Enrique
Esta semana había transcurrido relativamente normal, la relación entre Edén y yo en cierta medida volvió a ser la de antes, pero ella seguía cohibiéndose y pensando mucho en cada acción que realizaba, además, y para colmo de males, mis pesadillas con ella continuaron al punto en que mi espalda ya parecía no soportar más, siendo ese mismo dolor el que usaba para castigarme cuando frotaba las heridas en una silla o la pared.
Por suerte Edén no se dio cuenta de nada y su distancia de alguna forma me ayudaba a mantener limitado a mis demonios. Sin embargo, no esperaba que hoy nos visitara Mina, quien llegó muy temprano en la mañana en vez de Carmen y aunque no se trataba de su madre, Edén estaba emocionada con la visita, así que aproveché para hablar con la joven en lo que esa pequeña fue a la cocina a prepararle un café queriendo demostrarle cuánto había practicado en la semana.
—Mina, ¿ocurrió algo grave con la señora Ruso? ¿Acaso enfermó? —pregunté bajo y muy preocupado evitando que Edén me escuchase.
—Está muy cansada, por eso la recogí en el bar y la llevé a su casa para que durmiera algunas horas más, prometiéndole que visitaría a Edén para dejarla más tranquila, pero también vine para pedirle que por favor la cuide en la mañana —solicitó lo último un poco apenada.
—Descuide, lo haré, pero no me deja muy tranquilo respecto a la señora Ruso y si debió recogerla es por algo —la angustia marcó su rostro y vigiló que Edén no viniese.
—Por desgracia ella no está bien, padre, pero no hay poder humano que haga cambiar de parecer a esa mujer tan testaruda.
—¿Qué tiene?
—Su salud está decayendo, no come ni duerme bien y trabaja demasiadas horas al día, todo por pagarle ese ridículo colegio privado a Edén en vez de dejarla en uno público.
—Además de sus gastos diarios… —completé y ella asintió afligida en mitad del silencio.
—Por cierto, padre, no quiero sonar impertinente, ¿pero ocurrió algo con Edén en estos días?
—¿Por qué lo pregunta?
—Conozco lo suficiente a esa niña para saber que no es del todo ella. Edén es muy activa, pero desde que llegué la he notado retraída y parece nerviosa, me recuerda a Carmen cuando comete un error —froté estresado mi rostro, pues esto no solo demuestra que yo tenía razón respecto a Edén, sino también sobre Carmen, ella no reconoce del todo las señales en su hija.
—Mina, la verdad no sé si decirle y no pretendo quejarme, pero ya no sé qué hacer, no he podido hablar con nadie ni siquiera con Oskar y esta situación me sobrepasa.
—Quizás usted sea excelente para confesar, pero yo también soy buena escuchando y observando y hasta ahora pude notar eso en Edén, además de la lista con las reglas.
—¿Cree que es una ridiculez lo que hizo Oskar? Porque yo sí —rio divertida colocando comprensiva su mano sobre la mía.
—Creo que él se preocupa mucho por usted y usted no debería preocuparse tanto por Edén, esa niña ya tiene bastante sobreprotección con su madre.
—¿Y qué puedo hacer?
—Edén es extrovertida y muy inteligente, solo explíquele con cariño y ella lo obedecerá.
—Me temo que no siempre es el caso y han ocurrido algunas cosas que lo demuestran…
No sé por qué, pero algo en ella me dio la confianza para contarle lo vivido hasta ahora con esa niña, terminando Mina enternecida con el asunto y más cuando llegó Edén con las bebidas y unos postres que organizó en la mesa como si estuviera en el restaurante, una escena que siempre me sacaba una sonrisa por el empeño que ella colocaba en cada detalle con tal de llegar a la perfección, pero gracias a que le pedí a Edén unos minutos a solas con Mina, fue que pude continuar la conversación.
—Ella solo actúa de esa forma tan desesperada, porque su mayor deseo ha sido estar con su papá —continuó Mina cuando Edén se fue—, por eso no sea tan duro con ella, no imagina cuánto teme perderlo y sus actos son la prueba.
