Enrique
Me imaginé tantos escenarios, tantos rostros, tantos tormentos, pero jamás se me pasó por la mente que sería una niña la que estaba acechándome, lo más increíble fue que supo hacerlo muy bien y para colmo de males salió bien librada de su castigo gracias a las verdades a medias que contamos Oskar y yo, y aunque sí recordaba haberla visto en la mañana en el restaurante, no la conocía, no tenía ni idea de quién era ella o su madre, por mucho que las observé una y otra vez, no lograba recordarlas de ningún lugar, pero sé que también tengo lagunas mentales en mi vida por culpa de Claude, aunque él no haría algo así, Claude podrá ser y hacer cientos de cosas, pero jamás se metería con un niño, de eso doy fe.
A pesar de que intenté no darle más vueltas al asunto el resto del día, me fue imposible quitarme a esa niña de la mente, era como si esa advertencia suya fuese una condena para mí, un castigo divino que me petrificaba los nervios solo de pensar que pudiera lastimarla con mi pecado, al menos sé que su madre la mantendrá lejos, pero su aparición me trae más dudas que respuestas. En contraparte, lo otro que tampoco podía sacarme de la cabeza era su roce, el cómo acarició mi dedo dándome esa hermosa sonrisa cargada de la más pura ilusión se sintió como si…
Dios, ayúdame, no dejes que la lastime, no dejes que este demonio sea más fuerte que yo.
—¿Padre? —Oskar apareció con la cena y le indiqué seguir— ¿Se encuentra bien?
—Por desgracia no.
—Discúlpeme, no dudo de usted, pero quisiera saber si…
—No —interrumpí a sabiendas de lo que diría—, no conozco a Carmen Ruso, jamás en mi vida la he visto, al menos no consciente.
—¿Cree que el padre Claude la conozca?
—No lo sé, pero preguntarle sería más peligroso, solo despertaría su curiosidad y lo haría venir para saber quién es mi verdugo.
—No me lo tome a mal, pero no creo que la señora Ruso sea un verdugo, sí es dura de carácter, pero creo que es entendible con lo poco que logramos descubrir de ellas. Madre soltera, su esposo muerto, una hija ilusionada con conocer a su padre, es evidente que pasa por muchas cosas.
—Esa joven que las acompañaba, Mina, ¿te dijo algo?
—Sí, me dio su número y se disculpó por los inconvenientes, también dijo que pasaría por el gimnasio para saber de usted y darle la razón a la niña.
—No estaría bien, lo mejor es que se olvide de mí.
—Lo dudo —fruncí extrañado el ceño al no comprender—. Ella me contó que Edén lleva persiguiéndolo desde hace dos semanas, cada día sin falta excepto cuando descansaba su mamá, estuvo en el gimnasio vigilándonos escribiendo cada paso que dábamos. No sé cómo sería el padre de esa niña, pero sé que ella no se olvidará tan fácil de usted.
—Mejor que lo haga, no estaré salvándola de todos los autos que quieran atropellarla.
—Padre…, ¿por qué lo hizo?
—¿El qué?
—Salvarla. Creí que no haría nada por su rechazo a los niños, pero cuando lo vi correr hacia ella y ser arrollado, no imagina el susto que me llevé, pero esa no fue la sorpresa más grande para mí.
—¿De qué hablas? Oskar, sé que no quiero a los niños cerca y conoces el motivo, pero no la iba a dejar morir en ese lugar, porque los dos sabemos que era una muerte segura.
—Lo sé, pero eso no explica por qué se aferró tanto a ella cuando la abrazaba.
—¿De qué hablas?
—Cuando me acerqué, todavía estaba consciente, le murmuraba algo a la pequeña, pero aun al desmayarse seguía resguardándola en sus brazos, me costó un poco de trabajo liberarla.
—¿Dices que quise matarla?
—No, más bien me atrevo a decir que parecía desesperado por protegerla, así como ella estaba desesperada porque despertase para confirmar si estaba bien, por eso no se separó un solo instante de su lado y me ayudó a atenderlo toda la mañana.
Que extraño, esa niña no mencionó nada de eso.
—¿Te dijo algo mientras estuve inconsciente?
—A mí no, pero sí sostenía su mano pidiéndole que por favor no se fuera con Dios porque no quería estar sin su papá otra vez. No imagina lo desgarrador que fue esa escena, por un instante hasta creí que sus heridas eran graves por la forma en que ella le lloraba y le suplicaba lo mismo una y otra vez.
No lo entiendo, ¿quién es esta niña y por qué la vida la puso en mi camino? Solo espero que sí sea la vida y no Claude o enfureceré con él como nunca antes.
