Enrique
Aquella casa parroquial que durante tantas noches estuvo silenciosa, hoy reproducía el desconsolado llanto de la pequeña como un sutil eco que ensordecía desde mis oídos hasta mi alma, aunque fue al llegar a su puerta que esta tristeza me envolvió por completo.
—P-Por favor, Dios, no te lo lleves, me portaré bien, seré una niña buena, solo quiero que mi papá me perdone y se quede conmigo —mi cabeza fue hacia atrás desbordando las terribles lágrimas que me ahogaban mientras seguía escuchando la desesperante súplica que hacía tan inocente criatura a Dios.
Quizás si ella fuese un adulto habría sido fácil sacarla de mi vida, pero este sentimiento lleno de dolor superaba cualquier penitencia que mi cuerpo hubiera recibido hasta ahora, siendo eso lo que yo creía merecer, una sanguinaria penitencia, y todo por no haberla ayudado cuando me necesitaba. Aun así, saqué el impulso que no tenía y limpié mi rostro antes de ingresar encontrándola hecha un ovillo mientras seguía llorando aferrada al oso de peluche que me había acompañado las últimas noches.
—¿Edén?
El tembloroso respingo que dio despertó mis mayores temores al divisarla por unos segundos malherida sobre la sábana, pero enseguida sacudí esas ideas volviendo a la realidad.
—P-Perdón, no lo quise hacer —dijo a duras penas sin darme la cara—. P-Por favor, no te vayas otra vez al cielo, no me dejes, yo te quiero mucho —suplicó con todo su corazón intensificando el llanto, pero la pena de su alma se convertía en las espinas de la mía.
No sé si esta niña acabará conmigo haciendo uso de su congoja o de mi pecado, pero con ella en mi vida sé que no tendré salvación.
—Tranquila, no me iré —sus ojitos rasgados quedaron fijos en mí por primera vez convirtiéndose en la asfixiante cuerda que se tensaba en mi cuello.
—¿D-De verdad?
—Sí, solo debes tener más cuidado, aunque tus acciones sean buenas, también pueden ocasionar problemas si no eres precavida.
—N-No sé qué es eso —sonreí triste con un muy pequeño deseo por acariciarla cuando hizo ese mohín que fracturó un poco mi corazón.
—Significa que debes tener cuidado, pudiste lastimarte o herir a otros y todo porque no me escuchaste cuando te ordené no hacerlo.
—P-Perdón, y-yo quería…
—Lo sé, lo sé, solo querías ayudarme —pronuncié suave evitando agrandar su pena.
—No quiero ser una niña mala, quiero ser buena, quiero que me dejes estar contigo.
—Edén, tu mamá cuenta conmigo y ni ella ni yo queremos que te quedes sola, ¿me entiendes? —su silencio era la daga girando en mi interior y más cuando frunció sus labios, parecía confundida y sin más volvió a llorar—. ¿Por qué lloras? Ya te dije que todo está bien.
—Lloro p-porque te quedarás conmigo y estoy feliz, pero quiero abrazarte mucho y sé que no puedo porque no te gusta.
Lo dicho, o muero por su congoja o muero por el pecado, pero no tengo salvación con ella…
Resignado, por no decir que estoy de manos atadas a ella, le estiré mi mano intentando controlar estos malditos demonios en mi interior por la descabellada idea que pretendía ejecutar solo para darle paz a una niña que era mi condena, una que me miraba confundida sin dejar de llorar.
—Dos dedos —su llanto se calmó un poco—. El día del accidente me pediste que te dejara tocar un dedo, hoy te dejaré tocar dos, es todo lo que puedo permitir.
No sé cómo, pero la ilusión más hermosa comenzó a desplazar su tristeza y estiró su pequeña manita rozando despacio nuestras falanges hasta enganchar las primeras.
—Parecen dos conejitos juntos —comentó feliz entre lágrimas.
Ella halaba un poco mientras movía nuestros dedos, yo en cambio empuñaba mi otra mano intentando controlarme, pero de pronto sujetó los dedos de tal forma que desprendió una horrible alucinación donde la veía hacer algo más nauseabundo para mí acabando con lo que pudo ser para ella un significativo momento.