—Lo comprendo, Mina, pero yo no soy el padre de esa niña y no está bien que se haga ideas erróneas.
—Lo sé, padre, por desgracia soy consciente de ello y esa duele más porque implica a madre e hija —ella sabía algo, lo sé.
—Mina, ¿puede contarme algo sobre ellas? Hace un tiempo dijo algunas cosas al aire y ahora podría ser útil tener la historia completa.
—No sé todo el pasado, para eso deberá hablar con Carmen, pero sé dos cosas importantes.
—Dígamelas por favor, estoy cansado de caminar en una cuerda floja con ellas.
—Sé que en una guardería hubo un problema con alguien, desconozco los detalles, pero esto hizo que Carmen se mudara de la ciudad, aunque… podría preguntarle a Edén —el mensaje fue claro, Edén sabía lo ocurrido.
—¿Y lo otro?
—Discúlpeme, pero lo otro involucra a un sacerdote… —el nudo en mi estómago desprendió las peores ideas y más por su incomodidad y la seriedad que emanaba a la vez, pero necesitaba escucharlo, e hice una señal indicándole continuar—. Edén tendría quizás un año, ese invierno pegó muy fuerte y Carmen no tenía dinero para el alquiler, así que la echaron y le robaron lo poco que tenía.
—Dios santo…
—Sí, fue difícil para ella, pero creyó encontrar una esperanza en un sacerdote que las vio en la calle y las refugió en su iglesia una semana ayudándole a pagar el hospital porque Edén casi muere de hipotermia, también necesitaría unos días para recuperarse y él le ofreció un trabajo a Carmen para que limpiara el lugar, pero quería aprovecharse de ellas.
—¿C-Cómo…?
—Él tenía secuestrada a Edén siendo su medio de chantaje y a Carmen solía golpearla, humillarla y en ocasiones, según entendí entre líneas, la violó.
—M-Mina, ¿él se atrevió a…? —nervioso, señalé con mi cabeza a Edén.
—Gracias a Carmen, no, ella estuvo al pendiente de que él no la tocara, pero algo más ocurrió que ella no quiso contarme y se relaciona con su salida de ahí, solo sé que después de eso Carmen no volvió a pisar una iglesia y desconfió del mundo entero.
Con dos cortas anécdotas pude comprender mejor a esa mujer y por qué estaba histérica el día del accidente, además del hecho en sí, pero sea como sea, Carmen ha sufrido demasiado y que deje a su hija en una iglesia en manos de un sacerdote no debe ser fácil.
—¿Por qué le sugirió dejarla conmigo, Mina?
—Porque no conocía la historia, eso lo supe días después, pero tampoco me arrepiento.
—¿Por qué?
—Carmen dijo que jamás había visto a su hija tan feliz como lo es ahora y por eso cree que es una mala madre comparada con usted, pues Edén lo puso en un pedestal.
(…)
La visita de Mina resultó ser tan prometedora como reveladora para mí, permitiéndome idear otras formas de ayudar a madre e hija para que puedan avanzar y no sigan viviendo en el mismo círculo angustioso. Así mismo, recibí una ayuda extra de Mina, quien anexó algunas reglas a la lista de Oskar que nos ayudarían a eliminar el extraño distanciamiento que se generó entre Edén y yo, aunque no todo fue prometedor (o eso creo), pues me informó que se quedaría los próximos dos días con Edén en su casa para darme “un descanso”.
Lo último fue extraño porque, por un lado, sentía cierto alivio al recuperar mi vida, pero también hubo una sensación de vacío que no supe explicar, aunque tampoco le di importancia al asunto por ahora tras despedirnos de Mina e ir después a la habitación de Edén para recapitular un tema: Su oso en mi cama y las visitas nocturnas.
—¿Qué me ocultas? —insistí a suave voz, pues ella seguía callada abrazando su oso.
