Enrique
—¡Soy Edén, tu hija, y no dejaré que te vayas otra vez!
Esas palabras eran un retumbante eco en mi cabeza, pero si creí que mi alma se había salido del cuerpo cuando esa niña las gritó, era porque no imaginaría que se atrevería a tanto y más al cruzar la calle de esa forma.
Sentí que todo pasó en cámara lenta en cuanto escuché la desesperada bocina del auto y la vi paralizada en mitad de la calle, Oskar y yo le gritábamos que corriera, pero no nos escuchaba, entonces mi cuerpo reaccionó en automático corriendo hasta ella logrando protegerla, pero en el proceso el auto me embistió y como pude la resguardé en mi pecho del que creo que ya no tenía corazón, solo era la enérgica sensación lo que me quedaba de los incesantes y desesperados latidos.
Sé que di algunas vueltas en el pavimento, sé que había voces de fondo, un auto se había alejado, la preocupación se sentía alrededor, pero para mí todo había cambiado en el instante en que bajé la mirada al pequeño cuerpecillo que temblaba horrores entre mis brazos, tanto como lo hacía mi corazón del susto que me provocó solo de imaginar tan horrible escena que pudo ocurrir de no haberla salvado.
—¿Edén? ¿Estás bien? —sentí sus manos aferrarse de mi tela dándome una esperanza de vida, pero mi alma necesitaba ver tan fervorosa mirada suya— ¿Edén?
—N-No me dejes… —un tembloroso susurro, un profundo deseo que me desgarró, pero algo pasaba conmigo que todavía no lograba comprender.
—Mírame —levantó su carita provocándome algo que jamás en mi vida había sentido.
—¡Padre! ¡Padre! —gritó Oskar desesperado—. ¡Ayuda, llamen una ambulancia!
Apenas pude levantar mi rostro detallando su preocupación, siendo ese momento de realidad lo que me hizo comprender que algo no iba bien y menos al ponerse todo borroso, entonces volví la vista a la pequeña y en un último aliento por evitar aplastarla, me moví como pude antes de desmayarme.
(…)
No sabía en dónde estaba, no comprendía por qué mi cuerpo pesaba tanto, pero la voz de esa niña seguía resonando a mi alrededor en un eco desprendiéndome mil emociones, entonces su pequeña figura apareció a metros de mí, intenté alejarme desesperadamente, pero unas fuertes cadenas me sujetaban al suelo apareciendo Claude detrás de ella afirmándome silencioso que no tenía escapatoria.
Aun así, hice lo posible por liberarme en tanto ella seguía acercándose a paso lento, pero pronto mis pesadillas resurgieron alrededor de esa imagen como si Claude fuese quien las invocara, mas era ella, esa pequeña, quien estiraba su manito diciéndome con ello que todo estaría bien si la sujetaba, pero no podía, sabía que la lastimaría, sabía que la bestia que había en mí podía arrancarle su inocencia y no lo iba a permitir, prefiero vivir con esas pesadillas antes de cometer ese acto tan ruin en su contra.
—¡PAPÁ! —el desgarrador grito en mi oído me despertó en el acto dándome cuenta de que había sido una pesadilla.
Me encontraba en mi recámara, Oskar estaba a un lado sujetando con fuerza mis brazos al punto de tener las manos blanquecinas; sin embargo, la pequeña figura a mi derecha fue lo que más me inquietó, esos pequeños ojos rasgados tan oscuros como los míos me observaban fijo, con temor, pero creo que estaba asustada por mí y no de mí.
Solo en ese instante detallé la delgada figura de su casto cuerpo, la bonita piel bronceada tan propia de medio oriente y su extensa cabellera negra lacea que ya no estaba tan arreglada a cuando la vi en la catedral, pero lo más desgarrador era su carita que yacía tan roja como sus ojitos de tanto llorar, sus mejillas estaban un poco hinchadas y tenía una raspadura en el brazo y otra en la mejilla izquierda.