—Duérmete ya, está tarde —dije intentando no herir sus emociones con mi pronta huida.
No pude soportarlo más y me encerré en el baño a vomitar por tan hórridas películas que se reproducían en mi mente con ella, esto, mientras golpeaba mi cabeza contra la pared en los segundos de receso que me permitió el estómago.
Al cabo de unas horas creí que me sentiría mejor, pero con la fuerza que tuve, verifiqué que ella estuviese dormida y me trasladé al sótano asegurando la puerta, entonces saqué mis instrumentos de tortura, rasgué mi camisa y azoté con fuerza mi espalda intensificando cada golpe a medida que las imágenes se hacían más tórridas en mi cabeza.
(…)
Desperté en el sótano con el olor de la sangre seca que manchaba el suelo, mi cuerpo y los flagelos que seguían en mis manos. Me alisté rápidamente cubriendo mi espalda con un vendaje especial que había hecho Claude para mí años atrás y prepararé el desayuno, pero cuando estaba a punto de servir, la pequeña silueta de Edén apareció sin más provocándome un horrible susto que la entristeció y como pude le ordené sentarse en la mesa a desayunar.
El resto del día lo pasamos en mi oficina como siempre, ella dibujando y yo trabajando, pero este ha sido el día más silencioso que hemos tenido, ninguno dijo nada al otro en toda la mañana y menos en la tarde, ella solo se levantaba para ir al baño y a veces me observaba soltando una lágrima que limpiaba rápidamente, entonces no pude soportar un minuto más de esto, cerré abrupto mi portátil asustándola y respiré profundo.
—Edén, disculpa si anoche te hice sentir mal cuando me fui, no hiciste nada malo y tampoco estoy enojado contigo por lo ocurrido en la misa, solo quiero que estés bien.
—Estoy bien…
—No lo estás, de lo contrario, no me verías tan triste ni estarías tan callada —aparté su cuaderno obteniendo más atención de ella—. ¿Qué puedo hacer para que seas la de antes o para acabar con este silencio? —levantó su hombro desesperándome—. Algo debes querer, aunque sea una cosa —frunció sus labios observando mi taza y luego a mí.
—¿Lo que sea? —asentí—. Quiero hacer tu café todos los días, pero no me dejas usar la estufa y solo lo haces en esa jarra gris —señaló la cafetera italiana dejándome confundido.
—¿Es lo único que quieres?
—Sí, pero mi tío Oskar dijo que tu café favorito lo hacías ahí y yo no puedo hacerlo.
Mil ideas pasaron por mi cabeza y caí en cuenta que no tenía un auto, lo que resultaría bastante útil ahora que ella estaría conmigo, así que pedí uno prestado por hoy, encargué otro que llegaría en un par de días y recogí mi escritorio guardando todo en su morral.
—¿Me llevarás a casa? —preguntó temerosa.
—No, te compensaré el mal rato que tuviste anoche.
—¿Me regalarás un helado igual que mi mamá?
Esta es la segunda vez que la escucho hablar con tanta decepción de Carmen y sin duda amerita una breve charla con ella, pero ahora quiero darle una mejor versión de mí a Edén después del trago amargo que pasó.
—No, recogeremos las llaves de un auto, compraremos algunas cosas y después cenaremos en la plaza, donde nos quedaremos algunas horas para que puedas recorrerla. ¿Qué te parece?
—¿Qué compraremos? —su picardía relució al igual que la mía.
—Sígueme y averígualo —le hice un guiño que le sacó su bella sonrisa.
Partimos a un almacén especializado en café que busqué en el camino y al llegar divisé los diferentes métodos de preparación buscando la mejor opción para ella.
—¿Qué tal esta? El señor dice que solo debo poner una cápsula del sabor que quiera —propuso ella señalando una máquina.