—Si tengo una pesadilla mucho muy fuerte que me hace gritar, ¿me ayudarías?
—Sí, mi deber es velar por tu bienestar.
—¿Y si lloro porque algo me pone mucho muy triste?
—También, pero no entiendo cómo se relaciona con el oso.
—Te lo diré, pero no te enojes conmigo —sé que no me gustará, pero igual asentí—. Me dormí tarde en las noches y te escuché llorar, otras veces gritabas cuando dormías, yo sabía que tenías pesadillas porque a mi mamá le pasa y ella se calma cuando la abrazo.
—¿M-Me abrazaste en las noches? —mis nervios querían colapsar por la horripilante idea.
—Sí y no.
—No te entiendo. ¿Sí o no?
—Sí te abracé, pero no lo hice yo porque no quieres que te abrace —presioné mis ojos intentando calmarme—. ¡No te enojes!
—No estoy enojado, solo intento comprender qué hiciste en las noches —gruñí conteniéndome, aunque mis nervios estaban a punto de colapsar con este enredo—. Mejor continúa. ¿Qué más hiciste?
—Abracé fuerte a mi osito y lo dejé a tu lado para que te diera mi abrazo, así no estarías solo, pero cuando tienes una pesadilla hago otra cosa…
—¿Q-Qué…?
—¿No me regañarás? —preguntó temerosa escondiendo su rostro detrás del oso, pero ella no podía tener más miedo que yo.
—Edén…
—¡Di que no me regañarás ni dejarás de cuidarme!
—Prometo que no lo haré, pero dime ya o enloqueceré.
—¡No me prometas, mamá siempre rompe sus promesas! —gritó enojada acabando un poco más con mi paciencia.
—¡De acuerdo! —levanté un poco la voz y me calmé enseguida—, será como tú quieras, solo dime lo que hiciste.
—Te di un beso en la mejilla y dejaste de gritar, pero como no dejabas de llorar en tus sueños, te di mi osito para que te diera mi abrazo y acaricié tu cabello, así te calmaste… a veces.
—¿Y las otras veces?
—No iba porque te levantabas y te ibas.
—¿Me seguiste? —negó con su cabeza dándome por fin un poco de alivio—. Gracias por preocuparte, Edén, pero te he dicho que no ingreses, no está bien.
—Tú no estás bien y creo que estás mucho muy triste por Joan. ¿Por qué no lo llamas? O dile que venga, así jugamos los tres y tú no estarás triste.
Su nombre fue como un puñal para mí que no me permitió continuar, pero por algún motivo tampoco podía salir de esa habitación y me limité a observar en silencio por la ventana recordando los años que viví con él en Italia.
—¿Joan y tú no se hablan y por eso no lo llamas? ¿Por eso estás triste? —su vocecilla me hizo verla a través del reflejo—. Si quieres puedo llamarlo y le digo que lo extrañas —esta vez mi corazón no pudo contenerse y derramé tan dolorosas lágrimas empuñando a su vez mi mano con fuerza.
—P-Por desgracia, no puedo llamarlo.
—¿Por qué?
—Joan se fue al cielo hace meses —ella se acercó detallándome como si pudiera comprender mi dolor y me extendió su oso.
—No puedo coger tu mano o abrazarte, pero mi osito lo hará por mí.
—E-Edén… —una sonrisa se desfiguró en mis labios y sujeté el otro brazo del oso siendo él las manos que no podíamos enlazar, siendo ella un bálsamo para mi alma que seguía sufriendo esta pérdida.
—Tú no estuviste conmigo seis años y yo estaba mucho muy triste, pero en mi otro cumpleaños le pediré a Dios que te traiga a Joan y ya no estarás triste, solo espérame un poquito, ¿sí?
Dios, ¿por qué me hiciste un monstruo? ¿Por qué me diste un pecado tan asqueroso y ruin que me impide abrazar a una niña que, en su mayor inocencia, desea algo tan maravilloso que no merezco, pero que mi corazón anhela con cada latido?