—Edén…
—Papá…
Ella se abalanzó sobre mí y Oskar me liberó de a poco creyendo que también la abrazaría, pero mis pesadillas vinieron de golpe y la aparté de inmediato sintiendo un horrible dolor en el cuerpo.
—Padre, tenga cuidado, no tiene fracturas gracias a Dios, pero el golpe que recibió fue bastante fuerte.
—¿Golpe? —pregunté confundido, ella intentó acercarse, pero le hice una señal de alto que la aquietó en el acto— No te muevas, no te acerques, por tu propio bien no te me acerques.
—P-Papá… —estaba muy confundida y triste por mi rechazo, pero era lo mejor.
—Edén, espérame afuera un momento, hablaré con el padre Enrique, o si quieres busca las compresas que te enseñé en la cocina —ella asintió con suma tristeza obedeciendo la orden de Oskar.
—¿Qué pasó, Oskar?
—Ella cruzó desesperada la calle y por poco la atropellan de no ser porque usted intervino.
—¿Qué…? ¿Ella está bien?
—Sí, por suerte fue un gran escudo para ella y la niña solo sufrió heridas menores, el mayor impacto se lo llevó usted cuando otro auto lo alcanzó en contravía —pronto me llegaron los recuerdos confirmando sus palabras
—Oskar, ¿quién es esa niña? ¿Por qué dice que soy su padre?
—Me encantaría darle una respuesta, pero creo que es una confusión por el título y ella al parecer perdió a su padre, aunque sigo sin saber bajo qué circunstancias. Sin embargo…
—¡Sin embargo, ¿qué?! —cuestioné desesperado.
—Perdóneme por preguntarle, ¿pero no recuerda haber estado con alguna mujer hace años que pudiese terminar en… ya sabe…?
—¡¿Cómo osas a preguntarme eso?! ¡Claro que no, no tengo una hija! ¡Es imposible que pueda tener hijos!
—¿Y por qué esa niña está tan segura de que usted es su padre? ¿No recuerda haberla visto en algún lugar?
—Desde hace años me operé para no tener hijos y cada año me hago exámenes para asegurarme de ello, así como tampoco estuve con ninguna mujer hace seis o siete años que es lo que tendrá esa niña —gruñí ofuscado intentando no desquitarme con él, pues si Oskar estaba confundido por la situación, yo lo estaba mil veces más.
—Discúlpeme, padre, no dudo de usted, pero debía cerciorarme.
—Créeme, no ha ocurrido, e incluso Claude respetó mi decisión de la vasectomía y el celibato
O al menos hasta la confesión de Alma hace unos años, pero es algo que solo sabe Claude quien me amenazó en hacerle la penitencia con él por las buenas o por las malas… Solo espero que Christian no lo sepa nunca…
—Comprendo, padre, pero eso tampoco mejora la situación, al menos no para ella.
—¿Por qué lo dices?
—Porque está convencida de que usted es su padre y por mucho que le haya explicado, y aun comprendiendo lo que significa ser sacerdote, ella no cambia de parecer.
No imagino las circunstancias que acompañan a esa pequeña, pero es claro que algo muy triste se oculta en su vida.
—Por ahora dejemos eso de lado, pero dime, ¿sabes algo de su madre?
—No ha querido decirme, aunque pedí a un policía que me ayudara a buscarla considerando en dónde la encontré, así que pronto darán con algo.
—¿Papá? —la pequeña quedó en el umbral de la puerta con una bolsa en cada mano.
—Sé que no la quiere cerca, pero al menos déjele saber que está bien, no imagina lo preocupada que está por usted —suplicó susurrante y aunque estuve a punto de negarme, el viejo retrato donde aparecíamos Joan y yo me obligó a replantearme la idea.
La pequeña ingresó al darle una afirmativa, le extendió una bolsa a Oskar donde estaban las compresas y de la otra sacó una pequeña caja rosada.
—Es para ti, Mina los hace, pero ella dijo que podía dártelo de mi parte, el otro se lo envió al tío Oskar —comentó tímida.