—No me gusta, el sabor es horrible y soy más tradicional, pero esta de filtro será perfecta para ti —señalé otra máquina—. Es fácil de usar, solo colocas el agua, el filtro, el café y la enciendes, su sabor es más a mi gusto y alcanzará para cuatro tazas, por si hay invitados.
—Pero solo te quiero hacer el café a ti.
—Un café sabe mejor si se comparte y sé que muchos van a querer probar el tuyo.
Esto pareció motivarla y vio la máquina mientras la instruía un poco más sobre su uso, mi gusto, también otros implementos que necesitaría como los filtros, una jarra para que le sea fácil poner el agua en el tanque y una cuchara medidora que ella quiso comprar, así como también me sacó un pequeño delantal para no ensuciar su ropa.
Al final no rechisté por la compra y menos porque ella estaba feliz, por no decir que la ansiedad de estrenar la cafetera le estaba ganando, motivo por el cual terminamos con algunas bolsas de café extra, pero no pude evitar detenerme cuando vi una marca que me había obsequiado Joan años atrás resurgiendo la melancolía en mi corazón.
—¿Por qué estás triste? —espabilé al escuchar la vocecilla infantil—. ¿Te gusta más ese?
—No, solo recordé algo, pero no es importante, mejor vamos a pagar si ya terminaste —fui a la caja con las compras, pero en lo que hice fila, ella reemplazó las bolsas de café que había seleccionado primero por otras de la última marca que había visto—. Edén…
—Si te gusta, llévalo, yo quiero hacer el café más rico para ti y si tienes un sabor favorito, aprenderé a prepararlo y estarás mucho muy feliz —es curioso que ambos sonriéramos tristes, pero sus palabras me alegraron un poco.
Después de eso volvimos a la casa parroquial dejando las compras y salimos a caminar en la plaza, era evidente cuánto se contenía por correr, pero quizás temía provocar otro incidente, igual no le dije nada y continuamos la velada recorriendo el lugar hasta después de la cena cuando tomamos otra ruta para recorrer el otro lado, pero cuando menos lo imaginamos, una inesperada lluvia nos obligó a correr hasta la casa.
No lo negaré, más de una vez me sentí tentado a cargarla para ir más rápido, pero mi cabeza me traicionaba y debía ser más fuerte que estos pensamientos, por suerte no estábamos lejos, pero el frío pronto comenzó a calar bajo las emparamadas prendas, así que nos duchamos y después nos encontramos en la cocina donde le enseñé paso a paso a usar la cafetera.
—¿Crees hacerlo sola?
—Lo haré, tengo todos los dibujos en mi cuaderno y las medidas —señaló las ordenadas “anotaciones” que hizo conforme le había explicado.
Ella recogió su extensa cabellera en una cola, vistió su delantal que me pidió amarrarlo y haciendo uso de sus notas, preparó paso a paso el café con una seriedad que a veces me hacía reír, pero evitaba hacer ruido para no desconcentrarla y tampoco quise hacerle creer que me burlaba de su arduo esfuerzo, pues nunca la vi tan resuelta a hacer algo como esto, excepto cuando cruzó esa calle el día que la conocí…
—¡Listo! —gritó emocionada cuando se llenó la jarra.
—Excelente, ahora sácalo con cuidado sin tocar la jarra, solo hazlo de la oreja y sirve despacio —así hizo, pasando después mi taza del mesón a la mesa, pues quería hacer el trabajo completo según ella.
—Nada de mentiras, tienes que decirme cómo quedó en verdad para saber cuál es el café perfecto —advirtió una vez dejó la taza y jugó con sus dedos por la ansiedad, misma que incrementó cuando probé la bebida—. ¿Y bien?
—No es el mejor café que me he tomado, pero está mejor de lo que pensé —sería decepcionante para ella si le mentía e igual mi respuesta la alegró en vez de entristecerla—. Quizás deberías repartir un poco más el café en el filtro y prueba colocando media cucharada más, me gusta fuerte.
—¡Lo anotaré!
No sé cómo sea con Carmen, pero este fue un buen inicio para mejorar el mal trago de anoche y que Edén decidiera prepararme el mismo café que Joan, lo hizo más significativo para mí.