Carmen
Hace mucho que no había vuelto a ver al padre Toledo, incluso le pedí a Mina que fuera al gimnasio en diversas ocasiones para saber de él y le informaron que había cancelado su membresía por la ocupada agenda que tenía, pero yo sabía la verdad, lo hizo para que mi hija no lo buscara más y aunque en parte se lo agradezco, también me hizo sentir un poco mal porque él no tenía que hacerlo, es su vida y en nada se relaciona con nosotras, así como tampoco me gustaba ver tan triste a mi hija con el castigo que le impuse, pero después del susto que pasé es lógico que reaccionara de esa forma.
Lo peor de todo no era la ausencia de un hombre que apenas vi dos veces en mi vida ni la tristeza de mi hija, quien ya está acostumbrada a que la decepcione, sino que, además de tener que lidiar con la terquedad de una niña de seis años que no quería aceptar el hecho de que su verdadero padre estaba muerto, mis turnos cambiaron por orden de mi jefe a raíz de ese desmayo obligándome a hacer solo uno y no los tres, ni siquiera me permitió hacer dos turnos, así que me vi obligada a tomar el turno de las tardes en el restaurante al encontrar otro trabajo en la noche, ahora solo necesitaba a alguien que me ayudara con mi hija.
—¿Todavía no encuentras niñera? —preguntó Mina dejando dos tazas de café en la mesa en lo que hacía el cierre de turno.
—No, o tienen problemas con el horario o cobran mucho para mi presupuesto.
—¿Y qué más esperabas? Les estás pidiendo más de doce horas.
—¡Ya lo sé, pero no sé qué más hacer!
Estaba frustrada por toda esta situación, lo único que podía hacer era ver a mi hija sentada al otro lado del restaurante coloreando feliz su libro.
—Tú sabes que puedo ayudarte algunos días y quedarme en tu casa.
—Y te lo agradezco, pero ¿qué haré los otros días? Con tu cambio de horario en el instituto tampoco tengo muchas opciones.
—Yo tengo una —bebió de su taza con un semblante que no me gustaba—, ¿por qué no le pides ayuda a los sacerdotes?
—¡¿Estás loca?! —intenté calmarme enseguida para que Edén no escuchara su descabellada idea o no me la quitaría de encima—. Ni siquiera sé quiénes son esos hombres o qué intenciones tengan con mi hija, y es obvio que Toledo no quiere saber de nosotras.
—¿Y quién sí después de cómo lo trataste?
—¡Mina, entiende, si hago eso, sería darle falsas ilusiones a Edén con ese hombre!
—¡No me salgas con esa tontería que tú le creas más mentiras a esa niña de las que tendrá el padre Toledo! —exclamó furiosa al conocer algunas cosas de mi pasado—, y aunque no quieras admitirlo, su ayuda sería excelente porque Edén no podría estar en un lugar más seguro.
—¿Cómo lo sabes? ¿Tienes idea de cuántos delincuentes…?
—¡NO! —gritó más furiosa y siseé intentando que bajara la voz—, a mí no me saldrás con esa tontería, porque si ellos hubiesen querido lastimarla, lo habrían hecho hace meses cuando Edén los persiguió y ahora estaría quién sabe dónde.
—¡No digas esas cosas, hablas de mi hija! —exclamé horrorizada invadiéndome los horribles recuerdos.
—Y porque hablamos de tu hija deberías pensarlo mejor, Carmen, ¿o qué? ¿Te pareció poco que el padre Toledo casi muriera en el accidente por salvar a TU hija? Y a eso sumémosle que los trataste como pederastas sin importarte que él estaba malherido en su cama y el padre Lemaire desesperado por explicarte.
Es verdad, detestaba admitir que me había equivocado tanto con ellos, lo peor era que Toledo también me había ayudado al llevarme a casa, cuidar de mí y de mi hija, pagarle a la niñera, la compra de la despensa…
—Dios, ¿por qué me haces tan difícil el camino? —murmuré desesperada.
—Tú te haces difícil el camino, pero solo tienes que quitarte ese ridículo orgullo y hablar con él, te aseguro que en algo podrá ayudarte, y si cuida a Edén será mucho mejor.
—¡Sí, mami, vamos a la iglesia! —gritó mi hija (que no sé cuándo apareció) con una emoción que no le quitaría nadie, excepto yo…— Mi padre Enrique dijo que las puertas de la iglesia estaban abiertas para nosotras y nos ayudaría si lo necesitábamos.
—¡¿Lo ves?! —recalcó Mina emocionada— Ya deja de pensarlo y ve, lo peor que puede pasar es que se niegue.
—¡Sí, mami, por favor vamos!
—Ve, Carmen, deja de ser tan orgullosa que no pasará nada malo por pedir ayuda. ¿O quieres vivir debajo de un puente? Porque no creo que sobrevivas el otro mes sin ese trabajo.
Creo que enloqueceré pronto por el estrés, la falta de dinero, la insistencia de Mina y la de mi hija, pero no podía permitirlo, no podía deber otro mes de alquiler y menos ahora que Edén estaba cerca de empezar el colegio, no soportaría vivir otra vez en la calle con ella, por suerte era una bebé y no lo recuerda, pero yo jamás olvidaré esos terribles días de angustia.
