me contara algo bonito de Joan.
—Lo siento, contigo hago todo mal, papá.
Esta vez yo cubrí mi cara llorando más, pero algo suavecito tocó mis piernas, cuando me destapé encontré a mi osito en ellas y papá limpió mi cara con un pañuelo sonriéndome triste.
—Eso no es verdad, pequeña, haces muchas cosas buenas por mí.
—No es cierto, yo sé que te causo problemas, también te pongo muy triste y tú haces cosas que no quieres por mi culpa… No hago nada bien.
—Es cierto, me has puesto en aprietos más de una vez, pero no significa que hagas todo mal —algo era diferente, su voz era tan suave como la brisa en primavera, era como los abrazos suavecitos que me daba cuando veía las flores…—. ¿Sabes? Hace mucho tiempo no me preparaban un café tan rico como el que hiciste hoy, pero quiero saber qué le pusiste.
—¿Por qué?
—Porque es idéntico al que hacía Joan y él también decía que le ponía un ingrediente secreto que jamás quiso decirme —no sabía qué decir, pero sentí un calorcito bonito en el pecho porque hice su café favorito que es igual al de Joan—. ¿Me dirás qué le pusiste?
—No te puedo decir.
—¿Por qué?
—Porque Joan dijo que era secreto y los secretos no se dicen —por primera vez, papá rio mucho muy bonito y mi corazón latió mucho muy rápido. Me gusta verlo feliz—. Papá, ¿puedes decirme algo bonito de Joan?, pero no quiero que te pongas triste.
—Algo bonito… —dijo bajito viendo la foto—. A Joan y a mí nos gustaba mucho caminar en las madrugadas para ver el amanecer mientras nos ejercitábamos, hablábamos de muchas cosas en esas horas, a veces nos confesábamos y otras veces planeábamos nuestros días.
—¿Qué confesaban?
—No te puedo decir, son declaraciones muy personales que quedan en secreto de confesión.
—¿Qué es el secreto de confesión?
—Es cuando hablas con un sacerdote contándole tus pecados, es decir, los errores o males que has cometido a ti y a otros, así, cuando pides perdón sincero a Dios, el sacerdote te da la absolución y una penitencia por estos.
—Entonces, si yo te me confieso contigo, ¿tú no puedes contarle a nadie mi secreto de confesión? —negó con su cabeza— ¿Y qué pasará si lo haces?
—Incurriría en pena de excomunión, lo que quiere decir que me expulsarían de la iglesia y me darían un castigo extra dependiendo de la gravedad del secreto confesado.
—No sabía que podías hacer eso, pero si tú y mi tío pueden guardar secretos sin decírselos a nadie no importa qué, entonces puedo decirles muchas cosas que nunca le dirían a mi mamá.
—Edén, hay algo que me gustaría preguntarte respecto a ti y tu mamá, es sobre algo ocurrido hace un tiempo —no sé qué quería saber, pero podría usarlo para hacerle preguntas.
—Hagamos algo, yo te cuento si tú me cuentas algo, pero me guardarás mi secreto de confesión y yo te guardaré el tuyo, así nadie sabrá —de nuevo rio bonito haciéndome feliz.
—Solo los sacerdotes pueden hacerlo, Edén, y tú no eres sacerdote, ¡pero! —levantó su mano cuando me iba a quejar—, si quieres podemos tener una conversación privada igual a las que tenía con Joan y lo que nos digamos no lo diremos nunca a nadie, a menos que sea importante.
—¿Es como un secreto de confesión, pero sin ser un secreto de confesión?
—Sí.
—¡Está bien! Dime… —pensé qué preguntarle y vi mi osito con una idea— ¡Dime cinco cosas que hacías mucho muy feliz con Joan!
—¿Cuántas veces debo decirte que no se dice “mucho muy”? —como siempre, él me regañó bonito haciéndome sentir cosquillas en el estómago—. No tienes reparo…
—No soy una licuadora —crucé enojada mis brazos, pero solo porque él estaba feliz, no me quejé cuando se rio de mí.
