Enrique
Aun cuando todo parecía haber estado bien con Edén al contestarme las llamadas que le había hecho en un principio, algunos integrantes de la reunión me obligaron a mantener la cabeza en el trabajo impidiéndome seguir en constante comunicación con ella. Por desgracia mi mente fue a esos días en los que solo debía ocuparme de mí y las ridiculeces de Claude olvidándome por completo de Edén, y de no ser porque en el receso alguien mencionó a lo lejos que visitaría a sus sobrinos, no me habría acordado de ella.
Nervioso, aproveché esos minutos para llamarla de inmediato, pero no obtuve respuesta por mucho que insistía. Mi presión no sabía si subir o bajar, quise darle tiempo creyendo que quizás se había dormido, estaba en el baño o cualquier otra cosa, pero ante los múltiples panoramas que parecían empeorar a medida que transcurría el tiempo sin escuchar su vocecilla, decidí disculparme con todos usando a Claude de excusa, por suerte nadie cuestiona su mención, así que partí lo antes posible a casa.
Pocas veces en mi nueva vida he sido dominado por los nervios, dejando por fuera todo lo relacionado a mi pecado, por ello, puedo decir con orgullo que soy un hombre paciente que sabe usar la razón a su favor, pero no creo haber sentido un terror igual en mis venas como cuando ingresé a esa fría y desolada casa. Muchos fueron los desesperados llamados con un nombre, su nombre. Mis piernas daban apresuradas zancadas por cada rincón de la casa esculcando incluso en las habitaciones que estaban cerradas con seguro, entonces, una segunda ola de terror se apoderó de mí al creer que ella pudo bajar al sótano.
—Dios, no, dime que ella no está allá… —supliqué mientras corría hasta el lugar—. ¡¿Edén?! —no hubo respuesta…—. ¡Edén! —silencio total…
Abrí la puerta despacio imaginando mil escenarios espeluznantes y encendí la luz encontrando la más absoluta soledad marcada en la sangre seca que manchaba todavía el piso de piedra. Por un lado, hubo cierto alivio al saber que ella no había estado aquí gracias a que el sistema que tenía en la entrada se encontraba intacto, pero, por otro lado, la poca tranquilidad que tuve se perdió al creer que alguien pudo llevársela.
—Piensa, Enrique, piensa, ¿en dónde podría estar? —me dije desesperado intentando apegarme a la razón.
De pronto, como si Dios me diese una señal cuando vislumbré la cruz en la pared, recordé que todavía me faltaba buscar en la iglesia y partí con la esperanza de encontrarla allá. Sin embargo, cuando llegué a la puerta lateral de esta, un lúgubre aire activó mis sentidos recordándome tan diabólica sensación que conocía a la perfección. Ingresé despacio preparándome para muchas cosas, pero no para la escena que yacía en el interior de la casa de Dios. En el altar, se hallaba un hombre de espaldas observando el cristo crucificado, sus manos las tenía detrás repasando un alargado objeto con sus pulgares y a sus pies, detrás de él, se encontraba el inerte cuerpo de Edén.
A medida que avanzaba, mis latidos parecían perderse al detallar sus prendas rasgadas y algunas manchas de sangre en estas, en su piel y un pequeño charco rojizo en el suelo que me palideció al encontrarse entre sus piernas. Era como si mis peores pesadillas se hicieran realidad y, aun con el corazón hecho pedazos, continué por el corredor hasta llegar a ella memorizando cada milímetro de la hórrida escena, pero la vida me dio un golpe más fuerte al escuchar los zapatos que permitieron a aquel hombre darme la cara, una cara que detallé en cuanto alcé la mía encontrándome con el mismísimo diablo que me juzgaba severo.
—C-Claude… N-No, dime que no…
Me negaba a creer que esto fuese verdad, mi alma no lo aceptaba por mucho que lo hubiese soñado y caí de rodillas frente a ella sin saber qué hacer o cómo reaccionar, excepto para tomarla delicadamente en mis brazos viéndola más pequeña de lo que es, solo ahí mis lágrimas comenzaron a brotar en gruesos ríos embravecidos cargados de dolor.
—¡¿Qué le hiciste, Claude?! —vociferé desesperado intentando proteger el lastimado cuerpo de Edén de tan perverso ser—. ¡Ella no hizo nada malo, jamás lastimó a nadie! —los ríos seguían desprendiéndose de mis lagrimales mientras yo la abrazaba más fuerte y a la vez con cuidado, pero él seguía sin decir una palabra—. ¡¿POR QUÉ LO HICISTE?!
—¿Papá? —esa vocecilla parecía salir de mi pecho y solo cuando aquellos diabólicos ojos se posaron en ella, supe que era real—. Papá, lo siento. No llores —su quebrada voz llena de arrepentimiento me hizo bajar la mirada encontrándola afligida y con sus tiernas manitas aferradas de mi camisa.
—E-Edén…
—Yo estoy bien, es jarabe de granada —mi silenció pareció ponerla más nerviosa—. Lo siento, papá, no quería hacerte llorar.