Al final no tuve más opción que quitarme el orgullo e ir a la iglesia, por desgracia recién comenzaría la misa y aunque le propuse a mi hija volver después, ella suplicó que nos quedáramos y así hicimos sentándonos atrás. Sin embargo, era la primera vez que un sermón me despertaba tantas emociones, hacía años que no pisaba una iglesia al perder la fe en la religión, aunque no en Dios, pero no sé si era porque hoy hablaban sobre los hijos y el rol que tenían en la familia o porque algo en la voz del padre Toledo me transmitió una sensación de paz indescriptible, era hipnotizante y muy relajante, al punto en que olvidé los problemas que me agobiaban.
—¡Vamos, mami! —exclamó mi hija al finalizar la ceremonia.
—No, hija, todavía no, hay mucha gente y es mejor esperar a que esté solo, de pronto alguien puede hablar mal de él si escuchan mi petición.
Ella se notaba desesperada y no hacía más que sacarlos a todos en voz baja, lo que era gracioso por los gestos que hacía. Jamás la vi tan feliz con nada ni nadie como lo ha sido desde que conoció a ese hombre y aun después de mes y medio sin verlo, su felicidad permanece intacta cuando se trata de él.
—¡Vamos! —esta vez corrió sin esperarme en cuanto salió la última persona—. ¡Padre Enrique! ¡Padre Enrique! ¡Volví!
Dios, dame fuerzas.
Él se giró bastante sorprendido haciendo con la mano una señal de alto que detuvo a mi hija antes de llegar al altar, mas era su desconcertante mirada la que estaba fija en mí ¡¿y cómo no?!, si yo era una loca desesperada junto a su hija en mitad de una iglesia a punto de pedirle a un sacerdote hacer la locura más grande de su vida.
—Padre, buenas noches, disculpe molestarlo.
—Señora Ruso. Buenas noches, ¿se encuentra bien?
—Sí —se notaba que Edén quería saltarle encima, así que sostuve su mano conteniéndola—. Hija, ¿por qué no me esperas afuera en lo que hablo con el padre Toledo?
—Pero quiero quedarme.
—Descuide, señora, es mejor que se quede, es una zona segura, pero con tantos turistas… —comentó él un poco nervioso emocionándola, aunque tenía un punto a favor—. ¿Por qué no esperas sentada en una banca, pequeña? —le dijo a Edén y ella muy juiciosa se sentó en la primera observándolo sonriente.
—Disculpe, padre, ella estaba emocionada por verlo.
—Descuide. ¿En qué puedo ayudarlas? —respiré profundo dos veces tomando impulso, uno que me abandonaba entre los nervios y el orgullo—. ¿Señora Ruso? ¿Segura se encuentra bien?
—S-Sí… No… Quería agradecerle por todo lo que ha hecho y sé que es ridículo después de tanto tiempo sin vernos, pero…
—Si me insistirá otra vez con el dinero, olvídelo, ya le dije que no tiene que pagarme.
—S-Sí, pero no es eso, vengo porque… Verá… Y-Yo…
—¡¿Puedo vivir contigo?! —el estruendoso grito de mi hija nos paralizó, aunque él perdió todos los colores.
—¡Edén, siéntate y no interrumpas! —reñí al borde de los nervios.
—¡Entonces dile ya, te demoras mucho!
—Hija… —respiré profundo calmándome—, siéntate en silencio y no te metas en conversaciones de adultos.
—S-Señora Ruso, ¿qué está pasando? —lo aparté intentando que ella no escuchara.
—Verá, padre, he tenido muchos problemas económicos últimamente, mi situación ha empeorado y después del desmayo que sufrí mi jefe me ordenó hacer un turno y no tres.
—Con todo respeto, en parte coincido con él, debió estar con mucho estrés si terminó desmayada y su hija dijo que no se estaba cuidado como corresponde.
—Sí, pero ese era el único empleo que tenía y ahora me vi forzada a buscar otro.
—Si lo desea puedo hablar con…
—¡No! No, tranquilo —interrumpí más nerviosa que antes—, ya conseguí un trabajo, pero vengo porque necesito pedirle un favor ya que tengo problemas para pagarle a la niñera.
—¿Necesita otra? Porque creo que alguien mencionó una hace unas semanas.
—Eso sería excelente, pero no puedo permitírmelo por el costo y los horarios.
—¿Por qué los horarios?
—Trabajaré en el restaurante en la tarde y de ahí debo ir a un bar que está bastante retirado donde trabajaré hasta el amanecer y y-yo…
—No le entiendo, señora, ¿cómo trabajará en un bar hasta esa hora si su hija…? —de pronto pasó su vista de mí hacia mi hija reluciendo el más absoluto terror—. No. No. No, lo siento, pero yo no…
—¡Por favor, papi, déjame vivir contigo!
—¡¡Edén!! ¡Ya deja de decirle así y ve a sentarte, es la última vez que te lo diré!
Dios, amo a mi hija, pero hoy no me ayuda al interponerse tanto y para colmo, sentía que esta vez él sería quien se iba a desmayar por la noticia.
Jamás debí venir, jamás debí escuchar a Mina.