(…)
Mi recuperación fue bastante rápida y pronto volví a mis oficios alejándome a su vez del gimnasio evitando un desgarre, aunque era más para que ella no me encontrase allá. También, Oskar y yo acordamos no informarle nada de lo ocurrido a Claude, él no estaba de acuerdo al querer estar unos días más conmigo, pero no quería que ese demonio se enterara de nada para que no se aprovechara de la situación imponiéndome a la niña de alguna u otra forma, porque si él se lo propone, es capaz de convencer a la madre aun en contra de su voluntad.
Así pasaron los días volviendo a mi tranquilidad y oficios y ya que tenía la noche libre, quise dar un paseo por la zona, no me había dado a la tarea de recorrerlo como corresponde, pero Oskar tenía razón, es muy tranquilo pese a los turistas que van de un lado a otro y ya que la noche era amena, quise aventurarme a hacer una locura que me martillaba la cabeza, ir al restaurante.
Me aseguré desde afuera que la niña no estuviese y al parecer no se encontraba, pero sí estaba su madre, así que ingresé sentándome en una mesa apartada.
—Padre Enrique, que felicidad verlo de nuevo.
—Eres Mina, ¿cierto?
—Sí, padre. ¿Cómo sigue del accidente?
—Mucho mejor, no era grave.
—Me alegro —revisó a su alrededor como evitando a alguien, pero yo sabía a quién—. ¿Sabe? Edén quedó muy preocupada por usted, llama muchas veces al día para saber si sé algo, pero entre el trabajo y que ustedes no han vuelto al gimnasio, no he podido darle alguna razón.
—Dile que estamos muy bien y espero que ella también lo esté.
—Físicamente lo está gracias a usted, pero también ha estado decaída por el castigo que le dio Carmen.
—¿La golpeó?
—No, ella no de esas madres, aunque sí le prohibió venir y la tiene con una niñera todo el día, pero pagarle le está saliendo costoso porque tiene demasiadas deudas y esto la obliga a trabajar el triple, pero es necia y no quiere levantarle el castigo.
—¿Por qué no? Sería más fácil para ella o podría llevar a la niña a una guardería.
—Le dije lo mismo, pero dijo que hace años tuvo una mala experiencia y por eso no la lleva, prefiere contratar una niñera, traerla al trabajo o dejarla en la escuela, pero todavía falta para que ingrese.
—Comprendo, igual espero que su situación mejore.
—Padre… —escondió una carta debajo del menú entregándomela discretamente—, léalo cuando salga, es importante, le diré a Carmen que venga a atenderlo.
Guardé enseguida la carta imaginando su contenido, pero entre más me quedaba, más sentía que era un error haber venido, ni siquiera sé por qué lo hice.
—Padre Toledo… —supongo que mi escape deberá ser rápido…
—Señora Ruso, me alegra verla de nuevo, espero que estén muy bien.
—Sí, lo estamos —me encantaría creerle, pero se notaba muy agotada, era obvio que no había dormido lo suficiente e incluso en su andar arrastraba los pies—. Quería agradecerle por salvar a mi hija, también sé que me porté mal con usted y lo lamento.
—Descuide, no me debe nada, ni las gracias ni las disculpas.
—Lo sé, pero mi hija insistió en que lo buscara para hacerlo y…
—¿Está bien? —pregunté preocupado al tambalearse cuando presionó el puente de su nariz.
—Sí, no es nada, yo s-solo…
La pobre cayó desmayada y por poco golpea su cabeza con la silla de no ser porque la sostuve a tiempo.
Al final, y por insistencia de Mina, llevé a Carmen a su casa al presentar un cuadro de fatiga, pero así como debí lidiar con su preocupación en el restaurante, también debí lidiar con la angustia de la niñera y para colmo de males, Edén bajó las escaleras encontrando inconsciente a su madre en mis brazos.
—¡Mamá! ¿¡Qué le pasó!?
—Tranquila, se desmayó por el cansancio, pero dime en dónde está su habitación para acostarla, necesita descansar.
Edén no dudó un instante en guiarme ayudándome a acomodar a Carmen en su cama, lo malo era que la niñera debía irse y yo no quería quedarme al saber que sería un problema, pero esa niña tenía algo que me hacía ir en contra de mi razón y terminé pagándole el costoso turno a la niñera quedándome en casa.
—¿Mi mamá estará bien?
—Sí, no te preocupes, quizás más tarde o mañana despertará. ¿Sabes si ha descansado esta semana?
—No, ahora hace los tres turnos en el restaurante y la escuché decir que buscará otro trabajo para pagarle a la niñera, pero casi no duerme y tampoco come bien.
—Eso no es bueno —la pobrecilla estaba nerviosa y no se apartaba de su madre, yo sabía que debía irme, pero temía dejarla sola—. ¿Ya cenaste? —negó triste derramando una lágrima que me conmovió hasta los cimientos.
—Quédate aquí y llámame si se despierta o pasa algo más, prepararé la cena.
—No hay casi nada en la cocina, mamá dijo que traería la compra hoy.
Genial, como si no tuviera bastantes problemas con estar aquí…
Dios, ¿por qué me das este castigo?