Enrique
Huevos revueltos, un pequeño pan y leche, eso fue todo lo que pude servir en el momento porque no querer dejar sola a esa niña y como ninguno sabía en dónde había una tienda cerca, no quise aventurarme siendo de noche, aunque al menos esa sencilla cena la tenía feliz ya que devoraba cada bocado con una enorme sonrisa que me ponía nervioso y con unas inmensas ganas de huir.
—¿Sabes el número de algún familiar que pueda cuidarte esta noche? —negó mientras comía— Quizás Mina podría venir.
—Mina estudia de noche tres veces a la semana y sale tarde.
—Claro, y hoy tiene que estudiar —asintió enérgica extendiéndome un trozo de pan.
—No hiciste para ti, come.
—No tengo hambre.
—Come.
—Pero es tuyo.
—¡Come!
—¿Por qué eres tan persistente?
—No sé que es eso, pero come —suspiré profundo aceptando el trozo que debí comer por completo al estar tan pendiente de mí—. ¿Está rico?
—Sí, está bueno.
—¿Por qué me mientes?
—¿Disculpa?
—Mentiste cuando probaste el postre y también mientes con el pan, lo sé porque suspiras igual que mi mamá, pero ella se rasca el cuello, siempre lo hace cuando miente.
—Eres muy observadora para ser una niña —levantó su hombro sin importancia dándome otro pedazo que acepté, aunque esta vez ella acarició sutil mi mano un segundo—. ¿Cómo sigues de tus heridas?
—Bien, mi mamá me curó, pero no tenía tantas como tú. ¿Todavía te duelen?
—No, ya estoy bien, tengo un medicamento fuerte que me hace sanar rápido.
—¿Servirá para despertar a mi mamá?
—No, ella solo necesita dormir y tú también, así que termina rápido y lávate los dientes.
—Pero no me quiero quedar sola, ¿y si algo malo le pasa a mi mamá y no sé qué hacer?
Como si no estuviera pensando en el mismo dilema desde que llegué…
—Me quedaré en la sala hasta que ella despierte, tú ve a descansar.
Por suerte obedeció sin rechistar y se durmió rápidamente, yo me quedé en la sala subiendo de vez en cuando para asegurarme de que ambas estuvieran bien, pero con tanto tiempo libre, no pude evitar caminar por la casa recogiendo el desorden que había, dándome cuenta de lo difícil que era para Carmen llevar esta vida, lo peor era que no comprendía por qué trabajar tanto para pagarle a una niñera, se desgastaría más, le saldría costoso y a la larga pasaría menos tiempo con su hija, pero no soy padre y tampoco debo meterme en eso.
—Dios, ¿qué hago aquí?
Froté desesperado mi rostro con la disyuntiva entre irme o quedarme aun cuando era medianoche, pero al final me quedé en el sofá viendo una fotografía de ellas que había sobre la chimenea hasta que el sueño me ganó.
(…)
Por extraño que parezca, esta vez no tuve pesadillas, pero sí desperté con el cuerpo entumecido por la mala postura y un extraño peso en mi regazo, entonces supe que mi pesadilla estaba en la realidad cuando abrí los ojos encontrando a la niña durmiendo en mi pecho, me había cubierto con una cobija de animales y ella tenía otra de burbujas que descubría sus piernas las cuales yacían frías, aunque sus brazos eran muy cálidos… ¿Por qué eran cálidos?
Levanté la cobija descubriendo que ella había abierto mi camisa en algún momento y adentró sus brazos como buscando mi calor, pero esta escena me era demasiado confusa, problemática y… y… ¡Dios, ayúdame a controlar esto!
La aparté con cuidado acostándola en el sofá y rápidamente me arreglé, siendo justo a tiempo, porque en ese instante escuché unos pasos bajar.
—¿Qué hace en mi casa? ¿¡Qué hace mi hija con usted!? —Carmen corrió hasta el sofá cerciorándose de que ella estuviese bien.
—Tranquila, anoche se desmayó en el restaurante, Mina me pidió que la trajera a casa y su niñera debió irse, intenté pedirle que se quedara, pero dijo que no podía y le pagué por usted.
—Eso no explica por qué estaba aquí con mi hija.
—No lo sé, anoche se durmió en su cama, yo recién me acabo de despertar y la encontré ahí —si ella me veía como un depravado, yo me sentía como uno de la peor calaña y eso que no había hecho nada—. Disculpe que la haya molestado, pero no quería dejar a su hija sola y tampoco sabía cómo se encontraba usted, perdóneme.