Él apenas me hizo un guiño en lo que ella sacaba el pequeño postre dejándolo lo más cerca posible de mí y retrocedió unos pasos sin dejar de observarnos inquieta.
—Está delicioso, padre, debería probarlo —sugirió él y con un poco de dificultad me senté dudando de todo, siendo en ese instante cuando vi la gravedad de mis heridas.
—¿Te duele mucho? —preguntó ella.
—Sí, pero estaré bien, no es grave.
—¿Puedo acercarme y ayudar al tío Oskar? —él asintió incomodándome más de lo que estaba, pero entre él, el recuerdo de Joan, mis pesadillas y la presencia de ella hacían estragos en mi cabeza.
—Mejor quédate ahí, Oskar se encargará.
El muy infeliz presionó mi pierna a propósito incrementando mi dolor, intenté no demostrarlo para no asustarla y les pedí dejarme a solas, pero él le ordenó quedarse porque no podía estar solo. Excusas ridículas no más.
—¿No te gustan los postres?
—Sí, pero no suelo comerlos.
—¿Por qué si son ricos? Los de Mina te gustarán, pruébalo.
Muchos dicen inquietarse con la imagen de un santo al sentirse juzgados por su mirar, pero en mi caso, esa sensación solo la producían Claude y Joan, aun cuando fuese en una foto como era su caso. Resignado, tomé el postre dándole una probada, estaba bueno, pero la situación no me permitía organizar ninguna idea.
—¿Te gustó?
—Sí, está bueno.
—No te gustó… —murmuró triste y dejé el plato a un lado.
—Edén, ¿por qué piensas que soy tu padre? ¿Acaso tu madre te dijo que lo era? ¿Nos conocemos de algo? ¿Cómo se llama?
—Su nombre es Carmen, ella me habló hace poco de ti, casi no le gusta y se enoja mucho cada vez que le pregunto, pero por fin me dijo cómo eras y cuando te vi supe que eras tú.
—¿Ella te enseñó una fotografía mía?
—No, dice que no tiene, pero sé que eres mi papá.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque eres igual a lo que ella me dijo y porque Dios cumplió mi deseo —de pronto recordé que ella dijo esas palabras previo al accidente.
—¿De cuál deseo hablas?
—Mamá dijo que estabas en el cielo con Dios desde que yo era una bebé y por eso no estabas con nosotras, pero cada vez que el viento pasaba eras tú abrazándome, por eso me gusta el viento.
—¿Y cuál fue tu deseo?
—Cumplí años antes de mudarnos aquí y le pedí a Dios que te enviara para que te quedes conmigo, le dije que si no lo hacía dejaría de creer en él y sería una niña mala.
¿Cuánto dolor y desesperación puede haber en el inocente corazón de un niño para enfrentarse a Dios con esa determinación?
—Edén, eso no está bien, debes ser una niña buena sin importar lo que pase, así como también debes comprender que yo no soy tu papá, nunca estuve en el cielo y te aseguro que Dios tampoco me envió a Rumanía.
—Pero eres mi papá, lo sé.
—No, Edén, no lo soy, no puedo tener hijos y jamás he visto a tu mamá.
—Está un poquito diferente porque ahora tiene el cabello muy corto y cuando la conociste lo tenía largo, pero es la misma.
—Edén… —suspiré profundo controlándome—, mejor ve con Oskar, él te preparará algo de comer, necesito descansar.
—Sí, papi —se alejó bastante triste deteniéndose en la puerta desde donde volvió a verme con mucha determinación, pero no a la defensiva—. No importa si no me recuerdas, yo tampoco te recuerdo de cuando estaba chiquita, pero todavía te quiero mucho y no dejaré que Dios te lleve de nuevo al cielo.
Ella partió dejándome con una temerosa punzada en el pecho ante la horrible amenaza que rondaría en mi vida de ahora en más, porque si fue capaz de provocar un accidente para tenerme a su merced, no imagino qué más hará con tal de cumplir su objetivo.
¿Será esto razón suficiente para convencer a Claude de trasladarme a otra ciudad, o mejor, a otro país?