—De acuerdo, no eres una licuadora, discúlpame.
—Te perdono, ahora dime.
—Me gustaba mucho hablar con él, no importaba el tema, siempre era agradable. También cuando compartíamos un café en vez de un trago de alcohol, porque al beber, sabía que en esos momentos él estaba muy triste o muy enojado.
—¿Y solo bebía café cuando estaba feliz?
—No necesariamente, pero a él le gustaba prepararlo y de alguna forma desprendía una calidez de hogar en ambos.
—Van dos, te faltan tres —papá cogió mi osito arreglándole el moño de su cuello.
—Joan y yo un día nos confesamos el deseo por tener hijos, pero la vida como sacerdote no lo permite, y yo tampoco puedo tener por otros motivos, aunque esto no quiere decir que no hablásemos de cómo sería tener una familia y darles a nuestros hijos lo que no tuvimos…
Él no dijo más, pero sí quedó un poquito triste, así que le pasé su café que lo hizo feliz otra vez cuando lo bebió.
—¿A Joan le gustaba jugar en el parque? ¿Y también le gustaba el viento como a mí?
—Le encantaba ambos, por eso caminábamos en las madrugadas cuando casi no había personas… Esos paseos eran gratos para nosotros.
—Entonces no deberías estar triste —él quedó viéndome raro, quizás no recordaba los abrazos que me daba—. Cuando estabas en el cielo con Dios, tú me dabas los mejores abrazos en el viento y sabía que estabas conmigo, y como Joan ahora está en el cielo, él te dará muchos abrazos también, pero tienes que salir más de la oficina o no podrá dártelos.
Nota: Papá se ríe mucho cuando le dicen cosas bonitas después de beber el café de Joan.
—Al parecer trabajo mucho, ¿no es así?
—Sí, estás todo el día mucho muy ocupado leyendo y a veces es aburrido.
—Sí… Quizás debamos hacer lo que dijeron Oskar y Mina acerca de ir al parque.
—¡¿De verdad!? —grité feliz queriendo abrazarlo, pero no lo hice.
—Sí, incluso podría ejercitarme allá en vez de ir al gimnasio, y tú también sales a despejarte.
—O puedo hacer ejercicio contigo igual que Joan.
—Creo que eso sería mucho para ti que estás tan pequeña y delgada —dijo burlándose de mí, me enojé un poquito, pero se veía lindo.
—¡Yo puedo hacer ejercicio y tener músculos mucho muy grandes como los tuyos! —su risa se hizo más fuerte y ya me estaba enojando más.
—De acuerdo, si quieres lo intentaremos después y ya veremos cuánto duras en la rutina.
—Ya verás que puedo hacerlo, así yo seré tan fuerte como Joan y también será tu hija.
—¿Por qué lo dices? —preguntó esta vez sin reírse.
—Dijiste que él era tu hijo de corazón y yo también quiero ser tu hija, así que haré todo lo que hacía Joan para hacerte feliz.
Papá me extendió el osito queriendo que tomara el brazo, lo hice y él lo balanceó mirándome diferente, no sonreía mucho, pero no estaba molesto, ¿tal vez un poquito triste?… No lo sé.
—Edén, no puedo decirte eso porque sería una mentira, ya te dije que los sacerdotes no podemos tener hijos, pero sí puedo decirte que eres una niña maravillosa y me encantaría conocerte un poco más, tal vez podrías contarme acerca de tu vida y también de tu mamá.
—Está bien, pero primero vamos a comer, Mina dice que los chismes saben ricos con café y un postre.
Lo más bonito de hoy, es que nos fuimos a la cocina agarrando mi osito de cada mano mientras él llevaba en la otra el café que le hice, lo bebía feliz y a veces se ponía un poquito rojito cuando me veía.