Salí cual prófugo intentando refugiarme en la iglesia, pero fue en ese momento que vi una tienda y recordé la nevera vacía, entonces esa maldita voz llamada consciencia hizo estragos conmigo obligándome a detenerme, a entrar en otro conflicto y a ir a esa tienda solo por ellas. Sin más, terminé volviendo a esa casa con varias bolsas llenas de fruta, verdura y demás, al menos esto les permitiría comer bien un par de días en lo que ella compraba la despensa, porque si anoche pagué lo que pagué a la niñera por un día de trabajo, no quiero imaginar cuánto tiene que sacar Carmen para sostenerse cada día junto a su hija.
—¡Papá, volviste! ¡Mamá, papá volvió con la comida! —gritó Edén.
Ella estaba emocionada dando pequeños brincos que la hacían ver un poco graciosa y más con las pantuflas felpudas que parecían ser muy grandes para ella, en cambio su mamá cortó la llamada en la que estaba y se acercó atónita a la puerta.
—Perdona, sé que no tienes nada en la cocina y espero que no sea una ofensa para ti, solo pretendo ayudar —le entregué las bolsas y me giré dispuesto a irme aun cuando la niña insistía en que no lo hiciera.
—¡Espera! —¿Por qué me detengo? ¿Por qué me detuvo? —. Discúlpeme, hablaba con Mina y ella me explicó todo al igual que mi hija. Por favor, quédese, necesito hablar con usted.
—Olvídelo, no hay nada que decir y…
—Por favor, es importante.
No entiendo qué pasa conmigo y ellas, tampoco sé por qué hago estas cosas, pero creo que estaba a punto de perder la cabeza y de paso mi pierna que la movía horrores por la terrible ansiedad que me consumía mientras esperaba a que ellas desayunaran, Carmen me había invitado, pero me negué rotundamente al no pasarme ni un trago de agua por la garganta, así que me quedé en la sala hasta que ella ordenó a su hija subir quedándonos a solas.
—Sé que he cometido muchos errores con usted, padre, pero creo que se habrá dado cuenta de que no confío en nadie.
—No se preocupe, señora Ruso, sus razones tendrá y no pretendo inmiscuirme en sus vidas, solo permita que me vaya y nos olvidaremos de todo lo ocurrido, le aseguro que no volverá a saber de mí.
—¡Por desgracia no puedo! —alzó nerviosa su voz impidiendo que me levantase y dio un profundo suspiro que no sabía si le pesaba más a ella o a mí— Estoy en deuda con usted y por eso le pido que me dé hasta fin de mes para pagarle por las molestias.
—No tiene que pagarme nada, fue una tontería.
—Para mí no lo es, padre —¡¿por qué lo hace más difícil?! —, no me gusta deberle a nadie y le aseguro que le pagaré hasta la última moneda que gastó, solo le pido un poco más de tiempo.
—Señora Ruso…
—Dígame Carmen.
—Señora Carmen…
—Solo Carmen, no quiero recordar lo vieja que estoy.
¡¿En serio piensa en esa ridiculez ahora?! ¡¿Qué le pasa?!
—Escuche, no tiene que pagarme nada, tómelo como un obsequio, un donativo o lo que sea y olvidemos lo ocurrido, sé que no me quiere en su vida y no quiero causarle molestias a nadie.
—No lo entiende, ¿cierto? No puedo hacerlo, ya le dije que tengo una deuda con usted y se la pagaré.
—En serio, olvídelo, mejor le sugiero que siga llevando a su hija al restaurante y no gaste dinero en niñeras tan costosas, si quiere iré a otro gimnasio para no incomodarlas, por mí no hay problema, pero sí debería pensar en sus deudas.
—¿Cómo sabe de mis deudas?
—Mina me comentó algo al respecto, ahora si me disculpa, debo irme.
Esta vez no le di tiempo a detenerme y corrí lo antes posible consiguiendo un taxi a media cuadra que me llevó muy lejos, pues incluso la iglesia era asfixiante para mí, pero al cabo de una hora debí volver a mis deberes y me enfoqué en estos queriendo olvidarlo todo, o al menos eso pretendía hasta que la vida me dio otro golpe cuando cayó la carta que me entregó Mina.
Dudé, pero al final la abrí encontrando un dibujo donde estábamos Edén y yo titulándolo en grande “Mi papá y yo juntos”. Era curioso cómo había cuidado cada detalle, incluso pintó los tatuajes de mis brazos, tanto la barba como mi cabello eran grises y estábamos sujetados de la mano en un parque. Le di la vuelta y encontré una nota escrita a puño y letra de esa pequeña que me obligó a sentarme en el borde de la cama con las lágrimas a punto de salir.
Te quiero mucho y estoy muy feliz de conocerte, y en todos mis deseos de cumpleaños pediré que no te vayas nunca de mi lado. Te quiero, papá.
Dios, ¿por qué nos haces esto? Esa niña merece un buen padre y yo recuperar la tranquilidad en mi vida, te lo suplico, no nos cruces más en el camino.