Ella extendió sus deditos manchados de sangre hasta mis labios y los apartó temblorosa. Mi lengua saboreó aquel líquido descubriendo que era verdad lo que decía, volví a detallar su cuerpo notando que este no se encontraba inflamado ni había verdaderos hematomas, sino que eso era maquillaje o pintura, no lo sé, solo sé que ahí comprendí la realidad: todo este teatro, ¡esta maldita trampa! fue armada por ese infeliz de Claude quien, de alguna u otra forma, logró convencer a Edén de tan indescriptible fechoría.
Con el mayor resentimiento que jamás creo haber sentido contra él, le aniquilé silencioso conteniendo esta furia en mis venas solo porque ella se encontraba conmigo, pero a Claude no le importó cómo me sintiera después de lo que me hizo pasar en pocos minutos, ya que su enorme sonrisa denotaba el orgullo que sentía por un acto tan ruin y lo peor de todo era que tenía el descaro de hacerme una señal de silencio a sabiendas de cuánto deseaba estallar en ese momento.
—No se discute frente a los niños, Enrique. Mejor vamos a casa antes de que las hormigas se coman nuestro bello paraíso.
(…)
No sé de dónde saqué la fortaleza para no aniquilar a Claude a lo largo de estas horas, no sé si Dios se apiadó de mí u oré demasiado para que me permitiese mantenerme estable, aunque, quizás, fue la alegre presencia de Edén lo que me permitió conservar la razón, escucharla feliz de la vida con ese malnacido que la tenía sobre sus piernas mientras coloreaban su libro de dibujos, era tan gratificante como estresante para mí.
—¿Sabes? Mi papá Enrique me enseñó una forma de pintar mis dibujos para que se vean mucho muy bonitos.
—¿De verdad? ¿Cómo?
—Colorear claro el relleno y los bordes se pintan un poquito más fuerte —explicó orgullosa mostrándole cómo se hacía.
—Es hermoso, pero creo que los dibujos quedan más bonitos cuando los pintas conmigo —renegó él haciéndole cosquillas entre besos que me fastidiaron en demasía—. Suficiente por hoy, mi pequeño edén, es hora de dormir, Enrique y yo tenemos mucho de qué hablar.
—Está bien, pero no peleen —el triste e inocente mirar de ella se posó sobre mí—. Por favor, papá, ya te expliqué por qué lo hicimos, no te enojes.
—A dormir, pequeña, está tarde y mañana debes ir a la escuela.
Edén le dio un beso a Claude con cariño y este la llevó a la cama cantándole una canción de cuna en albanés, me pareció extraño, pero no dije nada y menos cuando cayó dormida por el sedante que él le había inyectado sigiloso, detalle del cual me percaté muy tarde, pero resultaba una ventaja para mí ahora más que nunca cuando por fin nos encontrábamos a solas y muy lejos de ella para liberar este tormento en mi pecho.
—¡¿Se puede saber en qué estabas pensando para convencer a una niña de hacer semejante atrocidad?! —vociferé enervándome la ira por los poros.
—¿No te bastó la explicación que ella te dio? —contestó aburrido empeorando mi genio.
—Claude, una cosa es que te desquites conmigo, pero otra muy distinta es involucrar a una niña en algo tan ruin y asqueroso como eso.
Él enfocó su atención en la ventana sin darle importancia a mis palabras y al no soportar más, lo sujeté fuerte de la camisa queriendo golpearlo como jamás imaginé hacerlo, eso, hasta que sus oscurecidos orbes se posaron de nuevo en mí con el infierno en ellos.
—No lo harás, te recuerdo que no estás por encima de mí para tomar esa posición, Enrique —tan gélidas palabras solo eran el recordatorio de una vida junto a él que terminó por confundirme—. Dime, ¿por qué estabas preocupado realmente?
—¿Qué?
—Sabes bien cómo actúo y en qué se basan mis acciones, pero me es inevitable no pensar que tu reacción haya sido porque en verdad estabas preocupado por su integridad, o porque creíste que yo había tomado primero a tan pequeña flor en el altar de Dios —la degenerada sonrisa de su rostro me hizo empuñar con más fuerza las manos que estaban a nada de rasgar su camisa.
—¿Cómo puedes decir o siquiera imaginar algo tan cruel y repugnante? Me das asco.
Pese al odio en mis palabras, mis manos lo soltaron mientras la culpa me carcomía por dentro, pues no tenía derecho a hacer una pregunta de semejante magnitud cuando yo había pensado en algo más asqueroso a lo largo de muchas noches.
—¿Crees que no sé lo que pesa en tu mente? —habló con la oscura sabiduría de siempre— ¿Crees que no sé de tus terrores nocturnos cuando llevo años monitoreándolos? —cual reo arrepentido de su crimen, volví la vista hacia mi juez y verdugo—. Vamos al sótano, no te privaré más de tu castigo, Enrique.
Por primera vez en meses, tendré la salvación en la condena que tanto quería.